domingo, 26 de abril de 2009

Letras molinesas desde Suiza




Algunos de mis amigos, como por ejemplo Juan Antonio Valero, Fernando Riquelme, Jaime Martínez o Pedro Herranz, han publicado libros recientemente. Todos sus textos han caído en mis manos y he podido gozar de su lectura. El último de ellos, cuya portada es la que los lectores ven en la ilustración, acaba de publicarse hace unas horas, exactamente el 23 de abril de 2009, Día del Libro, y lo he tomado como si cogiera un chusco de buen pan recién salido del horno, crujiente, oloroso, y no ha habido manera de evitar la tentación de clavarle el diente. Sabrá perdonarme su autor el hecho de que no sea yo un especialista en crítica literaria, y que, por tanto, se me pasen por alto una serie de detalles y claves que habría sido conveniente señalar para una valoración más cabal de la obra. He oído decir que los comentarios deberían centrarse exclusivamente en la obra que tenemos entre las manos, como si fuera un elemento objetivo que, al publicarse, hubiera cortado, brutalmente y para siempre, el cordón umbilical que la unía a la mente que la concibió y la parió. Yo intentaré hacerlo así, pero he de decir que el hecho de conocer al autor y gozar de su amistad ha dado a mi lectura un sabor especial.

Empecemos por la inesperada pregunta que sirve de título. Todos sabemos que la ciudad de Hamelín (metáfora, en este caso, de algún pueblo perdido en los páramos de Molina de Aragón, como por ejemplo Montefierro) es el escenario de un cuento celebérrimo. Todos conocemos la primera parte de su argumento: una plaga de ratones amenaza el bienestar de los habitantes de este apacible pueblo. El ayuntamiento contrata los servicios de un flautista, el cual, gracias a una maravillosa melodía, se lleva tras sí a todos los roedores, los extermina y consigue que el bienestar y la prosperidad vuelvan a Hamelín. La segunda parte del cuento es menos conocida, pero no menos instructiva: el flautista regresa algunos días después para cobrar los honorarios convenidos y las autoridades del pueblo no quieren pagarle. El flautista, en castigo, hace de nuevo uso de su flauta mágica y se lleva a todos los niños del pueblo. Así termina la historia. Hamelín se ha convertido en un pueblo triste, muerto, sin futuro. Y todo por la estulticia y la avaricia de sus dirigentes.

El autor, naturalmente, no quiere conformarse con el dramático final de la historia del flautista de Hamelín-Montefierro. Hay que volver a Hamelín, alguien debe decirnos cómo podremos encontrar al flautista, hay que pagarle lo debido, con sus intereses, y suplicarle que perdone la avaricia y la incompetencia de unas autoridades ciegas. Tal vez así el flautista nos muestre el lugar donde están los niños y se digne traerlos de nuevo al pueblo para recobrar así la alegría y la esperanza de un futuro posible. ¿Y cómo se hace esto? Tal es, en mi opinión, el sentido que el autor ha querido dar al título de su relato.

Pero, si me lo permiten, hablemos también del dibujo de la portada, cuyo culpable es el que firma estas líneas. Tiene algunas incongruencias: en primer lugar, el flautista de Hamelín, según el cuento, era más bien un personaje muy delgado, casi hético. Nada que ver con este gordinflón de anchos mofletes. Además, los personajes que se ven detrás deberían ser solamente niños, no toda esa panoplia de cuerpos retorcidos en confusas posturas y objetos multiformes. Además, la marcha del flautista y los niños debería producirse a través de unas risueñas praderas, a orillas de algún frondoso bosque centroeuropeo, no por esos peligrosos precipicios desde los que se ve (bueno, eso no se ve en la ilustración, porque está en la portada de atrás) una planicie desértica, donde se insinúan siluetas de construcciones y ruinas de algún pueblo abandonado. De hecho, la ilustración ha pretendido presentar dos realidades contrapuestas: el desierto, el páramo deshabitado y muerto (tapa de atrás) y la vida, simbolizada por esa amalgama de personajes, gestos, objetos y ademanes que no siguen al flautista, sino que se confunden con él.

Una maestra rural, Henar, tiene conciencia de que la escuela donde trabaja se va a quedar sin alumnos, lo que implicará su cierre y la muerte ineluctable del pueblo. A pesar de la pasividad y la incomprensión de las autoridades, a pesar de la desconfianza de los vecinos, la maestra lucha con todas sus energías para que se asienten en el pueblo familias de inmigrantes. Asistimos en la primera parte del relato al combate de esta mujer, al fracaso de los asentamientos de las familias y al cierre de la escuela. Henar reparte los muebles y materiales didácticos de la escuela entre las escuelas de pueblos cercanos, se marcha del pueblo y trabaja durante muchos años en una editorial de Madrid. Ha guardado, sin embargo, estrechos contactos con antiguos compañeros de la enseñanza, y en especial con Adela, una catalana enérgica y emprendedora, hábil animadora de encuentros y seminarios. Uno de los encuentros que organiza tratará precisamente de la promoción de zonas rurales, e invita a su amiga Henar para que participe en él. El desarrollo de este seminario se trata en la segunda parte. Henar se encontrará en el curso de ese encuentro con una antigua alumna suya que asistió al doloroso cierre de la escuela. Aranzazu, que así se llama la alumna, termina por entonces los estudios de magisterio y parece compartir con Henar su inquietud ante el despoblamiento y la muerte de los pueblos de las tierras altas de Guadalajara.

¿El estilo de Pedro Herranz? Exactamente el mismo que hemos encontrado en otros libros suyos: “breve y al grano, nada de enredarse en subordinadas”, como leemos en algún momento del relato, cuando se critica la floritura estilística de algunos de los trabajos aportados al seminario organizado por Adela. Naturalmente esto es una simplificación. El lenguaje del texto es rico lo mismo en vocabulario (he visto incluso alguna palabra de uso local) que en signos de elegancia sintáctica. Tiene la difícil belleza de lo breve. Y, por supuesto, el autor también se adentra en subordinadas cuando es necesario.

Si se me permite usar un término químico, diré que el texto de P.H. tiene un ph ácido y corrosivo cuando se refiere a la desidia de los habitantes y a la incompetencia de sus autoridades, que no solamente no toman iniciativas para paliar el fenómeno de la despoblación, sino que, además, estorban las gestiones que otros realizan. Pero ese mismo lenguaje se torna delicado, emotivo, poético, en otras ocasiones, como, por ejemplo, cuando acompañamos a Henar en ese dramático reparto de los enseres de la escuela que se cierra. No me resisto a la tentación de copiar estas líneas que siguen, tomadas de la página 23. Henar ha llegado al fondo de su desánimo: “Me lío a patadas con unos guijarros. Comienzan a pitarme los oídos y un montón de palabras aguantadas se me viene a la boca. Vomito sobre unos retoños de marojo. El hardacho recupera la movilidad y se escabulle al otro lado del camino. Se me llena la furgoneta del tomillo que llevo en las zapatillas”.

Con independencia de que los personajes evolucionen en el marco preciso de las tierras altas de Guadalajara, lo cierto es que la despoblación es un fenómeno que obedece a determinadas leyes sociopolíticas y económicas que actúan inexorablemente en otras partes de España, y por eso esta novela trasciende su marco originario y puede ser leída por cualquiera. El mensaje final que yo he sacado de la lectura del libro es éste: que se puede y se debe combatir contra lo inexorable. En todo caso, a mí no me cabe ninguna duda de que este combate, a la vez alegre y triste, hecho al mismo tiempo de ilusionadas victorias y de amargas derrotas, este combate constante es, sin duda, algo de eso que el autor llama “la resistente memoria de mis sueños”.


Manuel Grau
Berna, 24 de abril de 2009

sábado, 25 de abril de 2009

Los viajes de García Huetos por Molina




Un autor alcarreño al que hacía tiempo no teníamos ocasión de leer es Alfredo García Huetos. En esta primavera, justo en las fechas que se dedican al homenaje/s al Libro, nos ha entregado su maravilloso nuevo libro, en este caso un tomo voluminoso con sus experiencias como viajero, a pie, por el Señorío de Molina. Se presentó el 13 de Mayo en la Feria del Libro de Guadalajara.
En el libro que ha ofrecido impreso, y que titula “Una viaje, otra mirada”, tras varios años de dormir en el cajón de los repasos, da rienda suelta con lenguaje limpio de siempre a una introversión teñida de la luz del paisaje de verano. Hace caminatas a pie, y otras en coche, pero parando en todos los lugares del Señorío de Molina en los que indaga sobre los pueblos, las gentes que lo habitan, las costumbres y manías que tienen, los anhelos que persiguen, las impotencias que les agobian. Es un viaje abierto pero con el corazón por bandera, y deja como protagonista indiscutible al ser humano. Tiene más peso la historia de un anciano agricultor ya jubilado, que la rotunda solvencia del cañón del río Gallo.
El libro, que ya hemos dicho se titula "Un viaje, otra mirada" y lleva por subtítulo la aclaración de ser un viaje "Por pueblos de Molina de Aragón", del Señorío de Molina en la raíz de España, nos pone alfombra para recorrer aquel páramo desde Luzón, entrando, hasta El Pedregal, saliendo, con parada en todos los rincones del Señorío, que son tratados con amor y ternura por García Huetos. Una experiencia inolvidable, que sin duda el lector querrá repetir por su cuenta, al acabar de leer el libro.
De García Huetos poco cabe decir, porque su biografía no ha tenido episodios de moción o crisis, salvo las personales que haya podido vivir a nivel del alma. Tras discurrir su infancia y juventud en la ciudad de Guadalajara, y cursar los estudios secundarios en el Instituto "Brianda de Mendoza" y los universitarios en Madrid, se ha dedicado a la Enseñanza de la Lengua y la Literatura Españolas. Dotado de una vasta cultura y una gran sensibilidad, ha escrito y publicado tres libros, los dos primeros de poesía, y el tercero de viajes a pie por una de las comarcas más emblemáticas de la provincia de Guadalajara: el Señorío de Molina.
Si el libro de viajes que acaba de entregarnos es jugoso y ameno, los episodios poéticos están cuajados de un claro concepto de la fugacidad y utilidad de la vida y de cada momento de ella. Con un lenguaje preciso y precioso, García Huetos da muestras de su dimensión, enorme, como poeta, y con la practicidad del periodista nos enfrenta a la realidad, dura y objetiva, que viven hoy las tierras molinesas.

Bibliografía fundamental de Alfredo García Huetos:
Tríptico de la fugacidad (1992)
Palabras como hélices (1997)
Una viaje, otra mirada. Por pueblos de Molina de Aragón (2009)

sábado, 11 de abril de 2009

Arquitectura popular en Tierra Molina




Lleva un año en la calle, y sigue teniendo el éxito de público que concitó desde el primer momento, este libro que lleva por título “Arquitectura popular en Tierra Molina. Destrucción y Conservación” y son sus autores Teodoro Alonso Concha, Diego Sanz Martínez, Elena Sanz Gutiérrez y Alvaro Hernández Herranz. Forma parte de la colección “Monografías” como número 26, y está editado por el Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades. Lleva un prólogo de Blanca Calvo, consejera de Cultura cuando se editó, y consta de 454 páginas, todas ellas impresas a color, con casi 500 fotografías que reflejan, pueblo por pueblo, los elementos más interesantes de las edificaciones populares del señorío molinés.

Una arquitectura popular que se debate

Entre la destrucción y la conservación. Ese es el estado actual de la arquitectura popular en Tierra Molina, en que por la despoblación progresiva de la comarca, muchas construcciones han ido hundiéndose, o han quedado abandonadas, mientras que el fenómeno de las “vueltas” de sus antiguos habitantes, o de sus hijos y nietos, para utilizarlas como residencias de vacaciones, han propiciado el cambio de aspecto y de estructura, llegando a quedar algunos pueblos irreconocibles de cómo eran hace una o dos generaciones.
En este sentido, es muy elocuente la frase que nos da Alonso Concha como causa de la progresiva destrucción de la arquitectura molinesa (y que es común a lo que ocurre en las otras comarcas de nuestra provincia): “Más injustificable, por gratuita y masiva, es la alteración producida por propietarios absentistas que, una vez aumentado su poder adquisitivo tras su emigración, regresan en periodos vacacionales a sus antiguas casas familiares y, sin criterios (o con criterios subconscientes en los que lo antiguo les suena a pobreza) deciden renovar por completo su segunda residencia. En este sentido, y debido a la escasa o nula vigilancia de municipios e instancias superiores, se generan tantas tipologías de vivienda como propietarios existen en un pueblo. El resultado es obvio: un mosaico indescriptible de casas que nada tienen que ver con lo preexistente”.
Los elementos más característicos de la arquitectura molinesa son los siguientes: construcciones propias de tierras altas y por lo tanto frías, con gruesos muros, pequeños vanos, tejados a dos o cuatro aguas, para que escurra el agua y no se amontone la nieve. Propia de economías de pastores y ganaderos, más que de agricultores. Todas ellas acumuladas en núcleos aglutinados, pequeños y no muy lejanos unos de otros, siempre construido en piedra, aunque en el valle del Valle se utiliza mucho el adobe y la argamasa, usando también la madera y la teja como elementos auxiliares, entre los que destacan como piezas expresivas las rejas (tan hermosas y variadas en Alustante) los dinteles (tan solemnes y cantarines como en Aragoncillo y Concha) los aleros (como se ven en Corduente) y las chimeneas (Armallá, etc.).

Las portadas, expresión de un pueblo

En la arquitectura popular molinesa, como suele ocurrir en toda Castilla, la fachada habla del carácter de las gentes que habitan la casa. Es como el ser humano, que puede ser alto, gallardo, veloz, pero donde está el alma de la persona es en el rostro. En las portadas de las casas, grandes y pequeñas, de Molina, aparecen los detalles que identifican y transmiten almas. En unas aparecen grandes arcos de piedra tallada, y en su dovela angular una talla sencilla, una cruz, una flor, una fecha, unas iniciales, una frase bíblica quizás…. En otras, al centro del muro, surge el escudo del hidalgo. Todos saben que Molina fue siempre tierra de blasones y de caballeros, de prosapias antiguas y de dinero. El emblema de los apellidos, las piedras armeras con las imágenes de sus linajes, cubren muchas de estas fachadas. También aparecen rejas, espléndidas a veces, y aleros pintados y decorados. Otras veces la fachada entera está esgrafiada con dibujos hechos a compás, o con simples trazos hechos con peines o punzones sobre el barro cuando aún estaba tierno. Son formas de decir lo alegre, lo próspero, lo más definitorio de su dueño.
En las “casas grandes” de Molina es donde mejor se expresa esta teoría de la imagen. Desde ahora tomamos este nombre por definitivo, frente al que hemos utilizado desde antiguo de “casonas” que realmente era un apelativo importado de regiones más norteñas.
Las casas grandes molinesas son estudiadas por este grupo de autores a conciencia, con unos planos perfectos, y unos alzados muy elocuentes, hechos por el arquitecto Alvaro Hernández. De sus grandes portalones y sus amplias escaleras se da cuenta en este libro. Y de ellas se estudian todos sus componentes, que son comunes al resto de las edificaciones populares del Señorío: además de esos portales, que a veces se ven cubiertos de empedrados preciosos y pacientes, se ascienden por escaleras a las salas altas, donde están las alcobas, y desde allí por escalera normalmente más estrecha a la cámara. Antes en la planta baja hemos visitado la cocina, amplia y con su chimenea en un lateral, donde se vive en invierno, y se preparan las comidas o se recitan los poemas antiguos, los cuentos de miedo, las memorias de las guerras… Siempre que he ido a Molina, y he entrado en esas casas sencillas, hermosas y llenas de humanidad y recuerdos, sus habitantes me las han enseñado de cabo a rabo. Es siempre (enseñar la casa a un visitante) la forma más clara de abrir una amistad, que suele ser de por vida. En ese gesto está la clave de una forma de ser, que siempre pienso es ancestral y celtibérica: enseñar la casa y sus recovecos es dar amistad, verdadera, sin decir otra palabra.

Edificios públicos y comunales

En todos los pueblos de Molina, en los 80 pueblos que le quedan al Señorío, en herencia de las cuatro sesmas divididas en veintenas, y por lo tanto en veinte pueblos que hoy casi puntualmente permanecen vivos, surgen los elementos públicos que engarzan en la línea de lo popular. Quizás lo menos popular, aún teniendo una pátina de vida densa, son las iglesias, porque fueron diseñadas por maestros constructores, por canteros, por arquitectos, que tenían sus ideas heredadas de otros lugares y de otras normas más académicas. Hay iglesias románicas (Labros, sin ir más lejos) o barrocas (la de Terzaga es impresionante) pero el espíritu popular se centra en otras cosas más directamente relacionadas con la vida diaria, o con los símbolos más antiguos, y entre ellos destacan los pairones, esos hitos de piedra que aparecen en las confluencias de los caminos, en los límites de los términos, en las plazas a veces o en los ejidos. Los pairones son, o eran en aquellos tiempos en que el Señorío permanecía nevado los tres meses del invierno, como faros en medio del desierto helado. Las lucecitas que se ponían para dar calor a la memoria de las ánimas del purgatorio, se verían en la noche como en el día los pilares pétreos sobre la llanada blanca.
Además hay juegos de pelota y trinquetes, hay fraguas y neveras, hay tabernas y tiendas. Hay fuentes hermosas, solemnes, como las de La Yunta (la fuente vieja) o la del obispo Martínez en Tartanedo, o la de Prados Redondos, ufana y barroca, o la de Hombrados, en la salida del pueblo, acostada en la colina, o esa de Fuentelsaz tan esbelta y coqueta, o esa moderna del caracol en Alustante… por ahí anda el duende de la gente molinesa, por el adorno que alegra tanta severidad paisajística.
Finalmente, otro de los elementos tradicionales que estudian estos autores, que se han dejado muchas horas, días y meses, en estudiar a conciencia el fenómeno arquitectónico popular molinés, es el de las Casas de la Villa, o “Casa-Lugar” que llaman en los sitios pequeños. Es el asiento del Concejo, la casa de todos, que en lugares de las sesmas norteñas tiene un inconfundible aire aragonés, pero siempre manifiestan su capacidad de hermanamiento, como la recién restaurada de Alustante, que mantiene su vieja distribución, con el espacio cerrado de sala de reuniones y posible trinquete en la planta baja, reservando los nobles salones para la altura.
Frente a las solemnes imágenes (y hay cientos de ellas, todas a color) de las casas, los palacios, las fuentes y los torreones de los pueblos molineses, están las descripciones meticulosas de su estructura, sus funciones, sus méritos y deméritos. Y la denuncia suave pero visible siempre, de haber permitido entre todos que la esencia de una maravillosa raíz popular como es la forma y composición de sus edificios, se haya ido perdiendo y casi olvidando. Del todo no, porque para eso está el libro que el lunes presentaban en el Infantado Alonso Concha, Sanz Martínez y Sanz Gutiérrez: para rescatar y dejar siempre en nuestra manos y retinas, la memoria de esas formas y esas funciones.
El Señorío de Molina está, con esta memoria, un poco más vivo y palpitante. Es como una saludable oxigenación que bien necesitaba y que debe ser motivo de nuevos impulsos, como los que le están llegando de estos grupos estudiosos, o de los más reivindicativos que proponen a las autoridades unas comunicaciones, unos servicios y un interés que les posibiliten sobrevivir en este país en el que solo carbura Madrid y las costas.

viernes, 10 de abril de 2009

Elogio y Nostalgia de Sigüenza



Un libro de capricho. Así es como podría definirse, de entrada, este “Elogio y Nostalgia de Sigüenza” que aquí comentamos. Haciendo el nº 2 de la Colección Proyecto Lucena de editorial AACHE, acaba de aparecer una fidedigna reedición del clásico de Juderías, una singular obra de arte. Está encuadernado en tela estampada, y ofrece el texto íntegro del escritor molinés, más una gran colección de fotografías de Sigüenza, todas en monocolor, con una visión nueva y siempre sorprendente de los rincones y los detalles (que los tiene a miles) de la ciudad del alto Henares. 128 páginas son capaces de ofrecer esta guía singular y poética, con una letra cómoda de leer, y un prólogo del marqués de Santo Floro, amigo personal del autor. Todo ello editado y puesto en manos de los coleccionistas de libros de Sigüenza al cumplirse el 50 aniversario de su primera edición.

Memoria de Alfredo Juderías

Alfredo Juderías nació en Molina de Aragón y estudió en Madrid junto a las primeras figuras de la clínica y la cirugía española en los años de la República. Intimó con Gregorio Marañón, de quien fue discípulo, amigo y compañero, hasta el punto de que cuando el profesor de Medicina Interna murió, Alfredo Juderías se encargó de ser el editor de sus “Obras Completas”, entre las que se cuenta un gran tomo conteniendo todos los prólogos que escribiera en su vida el médico madrileño.
Juderías siguió la especialidad de la Otorrinolaringología, que practicó en el Hospital “La Paz” de Madrid y en diversas clínicas particulares. Además de algunos temas profesionales, Juderías escribió muchos libros de dietética, y algunos de gastronomía, entre ellos el “Cocina para pobres” que le ilustró Antonio Mingote, y que sigue hoy reeditándose, además de un cuaderno de recetas culinarias de origen judío.
El título que le dio a su libro máximo, por el que ha sido más conocido, vino heredado del que su amigo Marañón dedicó a Toledo, lugar en el que convocaba a toda aquella intelectualidad de la República a revitalizar la auténtica cultura hispánica. El “Elogio y Nostalgia de Toledo” de Gregorio Marañón fue padre adoptivo de este recorrido literario por Sigüenza que escribió Juderías y dejó como texto básico, entrañable y delicioso sobre la Ciudad del Doncel.

Sigüenza en tres tiempos
En tres paseos podemos andarnos Sigüenza, recorrerla de la mano de Alfredo Juderías. El otorrino molinés nos propone como tres trayectos para hacer andando la ciudad, mejor en compañía de amigos, en grupo interesado, en ánimos dispuestos a sacarle el mejor jugo de su brillante rodezno. El primero se mueve por la parte baja, la más cómoda de andar: la Alameda, los conventos de clarisas y ursulinas, el barrio de San Roque, la plazuela de las Cruces, el río mismo… El segundo es un itinerario interior, deambulante de naves oscuras y claustro catedralicio, supervisor de tapices, de vidrieras, de imágenes santas, de maderámenes tallados. El tercero, al final, es paseo trotón por la cuesta del burgo: subiendo desde la plaza mayor hacia el castillo se entretiene viendo las iglesias románicas, la plazuela de la Cárcel, la casa del Doncel, la posada del Sol, las travesañas…
De esos tres trayectos que propone Juderías para conocer Sigüenza de su mano, -lo que hoy llamaríamos tres “rutas” turísticas con objetivos monumentales y evocadores- , va por jardines el primero, por el interior de la catedral el segundo, y por cuestas y recovecos de la vieja ciudad el tercero. Los tres con un sonido detrás como de campana, de buscón clásico, de espadachín que se niega a guardarse. A muchos les parecerá libro con tufillo eclesiástico, porque solo habla de altares, conventos y procesiones. A otros les parecerá libro irreverente y de tufazo liberal, porque se hace cuestión de la verdad de todo lo que ve, y a nada considera eterno. Pero las palabras de Juderías están ahí, para ser leídas e interpretadas. Y, sobre todo, para disfrutarlas, porque el castellano que utiliza, a caballo entre los siglos XVI al XVIII, se mastica, sabe a dulce.

Itinerario primero, por la Alameda
Y ahora algunas frases del propio Alfredo Juderías, que nos anima a ver Sigüenza, una vez más, pero con sus ojos. Dice así de la ermita de San Roque: “Su portada, ya ves, también barroca, tiene la po­bre muy poco que admirar; pero dentro, tiempos hubo, y no vayamos a creer que lejanos, que de sus paredes aún no encaladas, junto a gorrillos de quinto, trenzas de pelo, tablillas y velas rizadas, con florecillas azules, rojas y blancas, colgaban ex votos ‑¡ay, si Pepe Esteban los pillara para su libro!‑ y cuadros, de marco casero y letra para ser vista…”. Y en esa visión de la ermita como espacio costumbrista y popular le dejamos para seguir por la Alameda paseando y recordando con él viejos tiempos: “Lejos, el banco verde de los Figueroa ‑barca varada en la orilla del mejor recuerdo y llena aún de un aire de vieja cortesía española ‑. A uno le aletea el corazón al pensar que fue allí donde, hacia los años de mil novecientos dieciséis, sobre meses menos o más, se celebraron algunos consejillos de ministros. Al timón estaba nuestro Conde de Ro­manones. Y con Gobernador, Alcalde y guardia charolada al aviso, por la veredilla de enfrente, por lo que viniese a ocurrir”.

Itinerario segundo, por la Catedral adentro
Se mete Juderías por todos los rincones. Todo lo observa y apunta. Todo lo comenta. En el “altarejo de San Juan” le llama la atención un arca vieja: “Cerca, el devoto arcón de misericordia ‑con lla­ve, como aquella del Lazarillo, atada con agujeta de palitoque‑, donde se recogían ropas y memo­riales para la atención y buen cuidado de los laceriosos”.
Y luego se va a la capilla de San Juan y Santa Catalina, ¡cómo no!, y allí parlotea con el aguerrido joven que dejó la vida en la vega de Granada, a mano de moros: así nos dice el autor de su encuentro con el guerrero mendocino: “Y dejé para contera, de nuevo en la Capilla, la estatua del caballero Martín Vázquez de Arce. Es, ya sabes, una de las más bellas de España, y de autor desconocido. Por un destino muy significati­vo ‑ha dicho Ortega ‑, en España todo lo grande es anónimo”.

Itinerario tercero, por las alturas
Por las alturas, sí, callejea Juderías y en la Travesaña alta se para una vez y otra a mirar las casas, viejas y judaicas unas, palaciegas y orgullosas otras. “Calle de torcida cuesta, fragosa y hasta empedra­da a su buen aire, tiene ‑en el número 39, "La casa de la parra", de nuestro querido y admirado Profesor Archilla‑ portadas medievales, con hermosos escudos en sus fachadas, que no podemos dejar de trasver. Y otro tanto nos pasa con sus re­jas y balcones, orgullo, bien ganado, de la buena tenacería seguntina del XVI”.Sazonado de refranes, dichos y gentilezas, el libro de Juderías acaba como empezó, ofreciendo pasos y entregando ideas para que el viajero que llegue a Sigüenza se divierta (al buen uso de los viajeros) y la recoja suya: “… y en anocheciendo Dios, que el campanil del Asilo de Monjitas ‑¡ay, manos de sor Soledad! ­está tocando a vísperas, no me queda otra que de­jarte. Ya sé que mucho es lo que por decir queda, y también mucho lo que tus ojos aún no han visto. Cosas hay ‑el Señor lo sabe ‑, y mi ciudad una de ellas, que no una, sino hasta varias veces, como al buen rezo, hay que hincarle el diente, ya que son menos las que van al clavo que a la herradura”.

jueves, 9 de abril de 2009

Libros sobre costumbres




La provincia de Guadalajara tiene, como las del resto de España, un acervo costumbrista muy rico y variado. En él se cuentan fiestas patronales (en las que el elemento “toro” es esencial) fiestas religiosas, romerías, fiestas históricas, ancestralismos del tipo de las botargas, y nuevas celebraciones surgidas al tiempo (actual) en que la gente tiene más tiempo para divertirse por haber hecho de las tareas agrícolas una rutina mecanizada.
De entre los muchos libros que han ido apareciendo, con datos y exposiciones sobre fiestas y celebraciones, destacaría especialmente los escritos por José Ramón López de los Mozos, que es hoy por hoy el mejor conocedor de estas temáticas. Así, comentar la maravillosa obra titulada “Fiestas Tradicionales de Guadalajara” que ha alcanzado varias ediciones (al menos 5) unas a través de la editorial AACHE y otras patrocinadas por la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara. Es un libro sencillo, pero cargado de imágenes y, sobre todo, de información, en el que se ofrecen de forma cronológica, por meses, las más importantes celebraciones, y las más vistosas, que a lo largo del año se celebran en nuestra tierra. Surgen así las botargas (invernales) los memoriales históricos (la Caballada de Atienza, el Festival de Hita y las soldadescas de Mazuecos, de Hinojosa y de Codes) las representaciones de Pasión viviente (en Hiendelaencina, Marchamalo, Fuentelencina) y otras de Semana Santa, como las solemnes y vistosas procesiones de Guadalajara o los Armados de Sigüenza y los caballeros de Budia. Sería interminable poner, ni siquiera el indice de ese libro, entretenido y útil.
De López de los Mozos es también el gran libro visual del costumbrismo provincial, "Guadalajara: Fiesta y Tradición", que fue editado por Nueva Alcarria en forma de coleccionable y hoy puede disfrutarse entero y encuadernado. De este autor, el etnólogo López de los Mozos, aún pueden leerse numerosos artículos sobre esta temática en la Revista “Cuadernos de Etnología de Guadalajara” de la que anualmente saca editado un número la Diputación Provincial.
Son clásicos, por otra parte, los libros que Antonio Aragonés Subero escribió y vio publicados, en varias ediciones, por parte de Diputación, en los años 70: concretamente su “Gastronomía de Guadalajara” y su obra dedicada a las Fiestas y Cantares de la provincia. Todavía recordamos aquí la obra que don Antonio Castillo de Lucas publicó, gracias también a Diputación, sobre diversas costumbres y leyendas, que hoy está completamente agotada y muy buscada.
Reciente es el libro de Raul Conde Suárez sobre los “Danzantes de Guadalajara” sacado a través de la editorial “Henares” y la Junta de Comunidades.
En todo caso, son estas líneas un recuerdo a todas estas publicaciones, estos libros que nos abren el panorama del folclore provincial, de las fiestas, de las costumbres y celebraciones, siempre vistosas y llamativas. En la imagen, ponemos una escena de la fiesta más sorprendente de nuestra Sierra: los Danzantes de la Octava del Corpus, de Valverde de los Arroyos. En una imagen de hace años, siempre repetida, perenne e inalterable a lo largo de los siglos, puede ser la estampa más representativa de esto que decimos: una forma de celebrar la fiesta, de concitar la memoria del tiempo ido, de plagar el paisaje de gritos, canciones y trajes coloristas.

miércoles, 8 de abril de 2009

Un libro de viejas fotografías



En el año 1947, la unión de dos “grandes” de la bibliografía provincial como fueron Francisco Layna y Tomás Camarillo, uno con sus conocimientos históricos, y otro con su colección de imágenes, que ya para entonces era monumental y valiosísima, nos dio un libro que ha sido buscado por los coleccionistas durante mucho tiempo: “La provincia de Guadalajara” fue firmada por ambos autores y editada por Hauser y Menet, en un prodigio de edición elegante, con magnífico papel, fotografías perfectamente reproducidas gracias a la técnica de la tipografía en planchas metálicas, y ofreciendo estampas patrimoniales, paisajísticas, costumbristas, de los años inmediatos, anteriores y posteriores, a la Guerra civil. Incluso se pusieron en ese libro numerosas estampas fotográficas de obras perdidas en la guerra.
Ahora ha sido la editorial alcarreña Bornova la que ha sacado una edición, totalmente facsímil, de aquel libro, con la reproducción fidedigna de su cubierta, en tamaño, estampa, formato, encuadernación, etc, así como la reproducción de todas las fotografías y textos. En esta ocasión se añade, como nuevo, un amplio prólogo de Plácido Ballesteros San José, director del área de Cultura de la Diputación Provincial, gracias a la que ha sido posible la edición.
Y, en definitiva, una invitación a lectores y coleccionistas de libros alcarreñistas, para que sepan que esta reedición se ha hecho, y está a la venta, por un precio bastante más reducido que lo suponía hasta ahora hacerse, en las librerías de viejo, con el original del 1947 del libro de Layna-Camarillo.

martes, 7 de abril de 2009

Un diccionario de Toponimia



El libro de la Toponimia

Escrito por José Antonio Ranz Yubero, licenciado en Filología Hispánica, y uno de los mayores estudiosos de la provincia en estos momentos, este “Diccionario de Toponimia de Guadalajara” ha sido editado por AACHE e incluido como número 13 en su colección “Scripta Academiae”. Tiene 222 páginas y ningún grabado, porque lo que interesa es la guía sabia que (a una media de dos pueblos por página) nos ofrece el significado de cada lugar, de cada pueblo habitado o ya deshabitado, y las razones científicas en que se fundamenta la opinión del experto.
Todos los nombres conocidos (desde la Guadalajara capitalina hasta la medieval Atienza, pasando por los clásicos Molina, Sigüenza y Cifuentes) hasta los de despoblados como Cívica, los Heros y Cirueches están representados en sus páginas.
[Adelantamos la salida, el próximo mayo 2009, de otro libro de Ranz Yubero, en este caso escrito en cooperación con López de los Mozos, sobre los “Despoblados de Guadalajara” que promete ser superinteresante dado la cantidad inmensa de datos aportados. Se presentará en la Caja de Guadalajara el lunes 25 de Mayo a las 7 de la tarde].

Cuestiones toponímicas

Es la toponimia una ciencia que tiene más de filológica que de histórica, pero que viene de un cauce para ayudar en el otro, y así lo que tendría su basamenta en la ciencia de las palabras, se convierte en llave para desentrañar el inicio de un saber histórico sobre un pueblo.
En los más de 430 pueblos que, al menos con nombre, tiene nuestra provincia, el apelativo es lo primero con que nos encontramos, normalmente escrito sobre una placa al ver las primeras casas de la aldea. Y en esos cuatro centenares largos de nombres surgen historias, anécdotas y sorpresas por un tubo. Muchas curiosidades y asombros que nos permiten saber un poco más, tener las ideas más claras en cuanto a estas breves sílabas que concentran toda una historia, todo un devenir de siglos.

Nombres cortos y nombres largos

Puestos a brujulear por las páginas de este diccionario, nos encontramos de pronto con el nombre más corto de los pueblos provinciales. Me refiero a Quer. Aunque hay algunos otros que también tiene solo cuatro letras (Imón, por ejemplo. Oter también, Ures aún, y Yela), pero Quer es el que tiene sus cuatro letras formando una sola sílaba, lo que le constituye en el más breve de los topónimos provinciales. Entre los más largos (y por lo tanto más sonoros, y más bellos) estaría el de Torre de Valdealmendras, que en algunos sitios aparecen sumadas sus sílabas en una sola palabra. O el de Villaescusa de Palositos, Torrecuadrada de los Valles, o Hiendelaencina, con sus catorce letras seguidas.
El significado de Quer parece que está en su origen celta (y por ende vasco) de camino pedregoso, car/carrio, que daría Quer, y que es una raiz primitiva que hoy usa nuestra comarca entera, la Alcarria que significa “el camino pedregoso”, habiéndose quedado en nombres comunes, para designar una alcarria como un terreno alto y plano donde se cultiva el cereal, entre pedruscos siempre, y en muchos topónimos superlocales, como los “carralafuente”, “carradelval” y otras muchas desinencias “carris...” que siempre significan lo mismo: el camino pedregoso que va hacia...

Mucha agua por la Alcarria

La mayoría de los nombres de pueblos aluden a una razón geográfica. Los lugares surgidos durante la repoblación de la Edad Media (siglos XII y XIII) recibieron sus nombres en función del lugar que ocupaban, con apelativos de origen castellano adulterados luego con el paso del tiempo. Muchos, también siguieron usando sus nombres anteriores, creados por los propios celtíberos (Luzón, Luzaga, Sigüenza) o derivados del árabe (Guadalajara, de la Wad-al-Hayara andalusí, Almonacid, Azuqueca, etc.). Otros, en fin, derivaron muy claramente del euskera que usaban sus primitivos habitadores, en tan remota época, viajeros y pastores por toda la península ibérica (Chiloeches –la casa de piedra-; Orche, -la casa de arriba-; Escariche –la casa de labor-; Aranzueque –el lugar de los espinos-). Y muy pocos recibieron su nombre por razones históricas, de algún hecho concreto (Gascueña sería repoblada de gascones), o por su primer señor y dueño (Valdenuño Fernández, Mohernando), etc.
Pero los que se llevan la palma en cuanto a frecuencia, con mucho, son los topónimos relacionados con el agua. Es obvio que todos los que empiezan por “Font” tienen nacimiento en alguna fuente en torno a la que se elevó el lugar. Y así, adornadas de elementos varios, surgen las fuentes de Fontanar, Fuentenovilla, Fuentelencina, Fuentelahiguera, Fuembellida, Fuentelviejo, o el simple y contundente Fuentes de la Alcarria.
Pero Ranz Yubero, que es analista meticuloso de todos los nombres de nuestra tierra, aporta en esta obra los verdaderos significados de nombres arcanos. Y así nos dice que todos los que se inician por “Ye” tiene referencia al agua, significando “arroyo, fuente o manadero de agua” todos los pueblos que en la cumbre del diccionario se alzan bellos y verdes: Yela, en la altura alcarreña; Yebra en los yesares que escoltan al Tajo; Yebes, suspendido sobre el último valle que baja al Tajuña, o los Yélamos (el de Arriba y el de Abajo) que en el valle cuajado de nogales de San Andrés del Rey nos depara los mejores paseos por la tierra sencilla y silenciosa de Alcarria.

lunes, 6 de abril de 2009

Nueva Guía para conocer Alcalá de Henares




Acaba de aparecer la 4ª edición de un libro clásico que ha sido demandado durante varios años, y utilizado por miles de turistas y viajeros para conocer mejor esa Ciudad Patrimonio de la Humanidad que es Alcalá de Henares.
Escrita por un grupo de jóvenes universitarios alcarreños formados en la Universidad Complutense de Alcalá, que se han unido bajo el epígrafe de “Equipo Paraninfo”, ofrece a lo largo de sus 200 páginas un paseo por la historia de esta que fue la ciudad natal de Miguel de Cervantes, y clave en la estrategia política de los arzobispos de Toledo, en su equilibrio de fuerzas frente a la monarquía y la nobleza. La creación en ella, por su señor y arzobispo don Francisco de Cisneros, de una Universidad moderna y de raiz humanista, la dio el impulso definitivo, del que aún vive.
Además presenta este libro, entre numerosas ilustraciones, planos y esquemas ilustrativos, una referencia exhaustiva de todos los edificios e instituciones que hoy pueden verse en la ciudad del Henares, de tal modo que es guía útil y amigable para el viajero que desea conocerla a fondo. Sobresale el análisis pormenorizado de la Universidad, con sus tres patios soberbios, su paraninfo único en el mundo, el enterramiento plateresco del cardenal Cisneros, etc. Y por supuesto la visión de sus ofertas arqueológicas, de sus innumerables conventos cuajados de obras de arte, sus edificios modernistas. Además nos entrega una referencia esclarecedora de sus fiestas, leyendas y sugerencias para visitar la ciudad en días claves. Con una relación de sus personajes más sobresalientes y curiosos, la lista de lugares que ayudan a la visita (restaurantes, hoteles, museos…) y el índice y planos del conjunto, se remata este libro que es además visualmente entretenido y hermoso.
Una guía idónea, bien pensada y bien hecha, que expresa la política editorial de AACHE, de Guadalajara, comprometida desde hace décadas con la divulgación de calidad del arte, la historia y la naturaleza de Madrid, Guadalajara,y toda Castilla. Para ver más detalles de este libro, pinchar aquí.

domingo, 5 de abril de 2009

Una Historia de la Otorrinolaringología




Una de las vertientes de la historia es el análisis de los pasos que el hombre ha dado para construir el actual edificio de la Ciencia. De ahí le ha venido, a esa vertiente del análisis histórico, el nombre de Historia de la Ciencia, que con los métodos clásicos de la investigación documental y análisis de sus resultados, ha venido a entregarnos una visión, lo más certera posible, de la evolución del saber humano, de sus orígenes a nuestros días.
Entre los libros salidos de las prensas alcarreñas, y de las manos trabajadoras de autores e historiadores guadalajareños, queremos hay dar a conocer una obra sobresaliente, importante sobre todo para el conocimiento cabal de la evolución de la ciencia médica en España. Sin adulaciones ni calificaciones, simplemente dar la noticia.
Se trata del libro que firma Antonio Herrera Casado y que titula “Historia de la Otorrinolaringología española”, con casi 500 páginas de texto y grabados, en el que aporta una completa visión de esa materia tan concreta. Varios méritos tiene este libro, que fue escrito en un inicio, hace ahora 22 años, como Tesis Doctoral de su autor, que es ahora jefe clínico de Otorrinolaringología en el Hospital Universitario de Guadalajara, y profesor de esa asignatura en la Universidad de Alcalá de Henares.
Uno de sus méritos es el ajustado análisis de cómo la ciencia médica avanza en nuestro país durante el periodo del positivismo, y que se articula perfectamente con la crisis noventayochista que da alas a los científicos, pensadores y escritores para abrir las puertas de una necesaria regeneración nacional.
La obra, voluminosa y al mismo tiempo entretenida, ofrece el análisis de las figuras (médicos y cirujanos especialistas en las enfermedades de garganta, nariz y oido) que dan vida a la especialidad en España, tras su formación en los hospitales europeos. También nos da noticia total de las escuelas regionales, los hospitales de las grandes ciudades, las sociedades científicas, los congresos y las revistas que para dar vida a la especialidad se crean.
Quizás la parte más voluminosa, interesante y entretenida de esta tesis, sea el análisis de las aportaciones que los médicos españoles hacen a esta especialidad durante el periodo de su nacimiento y desarrollo (1875-1936) y los nombres de aquellos que crean técnicas, instrumentales, exploraciones, o hacen investigación anatómica y fisiológica en esta parcela de la Cienca. Decenas de nombres y figuras claves, como las de Rubio y Galí, Ariza y Espejo, Font, Botey, García Tapia, Cisneros, Uruñuela, Casadesús, Compaired, Roquer, Antolí… muchos nombres que hoy son casi olvidados pero que le dieron a España, en su parcela concreta, un renombre y un empuje universal.
Esta gran obra de Herrera Casado, que atestigua de forma clara y contundente su calidad de historiador de primera línea, justifica sin duda el nombramiento que tiene, desde que la concibió y escribió, como académico correspondiente de la Real Academia de la Historia de España.
Ha sido editada por la Editorial AACHE de Guadalajara y ha sido distribuida en todas las cátedras y servicios de ORL de las Universidades y hospitales universitarios del país. En la actualidad es un libro raro, difícil de encontrar si no es en Bibliotecas específicas.

Castillos en Madrid






La tarde de primavera, -algo turbio el cielo, pero oloroso el aire-, deja ver en los últimos momentos de sol un edificio que, allá a lo lejos, brilla como una estrella derrotada, como un artilugio de penas y generosidad en decadencia. Parece que todo él es un agujero, un bloque de piedra comido de los ratones o de los astrales caballos. Quizás sufrió la paliza de los dioses, o el desprecio de los hombres. Es un castillo, un lugar donde algún poderoso quiso poner la señal indudable de su título, de su gloria, de su ansia de eternidad. Un espacio construido con dolor, que vivió instantes de felicidad (la felicidad no dura, nunca, más que un instante) y sirvió de refugio ante un ataque inesperado. Es un lugar, en todo caso, que hoy memora siglos pasados, gentes idas, y nos entrega una estampa, viva y tangible, de la Edad Media.
De estos castillos, numerosos y bellos, altivos y brillantes, que se reparten como una escarcha por todo nuestro pais (que, además, se llama Castilla) hay espléndidos ejemplares por la Tierra de Madrid. La que hoy se llama oficialmente Comunidad de Madrid, y que es un espacio geográfico, en el centro de la Península Ibérica, que centrada por la capital de España se extienden a lo largo de algunos valles estrechos que bajan desde la sierra central (el Guadarrama, el Manzanares, el Tajuña, el Jarama…) tiene en su haber una abultada nómina de castillos. Algunos de ellos son palacios exquisitos, como el de Manzanares el Real, donde está condensada la galanura del linaje de Mendoza. Otros son simples torreones vigías como el de Arrebatacapas junto a Torrelagauna. Otros son la esencia recordada de ciudades amuralladas, valientes Burgos de medieval fuerza, como Alcalá de Henares, o Talamanca. Y otros son memoria solamente, de largos siglos poderosos, como el que fuera alcázar de Madrid, lugar donde vivió la corte más poderosa del mundo, en el siglo XVI, y que hoy desaparecido, por un incendio, se ha rehecho en un Palacio Real que solo sirve de museo.
De esos Castillos de la Tierra de Madrid han escrito un espléndido libro los profesores José Luis García de Paz y Antonio Herrera Casado. Uno es maestro de Química Física, y el otro de Otorrinolaringología, pero ambos han demostrado, a lo largo de los últimos años, que saben mirar el mundo y las cosas que le pueblan, con la mirada honda de los verdaderos humanistas. En esta ocasión, se han mancomunado para viajar por los valles de Madrid, junto a sus mínimos ríos, bajando todos hacia el Tajo, y han escalado los cerros en los que se alzan, -casi siempre en ruinas venerables- los castillos que fraguaron su historia. De ellos han reunido algunas noticias verdaderas, han buscado o realizado planos, y han sacado fotografías para con todo ello hacer un relato cierto y sencillo que ofrecen al lector adornado de imágenes. Planos, trazos, bibliografía e índices añaden a este libro la utilidad de una guía que se hace imprescindible para con ella en la mano viajar a lo ancho y a lo largo de la Tierra de Madrid. Más datos sobre este libro. Más datos sobre los autores: García de Paz, Herrera Casado.

sábado, 4 de abril de 2009

Pronto la Feria del Libro 2009




Para los amantes y coleccionistas de libros de Guadalajara, está puesta fecha a su cita anual con ellos: La Feria del Libro de Guadalajara se va a celebrar, este año en el Parque de la Concordia, entre el miércoles 13 y el domingo 17 de Mayo. Va a tener lugar, al mismo tiempo, el encuentra anual de poetas, bajo el título, esta vez, de Arriversos, en el que habrá lectura colectiva, recitales individuales, conferencias y libros, sobre ese campo de la literatura que, pacientemente, espera su turno y da sus pasos firmes y hondos.
En el Parque de la Concordia tendrán su stand los libreros, esos pacientes mercaderes de libros que se afanan en ofrecer y aconsejar; y los editores, esos alucinados empresarios que se dedican a fabricar libros con que alimentar el ansia de lectura de miles (cada vez más? cada vez menos?) de gentes a las que les gusta leer, o informarse en profundidad del mundo que les rodea. Estarán, además, las instituciones oficiales (Ayuntamiento, Diputación, Biblitoeca Pública) que apoyan este mundo del libro y la lectura.
En una carpa añadida, tendrán lugar actos de presentación de libros, conferencias y charlas, mesas redondas y espectáculos, Cuentacuentos y memoriales… un poblado programa de estímulos a la lectura, de apoyo al libro.
Y, además, a lo largo de esos días (recordad, del 13 al 17 de mayo 2009) acudirán a los stands de libreros y editores un buen número de autores y autoras, que pondrán su imagen viva, su palabra y su firma autógrafa en los libros y en los corazones de quienes les leen y quieren verlos en figura humana. La Feria del libro de Guadalajara, que ya tiene, además, su cartel anunciador, está próxima a arrancar. Muchos tendrán la oportunidad de hacerse con el libro que acaba de salir, o el que lleva en sus sueños mucho tiempo. Todos, además, con un 10% de descuento, como merece la ocasión. Allí nos veremos…