por José
Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
El pasado día 11 de noviembre veía la luz en Libros
de Guadalajara un trabajo del Cronista Provincial de Guadalajara, Antonio
Herrera Casado, titulado “Apuntes para una bibliografía de José Luis García de
Paz”, a modo de homenaje de este investigador recientemente fallecido, a través
de su obra.
Quisiéramos sumarnos a dicho homenaje dando a
conocer algunas obras consideradas “menores”, aunque en realidad no lo sean
puesto que, en algunas ocasiones, constituyen un primer acercamiento a lo que
con posterioridad puede llegar a ser una obra “mayor”.
Para ello hemos recogido una colección de cuarenta y
cinco artículos de García de Paz que seguidamente daremos a conocer
dividiéndolos en tres apartados:
I.- Actas.
II.- Revistas, cuadernos y boletines (Cuadernos de
Etnología de Guadalajara, Wad-Al-Hayara, Cuadernos de Fuentelviejo y Boletín de
la Asociación de Amigos del Museo de Guadalajara).
III.- Boletines y revistas de asociaciones
culturales (Atienza de los Juglares, Peñamelera, Gentes de Brihuega y Arriaca).
Antes de comenzar quisiera agradecer la colaboración
desinteresada de Tomás Gismera Velasco (Atienza de los Juglares y Arriaca),
Benjamín Rebollo Pintado (Peñamelera) y Ángel de Juan-García (Gentes de
Brihuega).
José Luis García de Paz y José Ramón López de los Mozos en la conferencia del primero para los Amigos del Museo de Guadalajara (8 Nov. 2012) |
I.- LIBROS Y ACTAS.
El Profesor García de Paz dejó la huella de sus
amplios conocimientos a través de actas de congresos y reuniones en los que
participó con cierta frecuencia, como el que seguidamente recogemos, que versó
sobre diversos aspectos relativos a la familia de Los Mendoza y el mundo
renacentista, que constituyó las Actas de las I Jornadas Internacionales sobre
Documentación Nobiliaria e Investigación en Archivos y Bibliotecas, celebradas
Toledo del 25-27 de Noviembre de 2009 y corrió a cargo de la Asociación
Cultural Foro Castellano (Tomelloso, Ciudad Real), la Universidad de
Castilla-La Mancha (Cuenca) y ANABAD Castilla-La Mancha (Toledo), 2011, 254 pp.
(Cuadernos de Archivos y Bibliotecas de Castilla-La Mancha, n.º 12), coordinado
por Antonio Casado Poyales, Francisco Javier Escudero Buendía y Fernando
Llamazares Rodríguez, y en el que, acerca del entorno familiar de los Mendoza,
colabora con dos trabajos:
El libro colectivo en que participó José Luis García de Paz |
1.- “Los Mendoza, una dinastía en un mundo
renaciente”, páginas 17-33, en el que profundiza en aquello que podríamos
considerar como las señas de identidad propias de la familia Mendoza,
principalmente en el fuerte sentido de autoprotección del clan y de sus
vasallos y su tendencia al mecenazgo de las Artes y, especialmente, de la
Arquitectura y
2.- “Las mujeres de los Mendoza”, páginas 35-49, en
el que se centra en las numerosas mujeres, en general poco conocidas, que tanto
influyeron en la administración mendocina, sin dejar de lado otras de mayor
renombre como la Éboli o María Pacheco, de las que traza su semblanza
biográfica, para terminar su extenso trabajo con el estudio del escudo de armas
mendocino y estableciendo su árbol genealógico.
II.- REVISTAS, CUADERNOS Y BOLETINES.
CUADERNOS DE ETNOLOGÍA DE GUADALAJARA. Revista de
Estudios del Servicio de Cultura de la Diputación de Guadalajara:
3.- “Gustavo López y García y ¡Mi Tendilla! (I)”,
n.º 37 (Guadalajara, 2005), páginas 217-264 y “Gustavo López y García y ¡Mi
Tendilla! (y II)”, n.º 38 (Guadalajara, 2006), páginas 135-193.
Para García de Paz, Gustavo López García (Tendilla,
1873-Zafra, 1967) “fue el más importante periodista farmacéutico de la primera
mitad del siglo XX, así como un notable precursor del cooperativismo y
corporativismo en la farmacia”. Aficionado a la poesía, vino a reunirla en un
volumen titulado ¡Mi Tendilla!, hasta ahora inédito, que contiene numerosas
poesías de amplia temática escritos entre 1895 y 1948: acontecimientos,
paisajes, folklore y costumbres de Tendilla.
En estos dos amplios trabajos presenta numerosos
datos de la biografía del protagonista, así como el texto completo de ¡Mi
Tendilla!, acompañado de numerosas notas aclaratorias, debidamente
actualizadas, junto a otros textos relacionados con el autor y su villa natal.
4.- “Noticia sobre el calendario de celebraciones
tradicionales de Tendilla”, n.º 39 (Guadalajara, 2007), páginas 49-77.
Recoge en este trabajo todas aquellas fiestas de las
que tuvo noticia a través de la memoria de los ancianos de la población, así
como de las que se vienen celebrando en la actualidad, con algunas referencias
a otras recientemente recuperadas. Para ello va siguiendo el calendario. Así,
en enero recoge la víspera de Reyes Magos; en febrero, la Candelaria, San Blas,
Santa Águeda, San Ildefonso, San Matías, etcétera, ofreciendo al lector los
aspectos más destacados de cada una de las celebraciones, para posteriormente
fijar su atención con mayor detenimiento en algunas concretas: San Blas, la
feria de San Matías, Semana Santa y Corpus Christi, además de las patronales de
la Salceda o “La Mansiega”, actualmente desaparecida y cuyas tres celebraciones
tenían lugar después de cada una de las cosechas principales: granos (cebada y
trigo), vino y olivas, y de la que se conoce su pasada existencia y desarrollo
originales gracias a que fue recogida en uno de los poemas que don Gustavo
López y García incluyó en su libro antes mencionado. Finaliza este “calendario”
descriptivo con las fiestas navideñas, donde da a conocer dos villancicos
populares tendilleros: “Alegría, alegría” y “El ángel nos llama”.
5.- “Gustavo López García, Tendilla y cómo la
Salceda fue llevada allí”, n.º 42 (Guadalajara, 2010), páginas 329-353.
García de Paz acomete nuevamente la biografía del
antiguo farmacéutico de Tendilla, aclarando algunos puntos oscuros de su vida y
presenta, según indica en su resumen, un poema -“El Traslado Milagroso”
(romance, sin fecha)- en el que relata la versión que se contaba referente a
cómo fue llevada en secreto la imagen de la Virgen de la Salceda a la citada
villa, basada en hechos rigurosamente verídicos que García de Paz oyó relatar a
su abuelo materno, testigo presencial de los mismos.
Lo cierto es que García de Paz no se olvidó de la
vida y la obra de don Gustavo López y García, de modo que fueron muchas las
investigaciones que dejó casi terminadas antes de su fallecimiento,
especialmente las realizadas en la Biblioteca y Archivo de la Real Academia de
Farmacia.
En realidad, tal y como nos comentó en alguna
ocasión, su idea era haber terminado un libro que compendiara todo lo por él
investigado y recogido acerca de Gustavo López García. Su publicación constituiría, sin duda, el mejor
y mayor homenaje que Tendilla podría brindar a la memoria de quien fuera su tan
“efímero” Cronista Oficial, José Luis García de Paz.
WAD-AL-HAYARA. Revista de Estudios de Guadalajara:
6.- “Las villas de la vega del Arroyo Prá en la
época de las Relaciones del Cardenal Lorenzana”, núms. 31-32 (Guadalajara,
2004-2005), páginas 275-290.
Breve trabajo en el que se dan a conocer las
relaciones enviadas al cardenal Lorenzana, en 1786 (arzobispo de Toledo), por
los curas párrocos de las villas de Peñalver, Tendilla y Fuentelviejo:
“(Esta villa es de señorío del Excelentísimo Señor
Duque de Híjar, y se compone de ciento y sesenta vecinos. Tiene una iglesia
parroquial con la advocación de Santa Eulalia de Mérida…”); Tendilla (“Esta
villa es de señorío del Excelentísimo Señor Duque de Bélgida, marqués de Mondéjar
y Conde de Tendilla; se compone de doscientos vecinos. Tiene una Iglesia
Parroquial con la advocación de Nuestra Señora de la Asupción, la qual fuera de
las más magníficas de estas cercanías si se hubiera concluido la obra
principiada en el año pasado de mil setecientos ochenta y uno.”), y
Fuentelviejo (“Esta villa es de señorío del Excelentísimo Conde de Tendilla,
marqués de Mondéjar y Velgida, se compone de noventa vecinos y tiene una
Iglesia Parroquial con la advocación de San Miguel Arcángel, de las más pobres
de ornamentos de este Arzobispado)”,
situadas junto al cauce del arroyo Prá, en las que
se indican datos curiosos de dichas localidades acerca de su situación y la
vida de sus pobladores, algunos interesantes como el origen de la llamada “Cueva
de los Hermanicos” de Peñalver.
7.- “La Guerra de la Independencia en Guadalajara y
Tendilla”, núms. 35-36-37 (Guadalajara, 2008-2009-2010), páginas 259-356.
Dentro del contexto general de la Guerra de la
Independencia en España y en Guadalajara a menor escala, García de Paz, analiza
la influencia que dicho conflicto bélico tuvo en la villa de Tendilla, que fue
saqueada por las tropas francesas el 15 de enero de 1809.
Aprovechando el tema ofrece también una serie de
biografías, sencillas y breves las más de las veces, de aquellos militares y
guerrilleros que lucharon en las filas de Juan Martín Díez, “el Empecinado”,
así como en las tropas galas, para finalizar con una descripción de los efectos
más importantes y negativos que dicha guerra tuvo en el desarrollo de la Feria
de San Matías, principal actividad económica de la población.
CUADERNOS DE FUENTELVIEJO. Ayuntamiento de la villa
de Fuentelviejo:
8.- “Los apuros de Fuentelviejo en el siglo XVII”,
n.º 5 (Fuentelviejo, agosto 2006), páginas 11-22.
Se ocupa este trabajo de la despoblación casi total
de Fuentelviejo en la segunda mitad del siglo XVII. Para ello García de Paz
sigue las huellas que Hery Kamen dejó en su libro La España de Carlos II, en el
que da idea de la situación vivida por dicha localidad: Cuando un habitante de
una aldea vecina explicó a un funcionario en 1674 porqué la población de
Fuentelviejo (Guadalajara) había desaparecido prácticamente del mapa, la única
causa aducida fue el tiempo. En 1624 había 240 familias y en 1674 sólo quedaban
27,
“... sin haber más de cuatro o seis que tengan un
par de labor y los más son jornaleros, por cuya causa se alla la mayor parte de
las tierras sin labrar y muchas echas chaparrales”.
Kamen tomó los datos de una Consulta de Hacienda
conservada en la Sección “Consejo de Juntas de Hacienda” del Archivo General de
Simancas, (expediente 1344).
Esta situación tan anómala es la que estudia García
de Paz, ampliando la información e introducción y añadiendo un apéndice en el
que incluye los documentos conservados en Simancas, además de una selecta
bibliografía final.
9.- “¿Un castillo o atalaya en Fuentelviejo?”, n.º 6
(Fuentelviejo, agosto 2007), páginas 33-36.
Los datos no son muchos. Primeramente lo que
Fuentelviejo respondió al cuestionario del cardenal Lorenzana:
“Es tradición que en este pueblo havia antiguamente
un Castillo y es de presumir que el sitio en que está el murallón y Torre de la
Iglesia Parroquial fuese el que ocupaba, y su fábrica sea la misma que tenía
dicho castillo, por ser mucho más antigua que las demás del Cuerpo de la
Iglesia”.
También es significativa la designación con que
recibió Fuentelviejo dada su posición estratégica sobre la Vega, de “Atalaya
del Empecinado”, por usarla para la vigilancia de los movimientos de las tropas
francesas durante la Guerra de la Independencia, aunque se trata de una fecha
muy moderna. Sin embargo, añade García de Paz, no hay noticia escrita sobre la
existencia de torres de vigilancia o fortificaciones en la localidad, excepto
la contestación dada por Fuentelviejo al cuestionario de Lorenzana, ya vista.
¿Pudo haber algún tipo de torre o atalaya durante la
Edad Media? La contestación a esta pregunta es el meollo del presente artículo
y constituye una primera aproximación al tema.
BOLETÍN DE LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL MUSEO DE
GUADALAJARA (B.A.A.M.GU.):
10.- “Doña Aldonza y su hermanastro el marqués”,
núms. 2-3 (Guadalajara, 2007-2008), páginas 147-177.
Es, como puede verse, un trabajo algo extenso, que
aparece dividido por su autor en varios apartados:
1. Un sepulcro en posición de honor.
2. Pedro González de Mendoza “el de Aljubarrota”.
3. El almirante Diego Hurtado de Mendoza.
4. La situación de Íñigo López de Mendoza, señor de la
Vega.
5. Cambios de alianzas.
6. Sufrimientos de doña Aldonza de Mendoza.
7. El extraño testamento de Aldonza de Mendoza.
8. Don Íñigo recupera gran parte de la herencia de su
padre.
9. Don Íñigo López de Mendoza, el marqués de
Santillana.
10. Sobre el monasterio de San Bartolomé de Lupiana.
11. El sepulcro de doña Aldonza de Mendoza.
12. Escudos de armas de los Mendoza y de doña Aldonza.
13. Bibliografía seleccionada.
Sabemos que la enemistad entre doña Aldonza y el
marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza, estaba a la orden del día, por
eso, quizá el apartado más interesante de este trabajo sea el séptimo -el
testamento de doña Aldonza-, en el que no se hace mención alguna a su
hermanastro Íñigo ni a los acuerdos que firmara con él a principio de
1435. En él, doña Aldonza señala en su
testamento, claramente, que:
“... para pagar e cumplir este mi testamento mando
que sean vendidos mis bienes muebles y raíces salvo los que yo aquí mando
especificados y salvo los que saben el prior de San Bartolomé y Juan de
Contreras mi escudero que no se han de vender y han de ser dados a quien y como ellos saben que es
mi voluntad... Instituyo heredero universal al dicho Adelantado Pedro Manrique
mi primo con tal condición que el dicho Pedro Manrique cumpla mi voluntad según
le fuere revelada y declarada por el dicho prior de San Bartolomé y por Juan de
Contreras, mi escudero, los cuales la saben plenamente”.
¿Había algún heredero oculto?
Ciertamente, sor Cristina de Arteaga en su
libro La Casa del Infantado (vol. I,
págs. 106-107) señala que el prior fray Esteban y el escudero Contreras
contaron al señor de la Vega, ante testigos, que había un hijo secreto de doña
Aldonza llamado Alfon, pero según los testimonios reiterados de ambos, dicha
doña Aldonza de Mendoza deseaba que, su antes odiado y despojado hermanastro
Íñigo, heredase los bienes paternos “a condición de que doña Mencía, hija de
Don Íñigo López, case con Alfon, hijo de dicha duquesa”.
Ese tal Alfon, según algunos investigadores vino a
ser nada menos que Cristóbal Colón.
11.- “Las mujeres y los hijos del Gran Cardenal
Mendoza. Su legitimación”, n.º 4 (Guadalajara, 2008-2013), páginas 29-55.
En el presente artículo se dan a conocer, con
abundancia de datos, las circunstancias que propiciaron su unión con doña
Mencía de Lemos, con la que tuvo dos hijos: Rodrigo de Mendoza, que después
sería el primer Marqués del Cenete, nacido en 1468, cuando don Pedro ya ocupaba
la silla obispal de Sigüenza, y don Diego de Mendoza, dos años menor que el
anterior. La relación con doña Mencia parece ser que finalizó en noviembre de
1473 (recibió un juro de 80.000 maravedíes de las salinas de Atienza), momento
que vino a coincidir con el nombramiento de don Pedro como Cardenal y, pocos
días después, con el de Arzobispo de Sevilla y Canciller Mayor de la reina
Isabel “la Católica”, en cuya corte de Valladolid conoció a doña Inés de Tovar,
que en 1476 le da su tercer hijo: don Juan Hurtado de Mendoza.
Hijos los tres que el Cardenal necesitaba legitimar
tanto por los reyes, -que le debían su apoyo para lograr el trono-, como por el
Papa, -a la sazón Rodrigo de Borja o Borgia, llamado Alejandro VI- al que
conoció en 1472 tras su visita a Castilla, -que también tenía varios hijos-,
como así sucedió.
García de Paz penetra en profundidad en la vida y la
obra de los tres vástagos del Cardenal, los “bellos pecadillos”: Rodrigo Díaz de
Vivar y Mendoza, Marqués del Cenete; Diego de Mendoza, primer Conde de Mélito,
y Juan Hurtado de Mendoza, o simplemente Juan de Mendoza “el Comunero”.
En un breve apartado recoge algunos datos acerca de
las casas que el Cardenal poseyó en Guadalajara, frente a la iglesia de Santa
María, y cuyas obras en gran parte se debieron a Lorenzo Vázquez, para
finalizar su trabajo con la transcripción de media docena de documentos de la
colección diplomática del Cardenal, publicados por Francisco Javier Villalba Ruiz
de Toledo (en Cuadernos de Historia Medieval. Sección Colecciones Documentales
1, 5-521. Cantoblanco. Universidad Autónoma de Madrid, 1999) que completa con
una selecta bibliografía.
III.- BOLETINES Y REVISTAS DE ASOCIACIONES
CULTURALES:
ATIENZA DE LOS JUGLARES. Revista de actualidad,
histórico-literaria, digital.
Son numerosas las colaboraciones de J. L. García de
Paz:
12.- “La iglesia del convento de San Francisco”,
(Atienza, junio 2009), páginas 8-9.
El trabajo se centra en los orígenes de esta
iglesia, debida al mecenazgo de Catalina de Lancaster (1373-1418), señora de la
villa, y su evolución posterior (las naves se terminaron de construir en el
siglo XVI gracias a doña Catalina Medrano Bravo de Lagunas, su esposo y su
hermano), hasta su casi total destrucción durante la noche del 7 de enero de
1811 por las tropas del general francés Regis Barthelemy Mouton-Duvernet,
gobernador de Soria, a la que después contribuyó la Desamortización de 1835, en
que fueron vendidos sus restos.
Actualmente sólo queda parte de su ábside, único
ejemplar del denominado “gótico inglés” o “normando” existente en la provincia
de Guadalajara y uno de los pocos que se conservan en España.
13.- “Nuestros pueblos: Alcolea de las
Peñas-Morenglos”, n.º 4 (Atienza, julio 2009), páginas 30-33. (Textos de Marcos
Nieto y José Luis García de Paz).
Solamente la introducción corresponde a la autoría
de García de Paz y puede decirse que es muy breve.
Del despoblado únicamente quedan en la actualidad
los restos de la espadaña de una iglesia del siglo XIII, bajo la que se
conservan algunas sepulturas antropomorfas infantiles.
14.- “Isabel Muñoz Caravaca, mujer adelantada en
Guadalajara”, n.º 9 (Atienza, diciembre 2009), páginas 28-29.
Se trata del resumen de la comunicación presentada
por Juan Pablo Calero Delso al VI Encuentro de Historiadores del Valle del
Henares (1998), en cuyas Actas fue publicada y que posteriormente, con las
correspondientes ampliaciones, fue dada a conocer por dicho autor en el libro
titulado, Isabel Muñoz Caravaca. Mujer de un siglo que no ha llegado aún
(1848-1915), (Ciudad Real, Almud, ediciones de Castilla-La Mancha, 2006).
Es una aproximación a la cada vez más conocida
biografía de esta mujer, que vivió en Atienza
entre 1895 y 1910 y fue autora de Principios de Aritmética así como de Elementos
de la Teoría del Solfeo, que aplicó como maestra en la escuela atencina;
científica, especialmente dada a los estudios de Astronomía, fue la anfitriona
de Camille Flammarion, presidente de la Sociedad Astronómica Francesa, cuando
viajó a Almazán para observar el eclipse de agosto de 1905, por lo que recibió
duras criticas por parte de la revista Gedeón, a las que contestó desde Flores
y Abejas, demostrando sus conocimientos, y periodista, actividad ésta en la que
más destacaría puesto que fue habitual colaboradora en Atienza Ilustrada, donde
colaboraba con temas históricos sobre la villa (de 1898 a 1899); en el ya
citado Flores y Abejas, entre 1900 y 1914), posiblemente bajo seudónimo; en El
Republicano, que vio la luz entre 1902 y 1905; La Alcarria Obrera, semanario de
izquierdas, y en La Juventud Obrera, que comenzó su andadura en 1911.
(Véase:
http://www.aache.com/alcarrians/caravaca.htm).
15.- “El incendio de Molina de Aragón por las tropas
del General Roguet”, n.º 23 (Atienza, febrero 2011), páginas 23-25.
García de Paz refiere en este artículo el gran
incendio del día 2 de noviembre de 1810 llevado a cabo por las tropas del
general Roguet que, durante dos semanas, destruyó más de seiscientos edificios dejando
casi borrada del mapa la población de Molina. Para ello se sirve de las poco
fiables Memories militaires du Lieutenant-General compte Roguet (Paris, J.
Dumaine, 1865), especialmente del capítulo veinte del tomo IV, donde se narran
los combates de la primera división de la Guardia Imperial, bajo su mando,
contra las “bandas” formadas por las guerrillas de Juan Martín Díez, “el
Empecinado”, Pedro Villacampa y Francisco Espoz y Mina (secciones XXIV-XXV),
que después utilizaría Anselmo Arenas López para su Historia del Levantamiento
de Molina de Aragón y su Señorío en Mayo de 1808 y guerras de su independencia
(Valencia, Imprenta de Manuel Pau, 1913) y que reproduce lo publicado por la Gaceta
de Valencia del día 1 de Enero de 1811 acerca del incendio, de modo que
“Industrias, comercios, talleres, herramientas, subsistencias, todo había
desaparecido en horas. Los vecinos se encontraban en la miseria y á la
intemperie, sin haciendas ni hogares”.
16.- “El poco conocido último combate de Sigüenza”,
n.º 24 (Atienza, marzo 2011), páginas 19-21.
Último combate que tuvo lugar el día 3 de febrero de
1813 y del que no son muchos los datos que se conservan, a excepción de los
proporcionados por una parte la prensa josefina de Madrid y por la de la
Regencia de Cádiz, además de figurar en las hojas de servicio de los oficiales
españoles Nicolás de Isidro (Usanos, 1789-Madrid, 1852) y Vicente Sardina
(Sigüenza, 1774-Salta (Argentina), 1817), oficiales del Empecinado, así como en
las del general francés Louis-Joseph Vichery (1767-1831).
El Empecinado, al que habían unido los grupos
guerrilleros de Jerónimo Saornil y Juan Abril, provenientes de Segovia, con
cerca de 2200 hombres, llega a Sigüenza el día 1 y allí espera el regreso de
los franceses, a la sazón por las tierras cercanas de Medinaceli.
Vichery, por su parte, acampa el día 2 en Guijosa y
allí amanece cercado, por lo que decide retirarse a Sigüenza al día siguiente,
sin poderlo lograr.
“Informado de la orografía por los veteranos del
Real Extranjero y los españoles juramentados, Vichery ignora a los Tiradores de
Sigüenza, amaga hacia el cerro ocupado por los Voluntarios de Cuenca y hace
atacar duramente la posición ocupada por el batallón de Voluntarios de
Guadalajara, de frente por el 16º regimiento y por su lado izquierdo por el
Real Extranjero, mientras la caballería francesa custodia a los prisioneros.
Los Voluntarios de Guadalajara acaban dispersándose y perdiendo su bandera y 50
prisioneros, y por la brecha retroceden los franceses, protegiendo su retirada
el 8º regimiento de línea, en lucha contra los Tiradores de Sigüenza, los
Voluntarios de Cuenca y los, reorganizados Voluntarios de Guadalajara”.
Según los partes franceses el enemigo había perdido
1200 soldados, mientras que el Empecinado informó habérsele hecho 150 muertos y
10 prisioneros.
17.- “El Virrey Antonio de Mendoza y su familia”,
n.º 26 (Atienza, mayo 2011), páginas 13-17.
Un recorrido por las peripecias vitales de este
Mendoza y Pacheco que luchó contra los comuneros al lado de Carlos V, capitaneando
un ejército de moriscos, tras cuya lealtad al emperador recibió el nombramiento
de embajador en Alemania y Hungría, asistiendo posteriormente, en 1530, a la
coronación de Carlos como emperador por el papa, en Bolonia.
Sin embargo, el cargo de mayor relevancia que
recibió Antonio de Mendoza fue el de Virrey de Nueva España (el 17 de abril de
1535), cuyo primer cometido fue asegurar el poder real -recortando los de
Hernán Cortés y Pedro de Alvarado- y componer los desmanes del despótico Nuño
Beltrán de Guzmán. La historia americana lo ha calificado como “el mejor
virrey”; fue apreciado por fray Bartolomé de las Casas, y Madariaga dijo de él
que fue un hombre “tranquilo, moderado, prudente y astuto”. El cronista Bernal
Díaz del Castillo consideraba que “era buen caballero y digno de loable
memoria”.
Antonio de Mendoza dejó unas muy detalladas
instrucciones de gobierno a su sucesor
en el cargo, Luis de Velasco, modélicas en su género.
18.- “Revisando la figura de Saturnino Abuin
Fernández (1781-1869)”, n.º 27 (Atienza, junio 2011), páginas 9-15.
Tal y como se indica en su título, el presente
trabajo es una amplia y meticulosa reseña del libro de Mariano García y García,
Saturnino Abuin: “El Manco de Tordesillas”. Guerrillero y brigadier de
caballería (Valladolid, Diputación de Valladolid, 2010).
(Véasehttp://librosdeguadalajara.blogspot.com.es/2011/05/saturnino-abuin-el.manco-de-tordesillas.html).
19.- “Almanzor en Atienza”, n.º 30 (Atienza,
septiembre 2011), páginas 5-12 (publicado antes en El Decano, 2004).
Tras analizar el estado en que se encontraban las
poblaciones de la Marca Media de al-Andalus, García de Paz, pasa a relatar las
escaramuzas surgidas entre Abi Amir (al-Mansur) y su suegro Galib, encargado
por el califa al-Hakam II, más interesado por las artes que por las letras que
de la recluta de tropas profesionales con las que someter León, Castilla y
Navarra. Abi Amir consideraba que su suegro Galib oscurecía su nombre. Tras una
dura discusión, el octogenario Galib trató de asesinar a Almanzor, al que había
invitado a un banquete que tuvo lugar en Atienza: es la llamada “campaña de la
traición”, en la que Almanzor se salvó al saltar desde lo alto de la muralla
hiriéndose en la sien, por lo que en venganza saqueó Medinaceli, hogar del general
y residencia de su familia, dando lugar al nacimiento de una guerra civil entre
ambos, en una de cuyas campañas, la ocurrida en San Vicente o Torrevicente, en
las proximidades de Atienza, Galib fue derrotado y muerto (8 de julio de 981).
Lo que llama la atención, como puede verse en la crónica de esta guerra entre
Almanzor y Galib, son las interesantes descripciones geográficas de los
territorios del norte y el este de Guadalajara.
Una vez conquistada Atienza por el conde Garci
Fernández no sabemos si queda bajo el poder castellano o el de un wali rebelde.
En cualquier caso Almanzor la destruye en febrero de 989, conquistando al
tiempo Osma y Berlanga.
20.- “Los Condes de Coruña en Guadalajara”, n.º 33
(Atienza, diciembre 2011), páginas 8-12.
El artículo que comentamos va ofreciendo los datos
más sobresalientes de la vida de esta saga familiar, cuyo primer vástago fue
Lorenzo Suárez de Figueroa, tercer hijo varón del primer marqués de Santillana,
que ostentó el condado de Coruña del Conde (Burgos), al tiempo que los de
vizcondes de Torija (Guadalajara), señores de Beleña de Sorbe (Guadalajara) y
de otros lugares como Cobeña (Madrid) y cuyos descendientes utilizaron el
apellido Suárez de Mendoza, pues tan ligada estaba esta rama a la saga de los
duques del Infantado.
El segundo de dichos condes fue Bernardino Suárez de
Mendoza, que casó con María Manrique, que fue quien costeó la construcción de
la iglesia de la Asunción de Torija. A este Bernardino tenía que sucederle su
hijo Lorenzo Suárez de Mendoza, pero al morir muy joven, le sucedió su otro
hijo Alonso, tercer conde, que contrajo nupcias con Juana Ximénez de Cisneros, sobrina del famoso
cardenal, que apadrinó la boda.
Alonso y Juana tuvieron 19 hijos, de entre los que
sobresalieron Lorenzo Suárez de Mendoza, su heredero, virrey de México, y el
décimo hijo, Bernardino de Mendoza, escritor, diplomático y espía de Felipe II
en Londres y París.
De cada uno de ellos, García de Paz va ofreciendo
datos acerca de sus hechos más destacados y sus obras más importantes, como la
celebración del “Paso Honroso” en el valle de Torija, las campañas militares,
la transformación del castillo de Torija en vivienda palaciega…
PEÑAMELERA. Asociación de Amigos de Peñalver.
García de Paz colaboró anualmente en esta publicación,
desde el número 11 (2001), hasta el 23 (2013), fecha en que falleció.
21.- “Peñalver según viajeros y diccionarios
antiguos”, n.º 11 (Peñalver, Septiembre de 2001), páginas 23-31.
Parte este trabajo de las menciones más antiguas,
una de las cuales es la que figura en la carta puebla de Alhóndiga, fechada en
1170, donde aparece el “camino de Peñalver”, y desde ella salta en el tiempo
hasta las Relaciones de Felipe II (1580) y sus correspondientes Aumentos. Pero
principalmente se centra en la visión que algunos viajeros y varios
diccionarios o libros han dado acerca de dicha población, con especial
detenimiento en el convento de la Salceda. Así, del siglo XVIII recoge las
visitas de Antonio Ponz (1772) y Tomás Iriarte, que llegó el 23 de julio de 1781,
y que tras atravesar Tendilla pasó al convento dice:
“...en cuya hospedería pasé la noche... los padres
franciscanos me hospedaron muy generosamente y me dieron una buena cena con que
desquitarme de la mala comida del mesón de Aranzueque... En aquel convento
encontré al marido de Salustiana haciendo disciplinas para los frailes...
Parece que estaba allí como recluso de orden superior, por malbaratador de su
hacienda”.
Lo cual quiere decir que el convento se usaba
también como prisión.
Menciona también a Joseph Cornide, que iba en busca
de antiguas vías romanas y alude a la importante biblioteca legada al cenobio
por fray Pedro González de Mendoza, que contenía:
“... varias Biblias y entre ellas la Complutense, la
de Arias Montano y una Vulgata de muy buena impresión y letra abultada de la
imprenta de Plantino... La Virgen, que es de las aparecidas, tendrá media
cuarta de alto”.
Continua con los datos que aparecen en el Diccionario
de Sebastián de Miñano (1826) y el de Pascual Madoz (1849) y pasa a fijarse en
la descripción que contiene el Manual del Bañista de La Isabela (1846), además
de otros textos más modernos y conocidos como la Guía Arqueológica y de Turismo
de la Provincia de Guadalajara, de J. García Sainz de Baranda y L. Cordavias
(Guadalajara, 1929), el Diccionario Geográfico de España, de Germán Bleiberg
(Madrid, 1961) y Caminos de Sigüenza y Atienza, de Francisco Moreno Chicharro,
en su 4.ª edición (1976).
Tras referir algunos datos acerca de la aparición de
la Virgen de la Salceda, llama la atención sobre la figura de fray Pedro de
Villacreces que, según parece, entró en la orden franciscana a los 14 años de
edad y se recogió en lo que entonces era
una primitiva ermita hacia 1366, desde donde partió hacia Italia para solicitar
los correspondientes permisos y fundar el eremitorio de la Salceda (1376).
Posteriormente se iría formando el convento propiamente dicho, al que se le
fueron añadiendo pequeñas ermitas (hasta trece tal y como indica la Historia
del Monte Celia).
Documentalmente esta probado que “más de cincuenta
años antes” de 1527, algunos monjes ancianos de la Salceda recordaban la
práctica espiritual del “recogimiento” aprovechando la soledad de los parajes y
la existencia de cuevas cercanas, como la “de los Hermanicos” en Peñalver.
Misticismo éste que había sido alentado por Cisneros, aunque, curiosamente, a
comienzos del siglo XVI varios frailes del mencionado convento aparecen
procesados por la Inquisición: fray Francisco Ortiz (procesado y
“reconciliado”), fray Francisco Osuna (autor en 1527 del Tercer Abecedario y
gran predicador, “reconciliado”) y fray Cristóbal de Tendilla, todos tres
“recogidos” y profesos de la Salceda.
¿Qué era y en qué consistía tal “recogimiento”?
García de Paz indica que era una disciplina de oración mental metódica durante
la cual no deben “estar derramados los sentidos sino procurar desechar de sí
todo pensamiento y poner el alma en quietud”, pero también considera que gran
número de los partidarios de este “recogimiento” acabaron rompiendo (1523) sus
relaciones con los conocidos como “dejados”, que fueron condenados por los
franciscanos de Toledo en 1524 y, un año más tarde, por la Inquisición. Tales
“dejados” fueron conocidos como “alumbrados”, por lo que su relación con los
franciscanos de la Salceda estuvo fuertemente vigilada, aunque admitida en el
seno de la Iglesia hasta 1700, como forma de “recogimiento mal entendida” según
refiere Melquiades Andrés Martín en su obra Los Recogidos: nueva visión de la
Mística (1500-1700).
No conviene olvidar que antiguamente existió una
gran confusión entre “recogimiento” y “alumbramiento” (al que pertenecieron
María de Cazalla y Pedro Ruiz de Alcaraz, entre otros muchos, y cuyos focos de
expansión principales fueron Pastrana, Escalona y Guadalajara), que fue
aclarada en los años setenta del siglo XX. Todo lo anterior fue motivo
suficiente como para que la orden franciscana estuviera interesada en alejar la
herejía de sus fundaciones, procurando destacar la ortodoxia con frailes como
fray Diego de Alcalá, fray Julián de San Agustín o el mismo fray Pedro González
de Mendoza, hijo menor de la Princesa de Éboli que, al igual que los
anteriores, tomó el hábito franciscano en la Salceda.
Parece ser que el mayor apogeo del monasterio de la
Salceda como prisión fue durante el siglo XVIII, tal como informan en sus
escritos viajeros -como ya vimos- de la calidad de Tomás de Iriarte, que en
1781 lo visitó, o Joseph Cornide, que también estuvo en él en 1795:
“La Salceda suele servir de reclusión a varias
personas eclesiásticas y seculares a quienes sus extravíos ponen en estado de
reforma”.
Pero de todos los presos, indica García de Paz, el
más famoso y quizá el último de ellos fue Joaquín Lorenzo de Villanueva Astengo
(Játiva, 1757-Dublin, 1837), sacerdote que rechazó de plano el escolasticismo y
el tomismo, al tiempo que manifestó siempre una gran aversión hacia los
jesuitas y que, de ser defensor de la monarquía absolutista como de origen
divino, pasó luego al liberalismo más recalcitrante.
Autor de Catecismo de Estado (1793) y Año Cristiano
(1795), es nombrado académico honorario de la Lengua en 1793 y con plaza en
1796; Carlos IV le otorga una Capellanía de Honor en 1797 y, poco después llega
a ser miembro de la Real Academia de Historia en 1804, año en que también es
nombrado Penitenciario más Antiguo de su Real Capilla. Su ascenso definitivo le
llega con la concesión de la Orden de Carlos III, en 1807.
En 1808 huye de Madrid y es nombrado Diputado por
Valencia en las Cortes de Cádiz, donde se muestra convencido y polémico liberal
(pronunció 173 discursos), oponiéndose a la Inquisición. En tales Cortes formó
parte de la comisión que propuso la reforma de las órdenes regulares (1811) y
publicó Las angélicas fuentes o el tomista en las Cortes (1811-1813),
oponiéndose al futuro arzobispo de Toledo, Pedro de Inguanzo.
Al regreso de Fernando VII, tras la anulación de
todo lo legislado en Cádiz, se ordenó ajusticiar a los liberales y, entre
ellos, a Villanueva, al que condenó a “seis años [de destierro y reclusión] al
convento de La Salceda y privado de la capellanía de honor y plaza de
predicador en mi real capilla”, así como a penas pecuniarias. Con él fue
castigado por otro tanto tiempo Nicolás García Page, diputado por Cuenca.
Aunque, al parecer -según relata él mismo- su
encierro no fue tan duro, puesto que los frailes lo trataron bien al saber quien
era y que su reclusión no correspondía a actos criminales, de modo que le
llegaron a dejar la llave de la biblioteca y paso franco por el convento, e
incluso durante el tiempo que permaneció
incomunicado, no le faltó tinta ni papel.
Tras la sublevación de Riego vuelve a ser diputado
por Cuenca y escribe sus Cartas a don Roque Leal de Castro (1820), justificando
su labor en las Cortes, y con la llegada de la restauración absolutista huye a
Gibraltar y se exilia Gran Bretaña en 1823, viviendo en Londres con los exiguos
fondos que le asigna el gobierno inglés (la “Lista de Wellington”). Publica
entonces su Vida literaria de don Joaquín Lorenzo Villanueva (1825) y vive como
puede haciendo traducciones para Sudamérica o dando clases a los hijos de otros
españoles emigrados, hasta que en 1830 se dirige a Dublín, donde reside en la
iglesia de Saint Paul y allí muere, en el seno de la Iglesia Católica, en 1837.
En su Vida Literaria..., libro reeditado por la
Diputación de Alicante en 1996, con un prólogo biográfico debido a Germán
Ramírez Aledón, se describe muy
brevemente su estancia en la Salceda, donde los frailes tenían una:
“exquisita biblioteca y muchos MSS, dádivas en gran
parte del cardenal arzobispo de Toledo don Fray Francisco Ximénez de Cisneros y
del arzobispo de Granada don Fray Pedro González de Mendoza, que fueron hijos
de aquel convento”.
24.- “El Retablo dedicado a la Virgen de La Salceda
en el Monasterio franciscano de La Salceda (Peñalver)”, n.º 14 (Peñalver,
Septiembre 2004), páginas 15-21.
La devoción a la Virgen de la Salceda hizo que en
este convento se creara el primer “sacromonte” español, tal y como se describe
en el libro editado en Granada en 1616 titulado Historia de Monte Celia de
Nuestra Señora de la Salceda, que contiene dos excelentes grabados debidos a
Francisco Heylán y uno a Hierónimo Strasser, a través de los cuales es posible
hacerse una idea de conjunto de cómo era este convento, así como de la
estructura de su “sacromonte”.
Ese libro y algunos más, posteriores, sirven a
García de Paz, para ofrecer al lector los aspectos artísticos más destacados
del convento: sus azulejos, los dos “ticianos” que habían pertenecido a la
princesa de Éboli, el magnífico retablo del que se conserva un grabado de fray
Matías de Irala (o Yrala) (1680-1753) que lo reproduce, la Capilla de las
Reliquias, además algunas imágenes que terminaron desperdigadas por las
iglesias de los pueblos de los alrededores.
Aporta una selección bibliográfica.
25.- “La Cueva de los Hermanicos y otros datos de las
“Relaciones” de 1786 de Peñalver”, n.º 15 (Peñalver, Septiembre de 2005),
páginas 16-20.
El convento de la Salceda tuvo fama de santidad
durante los siglos XVI y XVII y, del mismo modo que junto a sus muros quedaban
los restos de la cueva donde oraba San Diego de Alcalá, se pensó que los monjes
también pudieran haber utilizado otras cuevas de los alrededores para sus
rezos, entre ellas la llamada “Cueva de los Hermanicos”, situada a unos dos
kilómetros del convento, en las cercanías de Peñalver.
Actualmente dentro de la cueva de encuentran algunos
altares en ruinas. La tradición cuenta que los Caballeros de San Juan, ya a
salvo de la tormenta durante la que se les apareció la Virgen, levantaron una
ermita y horadaron una cueva, siendo conocidos como “los dos hermanicos”. Nada
más lejos de la realidad, puesto que está demostrado que se trataba de un lugar
de eremitismo en un paisaje solitario y pedregoso, cercano a un arroyo que
corre a los pies del barranco.
García de Paz transcribe los datos contenidos en las
contestaciones que Peñalver dio a las Relaciones de Lorenzana (1786), hasta
entonces inéditas (los originales de conservan en el Archivo Diocesano de
Toledo y una copia manuscrita en la Colección “Borbón-Lorenzana” de la
Biblioteca de Castilla-La Mancha), en las que se menciona la aparición de la
Virgen, el convento de la Salceda y sus reliquias. En cuanto a las “Cueva de
los Hermanicos”, la relación permite saber quiénes fueron puesto que fueron
coetáneos a dicha Relación:
“En el mismo término a distancia de quarto y medio
de legua de esta villa y a uno del citado Convento esta la Cueba del Vallejo
llamada vulgarmente de la Salceda, en donde los Hermitaños Tomás de San Pedro y
Manuel de San Pablo hacen treinta y tres años ha, vida heremítica y ejemplar.
Esta Cueba que hasta en su natural disposición respira Santidad y excita la
devoción a quantos la ven con reflexión, tiene varias divisiones fabricadas con
mucha delicadeza por los Hermitaños sin otro Arte que el celo de vivir
apartados del Comercio humano en el Desierto. Admira a todos que en peña viva,
y sólo con su continuo trabajo haian distribuido esta habitación subterránea en
diez piezas contiguas, tres para su común uso, y las demás en forma de Capillas
y Oratorios dedicados a sus espirituales exercicios, culto de Dios, de María
Santísima, y de los Santos, de quienes tienen diferentes Imágenes hechas con
primor por ellos mismos.
El ámbito de esta Cueba no tiene más de quarenta
pies de ancho y lo mismo de largo, en mui poco de ella puede verse aunque sea a
medio día sin luz artificial, y sin
embargo de su profundidad y lobreguez carece de humedades y logra de
respiración suficiente para la sanidad. No hay en ella Pinturas ni adornos
artificiales, aunque todo lo ha suplido la ingeniosa natural industria de estos
Hermitaños, que han dispuesto estas divisiones con simetría, y arreglada
colocación de extrañas figuras, efectos de agua petrificada en la inmediación
de esta Cueba, con los que han guarnecido y hermoseado estas Capillas con tal
primor que es el embeleso de muchísimos que de lejos vienen a visitarla. Estos
Hermitaños están bajo la dirección del Cura de esta Villa por Comisión del
Excelentísimo Señor Arzobispo, quien también se digna sustentarlos con su
limosna diaria”.
Queda claro, pues, que los dos ermitaños no eran
franciscanos y que estaban bajo la autoridad del cura de Peñalver, y no del
prior del convento de la Salceda.
Se trata de un comentario y la transcripción del
artículo titulado “En Peñalver”, publicado en el n.º 1543 (2 de mayo de 1907)
del periódico La Crónica, escrito por Antonio Martínez, ya que en Peñalver, las
autoridades locales, que eran “romanonistas” (liberales), tuvieron que actuar
diligentemente para evitar que los enviados del gobierno civil lograran que los
votos de la localidad fueran a parar al candidato conservador. El artículo
recoge el desarrollo de lo allí ocurrido.
27.- “Nuevas investigaciones sobre La Salceda en tierras de Murcia”, n.º 17 (Peñalver, Agosto de 2007), páginas 10-13.
Como sabemos, la Virgen de la Salceda es patrona de
Peñalver y de Tendilla, pero también lo es de Las Torres de Cotillas (Murcia) y
que, según las investigaciones llevadas a cabo por su Cronista Oficial, Ricardo
Montes Bernárdez, es más antigua de lo que se creía.
Las Torres de Cotillas fue repoblada por familias
cristianas llegadas de Huete (Cuenca) en diciembre de 1452 y quizás, aunque no
está demostrado, alguna de éstas procedente de la Alcarria conquense pudiera
haber sido la introductora de esta advocación.
En el siglo XVII la titular de la iglesia de
Cotillas era Nuestra Señora de las Mercedes, al menos así se deduce de la
documentación fechada en 17 de julio de 1603, en la que el alcalde ordinario,
Francisco Muñoz, indica su deseo de ser enterrado allí, mientras que en el
testamento del también alcalde ordinario Antonio Gil, datado en 19 de diciembre
de 1699, éste pide ser llevado desde Las Torres de Fuentes hasta Cotillas para
ser sepultado en la “Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Salceda” (es el
primer documento conocido que indica que la parroquia había cambiado de
advocación).
En el archivo parroquial de Alguazas se conserva un
documento de bautismo que dice:
“En la villa de Cotillas, en trece del mes de
diciembre de mil setecientos veinte y siete años: Yo, Don José Martínez
Cayuela, beneficiado y Cura propio de la Iglesia parroquial de San Onofre de la
villa de Alguazas, y de esta de Ntra. Sra. de la Sauceda su anejo…”.
También había una capilla dedicada a la Virgen de la
Salceda en la iglesia de San Onofre, en Alguazas.
Curiosamente, durante el siglo XIX, según costumbre
anterior se puso Salceda o Salcedo como segundo nombre a todos los allí
bautizados, aunque solamente en el periodo de 1906 a 1915 y entre 1935 y 1936,
ya que desde 1939 hasta 1950 sólo se impuso en seis ocasiones.
José María D’Estoup Garcerán, su esposa Amparo
Barrio y una hermana de ésta, consiguieron el 9 de diciembre de 1896 el permiso
de la Reina Regente para levantar una nueva iglesia parroquial. Doña Amparo era
muy devota de la Virgen de la Salceda y tenía en una capilla un cuadro de la
misma que le habían llevado desde una finca de Gárgoles (Guadalajara).
Las Torres de Cotillas celebraba las fiestas de Nuestra
Señora de la Salceda tras la vendimia, en el mes de octubre, pero desde 1971
tienen lugar durante la última semana de agosto.
28.- “Sobre el poema popular "Peñalver célebre villa”, n.º 18 (Peñalver, Agosto de 2008), páginas 5-7 (en las
páginas 8-15 incluye el poema). El trabajo está firmado por García de Paz y
Benjamín Rebollo Pintado.
García de Paz y Rebollo Pintado efectúan un análisis
comparativo de varios ejemplares del poema que comienza con los versos “Peñalver,
célebre villa / que en el centro de la Alcarria”, muy conocido por los
lugareños, que suelen conservar copias del mismo. Los ejemplares consultados
para este análisis pertenecen a cuatro familias peñalveras: las de Félix
Centenera, José María Pérez Barbero, Perpetuo Canalejas y Manuel Pérez Parra.
Los copistas han eliminado en ocasiones el prólogo y
se han centrado en las doce páginas que componen el poema, al igual que, en
ocasiones, han alterado su texto por error o por adaptarlo a su gusto. No se
sabe su fecha de su escritura con exactitud, pero podemos saber algunos datos a
través de la copia conservada por Manuel Pérez Parra, que lleva el siguiente
encabezado:
“Descripción de Peñalver en forma de diálogo por el
Prbo. Doctor don Felipe Poyatos Santisteban, Misionero Apostólico y Predicador
de su Majestad y el vecino de esta villa Francisco Aragonés, en testimonio del
acendrado amor que tienen a su muy noble pueblo. Año 1886”.
Después continúa:
“Prólogo o nota preliminar: Peñalver es un pueblo de
historia y por eso no le tuvo en el olvido el insigne e inmortal historiador
Padre Mariana al escribir su célebre Historia de España. También ha sido cuna
de hombres eminentemente ilustres, por más que la incuria y poco interés los
haya relegado al olvido. Hoy mismo en su Castillo, Cuevas, Rollo y Muralla casi
derruidas y magnífica iglesia presenta vestigios de lo que fue. Tienen un campo
bastante extenso, delicioso y pintoresco, y caudalosas fuentes de cristalina y
purísimas aguas”.
Otra copia comienza: “Veintinueve de abril de mil /
novecientos treinta y cuatro. /…”, pero la fecha más temprana debe ser la de
1886, ya que las del resto deben corresponder a la fecha en que se hizo la
copia.
Respecto al contenido del poema hemos de decir que
describe la localidad, sus tierras, algunos parajes, fuentes, producción
agrícola y ganadera, monumentos, devociones y vecinos ilustres.
Tras esta introducción se incluye el poema, del que
se han copiado sus versos revisando las distintas versiones, incorporando
versos perdidos y corrigiendo errores de transcripción.
29.-
“Ordenanzas municipales de la villa de Peñalver. Carta de población y
Fuero (hacia 1148-1157). Fuero de 1272”, n.º 18 (Peñalver, Agosto de 2008),
página 30.
Antonio Rodríguez Vela se encargó de transcribir al
castellano actual las “Ordenanzas municipales de la villa de Peñalver” (1334),
así como la “Carta de población y Fuero” (hacia 1148-1157). Por falta de
tiempo, no le fue posible transcribir el Fuero de 1272, de lo que se encargó
José Luis García de Paz. Los textos de los documentos mencionados pueden
encontrarse en el libro de García de Paz, Herrera Casado y López de los Mozos, Peñalver
memoria y saber (Guadalajara, 2006), donde también explica que este documento
se encuentra junto a otros que forman el Libro Becerro de la Orden [de San
Juan] que perteneció al Archivo que dicha Orden tenía en Consuegra y que fue
saqueado por las tropas francesas en 1809 tras la batalla de Ocaña. El libro
fue descubierto en el Museum and Library of the Order of St. John, de Londres y
estudiado primeramente por Carlos Barquero Goñi en su Tesis Doctoral (1994) y
después publicado con el título de Libro de los Privilegios de la Orden de San
Juan de Jerusalén en Castilla y León (siglos XII-XV), por Carlos de Ayala
Martínez (ed.), en la Editorial Complutense (1995).
Se trata de un nuevo Fuero otorgado a Peñalver en
Castronuño, a 8 de mayo de 1272 (páginas 566-567) que aparece mencionado en un
Inventario, pero que en 1989 se encontraba desaparecido de los fondos del
Archivo General del Palacio Real (Madrid).
30.- “La
Orden de Caballeros Hospitalarios de San Juan”, n.º 19 (Peñalver, Agosto de
2009), páginas 18-22.
Desde su publicación en 1995 (véase la reseña
anterior sobre el “Fuero de 1272”) se sabe que el Concejo de Guadalajara donó a
la Orden de San Juan la entonces aldea de Peñalver (entre 1148-1157), que llegó
a convertirse en cabeza de una Encomienda que abarcaba los términos de Peñalver
y Alhóndiga, y que existió hasta que Carlos I enajenó las dos villas -el
otorgamiento de fuero concedía la categoría de villa y el fuero de Alhóndiga
data de 1170- para, con la aquiescencia forzada de la Orden y el permiso papal,
poder vender Peñalver al obispo Juan Suárez (o Juárez) de Carvajal y así
obtener fondos con destino a sufragar sus campañas militares, después de haber
dividido el Priorato en dos: el de Castilla, con cabeza en Consuegra, y el de
León, con cabeza en Alcázar de San Juan.
El trabajo de García de Paz no ofrece más datos
acerca de Peñalver y termina centrándose en la evolución histórica de la Orden.
31.- “Sobre
la Concordia entre Peñalver y Tendilla de 1769”, n.º 19 (Peñalver, Agosto de
2009), páginas 37-41 (firmada con Benjamín Rebollo Pintado).
La secular rivalidad entre Peñalver y Tendilla es
tradicional, y quizá surgiera en los mismos tiempos en que tuvo lugar la
aparición de la Virgen de la Salceda, probablemente en el siglo XIII, en un
lugar que no se pudo (o no se quiso) puesto que escribieron “entre ambas
villas” o “es manifiesto que la Virgen se apareció en el sitio exacto que
divide los dos términos”, acaso para evitar quedar mal con los feligreses de
ambos pueblos. Tanto en las Relaciones de Felipe II, como en el Vecindario de
1591, aparecen también el convento y sus frailes en las declaraciones de ambas
villas y no será hasta 1752, cuando el convento aparezca únicamente Peñalver en
el Catastro de la Ensenada. Cómo sería la eterna rivalidad de los dos lugares,
que cuando el rey Felipe III y su esposa Margarita de Austria pasaron a visitar
el convento en su viaje de Valencia a Madrid, el 2 de marzo de 1604, salieron
los vecinos de Peñalver y Tendilla a allanarle el camino, compitiendo entre
ellos y acometiéndose por espacio de tres días, llegando a haber algún muerto y
varios heridos, viniendo mujeres y niños a participar en la pelea, de modo que
fray Pedro, en su Historia de Monte Celia (Granada, 1616) comenta:
“Ni sosegándose con verla tan propicia para los unos
y los otros que ninguno la busca que no halla los efectos de su presencia, y de
su favor, dentro de los umbrales de su casa, y de las puertas de su alma:
porque es tanto el deseo de servirla y reverenciarla, que en acordándose que no
tiene su presencia en su distrito, pierde pie la reconformación, creciendo su
celoso desasosiego y saliendo al campo con diferentes armas, arriesgando la
destrucción de sus haciendas y pérdida de las vidas por el interés, y posesión
de aquella prenda Celestial”.
Pasaría todavía mucho tiempo hasta que se llegara a
un acuerdo entre ayuntamientos. Es lo que se llama la Concordia entre Peñalver
y Tendilla, que se firmó en julio de 1769, cuya única copia conservada -que se
sepa- se custodia en el Archivo Municipal de Tendilla.
Dicho documento consta de tres partes: un poder
notarial que se otorga a unos vecinos en el ayuntamiento de Peñalver para que
puedan llegar a acuerdos en nombre de su villa; el correspondiente poder
otorgado en Tendilla a los negociadores de esa localidad, y los acuerdos
tomados para el bien de ambos lugares, discutidos en el monasterio de la
Salceda, en presencia de su prior, que actuaba como mediador.
El poder de Peñalver está fechado en 16 de julio de
1769 y en él aparecen apellidos todavía muy comunes en dicha localidad: Parra,
Sedano, Mínguez, Mayor, del Castillo, de la Fuente, Retuerta, Almonacid,
Barbero, San Andrés, Ropero o Trijueque. El de Tendilla lleva la fecha del día
17 de julio de dicho año y los apellidos que figuran son: Ropero, San Andrés,
Rebollo, Muñoz, Palero, Medel, Sanz, Heras, de Luz, Díaz, Ramos, Vázquez y
García, y también Vally, actualmente desconocido, aunque bien pudiera tratarse
de un error por Valle.
El tercer documento, redactado y firmado en el
convento, es de fecha 18 de julio y, en él, primeramente se verifica que los
poderes otorgados “no están irrevocados” y pasan a tratar los problemas: la
colocación de hasta tres mojones que marcaran las lindes de ambas poblaciones
alrededor del convento; que las autoridades municipales de Peñalver se situaran
en el lado del Evangelio, mientras que las de Tendilla debían hacerlo en el de
la Epístola “con la vara en alto”, “como si fueran términos comunes”; posibles
delitos que se pudieran cometer, de modo que las justicias de cada pueblo
pudieran concurrir “los unos en el término de los otros y los otros en el
término de los unos”, juzgándose en el término donde se hubiese cometido el
delito; los pesos, medidas y monedas y el registro de las mismas en los puestos
de mercancías y frutas que los días festivos se instalaban junto al convento;
los daños que los diferentes ganados de un término pudieran producir en el
vecino; la leña de las ramas, jaras, espinos, enebros, manzana y cepas secas
“que del común puedan llevarla”; la quema de rastrojos; los abrevaderos;
etcétera, todo ello a perpetuidad “por siempre jamás”, renunciando a cualquier
otra ley, fuero o derecho y lo firman los vecinos portadores de los poderes y
el guardián del convento, así como los párrocos de las dos villas.
El caso es que la rivalidad volvió a surgir, según
se cuenta en el Diccionario de Pascual Madoz (1849) cuando, con el visto bueno
del párroco de Tendilla, unos vecinos de esta localidad se llevaron,
aprovechando la noche, la imagen de la Virgen de la Salceda que se hallaba en
la iglesia del convento, vacío desde la Desamortización de 1835.
32.- “Curiosidades extraídas de la Prensa Histórica
sobre Peñalver. Los nueceros de Peñalver”, n.º 20 (Peñalver, Agosto de 2010),
páginas 3-7.
Pocos son los trabajos puramente etnográficos que
escribió García de Paz y este es uno de ellos. En él traslada algunos aspectos
acerca de los nueceros de Peñalver e Irueste, a los que Ricardo Becerro de
Bengoa dedicó algún espacio en El Imparcial (4 de octubre de 1888) al referirse
a las antiguas ferias de Madrid, que poco a poco iban desapareciendo. Entre los
que a ellas acudían a vender destacaban los nueceros de los pueblos
mencionados. Curiosamente Peñalver no destacaba por sus mieleros sino por los
nueceros que “venían desde los tiempos de Juan II” y que, cuando se escribió el
artículo, ya eran una especie a desaparecer y añade:
“... casi
todos los nueceros vienen del pueblo de Peñalver en la Alcarria, de los campos
que riega el Tajuña (sic)”.
“Allí hay hermosos nogales, y también en los pueblos
limítrofes de Valfermoso, en los dos Yélamos, en Fuentelencina, en Berninches y
van todo a lo largo de la ribera desde los términos de Tendilla a los de
Mondéjar, pero los comerciantes de las nueces, los exportadores para las ferias
de Madrid son, como queda dicho, de Peñalver o de Irueste. Forman una raza
especial entre los alcarreños y se distinguen de los demás comarcanos en el
espíritu abierto, mercantil y liberal, y en muchos detalles de sus costumbres.
Acuden desde hace 400 años a la corte, animando la feria por San Mateo, por
Navidad circunvalando la Plaza Mayor, y recorriendo las calles con el pregón de
la rica miel de otras épocas”.
Sigue el artículo tratando las duras condiciones por
las que tenían que atravesar estos nueceros, que en muchas ocasiones ganaban
muy poco:
“Gran parte de ellos se vuelven a su tierra sin
haber podido reunir, después de la liquidación, ocho o diez duros en quince
días”.
Y para esto:
“... recorra usted la Alcarria comprando género,
haga el viaje, adquiera medidas del sistema métrico [decimal] (que se estaba
implantando), pague diez reales por metro lineal de espacio en la feria,
casque, monde y haga grupos estáticos con las nueces más rellenas y apetitosas,
destroce sus pulmones llamando a las señoras y caballeros, y pásese al raso el
medio mes sufriendo los aguaceros y tormentas”.
Los tenderetes de la ferias los montaban
“con pies y tablas de cama, con un par de costales
de frutos y un litro de madera, que les sirve de medida y candelero”.
Iban a Madrid en grandes caravanas de borricos y
solían tardar día y medio, haciendo noche en la venta del Coleto, cerca de
Anchuelo -“hoy toman el ferrocarril en Guadalajara”- y solían alojarse en “la
posada de los Ángeles en la Cava Alta, albergue tradicional de estos típicos
mercaderes”. Llevaban quince o veinte
fanegas de nueces y algunas arrobas de miel, más avellanas que compraban en
Asturias y castañas de la Vera de Plasencia.
Entre ferias se dedican a la agricultura que, en su
pueblo, solía ser poco rentable, por eso: “lo que no dan de sí el pan y el vino, lo den la miel
y las nueces”.
Muy interesante es la vestimenta, que Becerro de
Bengoa describe minuciosamente, tanto para el hombre como para la mujer y que
era de dos tipos: el de los que visten “a la antigua”, como en el reinado de
Fernando VII, y el de los “modernos”, en los tiempos de Alfonso XII.
En cuanto a su aspecto físico señala que
“la raza no es corpulenta, aunque sí recia de
músculos y fuerte. Comen poco y trabajan mucho, y son uno de tantos tipos de
labriegos españoles estrechos, angulosos, de dura complexión y extremada
resistencia, que si estuvieran mejor comidos y más humanitariamente gobernados
por los que mandan, daría gusto verlos”
y “no llegan a la talla de los granaderos, ni pasan
de los 70 kilogramos en limpio”.
En este número se inserta un breve trabajo titulado
“Las Moradas: residencia en la tierra”, que forma parte del libro de Ciriaco
Morón Arroyo La espiritualidad española en el siglo XVI (Universidad de
Salamanca, 1990), seleccionado por José Luis García de Paz, en el que se alude
a la obra del franciscano fray Francisco de Osuna, Tercer Abecedario Espiritual
(Toledo, 1527), que tanto influyó en Santa Teresa, quien en más de una ocasión,
llegó a ponerle alguna objeción, dado que Osuna había residido en La Salceda
donde fue instruido en el recogimiento espiritual por el maestro de novicios
fray Cristóbal de Tendilla y había mantenido contacto con algunos “alumbrados”,
aunque sin llegar a caer en su error.
Tampoco conviene dejar de lado que la Salceda,
“... fundada por Villacreces a fines del siglo XIV,
conservó durante más de dos siglos el espíritu de las casas de recogimiento,
centrado en un principio en la oración vocal y vida de mortificación, de
acuerdo con la Regla primitiva, y más tarde en la oración mental y de
recogimiento”,
según indica Melquiades Andrés en su “Introducción”
a la obra de Osuna antes citada (Madrid, B.A.C., 1972, a propósito de las casas
de retiro, de soledad, de oración o recolectorios).
El profesor Morón Arroyo transcribe un fragmento de
la Historia del Monte Celia (Granada, 1616),
escrita o mandada escribir por su arzobispo, fray Pedro González de
Mendoza, hijo menor de la princesa de Éboli, en el que se alude a la vida
conventual, puesto que los franciscanos de la Salceda practicaban una serie de
ejercicios excepcionales que debían conducirles a lograr el estado de
perfección. Copio:
“De doce de la noche a dos de la mañana cantaban
maitines; seguía un cuarto de hora de lectura espiritual y una hora de
contemplación de rodillas. A las tres, oficio de la Virgen, de rodillas, luego
disciplina y dormir hasta las cinco. A las cinco, rezo de prima; media hora de
oración mental, misa, otras horas canónicas y misa mayor. Así continuaba el día
con más horas de oración mental y ejercicios de maceración.”
34.- “El
castillo de Peñalver”, n.º 21 (Peñalver, Agosto de 2011), páginas 8-10.
El segundo trabajo publicado en este mismo número de
Peñamelera se refiere al castillo de Peñalver que García de Paz va describiendo
comenzando por su incierto origen, anterior a 1293, puesto que no sería muy
descabellado pensar en la existencia de dos castillos o fortalezas o, al menos,
de otro lugar “llamado el castillo viejo, que era un cercado de diez fanegas”,
citando el pleito promovido en 1563 ante la Real Chancillería de Valladolid por
los vecinos de Peñalver contra el obispo de Lugo, Juan Suárez (o Juárez) de
Carvajal, dueño de Alhóndiga y Peñalver desde 1552, y su hijo Garci Juárez de
Carvajal, que analiza Juan Catalina García López, y que contrasta con la
contestación que los “peñalveros” de 1580 dieron como respuesta a la Relación
que les fue enviada por Felipe II:
“... que en la dicha villa hay una fortaleza mui
fuerte con muchos cubos, y un pedazo de torre comenzada mui grande questa en lo
alto del pueblo”, aunque hacia 1906, el mismo García López llegó a ver los
restos del castillo que describe de la siguiente forma: “Fue espacioso, de
planta casi cuadrangular, según dicen los cimientos, algunos restos de cortinas
y los cuatro torreones. Todavía se ve el hueco donde se hizo el aljibe, en el
centro del patio. Los muros son de fuerte mampostería y en el recinto no quedan
señales de puertas, ventanas ni elemento alguno que permita señalar época de la
construcción” y data en el siglo XIII.
35.- “Transcripción de la Concordia entre Peñalver y
Tendilla de 1769”, n.º 22 (Peñalver, Agosto de 2012), páginas 3-23 (Aparece sin
firmar, pero en el comienzo: “En septiembre de 2009 Benjamín Rebollo Pintado y
el que esto escribe dábamos cuenta a los lectores de Peñamelera de algunos detalles
de la Concordia firmada en La Salceda entre los ayuntamientos de Peñalver y
Tendilla en 1769”). Véase n.º 19, páginas 37-41.
Tras un resumen de lo ya visto en el n.º 19 de esta
misma publicación, se da a conocer íntegramente el documento titulado: LA,
SALCEDA : AÑO DE 69 / CONDORDYA. / Entre
las Villas de Peñalber y Tendilla por imed(iaci)on de termino / SOBRE. /
Jurisdicion en el Conbento de d(ic)ha Santa Casa. / y exaccion de penas de un
termino á otro: / (dibujo vegetal horizontal) / (dibujo vegetal vertical)
/ Para la Salceda (con otra letra).
En la última página: “Concordias de las / dos Villas
Peñalver / y tendilla, echas en / la Salzeda. Año de / 1769”.
36.- “El
monasterio franciscano de La Salceda (Peñalver-Tendilla)”, n.º 23 (Peñalver,
Agosto de 2013), páginas 22-24.
Recoge García de Paz las sucesivas tentativas de
poner en valor el monasterio franciscano sin que hasta el momento haya surgido
la auténtica voz salvadora. Desde la Desamortización de Mendizabal (1835) que
permitió que el monasterio pasase a manos particulares -concretamente a Antonio
Barbé, mayordomo de la parroquia de Santa María de Guadalajara y Comisionado de
Amortización, que lo adquirió en 1843 (en otros lugares se dice que en 1841)
por la cantidad de 12.020 reales- y sirviese como material de construcción,
pasando por las tristes palabras del sacerdote pastranero Mariano Pérez y
Cuenca (1865):
“…algunos vecinos de este último pueblo [Tendilla]
han contribuido eficazmente a su destrucción, derrumbando muros y, con los materiales
obtenidos, poder edificar sus humildes casas”,
o viendo nacer falsas esperanzas en los años 1929 y
1930, primeramente gracias a la colocación de un monolito conteniendo una
inscripción que recuerda al monasterio y al cardenal Cisneros, que allí fue
guardián, y en 1930, al hacerse el primer y único intento de solicitar la
restauración del convento gracias al párroco de Tendilla Victoriano Muñoz,
miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo,
contando con el apoyo de las Reales Academias de la Historia, Bellas Artes y
San Fernando, de numerosos próceres, como el Conde de Romanones, Gómez Moreno y
Elías Tormo, y de la prensa representada por El Castellano y Flores y Abejas,
sin que nada se lograse quizá por la situación política del momento. De modo
que la degradación del monumento ha ido in crescendo hasta el momento actual en
que permanecen algunos muros de la iglesia y los escasos restos de la capilla
circular “de las Reliquias”.
GENTES DE BRIHUEGA. Revista de la Asociación
Cultural “Gentes de Brihuega. (Incluye una separata con las comunicaciones
presentadas en las X Jornadas de Estudios Briocenses, celebradas en agosto de
2012).
37.- “Patrimonio desaparecido en Brihuega”, n.º 17
(Brihuega, 2013), páginas 44-47.
Se trata de una adaptación de la comunicación
presentada por García de Paz en las X Jornadas de Estudios Briocenses, el día
11 de agosto de 2012, en la que da a conocer las desapariciones y desastres
patrimoniales sufridos por la villa a lo largo de los últimos tiempos, puesto
que Brihuega lleva ya más de trescientos años sufriendo diferentes incursiones
bélicas que han mermado considerablemente su patrimonio artístico y monumental:
el bombardeo y asalto por las tropas borbónicas en 1710, durante la Guerra de Sucesión;
como puesto militar permanente del ejército josefino, entre junio de 1810 y
julio de 1812, durante la Guerra de la Independencia, y en la última Guerra
Civil (1936-1939), en que fue bombardeada, tomada y perdida en 1937 durante la
denominada “batalla de Brihuega”, aunque también ha perdido gran parte de su
patrimonio en los periodos de paz, como ya apuntaba Gaya Nuño en 1961,
refiriéndose al conjunto del patrimonio español: “lo destruido mediante las indicadas guerras ha sido
mucho menos cuantioso que lo perdido en siglo y medio de paz, a conciencia de
que se estaba realizando un atentado”, generalmente en aras de una falsa modernización o de
la especulación.
Tras esta breve introducción se reseñan los aspectos
más destacables del patrimonio briocense en lo que se refiere a su paulatina
destrucción. Así, del castillo dice que resultó muy dañado en 1710, pero que
fue mucho peor el incendio que sufrió -por parte de un sargento español de las
tropas del guerrillero Vicente Sardina-, tras el abandono de Brihuega por las
tropas francesas (1812). Fecha ésta a la que también pertenece el Arco de la
Guía, puerta que hizo abrir el general Hugo, ambos, castillo y arco, pendientes de rehabilitación desde 2008.
De las destrucciones que llevó consigo la Guerra Civil,
más concretamente la “batalla de Guadalajara”, alude a la de numerosas tallas
como la imagen de la Virgen de la Zarza, del siglo X, que se conservaba en la
iglesia de San Juan; las de la Virgen de la Peña (cuyo Niño se ocultó el año
36, se sacó en el 37, cuando la conquista italiana, y se destruyó
definitivamente con la reconquista republicana) y de la Esperanza; retablos como el de San Miguel, de
mediados del siglo XVI, en cuya iglesia también quedó destrozado el sepulcro
alabastrino de un sacerdote, datado en el siglo XV; cuadros, órganos, campanas
y archivos sucumbieron en muchos casos a la incomprensión y la barbarie.
En 1966 la plaza de toros se construyó empleando las
piedras de la muralla y, en cuanto a la Real Fábrica de Paños, ha quedado en el
olvido la construcción de un hotel de lujo en su interior.
La lista de atropellos llevados a cabo en Brihuega
sería muy extensa, pero aún así García de Paz la completa con otras acciones
que han contribuido a la alteración del patrimonio de alguna de sus pedanías y
“eatimes”: Archilla, donde se perdieron las pechinas pintadas con los Cuatro
Evangelistas y el retablo mayor, de 1550, que fue quemado; Cívica, donde quedan
restos de las ermita de Santa Catalina y de la fábrica de papel; Fuentes de la
Alcarria, que aún conserva parte de la puerta medieval de su muralla; Romancos,
que perdió todo el arte mueble de su iglesia en la Guerra del 36-39; Valdesaz,
cuyo retablo mayor dedicado a San Macario sufrió un incendio en 1978 que lo
destruyó en gran parte; Villaviciosa de Tajuña, donde el convento jerónimo de
San Blas desapareció en 1835 por culpa de la Desamortización (incluido en la
“Lista Roja” de Hispania Nostra) y Yela, donde la iglesia románica fue casi
totalmente destruida en la última Guerra.
ARRIACA. Boletín Informativo de la Casa de
Guadalajara en Madrid. Tercera época.
38.- “El Monasterio de Santa Ana de Tendilla y su
Retablo”, n.º 128 (Madrid, Junio 1999), páginas 11-13.
El monasterio jerónimo de Santa Ana estaba sobre una suave colina en las proximidades
de Tendilla, “entre ésta y el castillo”. Fue fundado por Íñigo López de Mendoza
y Figueroa, primer conde, en 1473, que trajo los frailes desde Sevilla (los
llamados “isidros”).
Era un monasterio no muy amplio, pero aún así
constaba de dos claustros con sus dependencias anejas y una iglesia de una sola
nave, construida al estilo gótico flamígero, unida a una sacristía.
En 1809 los franceses lo saquearon, de modo que los
frailes tuvieron que abandonarlo volviendo en 1814, aunque poco después, en
1822, se vieron obligados a evacuarlo nuevamente para regresar en 1825, siendo
definitivamente desalojados en 1835 debido al cumplimiento de las leyes
desamortizadoras de Mendizábal.
Ni entre los testimonios del marqués de Bélgida, ni
entre los de la Comisión Provincial de Monumentos, cuando en 1845 se
trasladaron los restos de los mausoleos del primer conde y la condesa a la
iglesia de San Ginés de Guadalajara, hay noticia del maravilloso retablo que se
custodiaba en la iglesia monacal.
Se sabe que desapareció antes de esa fecha -1845- a
través de los datos proporcionados por el Art Museum de Cincinnati (Ohio, USA),
mediante los que se sabe que en 1915 se exhibía en la Spanish Art Gallery de
Harris, en Londres, siendo su poseedor Franch & Co., de Nueva York y que en
1936 fue vendido a Charles Deering (marchante que residía en España) que lo
revendió a la mencionada compañía, hasta su adquisición definitiva por el
Museo.
También se sabe de que en 1935 había sido expuesto
al público en el Brooklyn Museum de Nueva York -Max J. Friedlander lo menciona
en su Early Netherlandish Painting en la misma fecha- indicándolo como de
paradero “desconocido”.
Actualmente se conserva en el mencionado Cincinnati
Art Museum, concretamente en su galería 204, en perfecto estado de
conservación, donde es conocido como “Retablo de Tendilla”. Mide 355
centímetros de alto por 229 de ancho (cerrado) y 447 (abierto) y consta de seis
pinturas (óleos sobre tabla) que representan escenas del Viejo y Nuevo
Testamento. En la parte superior de su armadura figuran los emblemas
nobiliarios de los Sotomayor, -quienes quizá lo adquirieron en el mercado de
arte de Medina del Campo-, y los Arellano.
Las pinturas posiblemente fueron realizadas en el
estudio del pintor manierista flamenco Jan Sanders van Hemessen (1500-1556), notándose
la huella de, al menos, tres manos.
García de Paz hace de cicerone en una supuesta
excursión a Tendilla, a 28 kilómetros de Guadalajara. Reconoce que para el
visitante la primera impresión que causa la villa es su longitud, extendida a
lo largo de la carretera. No es extraño, puesto que perteneció a la rama de los
Mendoza, concretamente al segundo hijo del marqués de Santillana, primer conde
de Tendilla, y que tan largo ramal caminero, se encuentra en toda su longitud,
aún hoy soportalada, con el fin de
permitir que las personas pudieran andar a sus anchas sin tenerse que mojar en
los tiempos invernales, a la vez que permitía el desarrollo de las dos ferias
anuales que allí se celebraban por San Matías y San Mateo, la primera de las
cuales tenía lugar el día 24 de febrero (entre los siglos XV y XVII) y a la que
acudían mercaderes de Flandes y Portugal.
En la Plaza Mayor se encuentra el Ayuntamiento y,
enfrente, la inacabada iglesia parroquial que iba para colegiata, bajo la
advocación de la Ascensión de Nuestra Señora, cuya primera traza se debe a
Rodrigo Gil de Hontañón y que, por estar asentada sobre terreno de aluvión hubo
de cimentarse a conciencia, de modo que la continuación de las obras fue
llevada a cabo por Francisco de Naveda
(hacia 1575) y Ortega Alvarado (hacia 1610), que hizo la puerta de la fachada
norte.
La torre se debe a Pedro Brandi y es muy posterior
(1770).
En su interior puede verse el retablo mayor,
barroco, que contiene pinturas del madrileño Francisco de Lizona, de comienzos
del XVII, en cuyo centro se conserva una imagen de la Virgen de la Salceda con
el Niño en brazos, de 8,5 centímetros de altura.
Siguiendo por los soportales de la calle Mayor,
camino de Guadalajara, puede verse el palacio de los López de Cogolludo, del
siglo XVIII, con la capilla familiar adosada, en la que se conserva el escudo
familiar del fundador del mayorazgo, Juan de la Plaza Solano.
Más adelante es posible visitar las ruinas del ábside
y parte del edificio del convento jerónimo de Santa Ana... y, al otro lado del
pueblo, la fuente “Vieja” o fuente de los Mendoza, datada en el siglo XVI.
Y ya en la calle de la Aduana, perpendicular al
arroyo que tantos disgustos ha dado al pueblo, la casa que Carmen Baroja,
hermana del escritor Pío Baroja, ocupó hasta su muerte.
Tras hacer un recorrido por los establecimientos
gastronómicos, de conocida reputación, el autor recuerda al lector la
posibilidad de acercarse al no lejano convento franciscano de la Salceda, donde
pueden verse las ruinas de su capilla “de las Reliquias”.
(Según nos ha confirmado don Tomás Gismera Velasco,
encargado de la publicación del boletín Arriaca de la Casa de Guadalajara en
Madrid, el original del presente artículo era demasiado extenso para dicha
publicación, por lo que se consideró oportuno dividirlo en dos partes, a las
que se les añadió un subtítulo. El trabajo que ahora comentamos es el primero
de los dos que lo componen).
Un viaje a la Ciudad del Doncel, esa Sigüenza que
está hecha “de piedras y de leyendas”. Una excursión que, desde la Carretera
Nacional II conduce a Pelegrina, donde el viajero para, antes de visitar el
castillo destrozado por los franceses en 1811 y que todavía permanece en
ruinas, para hacer un descanso en el Mirador que se construyó en homenaje al
doctor Félix Rodríguez de la Fuente, sobre el barranco del río Dulce.
A ocho kilómetros está Sigüenza y lo primero que
destaca al llegar a ella es el castillo y, un poco más abajo, la catedral.
Sigüenza es ciudad de leyendas con olor antiguo que
hablan de judíos; de doña Blanca de Borbón prisionera en su alcázar; del propio
Doncel, su familia y su hija; la lechuza sabia de su universidad, o el tentador
túnel que dicen que conduce desde el pozo del castillo hasta la
catedral... cosa que siempre pasa en
ciudades catedralicias.
El viajero llega a la catedral pero se inclina por
dejar para más tarde la visita a su interior y prefiere atravesar la puerta
“del Toril” y desde allí ver el ábside, y da después un paseo y se acercar
hasta el antiguo Humilladero, donde se encontraba la Oficina de Turismo.
Más tarde regresa a la Plaza Mayor. Allí, junto al
Ayuntamiento, comienza la empinada Calle Mayor que conduce hasta el castillo de
los obispos convertido en Parador Nacional de Turismo. Pero antes de trepar la
calle entra al Museo Diocesano, donde destaca los dos arcos mudéjares del siglo
XIV que le saludan a la entrada, la “Inmaculada Niña” de Zurbarán y las dos
estatuas góticas que representan a Adán y Eva procedentes de Pozancos. Y al
salir, callejear de nuevo por la del Cardenal Mendoza hasta perderse por el
Hospital de San Mateo o por la calle de la Yedra, donde se dice que radicaban
las oficinas del Santo Oficio de la Inquisición.
Estamos, pues, ante la primera parte de ese viaje a
Sigüenza y sus alrededores.
En la segunda parte del viaje a Sigüenza el viajero
y sus acompañantes suben hacia las
“Travesañas” y se detiene en la iglesia
de San Vicente, casi frente a la llamada “Casa del Doncel”, gótica, almenada,
blasonada... Dicen que allí vivió don Martín Vázquez de Arce.
Al fondo de la calle se abre la plaza de la Cárcel,
famosa por aparecer mencionada en el Quijote de Avellaneda, donde estaba la
antigua casa consistorial y donde se puede saciar la sed en el bar de la
esquina: el Gurugú bien surtido siempre de exquisitos pinchos; entre la
oscuridad, la Puerta del Hierro y, no muy lejos, una de las sinagogas judiegas,
y arriba, como corona, el castillo, donde se puede comer, beber y descansar.
Frente al castillo la pendiente, que es la Calle
Mayor, conduce nuevamente al viajero hasta la catedral, pero antes es
conveniente hacer un alto en la portada de la iglesia de Santiago, románica del
XII.
El viajero, que parece algo cansado después de tanto
ruar, da buena cuenta de su comida en la Alameda, ese “locus amoenus” trazado
por la idea ilustrada del obispo-albañil Bejarano, “para solaz de los pobres”.
La Alameda está señalada en sus extremos por el Humilladero, a una parte, y por
el convento de las Ursulinas, a otra.
Parece que después del condumio, con la andorga
llena y, considerando que el tiempo ha mejorado considerablemente, la cercanía
de Palazuelos invita a su visita.
Total, son sólo siete kilómetros, y merece la pena
acercarse hasta allí.
La villa sigue amurallada y silenciosa, casi muerta,
las calles desiertas, nadie... el castillo, la ermita a la entrada, los restos
de las murallas, las fuentes sonoras y, a pocos kilómetros más de carretera
Carabias, con una de las más bellas iglesias románicas del llamado “románico
rural”.
La excursión continúa, a petición de los niños,
hasta las salinas de Imón, donde los almacenes sufren todavía un olvido secular
que en nada debe parecerse al tráfago ruidoso de comienzos del siglo XVIII,
cuando estaban en pleno apogeo y explotación.
42.- “Gustavo López García, periodista y
farmacéutico tendillero”, n.º 228 (Madrid, Junio 2009), páginas 9-11.
No nos vamos a extender sobre este trabajo, puesto
que el lector interesado puede encontrar cumplida noticia de él en otros textos
ya comentados antes. Véanse Cuadernos de Etnología de Guadalajara números 37
(2005), 38 (2006) y 42 (2010), de los que este artículo viene a ser un resumen
general.
43.- “Algunos militares olvidados de La Francesada
García de Paz recuerda que durante la Guerra de la
Independencia, la provincia de Guadalajara permaneció bajo el control josefino
desde la batalla de Ocaña, que tuvo lugar el 19 de noviembre de 1809, hasta el
mes de agosto de 1812 y, más tarde, después de la reconquista francesa, por
espacio de dos meses, hasta marzo de 1813, en que se retiraron.
Se trataba, pues, de un ejército mandado
-teóricamente- por el propio rey José I
y su Estado Mayor, a cargo de oficiales imperiales, entre los que se encontraba
el general Hugo, cuyas tropas ocuparon Guadalajara, y otras más que, como
señala García de Paz, al estar comandadas por militares cuyos nombres no
sonaban a los cronistas españoles, fueron deformados en sus crónicas y
escritos, en los que el general Guye pasó a ser “Gui”; Chopicki quedó en “Koplinski” y Roguet fue tenido por
“Roquet”, mientras que a algunos españoles les pasó lo mismo gracias a que
don Benito Pérez Galdós cambiara el
apellido de Saturnino Abuín, el Manco”, por Albuín.
Contra las tropas josefinas combatieron las de Juan
Martín Díaz, “el Empecinado” y Pedro Villacampa; el primero al mando de los
“Voluntarios de Guadalajara” y el segundo, de los “de Molina”.
Pero García de Paz llama la atención acerca de la
peripecia vital de tres militares que combatieron al mando del Empecinado, dos
de ellos naturales de la provincia de Guadalajara y uno de fuera de ella, pero
bien pronto naturalizado.
El primero es Nicolás Ezequiel de Isidro García de
la Plazuela, simplemente conocido como “Nicolás de Isidro”, que nació en Usanos
el 10 de abril de 1789 según consta en su Hoja de Servicios.
Perteneciente a una familia de agricultores
acomodados, estudió en la Universidad de Alcalá de Henares y después, como
zapador formó parte de las tropas que llevó el marqués de la Romana a
Dinamarca, por orden de Godoy, en 1803.
Hombre de gran capacidad, instruyó a las tropas
adscritas a los “Tiradores de Sigüenza” y a los “Voluntarios de Madrid”.
Al final de Trienio Liberal luchó en Guadalajara a
las órdenes realistas de Jorge Bessieres, junto a José Mondedeu, tropas que
fueron derrotadas por el Empecinado en 1823.
El segundo es el ya citado José Nondedeu Jover, que
cambió su apellido por el de Mondedeu al llegar a tierras castellanas. Había
nacido en Ibi (Alicante) el 11 de abril de 1786 (tanto su expediente militar,
que se conserva en el Archivo Militar de Segovia, como su partida de defunción,
que lo está en la iglesia parroquial de Aranzueque, señalan claramente su lugar
de nacimiento). Fue herido en la batalla de Bailén y tras la Guerra de la
Independencia se retiró de la milicia en 1818, a la que volvió para formar
parte de las filas realistas durante el Trienio Liberal (1820-1823), luchando,
por tanto, contra sus antiguos camaradas liberales.
La relación que mantuvo con el pueblo de
Fuentelviejo, de donde se creía originario, se debe a sus estancias durante la
“francesada” y a la amistad que mantuvo con algunas familias de la localidad.
En 1814 casó con Ana Arroyo, vecina de Aranzueque, donde
vio la luz su único hijo Francisco. Allí vivió hasta su muerte el 5 de
noviembre de 1848 y allí permanece enterrado.
Finalmente, el tercer citado es el coronel Vicente
Sardina, nacido en Sigüenza en 1774, quien dejó a su esposa Josefa Hornillos, a
finales de 1808, para formar una partida con la que corrió el camino entre
Zaragoza, Navarra y Guadalajara al Servicio de la Junta Superior de la
Provincia, uniéndose poco después al Empecinado, y después de terminada la
Guerra trasladarse a América para luchar contra los independentistas. Allí
muriría -en los llamados “combates de Cerrillos”- al ser herido de bala, el 22 de abril de 1817, poco antes
de llegar a Salta (Argentina).
44.- “Juan Bautista Maíno, pintor nacido en
Pastrana”, n.º 232 (Madrid, Diciembre 2009), páginas 14-16.
El presente artículo, tan interesante, es una amplia
reseña de la exposición antológica que, sobre Juan Bautista Maíno (o Mayno), se
efectuó en el Museo del Prado desde el 20 de octubre de 2009 hasta el 17 de
enero de 2010, con la que se pretendió devolver al pintor pastranés
(1581-1649), al lugar que le correspondía en la pintura de comienzos del siglo
XVII, dada su escasa producción artística (no más de treinta y cinco obras) y
la escasez de datos biográficos, sobre los que existió una gran confusión, al parecer
por pensar en su extensa familia que, en realidad, fueron dos.
Dicha confusión arranca con la fecha del nacimiento,
puesto que en 1578 fue bautizado un posible hermano mayor suyo, también llamado
Juan, con el que se confundió, mientras que él aparece como “Juan Bautista
Mayno” en la partida de bautismo del 15 de octubre de 1581 y cuya clarificación
se llevó a cabo gracias a la paciente labor que el médico e investigador
Francisco Cortijo Ayuso realizó en el archivo de la Colegiata de Pastrana, así
como a los datos que el profesor Fernando Marías encontró al estudiar su
expediente de limpieza de sangre.
Se venía pensando hasta hace poco que su padre era
un comerciante se seda milanés, asentado en la Villa Ducal al amparo de Ruy
Gómez de Silva, y que su madre fue Ana de Figueredo, natural de Lisboa, de
posible origen judeoconverso.
El citado Cortijo
Ayuso encontró en Pastrana las partidas de bautismo de seis posibles hermanos.
Sin embargo la confusión aumenta cuando, en unos
documentos, aparece como madre una tal Ana de Castro y, en otros, Ana de
Figueredo, conocida como “la marquesa” o “la marquesa de Figueredo”, simple
mote o apodo de carácter local.
Leticia Ruiz Gómez, Comisaria de la Exposición que
García de Paz comenta tan detenidamente, considera casi con total seguridad que
se trataba de dos familias distintas: la del milanés Juan Bautista Maíno
(padre), casado con la portuguesa Ana de Figueredo, y la de otro Juan Bautista,
también milanés, casado con la pastranera Ana de Castro, por lo que el pintor
sólo tuvo tres hermanos mayores que él.
En todo caso lo que sí está claro es que tanto la
familia de Maíno, como él mismo, vivieron en Pastrana desde donde se mudaron a
Madrid pues, según señala el pintor, había trabajado allí siendo “muchacho de poca
edad”, después de 1592.
Leticia Ruiz Gómez destaca también la riqueza del
color y los claroscuros como principales características de la obra de Maíno,
muy marcados y aprendidos en Italia, donde debió residir entre 1600 y finales
de 1607, y donde conoció a los más importantes pintores del momento: Caravaggio,
Carracci, Reni y Gentileschi.
Junquera cree, sin embargo, que Maíno viajó a Italia
en dos ocasiones, dentro del citado periodo, en lugar de hacer un viaje de
mayor duración, aunque en 1609 se sabe que se encontraba en Roma trabajando
como pintor, porque poco después, en 1611, se instaló en Toledo, donde es muy
posible que realizara unos cuadros que se venían atribuyendo a Carlo Saraceni,
pertenecientes a la catedral.
En la misma Ciudad Imperial recibe el encargo de
pintar el retablo de las “Cuatro Pascuas” (1612) para el convento de los
dominicos de San Pedro Mártir, que se suponía perdido tras la Desamortización
de 1835, pero que se salvó entre los fondos del Museo del Prado. El conjunto
está formado por la Adoración de los pastores, la Adoración de los Magos, Resurrección
y Pentecostés, además de por un San Juan Evangelista y un San Juan Bautista. Es
en ese momento cuando decide profesar en el mismo convento dominico, en el que
ingresó el 27 de julio de 1613.
En 1615 figura como tasador de unas pinturas para la
capilla del Sagrario de la catedral y de los lienzos que hicieron el Greco y su
hijo Jorge para San Vicente Mártir, siendo considerado como “una de las voces
más autorizadas en materia artística en la corte de Felipe IV”.
Su producción fue casi siempre religiosa y de
“delicada espiritualidad”, pero también realizó algunas obras profanas,
especialmente retratos de pequeño tamaño, entre ellos un atribuido retrato de
Felipe IV.
En su época fue reconocido como gran artista, de
modo que Lope de Vega dice de él en El Jardín de Apolo:
“Juan Bautista Maíno
a quien el arte debe
aquella acción
que las figuras mueve”.
Murió el día 1 de abril de 1649 y el mismo día fue
enterrado en el convento de Santo Tomás, de Madrid.
En Pastrana se conservan dos pinturas suyas: una
Trinidad y una Anunciación, en el altar del coro alto del convento de
franciscanas concepcionistas de San José.
Finalmente cabría recordar que en el año 2006,
Leticia Ruiz Gómez atribuyó a Maíno dos cuadros del conocido como “Retablo de
Miranda” (1628), que se custodia en la Colegiata de Pastrana, y que llegó allí
desde el antiguo convento desamortizado de San Francisco, en los que figuran
los donantes: el matrimonio formado por el mercader Juan de Miranda y Ana
Hernández, ésta protegida por San Juan Bautista y aquél por San Francisco, tal
vez pintados en 1627, cuando se encontraba en esta villa redimiendo unos censos
contraidos por su familia.
Los caminos de peregrinación hacia Santiago de
Compostela han sido muchos a lo largo del tiempo, por lo que desde las tierras
de Guadalajara fueron también varios los que hasta allí se dirigían,
atravesando Castilla la Vieja y Galicia.
Hecho actual es el protagonizado por la Federación
Española de Amigos del Camino de Santiago, que se ha encargado de recuperar y
señalizar diferentes rutas jacobeas que ha dado a conocer a través de las
páginas de su revista Peregrino y de su web http://www.caminosantiago.org
De la provincia de Guadalajara nace un ramal que
desde la capital, atraviesa El Casar, llega a Manzanares el Real y continúa por
el Camino de Santiago que parte desde Madrid, para seguir por el puerto de La
Fuenfría hacia Segovia, Valladolid y León, que es conocida como la “Ruta
Alcarreña Occidental”. Aunque también existe otra llamada “Oriental”, que
también desde Guadalajara, por Hita, Jadraque y Riofrío del Llano, enlaza con
un camino, más largo, conocido como “Ruta de la Lana”, que tiene su origen en
el Levante español, atraviesa Cuenca y Guadalajara, sigue por Soria hasta
Burgos y, desde allí sigue el “Camino Francés” hasta Santiago.
En realidad esta “Ruta de la Lana” fue utilizada en
sus orígenes por ganaderos y comerciantes de todo lo relacionado con la lana:
esquiladores, etcétera, para comercializar en el mercado de Burgos, de modo que
acerca de esta vía de peregrinación se conocen diversos documentos, especialmente
un relato escrito en valenciano titulado L’Espill (“El Espejo”), que comenta el
viaje hecho a Santiago por su autor, Jaume Roig, en 1460, o el que en la
primavera de 1624 realizaron Francisco Patiño y su mujer María de Franchís,
acompañados por su primo, Sebastián de Huerta, desde Monteagudo de las Salinas,
en Cuenca, del que hay constancia de su paso por Astorga y Molinaseca.
Desde Atienza hasta Covarrubias esta ruta coincide
con la del “Destierro del Cid”, pero, en su mayor parte lo hace con el conocido
el camino que figura en el Repertorio de Alonso de Meneses, del siglo XVI, que
iba desde Cuenca a Burgos y por el que solía viajar la lana de la Alcarria y
los paños de Cuenca hasta las ferias y mercados de Medina del Campo y el
Consulado de Burgos, que también fue el que siguió en su viaje el rey Felipe
III, cuando desde sus bodas en Valencia fue a visitar el monasterio de la
Salceda en 1604, que seguía usándose en el siglo XVIII, y que Pascual Madoz
menciona tan repetidamente en su Diccionario como “Caminos: los locales y el
que conduce a Valencia y Cuenca”.
Diremos finalmente que desde Cuenca, este camino
sigue la siguiente ruta: El Villar, Torralba, Priego, Valdeolivas y, ya en la
provincia de Guadalajara, Salmerón, Trillo, Cifuentes, Mandayona, Atienza y
Miedes, pasando a Soria por Retortillo, El Fresno, Inés, San Esteban de Gormaz,
Alcubilla, para seguir por Huerta del Rey, Silos, Retuerta, Covarrubias,
Hontoria, Venta de los Molinos y Burgos y desde allí seguir en “Camino Frances”
por Castrojeriz, Fromista, Sahagún, León, Astorga, Ponferrada y Samos hasta
Santiago de Compostela.
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