MOLINA PIÑEDO, Fray Ramón, Piedras vivas. Iglesia parroquial de San Pedro
de Yunquera. Historia-Arte-Vida. Tomo I (siglos XVI-XVII), Guadalajara,
Bornova A.T.C. S. L., (col. Babel), 2013, 472 pp.
El libro que traemos hoy a
nuestra página bibliográfica lleva por título Piedras vivas. Iglesia parroquial de San Pedro de Yunquera de Henares.
Historia-Arte-Vida. Tomo I (siglos XVI-XVII) y es el primero de una trilogía
que se augura monumental si el resto de los tomos es de semejante configuración
al presente. Ha sido editado por Bornova A.T.C. S.L., gracias a la ayuda económica
del doctor ingeniero Rafael Abajo, compañero
de estudios y amigo, que como moderno mecenas ha ofrecido sus peculios
particulares para poner a punto esta obra, cosa digna de encomio y
agradecimiento en estos tiempos que corren.
Como suele ocurrir en casi
todas las obras de fray Ramón, el libro comienza con una amplia dedicatoria que
no podría ser más que a su Virgen de la Granja, patrona de Yunquera, a la
memoria de sus padres y sus hermanos, y a todos los yunqueranos.
Luego viene la Introducción, en la que se explican las
razones del por qué eligió ese título que, a mi modo de ver, bien pudiera
considerarse como una especie de oración universal, pues que para fray Ramón “el
edificio material queda trascendido como símbolo de una idea, esto es, la
espiritualidad ansiosa de luz, el permanente e inquieto anhelo de elevación y,
en suma, el templo cristiano por antonomasia”, es decir, su obra, la piedra
hecha arte y arquitectura, además de grandiosa en sí, lo es más porque su
intención fue que toda ella, como continente y como contenido, sirviese y
condujese a la fe, sin la que el arte sería algo muerto.
Yo
diría que esto tan aparentemente sencillo es la esencia del libro, su enjundia,
el meollo, lo que fray Ramón nos quiere enseñar de verdad.
La
iglesia es un ejemplo maravilloso de arte, de esfuerzos de los hombres para lograr
un fin; pero por encima de eso hay algo mucho más importante, eso que no se
suele saber leer sino entre líneas: que la meta es Dios y que al fin y al cabo
esta iglesia y todo lo que ella comporta no es más que una “escala ascendente”
hacia ese Dios del que todo emana y al que todo retorna.
Y esta catequesis es la
primera y fundamental parte del libro, que la segunda entra directamente en esa...,
¿llamémosle materialidad? que, aún siéndolo, no deja de servir de enlace entre “esto”
que es la tierra y lo de arriba, por así decir. Un axis mundi elevador, como quizá lo sea esa torre espigada y bella
que permanece enhiesta pregonando la fe del pueblo yunquerano que ayudó a su
construcción y que la cuida y la mima como algo representativo de su forma de
ser y pensar.
Pero
esa materialidad, lo efímero, lo artístico, lo que el hombre deja como huella,
a veces producto de la unión con otros hombres y otros esfuerzos, también
merece en este libro un apartado, grande, extenso, minucioso, que constituye
los capítulos segundo y tercero del libro, en los que se dan a conocer las
sucesivas etapas constructivas del edificio, comenzando desde el siglo XVI.
Coincide, pues, esta primera
fase -que en realidad son dos- con el auge económico que alcanzaron casi todos
los pueblos de la Castilla del momento, lo que propició su ascenso demográfico
y la evidente ampliación del casco urbano de Yunquera.
Es posible, casi seguro, que
hubiese una iglesia anterior, pero ningún resto, ni siquiera toponímico, ha
llegado hasta nosotros. Todo ello contribuyó, hizo necesaria, la construcción
de una nueva iglesia de mayor tamaño.
Este
periodo, las dos primeras fases, duraron más de cincuenta años. En 1570 estaba
en pie la cabecera plateresca, que habría que derribar en 1625, la torre, también
plateresca, y las tres naves que fray Ramón denomina “covarrubistas”, lo que
quiere decir que la iglesia se comenzó a levantar durante el reinado de los
Reyes Católicos, o al menos la idea de comenzarla a construir, hacia 1520.
Fray Ramón sigue, aunque
sopesando como corresponde, las afirmaciones del primer historiador de Yunquera,
fray Bartolomé Garralón, cuya obra manuscrita y todavía inédita Fundación, Origen y Linajes de la Villa de
Yunquera, lugar de el Reino y Arzobispado de Toledo, en la provincia de
Guadalajara, del año 1658, conoce en profundidad y sigue en numerosas ocasiones.
La
construcción de la torre plateresca queda acotada en el periodo comprendido
entre 1520 y 1539 y, asegura fray Ramón, que no fue financiada, como tantas
veces se ha dicho aduciendo para ello la existencia del escudo de Francisco Laso
de Mendoza y su mujer María de Osorio, señores de la villa, sino por la propia
iglesia.
Sin embargo, lo que se
conoce de los maestros constructores se debe en gran parte a Llaguno y Amírola,
que en 1832 pudo consultar los libros parroquiales y otros papeles ahora
inexistentes o desaparecidos, para documentar su libro Noticias de los arquitectos y arquitectura en España (Madrid, 1892)
y que, posteriormente, pudo comprobar personalmente Juan Catalina García López
a la hora de redactar los Aumentos a las Relaciones topográficas de España y el Catálogo monumental de la provincia de
Guadalajara. Pues bien, gracias a ellos sabemos que el tracista de la torre
y su primer director de obras fue Martín
de Regil que estuvo al frente de los trabajos desde 1520 hasta 1535, año en que
debió fallecer, dejando construidos los dos primeros cuerpos y comenzado el
tercero o “cámara de las campanas”, que continuó el maestro Pedro Medina (que
no Pedro de Medinilla, que es otro).
El precitado Llaguno señala
que la torre de San Pedro estaba terminada en 1539 y que el peritaje de tasación
corrió a cargo de Juan de la Riva y Miguel Gómez, sin que sepamos en qué
cantidad.
Fray Bartolomé Garralón
escribe acerca de dicha torre que “Hicieronla sin chapitel porque no eran tan
usados en aquel como en este tiempo. Pero remataronla en una coronación muy
hermosa, que llego hasta mi tiempo entera y era lo que entonces usaban poner
sobre los edificios a devocion de los Reyes Católicos. Pero desde el año de
1618 la han ido derribando toda, de suerte que ya no ha quedado sino es cual o
cual piedra de ella”.
Dentro de lo que denominaríamos
la segunda etapa (1559-1585) se reanudaron las obras para concluir las naves “covarribistas”,
cuyo encargo no recibió Nicolás Ribero, como señala Llaguno, sino que además de
“examinar el terreno, la planta y las zanjas, el arquitecto Alonso de
Covarrubias fue también el autor del proyecto”, aunque Nicolás Ribero trabajó
en esta fase como lo que era, es decir, como maestro de obras.
Son muchos los datos
colaterales que incluye fray Ramón en su libro, detalles que recomendamos al
lector, como la huella del mismo Nicolás Ribero y de Pedro de Medinilla en la
iglesia de Yunquera, la historia de su construcción hasta 1571, la tasación de
las obras, etcétera, hasta concluir y poner punto final tras veinte años de
trabajos.
Antes de continuar el libro
con la tercera fase constructiva, fray Ramón dedica una parte de su obra a
recordar alguno de los hechos memorables de aquellas fechas, entre ellos tal
vez el más importante: la epidemia de cólera de 1599, que dio origen a la
celebración del voto a la Virgen de la Granja cada 15 de septiembre.
La tercera fase
constructiva, que abarca de 1625 a 1639 da comienzo con la situación social que
atravesaba Yunquera, en gran parte decadente por la merma de población sufrida
a causa de la peste, que había bajado a ser de entre 400 y 500 almas, constituyendo
uno de los muchos problemas que acuciaban al vecindario la precariedad en que
se encontraba la cabecera plateresca de la iglesia al comenzar el siglo XVII,
puesto que como recogen las primeras referencias, datadas el 21 de enero de
1591, tres años después de la bendición e inauguración oficial, los del concejo
acuerdan por unanimidad que “se hable al maestro Vaca, cura de esta villa, que
de orden de hacer el edificio de la techumbre de la iglesia..., antes que tome
debajo a alguna persona e se pida a su Ilma. el Arzobispo-Cardenal de Toledo
que lo provea”, pero nada se llevó a cabo y la siguiente referencia a la citada
precariedad surge en 1621 cuando los del concejo del momento dicen “Que la
capilla mayor... está para caerse” de modo que es el mismo concejo el que toma
la decisión de “Que se derribe e edifique de nuevo”. Pero entre unas cosas y
otras, las obras no comenzaron hasta 1625.
Se sabe que las trazas
(planta y alzados) correspondieron a la autoría del santanderino Juan de la
Sierra de Buega que, en 1625, residía en el monasterio de Sopetrán donde quizá
trabajara en la realización de su claustro.
La intervención de Juan de
la Sierra de Buega se hace constar expresamente en la escritura de aceptación
de la obra, localizada por Muñoz Jiménez en el Archivo Histórico Provincial de
Guadalajara, en la que se afirma: “conforme a la traza y alzado firmados por
Juan de la Sierra, maestro de cantería y vistas en el consejo de Su Alteza”.
Además de en la traza, Juan
de la Sierra trabajó en la construcción de la cabecera desde 1625 hasta 1629,
que, al parecer, supervisaba el arquitecto Sebastián de la Plaza, quien también
inspeccionó el edificio en 1630, “cuando llegaba a su última cornisa” y
manifestó su total aprobación. Aunque poco más tarde, en 1629, se paralizaron
las obras porque, según indican distintas fuentes, los maestros de obras
quebraron (fray Pedro de San Agustín) o, según Llaguno, porque Juan de la
Sierra y Alonso de Madrid “se arruinaron en la contrata”.
Fray Ramón, a través de
algunos documentos del Archivo Municipal de Yunquera, ha demostrado que fue
fray Alberto de la Madre de Dios quien pasó seis días completos “para hacer la
planta, traza y condiciones para las bóvedas, medirlas y concretarlas”,
prescindiendo del plan original de Juan de la Sierra, pues aún faltaba por
hacer la cubrición del crucero y la capilla presbiterial. Los trabajos se
reanudaron contando solamente con 24.000 reales (en lugar de los 37.500 fijados
por el maestro Tomás Castejón) bajo la dirección de Baltasar Pérez y Bernardo
del Valle, quienes se comprometieron a llevar a cabo el plan trazado por fray
Alberto. Fray Ramón sospecha que la bendición de la cabecera nueva tuvo lugar
el 23 de septiembre de 1636 siguiendo a fray Pedro de San Agustín.
Hasta aquí la parte tal vez
más atractiva del libro, que continua con el más amplio de los capítulos, el
IV, dedicado al clero, los cultos litúrgicos y populares, las asociaciones pías,
las visitas eclesiásticas y la economía parroquial.
El aparato sobre fuentes y
bibliografía es más que suficiente.
Para resumir quisiera decir
que se trata de un libro muy interesante, no sólo para los yunqueranos y los
estudiosos de estos temas históricos y etnográfico-religiosos, sino para el
hombre de la calle, puesto que se va a encontrar con un libro de fácil lectura
y comprensión.
También quisiera hacer hincapié
en el lenguaje utilizado por su autor. Un lenguaje que ya casi no se emplea, de
gran belleza en algunas de sus formulaciones y con modismos propios de su
tierra campiñera, en el que el “leismo” abunda por doquier, o a través de esas
frases llenas de paz que indican tranquilidad y sosiego, como por ejemplo: “Pero
vayamos por partes y no adelantemos sucesos” o “... para entender los
antecedentes, principios y el posterior desenvolvimiento de la construcción de
los monumentos que en este capítulo va a referirse” o “con los datos que luego
daremos, el lector juzgará por sí mismo” y tantos otros.
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