Antonio Herrera Casado: "Viejos conventos de Guadalajara". Aache Ediciones. Colección "Tierra de Guadalajara" nº 132. Año 2024, 90 páginas, muchas ilustraciones. PVP.: 10 €.
Aunque ya existen otros libros sobre este mismo tema (uno de ellos escrito en 1946 por Francisco Layna Serrano, y editado también por Aache en formato de gran lujo) en esta ocasión he querido divulgar esta parcela del patrimonio local de la ciudad de Guadalajara con una publicación de lectura asequible, en la que aparecen los quince conventos que a lo largo de los siglos han puesto a la ciudad en el mapa de las devociones regulares, entre todas las órdenes religiosas creadas a lo largo de los siglos.
Aparecen así conventos, tanto femeninos como masculinos, de franciscanos, clarisas, dominicos, carmelitas, jesuitas, mercedarios…. Hasta el más reciente (de principios del siglo XX) de la Religiosas Adoratrices que custodian el Panteón de la Duquesa de Sevillano. De todos ellos, solo tres siguen vivos. El resto son piezas arqueológicas de la historia local. Pero de todos ellos aparece una breve referencia doble: historia del instituto, y descripción de lo que fue o de lo que queda de su edificio.
El libro está pensado para el tiempo actual. Tiene el formato que hoy se necesita para aportar información de calidad y abreviada: lo esencial de las cosas. Cierto es que reproduce como en miniatura la gran obra de quien fuera nuestro admirado historiador y Cronista Provincial, Layna Serrano. Un libro que escribió durante el encierro forzado de los tres años de Guerra Civil, con cientos de documentos revisados en Archivos y analizados edificios y entresijos. Hoy es un libro que sirve para que lo miren un muy reducido número de investigadores, y algún romántico lo use de regalo en alguna jubilación profesoral. Pero lo que hay que conseguir es que la gente, ese número cada vez mayor de ruteros, viajeros, agrupaciones de todo tipo que están encantados con visitar ciudades y reconocer su interesante legado patrimonial, conozcan estas esencias. Para ellos, que van con el tiempo tasado, y atentos siempre a las explicaciones del guía, este librillo puede servir para echárselo al bolsillo y en el propio autobús, o en la sobremesa, abrirlo por las páginas del convento recién visto y llevarse anotados sus nombres, y sus cifras.
El San Francisco de junto a Bejanque
Insisto en revisar en este libro al viejo monasterio de los franciscanos, ese Convento de San Francisco que fue creado por la reina Berenguela en la Baja Edad Media, y que aún hoy es actualidad latiente, por la controversia surgida en torno a su utilización como elemento de dinamización cultural de la ciudadanía. Visitables libremente su iglesia y la cripta subterránea del panteón de los Mendoza, el resto continúa sin apenas utilidad pública, esperando una restauración que merece, por su importancia histórica y por el valor que como elemento de encuentro social podría tener en un futuro.
En San Francisco de Guadalajara hay muchas cosas qué ver. Y este libro las enumera, dándole a cada una su jerarquía de importancia. La principal es la cripta semisubterránea que la familia Mendoza mandó construir bajo la iglesia, en el siglo XVIII, para que sirviera de panteón mortuorio de los duques. Largos años (desde “la francesada”) destruida y abandonada, ahora ha sido reparada y luce espléndida. Encima está la iglesia, de un gótico elegante, diseñada por Juan Guas (sí, el mismo arquitecto del palacio del Infantado) con capillas, algunas esculturas, muchs escudos, y, sobre todo, una espectacular bóveda del presbiterio pintados sus nervios con cabezas de dragones lenguados y furiosos.
En el resto del conjunto se verá (cuando lo restauren) el claustro monasterial, que es de dos alturas y construido en ladrillo, y una sala de máquinas que sirvió para producir elementos militares cuando el conjunto fue destinado a sede de la maestranza de los Ingenieros Militares. Pabellones de cuando fue “el Fuerte de San Francisco” con sus recuerdos carlistas, y otras curiosidades pueden verse en este lugar, que estuvo (y aún le queda buena parte) rodeado de un denso bosque de vegetación mediterránea.
Las jerónimas de los Remedios
Entre la quincena de viejos conventos de Guadalajara, casi perdido su referente incial vemos hoy lo que queda del convento de las jerónimas que mediado el siglo XVI fundara don Pedro González de Mendoza, obispo que fue de Salamanca y una de las lumbreras españolas en el Concilio de Trento. De allí se trajo ideas, y fórmulas estéticas como las que mandó aplicar a Acacio de Orejón y otros arquitectos en el diseño de la iglesia, que está hecha, en una sola nave, al estilo de las que los italianos del norte hicieron en Trento. Añadiendo bajo el presbiterio el mausoleo del fundador. Y poniendo sus escudos por todas partes.
Estas monjas, entre las que hubo eruditas individualidades, dejaron tras la Exclaustración este enjoyado edificio y se fueron a vivir a un más humilde caserón del centro de la ciudad, el que estaba junto a la iglesia de San Esteban, un viejo palacio que los Azagra las cedieron para su habitación, que fue sencilla, y en la que algunas se hicieron fotos, hasta que decidieron emigrar a Brihuega, donde se unieron al convento de jerónimas que allí había desde más antiguo.
En el convento de las jerónimas de Nuestra Señora de los Remedios, el gobierno liberal del siglo XIX puso el Hospital Civil de Guadalajara. Y tras la guerra incivil, todo estropeado y viejo, fue derribado, para sobre su solar levantar la Escuela Universitaria del Profesorado, hoy en uso.
Las franciscanas de La Piedad
No trato aquí de resumir el libro, ya de por sí resumido, sino de destacar los mejores valores que muestra. Y uno de ellos es el convento de la Piedad, que de inicio fue levantado como palacio para habita Lorenzo Vázquez de Segovia, al mismo tiempo o muy poco después que Juan Guas levantara el palacio ducal de sus tíos. En ese convento surgió como figura señorial la sobrina del fundador, doña Brianda de Mendoza, a la que ahora se recuerda por el título de nuestro más veterano Instituto de Enseñanza Media. Esta figura del Renacimiento mandó a Alonso de Covarrubias tallarle un templo, y a Juan de Flandes pintarle un retablo. Ella misma se dio a pensar en las bondades de la Reforma que Lutero estaba emprendiendo en la iglesia, y en definitiva allí quedó el aroma (otros dirían que el tufillo) de esos nuevos modos de pensar y actuar que en España, por los mandatos imperiosos de la espada de Carlos V, no llegaron a cuajar. Fue de inicio un beaterio (algo parecido al beguinage de Amsterdam ¿alguien lo ha visto?) que cuajó finalmente en monasterio de franciscanas a las que se apuntaban las hijas de los aristócratas que no alcanzaban novio de ninguna de las maneras.