EMBID RUIZ, Marta, Historias y Leyendas de Huertapelayo. Memorias de un pueblo, Guadalajara, Aache
ediciones (col. Tierra de Guadalajara, 91), 2015, 152 pp. (ISBN:
978-84-15537-70-0).
El tema del libro trata sobre las tradiciones y la historia
antigua de Huertapelayo, así como de esas otras “cosas” que todavía se
mantienen vivas en aquel apartado lugar del Alto Tajo de Guadalajara, tan
apartado que, en realidad, fue motivo o causa principal de que tantas
manifestaciones se hayan mantenido en su pureza originaria hasta nuestros días,
por lo que a través de su título: Historias y Leyendas de Huertapelayo, se vislumbra lo que el subtítulo del libro
viene a indicarnos acerca de su contenido, es decir, su memoria, la memoria de
un pueblo que se ofrece a los lectores de forma amable gratis et amore, a través de una docena de trabajos que constituyen
y conforman el articulado de su índice.
Curiosamente hay que decir que Huertapelayo fue un pueblo que
quedó abandonado en los años 60. Allí lo conocí y entré en sus casas
entristecidas y hueras de gentes y en el baile también entré, en la plaza
¿mayor? frente a la olma que la presidía y gobernaba. Y gocé del silencio
infinito, apenas roto por el sonar de las ramas de los árboles, de aquella
espesa vegetación que rodeaba al pueblo, y del pajareo constante de las
avecicas que se acogían a su amor. El arroyo seguía su curso, silente,
borboteando de cuando en vez, salpicando las yerbas de la ribera, verdeantes y
frescas, cuando a eso del alba me asomaba a su espejo para lavarme la cara.
Huertapelayo fue siempre un pueblo sin recursos. Apenas la miera, la
pez y la resina daban para sacar unos cuantos cuartos con los que poder vivir.
A pesar de ello, sus habitantes, los “pelayos”, fueron siempre gentes alegres y
cordiales y de ellos se cuentan muchos chistes, como por ejemplo aquel que dice
que, cuando los americanos llegaron a la Luna, se encontraron con unos tíos
vestidos de pana y con boina que se les acercaron a la nave para venderles pez,
colofonía y alcanfor, por si tenían que calafatear la nave espacial, que la de
ellos vendían era de la mayor calidad al mejor precio. No se sabe lo que les
contestó la NASA, pero al fin y al cabo, fuera bromas, lo que nuestra autora
quiere plasmar en su libro “son las leyendas, las costumbres, los dichos de
antaño, que con el paso del tiempo se han ido perdiendo”.
Por eso, parte de los datos que se recogen en el libro está basada
en las informaciones directamente
recibidas de familiares y amigos, todos “pelayos”, que las escucharon de sus
antepasados, es decir, de esa sabiduría tradicional que no se aprende en las
Universidades y sí en la escuela de la vida del día a día.
Marta Embid comienza su trabajo describiendo la geografía y el
medio natural de Huertapelayo: su situación, clima, geología, flora y fauna,
para entrar en la Historia, en la más remota, la de otros tiempos, fijándose en
agujeros como los de “El Odón” y “Los Covachos”, amén de las ruinas arqueológicas,
interesantísimas, de “Los Casaricos”, a pesar de pecar, como en tantos otros
casos se peca, de cierto “adanismo” que en los tiempos actuales no debe haber
lugar, dedicando algunos espacios a la “Cueva de los Casares” (Riba de
Saelices) y al poblado celtibérico de Zaorejas, que nada tienen que ver con el
pueblo cuya historia trata el libro. Sí es interesante la mención a la “Piedra
Escrita” que estaba clavada en unos sembrados del lugar y que, según cuentan,
servía para separar un huerto del camino, a modo de hito, mojón o muga, que a
día de hoy ha sido suficientemente estudiada, puesto que se trataba de la
reutilización de una lápida sepulcral romana.
Del periodo romano pasa al islámico, a la conquista de España por
los musulmanes. Nuestra autora sitúa imprecisamente Huertapelayo en el término
o “cura” de Santabariyya, siguiendo a Vallvé, (cuya cita no se incluye in extenso en la bibliografía que
esperábamos al final, inexistente)
“Después de la Reconquista se dice que un tal Pelayo pudo ser el
fundador o uno de los primeros pobladores originales de este pequeño pueblo
empezando así su repoblación”, pero no existe documentación alguna que lo
demuestre, como tampoco aparece Huertapelayo en el Fuero de Cuenca (1177), “…en el que estaría incluida…”.
Posteriormente, los Reyes Católicos (1480), mandaron que todos los pastos del
Suelo y Tierra de Cuenca fueran comunes, por lo que más tarde revocaron una
orden del duque de Medinaceli que prohibía la entrada de los ganados de Cuenca
en los términos de Villanueva de Alcorón, El Recuenco, El Pozuelo,
Armallones, Zaorejas, Poveda de la
Sierra, Arbeteta y Huertapelayo…
Y, como por arte de magia, pasamos de golpe al Huertapelayo del
siglo XIX y después a 1960, en que el pueblo queda casi totalmente abandonado,
puesto que solamente permanecen en él tres mujeres, que aguantan varios años
viviendo solas: Catalina, Marcelina y Encarnación Herraiz Salmerón, que por
entonces contaban con 57, 74 y 50 años, respectivamente, y convivían con cerca
de 200 ovejas. La segunda era la encargada de ir a por provisiones a Zaorejas.
Según dicen, a lo largo de dos años no vieron a nadie aparecer por el pueblo.
Mayor interés tiene para el lector al capítulo tercero en el que
se habla de la iglesia del pueblo de la que desaparecieron casi todas las
imágenes en la contienda del 36-39, entre ellas la de la patrona, Santa María
Magdalena, y de la que, verdaderamente, es muy poco lo que se conoce
documentalmente.
Si es interesante constatar que las mujeres solían situarse en un
lugar concreto de la iglesia, que coincidía con las sepulturas de sus
antepasados, sobre las que dejaban arder cera hilada en “tablillas” de madera.
El año 2013, un sacerdote -de nombre Rafael- se encargó de
transcribir algunos documentos de los pocos que se conservan: “Junta y obligación de los Vecinos de Huerta
Pelayo a favor de la iglesia Parroquial de dicho lugar” de 30 de febrero de
1744; una “Carta del Párroco Don
Francisco Fernz de Quintanilla” (sic), del 20 de Marzo de 1744; “Carta del Obispo de Cuenca Don Joseph
Flórez Ossorio”, del 18 de Junio de 1744, etcétera.
En la fachada de una casa -en la Calle del Tresillo, 14- habría
que distinguir claramente las dos piedras que aparecen fotografiadas en la
página 71, que no son “cruces de consagración”, sino estelas discoideas
reutilizadas a modo de decoración y que, sin lugar a dudas, podríamos fechar
entre los siglos XII y XIII, seguramente provenientes del antiguo cementerio
que debió rodear la iglesia.
Aquí comienzan los capítulos destinados a las fiestas y
tradiciones populares del lugar, donde se recogen las correspondientes a las
“Mozas del Santo”, que tenía lugar poco antes de la llegada de la Semana Santa
y que viene a ser equivalente a las fiestas mujeriles que en pueblos de la
Campiña se conocen como “La Ramas”. Afortunadamente se da a conocer la letra
que cantaban las mozas. Está también recogida la ancestral tradición del
“judas”; la ronda de los “mayos”; San Antonio y las patronales de Santa María
Magdalena, con su ronda, a las que siguen las propias del “Día de los
Inocentes”, de la noche de “Todos los Santos” y, algo curiosísimo, la fiesta
del “Abuelo potro” (31 de diciembre), en la que se despedía al año viejo -un
lugareño vestido de muerto- que daba paso a el recibimiento del nuevo, con
determina parafernalia carnavalesca, puesto que le acompañaban cuatro personas
más.
Quizá uno de los apartados más interesantes sea el que se dedica a
las leyendas, en el que se recoge una interesante y atractiva colección: “Las
campanas de Huertapelayo”, “La sirena del pozo de la Vega”, “El duende del tío
Nabo”, “El aparecido no querido” (que era el propio tío Nabo), “El tío lobero
Baños”, “Los tres golpes”, “Santa María Magdalena y la Pedregada”, “La zarza
engañosa”, “San Antonio” y “La piedra de la cadena”, cuya lectura recomiendo al
lector interesado, por su interés, aunque, muchas de ellas sean variantes de
otras suficientemente conocidas en el folclore nacional.
Otro apartado etnológico se destina al conocimiento de algunas
costumbres cotidianas: colar, el alboroque, la bendición a las novias, correr
las paletillas en las bodas, el concejo, el acompañamiento al difunto hasta el
cementerio, encender las jicarillas y, cuando se caía un diente lo lanzaban al
tejado al tiempo que cantaban:
“Tejadillo, tejadillo, / Ahí
va este dientecillo, / Y échame otro más majillo”.
Sabemos que los dientes se solían meter en los intersticios de las
puertas de los “casillos” y cochiqueras en los pueblos de Arbancón y Renales.
No podía faltar un apartado destinado a dar a conocer la
famosísima industria resinera de Huertapelayo, que no fue, en realidad, tan
antigua como se supone, puesto que comenzó a realizarse a finales del siglo
XIX, y más concretamente hacia 1878, pero después, dado el aislamiento
geográfico del pueblo, muchos de sus habitantes se trasladaron a Villanueva de
Alcorón -donde montaron nada menos que siete fábricas -la última permaneció en
funcionamiento hasta el año 1983- y Zaorejas, mejor comunicados, donde en 1928
funcionaban a pleno rendimiento.
A partir de aquí el libro se recrece a través de varios capítulos
dedicados a dar a conocer algunas “curiosidades”, como las citadas de “El
Alcalde de Huertapelayo”, “La tía Gregoria la
rica”, “El tío Pablo de Pelayo” (“El
tío Pablo de Pelayo, murió al amanecer, y a las doce del mediodía le hicieron
tomar café”) -caso de catalepsia-, “La isla de Ellis en Estados Unidos”,
“El tío Ratón”, “La mula que cayó por el chorrero” y “Las pulgas”, que no dejan
de ser leyendas tradicionales aunque surgidas, con más modernidad, que las más
arriba citadas; remedios tradicionales, entre ellos el poder comunicarse con
los difuntos; versos, dichos, refranes y vocabulario típico Pelayo; parajes
como “El Portillo”, “El Puente de Tagüenza”, “El Chorrero del Portillo”, “La
Piedra de la Ila” y los numerosos molinos, además de una serie de notas
entresacadas de las hemerotecas periodísticas.
Mi comentario es el siguiente que paso con parte del Retablo de la Iglesia quien se lo llevo?
ResponderEliminarEn relacion al libro me gusto mucho esta muy bien cumplimentado Marta es una buena escritora y espero que siga escribiendo muchas historias de nuestro pueblo Huertapelayo.
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