RUEDA JUAN, Mariano, Aldeanueva de Guadalajara. Perfiles de su Historia, Guadalajara, Aache Ediciones (col. Tierra de Guadalajara, 92),
2015, 134 pp. (ISBN: 978-84-15537-71-7).
Mariano Rueda Juan
comienza este libro, breve en su extensión, con unas notas sencillas y
agradables en su prefacio, donde es posible leer palabras tan sinceras, que
compartimos, como pensar y decir que “Un pueblo es su gente, su tierra, su
patrimonio, sus costumbres…”, incluso las más viejas y olvidadas. Muchas veces
hemos dicho que el patrimonio más importante de un pueblo lo constituye su
gente, las personas que lo habitan, que son quienes conservan en sus cerebros
la memoria ancestral del lugar, de modo que, como dice el refrán musulmán,
cuando el habitante de un pueblo muere, muere con él una biblioteca y se pierde
una parte de ese patrimonio al que nos referíamos anteriormente.
Dice más, que ningún
pueblo carece de historia. Ciertamente, aunque sus habitantes la desconozcan.
Por eso es conveniente -y aún necesario- que sea el interesado, el erudito
local, el amante del pasado, el aficionado a las leyendas y tradiciones, el
historiador de historias minúsculas, quien dedique su tiempo, lenta y
pausadamente, preguntando a los lugareños y componga un librejo amable y
sencillo, entendible por todos, que dé a conocer esos rincones más o menos
oscuros de los que todos han oído hablar y nadie conoce en profundidad, con la
debida seriedad que un hecho histórico debe ser conocido para que siga siendo
precisamente eso, “un hecho histórico” y no se convierta en un mito o una
leyenda, a veces sin sentido.
El libro que aquí y
ahora comentamos goza de ese privilegio. No pretende revestirse de galas no
concedidas y cuyo autos se limita a recoger, buenamente, como debe ser, los
datos más destacados, sonoros e importantes de la historia de Aldeanueva de Guadalajara, que un día decidió ir apuntando en su agenda. Son, por tanto, pequeñas
historias de pueblo, hechos sucedidos, recuerdos vividos, esos que, unidos a
otros más de los pueblos aledaños conforman la general Historia, ahora sí, con
mayúsculas, de España.
No se trata de un libro
extenso, dada su paginación, y consta de trece capítulos, más una bibliografía
escueta. “Al principio”, que es su primer capítulo, su autor cae en el pecadillo
en que suelen caer quienes como “primíparos” en esto de dar a luz un libro: que
quieren demostrar la antigüedad de un lugar remontándose hasta los tiempos
“adánicos”. Esto no debería ser así y habría que darse cuenta de algo tan
sencillo como el hecho de que si no hay restos a los que referirse hasta la
Edad Media, pongamos por caso, pues no pasa nada y comenzamos nuestro libro
desde esa etapa. Así nos evitaríamos dejar constancia de numerosas menciones a
yacimientos arqueológicos que nada tienen que ver con el pueblo objeto de
nuestro estudio que, tal vez, pudo ser poblado por grupos Carpetanos, etcétera.
Hay que tener en cuenta, según las coordenadas espacio-temporales actuales, que
la distancia geográfica existente entre Aldeanueva y Segontia o Molina o Luzón
y tantos otros lugares, no nos permite hablar de esas localidades para
demostrar la primera historia de nuestro pueblo.
Del mismo modo que,
algunos siglos más tarde, tampoco podemos fiarnos de la casi imposible o nula
influencia que Recopolis pudiera tener sobre Aldeanueva. E igualmente sucede
con los datos acerca de la ocupación musulmana.
Luego, los capítulos se
vienen a centrar en hechos históricos comprobados, es decir, que de reconquista y posterior repoblación llevada a
cabo por Alfonso VI, fechada en 1085, tras la que el territorio pasó a depender
de la corona castellana. Entre los lugares recuperados figura una “Aldea” “nueva”, que aparece en el fuero
“breve” del siguiente Alfonso, en 1133. Ello indica que fue una repoblación
reciente, posiblemente sobre lugares anteriormente ocupados, seguramente
durante los primeros años del siglo XIII, de modo que su iglesia
románico-mudéjar podría fecharse a finales de dicho siglo o comienzos del
siguiente.
Tres siglos después tal
Aldeanueva pasó llamarse Santa Fé (1630) para en el siglo XVIII recuperar su
denominación originaria, ya que el añadido “de Guadalajara” se debe a la
necesidad -por parte del Servicio de Correos-, de diferenciarla de otras
“aldeanuevas” existentes en el resto de España, lo que vino a ocurrir hacia
1919.
Durante la invasión de
los Infantes de Navarra y Aragón, la zona briocense sufrió su ocupación,
contándose entre los sitios ocupados la “aldea nueva”, que hubo de pagar
fuertes tributos hasta la toma del Torija y su castillo por el Marqués de
Santillana, su hijo Diego Hurtado de Mendoza y el arzobispo Carrillo, en 1446,
a petición del rey Juan.
Aquí comienza la
señorialización de Aldeanueva y su declive, puesto que comienza a pagar
elevados tributos, entre ellos al Gran Cardenal Mendoza, que disponía de las
tercias de 27 lugares, entre los que encontraba Aldeanueva. Más tarde, ya en el siglo XVI, el rey Felipe
II mandaría a los concejos un cuestionario que todos los lugares habitados
debían contestar: son las llamadas Relaciones
Topográficas. Mariano Rueda da a conocer las de Aldeanueva en el cuarto
capítulo de su libro. Y, poco después, veremos como nuestro pueblo fue
adquirido por Nuño de Córdoba y Bocanegra, de manera que, a finales del siglo
XVII, era su dueña doña María Gregoria Flórez y Chávez y su marido don Vicente
de Vera y Moctezuma, a quienes había que entregar anualmente sesenta y dos
gallinas y un gallo.
Desde el punto de vista
etnográfico es interesante el apartado que se destina al estudio del mundo
funerario -a finales del siglo XVII-, que ocupa las páginas 42-46.
Unos breves apuntes
acerca de la Guerra de Sucesión, más bien centrada en Brihuega, nos hablan de
la disputa entre Atanzón y Aldeanueva sobre el despoblado de San Marcos y al
estado en que se encontraba su archivo. Un testigo de Atanzón indica lo
siguiente:
“Asimismo
sabe que por la injuria de los tiempos y paso de las tropas enemigas en los
años 1706 y 1710, se hallan muchos de los papeles del archivo destrozados,
comidos por los ratones y podridos por las humedades”.
(O sea, que la cosa
viene ya de antiguo).
Siguen las Respuestas Generales al Catastro del Marqués
de la Ensenada, y se dedica el apartado séptimo al conocimiento del
despoblado de San Marcos y sus problemas limítrofes, puesto que
“Entre
el término de Aldeanueva y el de Atanzón hay un despoblado del lugar que se
llamaba Centenera de Suso (arriba), aldea y jurisdicción de la ciudad de
Guadalajara, y que ahora llaman San Marcos, cuyo nombre se deriva de la iglesia
parroquial, del cual el titular es el Sr. San Marcos, y hoy su ermita existe,
en cuyo término tienen recíproca jurisdicción las justicias de dicha villa, y
hechas sus mojoneras y en uso de su posesión está de Aldeanueva de cumbres
abajo ó aguas vertientes, y la de Atanzón, de cumbres arriba todo el llano”,
por lo que abundaron los
pleitos tras quedar abandonado y querer Aldeanueva y Atanzón anexionarlo a su
término, aunque como se demostrará, la Justicia otorgó la posesión definitiva
de dicho despoblado a la primera.
El paso del tiempo da
lugar a la llegada del periodo desamortizador (1766-1924), al que se le concede
un capítulo entero en el que se ofrece una relación de las fincas embargadas,
las deudas correspondientes y las costas devengadas. Evidentemente las sucesivas
Desamortizaciones sirvieron para que los pobres se hicieran más pobres y los
ricos mucho más ricos, puesto que privó a los primeros de las tierras
comunales, al igual que contribuyó a la ruina de los ayuntamientos que, en
muchos casos, no pudieron sostener el pago de la instrucción pública. Son
muchos los nombres de quienes adquirieron fincas a bajo precio y de sus
propietarios: Arzobispado de Toledo, Virgen de la Soledad, Santa Lucía, Nuestra
Señora de la Asunción, el Santísimo, la memoria de los huérfanos, el curato
(regadío, secano, yermos y viñas); fábrica de la parroquial, bienes de propios
del Ayuntamiento, el molino y el tejar.
Con lo que se llega a la
Aldeanueva de Guadalajara en el año 1845, cuyos datos pertenecen al Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico
de España y sus posesiones de ultramar (Madrid, 1845-1850), más conocido
como Diccionario de Pascual Madoz.
Interesa constatar la
epidemia de gripe que España sufrió en el otoño de 1918, que posiblemente segó
la vida de más de un cuarto de millón de personas -el 1,5% de la población- y
que en noviembre de dicho mes llegó a Aldeanueva, tal y como se recoge en el
periódico Flores y Abejas del día 10,
a través del artículo titulado “El origen de la epidemia” y que poco después,
el día 17, se centra exclusivamente en nuestra población mediante otro suelto:
“La epidemia”, suficientemente aclaratorio de la situación sanitaria de la
población.
El apartado onceno
ofrece algunos datos acerca de los principios del siglo XX en Aldeanueva;
riqueza territorial, contribución, comercios públicos, derramas, etcétera,
además de la construcción de una carnicería-matadero en 1914, de cuyo acuerdo
por parte del Ayuntamiento, se transcribe el acta correspondiente, en la que
constan, como debe ser, las firmas de los vecinos que así lo estimaron.
Aparte de los temas
apuntados, un capítulo, el doceno, se dedica al estudio y descripción de la
iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, quizá la joya más importante de
Aldeanueva en lo que a su patrimonio artístico se refiere. Una iglesia
románico-mudéjar, con ábside semicircular, cuyas imágenes y planos, reproducen
los del libro de Nieto Taberné y colaboradores, El Románico en Guadalajara, apartado que finaliza con un espacio
destinado a la orfebrería conservada a lo largo del tiempo, datada entre los siglos XVI y XIX (entre la
que no aparece citado un portapaz del XVI, tal vez desaparecido), como tampoco
la pintura al fresco conservada en la sacristía que representa una “Piedad”, que
apareció bajo una capa de cal moderna, quizá dada con motivo de la peste.
Una escala demográfica
de los últimos ciento sesenta años y la descripción del escudo municipal dan
fin al libro, junto a una escueta bibliografía en la que se echan en falta
algunos títulos suficientemente conocidos.
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