REBOLLO PINTADO, Benjamín, Peñalver, paseando en tus recuerdos. Imágenes de un tiempo pasado,
Guadalajara, Excmo. Ayuntamiento de Peñalver, 2015, 431 pp.
Peñalver es uno de esos pueblos amables y sencillos
que le ha tomado el pulso a eso de dejar constancia de los hechos que
acaecieron en su pasado, pues que este libro es ya el segundo de una amplia
saga dedicada a la fotografía antigua, amén de otros más que su Ayuntamiento
publicó sobre fiestas y tradiciones y obras de sus paisanos más queridos,
ilustres y recordados, como lo fuera Doroteo Sánchez Mínguez, “Don Doro” para
los paisanos y amigos, y de una interesante revista que, con carácter anual,
publica la Asociación de Amigos de Peñalver, que lleva por nombre el dulcísimo
de Peñamelera y que, este año ha
llegado a su número 25. Revista de amplia paginación en la que se suele dar
cabida a trabajos muy diversos de su Historia, Arte y Folklore, a los que
normalmente acompañan numerosas fotografías, algunas de ellas de notable
antigüedad, que le confieren mayor interés.
Este libro, de mucha fotografía y algún que otro
texto, es el resultado de una ambiciosa labor en la que ha habido dos
participantes principales: el propio pueblo de Peñalver, es decir, sus gentes,
que amablemente han prestado las imágenes que conservan de ellos mismos y de
sus antepasados, y “Benja” Rebollo, que con paciencia infinita las ha ido
escaneando, una tras otra, signándolas y poniéndoles el pie adecuado para que
pudieran ver la luz a través de las páginas que lo componen, que son muchas
para un libro de este tipo, lo que viene a constituir un gran trabajo
sentimental y de amor hacia el pueblo donde uno ha visto la luz y hacia sus
gentes.
Señala en su prólogo el autor y recopilador
su deseo de ofrecer aquellas fotografías más representativas de Peñalver, sin
centrarse exclusivamente en esas otras fotografías que podrían clasificarse
como “familiares”, más íntimas, tratando de buscar el entorno que las rodea,
puesto que esa es la verdadera forma de hacer Historia a través de su
vestimenta, del estado en que se encontraban las calles, los monumentos, cómo
se hacían los bautizos, comuniones y
bodas, recogiendo las labores domésticas y las del campo, las ferias y
fiestas, la forma de vivir de los mieleros y, en fin, el mundo cotidiano de
hace años que ya no volveremos a ver ni a vivir.
Señala además la importancia y el valor etnográfico de
algunas fotos, en ocasiones no muy bien conservadas, pero precisamente por eso
su publicación servirá para rescatarlas del olvido y conservarlas de manera
apropiada para mayor alegría y contento de todos.
Benjamín Rebollo ha incluido también algunos
documentos que se refieren al pueblo y a las personas que lo habitaron y
habitan; la contribución industrial desde 1924 hasta 1963, las quintas
militares de 1915 a 1970, las matanzas domiciliarias, las patentes de
vehículos. Evidentemente, muchos datos de los que figuran a pie de foto le han
sido proporcionados por los propios dueños de las mismas, siempre buscando la
fiabilidad, por lo que este libro es, por así decir, una especie de “agenda”
del pasado -más o menos cercano- de las gentes de Peñalver. Su -nunca mejor
dicho- memoria histórica plástica más minuciosa llevada a cabo hasta ahora.
Grosso modo consta de ocho apartados, que
iremos desgranando poco a poco, tratando de dar idea de su contenido, aunque,
en realidad, haya un capítulo previo, donde se ofrecen numerosos datos acerca
de los monumentos y parajes más destacados en la actualidad, que finaliza con
su callejero y que da paso al primer grupo fotográfico.
El pueblo. Vistas de Peñalver: fuentes, calles y
paisajes, lugares públicos, como la plaza, donde la gente se saluda, centro
social por excelencia, lugares plagados de encanto y gratos recuerdos, que se
han ido transformando con el paso del tiempo y la prisa. Y entre “col y col,
lechuga”, puesto que entre tan bellas fotografías se incluyen algunos textos
que también ayudan -¡cómo no!- a conocer el pasado peñalvero, como el titulado:
Sobre el poema popular “Peñalver. Célebre villa”, del que ya se sabía su
existencia gracias a las copias que han conservado varias familias y a su
reciente publicación en la ya citada revista anual Peñamelera y que viene a ser, en definitiva, una descripción de la
villa en verso libre y rima asonante.
También forman parte del pueblo sus edificios
religiosos: los restos del monasterio de la Salceda, sus cuevas -como la de los
“Hermanicos”-, las ermitas de San Roque -en la que pueden apreciar numerosos exvotos
colgados en sus paredes y a la que acompañaba su impresionante olma-, y del
Cristo, amén de la iglesia de Santa Eulalia de Mérida.
No deja de tener gran interés para el investigador el
espacio dedicado al estudio de la medalla encontrada en la ermita de la
Salceda, que se compara con otra que se encontró en los cimientos de la ermita
que mandaron edificar los caballeros sanjuanistas a los que se les apareció la
Virgen, cuyos datos figuran en el libro Arco
de Paz entre Dios y el Hombre, aparecido entre los términos de Peñalver y
Tendilla, en la milagrosísima imagen de Nuestra Señora de la Salceda, que se
venera… escrito por el Reverendo Padre Fray Juan Ros, Madrid 1827.
Como casi siempre, el apartado más numeroso en
cantidad de fotografías corresponde a las gentes, es decir, a los verdaderos
protagonistas de la historia de los pueblos, a su auténtico patrimonio. En este
libro sobre Peñalver se han recogido retratos de militares de antaño, de
“quintos” y relacionadas con la “mili”, retratos de antaño de mayores, de
grupos de amigos, de familias y encuentros familiares, de aquellas otras
familias “numerosas”, de niños y de la escuela. Muchas son verdaderamente
antiguas (1881, 1895) y fueron tomadas en diversos estudios, generalmente
madrileños, por lo que su interés es mayor dado que pueden contener datos poco
conocidos acerca de la historia de la Fotografía. Por ejemplo, aparecen algunos
“retratos de militares de antaño”, firmados por establecimientos como el de M.
Martínez. Carretas 37. Madrid (de 1917), de M. Terol. Hortaleza 33. Madrid (de
1918 y 1925), además de otros como los realizados por E. G. Fernández. Cava
Baja 4. Madrid (de 1914) y por “YO”. Puerta del Sol 11. Madrid (de 1920 y
1922). Entre las recogidas de “nuestros mayores” hay una de 1940 realizada en
el estudio de Mateo. Latoneros, 4. Madrid.
Otras fotografías acerca del ocio, el tiempo libre y
la diversión recogen aspectos sobre la caza -tiro pichón y al plato-, el
deporte -básicamente ciclismo, pelota a mano y fútbol- y poco más.
Otro apartado en el que abundan las fotografías es el
destinado a los trabajos, especialmente a las labores agrícolas y ganaderas. El
tiempo transcurría más tranquilo que hoy, pero siempre había algo que hacer:
sacar el ganado a pastar o, según las fechas, segar, trillar, arar y sembrar.
Recoger las aceitunas en invierno, hacer leña… Y en las casas, ordeñar las
cabras, echar de comer a las gallinas, lavar la ropa en el río y tenderla en la
solana, además de poner algún que otro remiendo a los pantalones de pana o de
zurcir unos calcetines. A veces tocaba “hacendera” y a ella acudían todos los
hombres del pueblo con el fin de llevar a cabo alguna obra pública, del común:
arreglar los caminos, empedrar calles, limpiar las fuentes, etcétera, labor que
generalmente agradecía el Ayuntamiento invitando a todos los participantes a un
“alboroque” a base de vino y cañamones o algo por el estilo. Apartado curioso
es el que recoge las fotografías más significativas de la paulatina llegada del
progreso al pueblo: aventadoras, cosechadoras y tractores (que desterraron a
los carros tirados por “sangre”).
Sin embargo, durante mucho tiempo y generación tras
generación, los mieleros desempeñaron el oficio más antiguo que se conoce en
Peñalver y el que mayor identidad les ha dado donde quiera que hayan ido con su
cubeto de miel, y sus alforjas repletas de queso, chorizo y nueces, conocidos
por su atractiva llamada: “Miellll, miel
de la Alcarriaaaa, a la rica miellll”. Hay una fotografía fechada hacia
1880 en la que se ve a Juana Parra y su padre vendiendo rosquillas en la Feria
de San Isidro de Madrid. Fotografías de verdadero valor etnográfico, como
grupo, como viajeros, por las vestimentas que utilizaban… que podrían
compararse con los muleteros del Maranchón y los esquiladores de Fuentelsaz y
Milmarcos.
Siguen las fiestas patronales. Las de septiembre
marcaban el calendario festivo del año, a las que no faltaba ningún peñalvero
residente fuera del pueblo. El día 8 se celebraba en honor a la Virgen de la
Salceda con procesión y misa y después, unos días de fiesta en los que mozos y
mozas gozaban del baile, los juegos y los festejos taurinos, que finalizaban
con unas tremendas calderetas hechas con la carne de los astados. Más
modernamente surgieron las “peñas”, que tanta animación proporcionan a las
fiestas locales.
Aparte de las fiestas patronales se celebraban otras
más: la Feria de “San Matías” de Tendilla, donde los peñalveros solían acudir
para llevar a cabo sus transacciones de ganado -era muy frecuente que los
asistentes a esta feria se hiciesen fotografías, para las que el operario
colocaba adecuadamente un decorado apropiado: la calle de una ciudad, una plaza
de toros, etcétera, o un caballo de cartón si el fotografiado era un niño. Son
muchas las fotos de este tipo que ha recogido Benjamín Rebollo-, San Blas -que
en Peñalver se celebra el día 3 de febrero con la salida de la “botarga”
vestida de blanco con tiras rojas, simulando ser llamas de fuego, careta
diablesca y un gigantesco garrote con la que persigue a la chiquillería. Ese
día, en misa, el sacerdote bendice uvas y pasas que después se reparten entre
los asistentes para que los proteja de los males de la garganta. Aquí se
incluye un artículo de Sinforiano García Sanz titulado “Desde Peñalver la
botarga de San Blas” y publicado en el periódico Nueva Alcarria del día 5 de febrero de 1966-, el Corpus, la Semana
Santa, la merienda de San Pedro y las tradicionales rondas de bodas y Navidad
-que comenzaban a mediados de noviembre y se rondaba todos los días por las
calles del pueblo, hasta que se terminaban pasados los Reyes Magos-.
No faltan tampoco las fotografías dedicadas a recordar
los bautizos, las primeras comuniones (algunas realizadas en los estudios
madrileños de Mateo y de Mayer), los novios y las bodas -que reunían a toda la
familia tanto para la celebración del matrimonio como para ayudar en los
preparativos de las comidas-, que eran la ocasión propicia para romper la
rutina diaria de la vida del pueblo. Un artículo sobre los “Rituales de
matrimonio en Peñalver (Guadalajara)” completa este apartado.
Finaliza el libro, extensísimo como se ha podido ver,
con un final fotográfico titulado “Otras ocasiones”, en el que aparece la
inauguración de la oficina local de la Caja Provincial de Guadalajara (1971);
“Su peso en miel”, ofrecido a Camilo José Cela; la instalación de la escultura
dedicada a los labradores de Peñalver, y sobre las restauraciones de las ermitas
del Cristo y San Roque y de la iglesia parroquial, que cierra una bibliografía
y el colofón.
Un libro que ya es Historia de Peñalver en sí mismo,
en el que su autor Benjamín Rebollo Pintado, encargado también de la digitalización,
edición, diseño y composición, ha sabido dar cabida a multitud de fotografías y
textos en los que se recogen todas y cada una de las numerosas “señas de
identidad” que aún conserva vivas esta simpática villa alcarreña, tan cercana
a la capital de la provincia y, si se me
permite, tan poco conocida.
José Ramón López de los Mozos
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