BALLESTERO JADRAQUE, Mario, A la luz de un candil: Arbancón y su legado,
Guadalajara, Diputación Provincial de Guadalajara, 2011, 272 pp. Premio
Provincia de Guadalajara de Investigación Histórica y Etnográfica 2010 (ISBN:
978-84-92502-25-7).
Arbancón y su legado recibió el
Premio Provincia de Guadalajara de Investigación Histórica y Etnográfica 2010,
convocado por la
Diputación Provincial de Guadalajara, que también se hizo
cargo de su publicación.
Aparentemente estos libros que
pudieran ser tachados de excesivamente localistas no lo son tanto si
consideramos que muchos aspectos que ellos se tratan están enfocados desde un
punto de vista, metodológicamente hablando, mucho más amplio, como es el caso
del libro que comentamos.
Así, comienza ofreciendo unas breves
pinceladas acerca del Arbancón actual, en base a su descripción geográfica y
humana, a la que sigue un “callejeo” -el mero hecho de ruar ya es importante
para el visitante, que así conocerá mejor cualquier población y captará su
esencia- a través del que puede contemplarse el patrimonio artístico existente,
destacando el retablo mayor de su iglesia, realizado en 1656 por Pedro
Castillejo y, especialmente alguna de las pinturas que alberga, como “La
batalla de Clavijo” debida al pincel del también seguntino Mathías Ximeno.
También figuran el edificio que
sirve de Ayuntamiento y la fuente “de los Cuatro Caños”, que preside la plaza,
la ermita…
Apartado especial merece su
representación folclórica -o etnográfica- más genuina, que es la botarga, ese
enmascarado que recorre las calles del pueblo el día de la Candelaria, cuyas
máscaras dejó de hacer ya hace años aquel buen amigo que fuera Hermenegildo
Alonso, “el Mere”, con quien tantas horas pasé en su taller o paseando por la
carretera, a pesar de su asma y su hipertensión.
El tema de la historia de la
localidad comienza en la Prehistoria, se extiende con los arévacos, continúa
con la Hispania romana, los visigodos, los árabes, la baja Edad Media, durante
gran parte de la cual perteneció al duque de Medinaceli; Arbancón en el Siglo
de Oro -sin mención alguna a Arbancón en las respuestas de Cogolludo en las Relaciones Topográficas mandadas hacer
por Felipe II, y con una sola cita en las de Muriel y San Andrés del Congosto- momento
al que corresponden los “Libros de Cuentas” (1599) que se conservan en su
Archivo Municipal, que nuestro autor traslada para mayor conocimiento, y que se
extienden a otros años posteriores en los que se trata del abono de salarios,
la vida religiosa y otros gastos y cuentas, para dar paso a un capítulo de gran
importancia para la historia local, que es el que se refiere a la desanexión de
Arbancón del Común de Cogolludo, cuya firma tuvo lugar, tras muchos dimes y
diretes, y el pago a Felipe V de una elevada cantidad de dinero, el día 12 de
agosto de 1721, con lo que quedó como “Villa
de por sí, y sobre sí; con Jurisdicción Civil y Criminal, Alta, y Baja, Mero y
Mixto Imperio en primera instancia”.
También llama la atención del
lector el capítulo tercero, que lleva por título “Arbancón, Lunes 30 de Octubre
de 1752”, fecha que no está elegida al azar, puesto que sirve de entrada a lo
que constituye la vida de “un día cualquiera” en la vida del pueblo a la luz de
las respuestas, a la encuesta, de la única contribución, o sea, a lo que las gentes
de Arbancón contestaron a las preguntas del Catastro
del Marqués de la Ensenada. Es un largo capítulo que acerca al lector al
pueblo del momento y que invita a comparar aquellas descripciones con lo que ha
llegado al momento actual.
Mucho menos conocido es el
apartado que Mario Ballestero dedica en su libro a la influencia que la
Ilustración dejó en la ya villa, especialmente en lo que al desarrollo de la
agricultura se refiere, puesto que explica con detenimiento las experiencias
allí realizadas gracias a los auxilios de la Sociedad Económica de Amigos del
País de Arbancón que, junto con Sigüenza, fueron las dos únicas poblaciones de
la actual provincia de Guadalajara a las que la Matritense, de la que
dependían, aprobó sus proyectos.
Desde nuestro punto de vista es
el apartado más interesante, por desconocido.
La solicitud de Arbancón lleva
fecha de 6 de abril de 1784, pero no fue aprobada hasta el 30 de agosto de
1793, aunque comenzase sus actividades en el verano de 1783, y todo ello
gracias al incansable tesón de don Joseph Hidalgo Gutiérrez, alcalde ordinario
de la Villa y un auténtico ilustrado, como demuestra en su memoria “Sobre el
modo más sencillo de adelantar los Montes y Plantíos en el Obispado de Cuenca,
sin perjuicio de la Agricultura y los Pastos” presentada en la Matritense, cuyos
méritos fueron premiados con 1.500 reales que donó íntegramente a favor de las
mujeres pobres de la población, a las que enseñó el manejo de los tornos de
hilar lino y cáñamo, promoviendo así la industria popular, luchando contra la
ociosidad, favoreciendo el trabajo de la mujer y, por tanto, tratando de lograr
el mayor bienestar del vecindario.
Según la documentación
consultada, el 8 de septiembre de 1783 se reunen en la Casa del Ayuntamiento
hasta dieciocho almas, con el fin de
fundar la Sociedad Económica de Amigos de la Patria de Arbancón, según unos
principios basados en el bien público, con la intención de instruir a las niñas
y mujeres pobres (y al resto, en general), investigar los medios más eficaces
para el desarrollo de la arboricultura, proteger la labranza y la escuela de
hilar lana con destino a las Reales Fábricas y conceder premios, a modo de
acicate, a los distintos oficios en desarrollo.
Las Juntas se debían reunir una
vez al mes y para su desarrollo se nombran los cargos de Director (el párroco
licenciado D. Joseph Tomás Zarzalejo), Censores (dos presbíteros), Secretario
(el alcalde ordinario), Tesorero y Visitador a los que se explica sus
obligaciones.
Varias páginas más ayudan al
lector a comprender la idiosincrasia del ilustrado que fue Joseph Hidalgo
Gutiérrez, sus desvelos por incrementar la industria local y su lucha contra
las mentalidades anquilosadas, representadas por los eclesiásticos.
Los datos de la Sociedad llegan
hasta el día 2 de enero de 1799, es decir, dos meses después del fallecimiento
de nuestro buen ilustrado. Este capítulo, por sí mismo, debidamente ampliado,
merecería una publicación monográfica.
Una serie de apéndices acerca de
la “Evolución demográfica”, la “Toponimia”, la “Descripción del escudo de
Arbancón” y las “Medidas antiguas” da paso a la bibliografía final.
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