Hace pocos días (fue en agosto de 2011) se ha
celebrado en Sigüenza un merecido homenaje a la figura de un escritor de
nuestra tierra que en 2010 ha cumplido el centenario de su nacimiento. Se trata del
molinés Alfredo Juderías, quien fue además de médico y estudioso de la obra de
Marañón, fue un cumplido escritor y cantor de las excelencias históricas y
monumentales de nuestra tierra.
Alfredo Juderías nació en
Molina de Aragón, en 1910, y murió en Madrid, en 1991. Estudió en Madrid junto
a las primeras figuras de la clínica y la cirugía española en los años de la República. Intimó
con Gregorio Marañón, de quien fue discípulo, amigo y compañero, hasta el punto
de que cuando el profesor de Medicina Interna murió, Alfredo Juderías se
encargó de ser el editor de sus “Obras Completas”, entre las que se cuenta un
gran tomo conteniendo todos los prólogos que escribiera en su vida el médico
madrileño.
Juderías siguió la
especialidad de la Otorrinolaringología, que practicó en el Hospital “La Paz”
de Madrid y en diversas clínicas particulares. Además de algunos temas
profesionales, Juderías escribió muchos libros de dietética, y algunos de
gastronomía, entre ellos el “Cocina para pobres” que le ilustró Antonio
Mingote, y que sigue hoy reeditándose, además de un cuaderno de recetas
culinarias de origen judío.
El título que le dio a su
libro máximo, por el que ha sido más conocido, vino heredado del que su amigo
Marañón dedicó a Toledo, lugar en el que convocaba a toda aquella
intelectualidad de la República a revitalizar la auténtica cultura hispánica.
El “Elogio y Nostalgia de Toledo” de Gregorio Marañón fue padre adoptivo del
recorrido literario por Sigüenza que escribió Juderías y dejó como texto
básico, entrañable y delicioso sobre la Ciudad del Doncel.
Un libro de capricho
Editado por AACHE, como nº 2 de su Proyecto Lucena, la reciente reedición de este "Elogio y nostalgia de Sigüenza” es además de una fidedigna reedición del clásico de Juderías, una
singular obra de arte. Está encuadernado en tela estampada, y ofrece el texto
íntegro del escritor molinés, más una gran colección de fotografías de
Sigüenza, todas en monocolor, con una visión nueva y siempre sorprendente de
los rincones y los detalles (que los tiene a miles) de la ciudad del alto Henares.
128 páginas son capaces de ofrecer esta guía singular y poética, con una letra
cómoda de leer, y un prólogo del marqués de Santo Floro, amigo personal del
autor.
Sigüenza en tres tiempos
Aunque Juderías escribió
además sobre Toledo, sobre Santiago de Compostela y sobre Lourdes, su breve
compendio de la historia y el arte de Molina de Aragón, y sobre todo su
magnífico libro sobre Sigüenza, es lo que le ha dado fama imperecedera, ahora
recordada en el Centenario de su nacimiento.
Sobre Sigüenza, Juderías nos
da la mano para recorrerla en tres paseos, en tres trayectos para hacer andando
la ciudad, mejor en compañía de amigos, en grupo interesado, en ánimos
dispuestos a sacarle el mejor jugo de su brillante rodezno.
El primero se mueve por la
parte baja, la más cómoda de andar: la Alameda, los conventos de clarisas y
ursulinas, el barrio de San Roque, la plazuela de las Cruces, el río mismo… El
segundo es un itinerario interior, deambulante de naves oscuras y claustro
catedralicio, supervisor de tapices, de vidrieras, de imágenes santas, de
maderámenes tallados. El tercero, al final, es paseo trotón por la cuesta del
burgo: subiendo desde la plaza mayor hacia el castillo se entretiene viendo las
iglesias románicas, la plazuela de la Cárcel, la casa del Doncel, la posada del
Sol, las travesañas…
De esos tres trayectos que
propone Juderías para conocer Sigüenza de su mano, -lo que hoy llamaríamos tres
“rutas” turísticas con objetivos monumentales y evocadores- , va por jardines
el primero, por el interior de la catedral el segundo, y por cuestas y
recovecos de la vieja ciudad el tercero. Los tres con un sonido detrás como de
campana, de buscón clásico, de espadachín que se niega a guardarse. A muchos
les parecerá libro con tufillo eclesiástico, porque solo habla de altares,
conventos y procesiones. A otros, posiblemente a los eclesiásticos de la ciudad
más que a nadie, les parecerá libro irreverente y de tufazo liberal, porque se
hace cuestión de la verdad de todo lo que ve, y a nada considera eterno. Pero
las palabras de Juderías están ahí, para ser leídas e interpretadas. Por mi
parte están, sobre todo, para disfrutarlas, porque el castellano que utiliza, a
caballo entre los siglos XVI al XVIII, se mastica, sabe a dulce.
Itinerario primero, por la Alameda
Y ahora algunas frases del
propio Alfredo Juderías, que nos anima a ver Sigüenza, una vez más, pero con
sus ojos. Dice así de la ermita de San Roque: “Su
portada, ya ves, también barroca, tiene la pobre muy poco que admirar; pero
dentro, tiempos hubo, y no vayamos a creer que lejanos, que de sus paredes aún
no encaladas, junto a gorrillos de quinto, trenzas de pelo, tablillas y velas
rizadas, con florecillas azules, rojas y blancas, colgaban ex votos ‑¡ay, si
Pepe Esteban los pillara para su libro!‑ y cuadros, de marco casero y letra
para ser vista…”. Y en esa visión de
la ermita como espacio costumbrista y popular le dejamos para seguir por la
Alameda paseando y recordando con él viejos tiempos: “Lejos, el banco verde de los Figueroa ‑barca varada
en la orilla del mejor recuerdo y llena aún de un aire de vieja cortesía
española ‑. A uno le aletea el corazón al pensar que fué allí donde, hacia los
años de mil novecientos dieciséis, sobre meses menos o más, se celebraron
algunos consejillos de ministros. Al timón estaba nuestro Conde de Romanones.
Y con Gobernador, Alcalde y guardia charolada al aviso, por la veredilla de
enfrente, por lo que viniese a ocurrir”.
Itinerario segundo, por la Catedral adentro
Se
mete Juderías por todos los rincones. Todo lo observa y apunta. Todo lo
comenta. En el “altarejo de San Juan” le llama la atención un arca vieja: “Cerca, el devoto arcón de misericordia ‑con llave, como aquella del Lazarillo,
atada con agujeta de palitoque‑, donde se recogían ropas y memoriales para la
atención y buen cuidado de los laceriosos”.
Y luego se va a la capilla
de San Juan y Santa Catalina, ¡cómo no!, y allí parlotea con el aguerrido joven
que dejó la vida en la vega de Granada, a mano de moros: así nos dice el autor
de su encuentro con el guerrero mendocino: “Y
dejé para contera, de nuevo en la Capilla, la estatua del caballero Martín
Vázquez de Arce. Es, ya sabes, una de las más bellas de España, y de autor
desconocido. Por un destino muy significativo ‑ha dicho Ortega ‑, en España
todo lo grande es anónimo”.
Itinerario tercero, por las alturas
Por
las alturas, sí, callejea Juderías y en la Travesaña alta se para una vez y
otra a mirar las casas, viejas y judaicas unas, palaciegas y orgullosas otras. “Calle
de torcida cuesta, fragosa y hasta empedrada a su buen aire, tiene ‑en el
número 39, "La casa de la parra", de nuestro querido y admirado
Profesor Archilla‑ portadas medievales, con hermosos escudos en sus fachadas,
que no podemos dejar de trasver. Y otro tanto nos pasa con sus rejas y balcones,
orgullo, bien ganado, de la buena tenacería seguntina del XVI”.
Sazonado
de refranes, dichos y gentilezas, el libro de Juderías acaba como empezó,
ofreciendo pasos y entregando ideas para que el viajero que llegue a Sigüenza
se divierta (al buen uso de los viajeros) y la recoja suya: “…
y en anocheciendo Dios, que el campanil del Asilo de Monjitas ‑¡ay, manos de
sor Soledad! está tocando a vísperas, no me queda otra que dejarte. Ya sé que
mucho es lo que por decir queda, y también mucho lo que tus ojos aún no han
visto. Cosas hay ‑el Señor lo sabe ‑, y mi ciudad una de ellas, que no una,
sino hasta varias veces, como al buen rezo, hay que hincarle el diente, ya que
son menos las que van al clavo que a la herradura”.
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