MAÑUECO,
Juan Pablo, Guadalajara, te doy mi palabra,
Guadalajara, El Autor / Aache, 2014, 84 pp. (ISBN: 978-84-15537-52-6).
Juan Pablo Mañueco (Madrid, 1954), es un
escritor prolífico, enamorado de cuanto significa Castilla y sus gentes, tema
que siempre ha estado presente en sus escritos y creaciones, como, por ejemplo
la creación de la editorial Riodelaire.
Ha sido galardonado en dos ocasiones con el
Premio “Provincia de Guadalajara” José Antonio Ochaíta de Poesía, convocado por
la Diputación Provincial de Guadalajara en 1977, con la obra titulada Claridad que emerge del agua y en 1981
con Cancionero y Romancero de la Alcarria,
publicado en 1987.
Del mismo modo dio a conocer una novela
titulada Soberano de nadie (2006),
sin dejar aparte su labor como periodística, a través de Guadalajara. Diario de la mañana y otras muchas cabeceras, de donde
salieron trabajos como España entre
2004-2005 (2005) y Sátiras de la
España ZaPaterista y PePeista (2006), recopilaciones de artículos previamente
publicados. Además ha colaborado en numerosas obras colectivas, como la edición
crítica y anotada de las “Novelas Ejemplares” de Miguel de Cervantes (1997) en
doce volúmenes (uno por cada novela), recordando su profesión educadora.
El libro que hoy presentamos constituye su
tercer poemario en el que manifiesta su amor a Guadalajara, su ciudad anhelada
a lo largo de una especie de trilogía poética en la se entremezcla la historia,
el arte y la naturaleza.
Por eso el poemario que comentamos aparece
dividido en tres apartados y una introducción, también poética, titulada
“Arriaca y Victoria, amo y amaría”, dedicado a quienes dedicó su obra: A
Guadalajara y a María:
“Musas que me inspiraron estas odas.
Seguro al punto las aceptaría
A las dos, por esposas y por brida.
Tales son, para mí, Arriaca y María”.
Los otros tres son “Sierras, ríos y siglos”,
compuesto por una completísima serie de seguidillas de los ríos y sierras de
Guadalajara, intencionadamente dedicada “A los poetas, pensadores y pintores
que han dicho que en Castilla “no hay curvas” ni “regatos ni arboledas”, o bien
que pintan una tierra yerma, seca y parda e intitulan de parcialísima, tópica y
desmoralizadora obra...“Castilla””, y que constituye un impresionante y
exhaustivo recorrido por ríos de la piel geográfica de Guadalajara: Tajuña,
Tajo, Henares, Jarama..., los que van al Ebro, como el Piedra y el Mesa, o los
que como el Parado y el Aguisejo, desde la Sierra de Pela, vierten al Duero.
Toda una bellísima sinfonía de ríos y aguas, de paisajes y arboledas, de
caminos y abismos profundos, de cursos largos y anchurosos que no saben de
estiajes, y otros de corto alcance, apenas arroyuelos mortecinos si el clima es
duro en verano y el sol abrasa.
Emociona leer con la debida tranquilidad
estas seguidillas tan amorosamente construidas.
Son éstos los ríos que desde la antigüedad
dieron vida a estas tierras “sin curvas ni regatos”, que fueron -como señala y
recuerda el gran Ortega- las que dieron a la humanidad y a la eternidad (si se
me permite) ese gran poema que es el de
Myo Çid, que cuando la liquidación del planeta no podrán ser pagados con
treinta dineros como los que recibió Judas.
En fin, una colección de seguidillas que,
tras una introducción, también poética, se dividen en cuatro apartados y una
coda: “Río Tajo, esmeralda entre las cumbres”; “Río Henares, rueda Guadalajara
hacia su río”; “Río Jarama, candelizas agujas de hielo en árbol”; “Tajuña,
valles de oro que dora el otoño”, y una coda -como arriba dijimos- a modo de
resumen de todas las bellezas:
“¡Dios, qué hermosuras juntas
Guadalajara!
¡Cuán verde zumo de uvas
pisan tus aguas!
................................................
¡Para mi sed de amarte
bastan tus aguas,
que alzo por tu estandarte,
Guadalajara!”
Siguen otros poemas como “Espada de amor
(Álvar Fáñez y la Noche de San Juan de 1085)”: “La dama es Guadalajara / y Álvar Fáñez la rodea. / Bajo murallas
pasea, / cubierta lleva la cara”, a modo de romance, y una versión
alcarreña de la conocida cancioncilla romanceada de “Mambrú se fue a la
guerra”, que sirve de base a la tradicional leyenda del “Mambrú” de Arbeteta y
la “Giralda” de Escamilla, que hace años recogiera y publicara el doctor Layna
Serrano.
Un segundo apartado “Ciudad”, mucho más
extenso, contiene poemas como “Río de piedras, con Guadalajara rodando como una
de ellas”, que es la visión que el poeta tiene de la tierra que ocupa
Guadalajara, desde lo alto del monte hasta el río donde desciende...
“En punto a picos, estos puros clavos
(Fachada del Palacio del Infantado)”; “Moza alzará en altura (Bajando la calle
Mayor de Guadalajara)”; “Liras en espejo al Fuerte de San Francisco, en
noviembre”; “Por catedral lo tienen (Panteón de la condesa de la Vega del
Pozo)”; “El palacio de María Diega Desmaissières, mecenas”; “Leños de piedra en
la Plaza Mayor de Guadalajara”; “Iglesia de San Ginés: al Cristo del Amor y de
la Paz”; “Pradera en paz, Concordia... arbolada orquesta”; “El pino curvo y la
retama, en la Concordia”; “Borrasca sobre el Pico del Águila, afueras de
Guadalajara”, que nos recuerdan o nos conducen mentalmente, gráficamente, hasta
el lugar concreto donde se encuentran y nos hacen pensar en su sencillez o
rareza, en esa pieza concreta, en ese objeto, en el árbol que tantas veces
vimos y en el que jugamos y nos rompimos los pantalones; en el cielo denso de
nubes que deja caer su milagrosa agua sobre el cerro que sirvió para rodar la
película de aquellos años pasados; en el Cristo sereno en su mirada, que más
que dolor parece señalar amor...
Poemas todos en los que el poeta juega entre
la poesía y la historia, y con cierto regusto de nostalgia amable va agregando
ideas de cuanto le recuerdan las cabezas de diamante de la fachada del
Infantado, muertes señoriales y efímeras como las de cualquier otro humano,
aguas que bajan hasta el Henares o recuerdan la placidez de La Concordia cuando
las plantas están en todo su esplendor o ese árbol ya citado en el que casi
todos los niños de Guadalajara arrastrábamos nuestros pantaloncillos cortos en
los meses soleados de verano, que en invierno no nos dejaban las nieves
pertinaces. Árbol que, dicho sea de paso, recuerda cariñosamente a sus amigos
Vázquez Figueroa -quien vivió unas pasos más abajo del actual asilo- en alguna
de sus conversaciones, como auténtico monumento a la rareza que a veces surge
de la naturaleza que nunca podrá ser domada, y donde tantas veces Marivida jugó
sus infantiles juegos.
Y un apartado tercero y final: “Contorno”,
que consta de siete poemas: “Donde la gleba se llama Guadalajara”: “... Y así
te amo, te viajo y te visito, / hechizado de tu alma pinariega, / por Alcarria,
Campiña y por la Sierra. // Unas veces urbana, otras labriega, / a ti,
Guadalajara, yo te cito / entre las más hermosas de la Tierra”; “Crónica de
Antonio Herrera Casado. Cronista Provincial de Guadalajara”, escrito en su
honor en el que resalta la amplia cultura del homenajeado: “Si joyel diestro y docto en letra hubiera / que
colectar de Alcarria en este instante, / pienso, hoy, joyel más sabio y más brillante / escritos son que
casa Antonio Herrera”; “Al Henares seguntino (Del románico a la gubia de tus
tallas)”, bello recorrido del románico al barroco; un “Soneto doble a Valverde
de los Arroyos”, que describe el pueblo con auténtica y emocionada lírica; otro
“Soneto doble al bosque de La Huerce y sus danzantes”: “Sigilo esmeralda pronto
dulzaina / corta el bosque, y seco toque de palos / topan danzantes que izan a
intervalos / espada en leño, talada a su vaina. // Cada uno, dos bastones
desenvaina / cortos. Con fajín grana, negros halos / visten. El tambor brinda
sus regalos / al bregar de tantas tozas. No amaina”, que nos dedica a un
servidor y al cantautor José Antonio Alonso; “Colores castellanos, desde
Usanos”, donde la tierra aparece en ese infinito límite con el cielo y las
nubes que señalan un horizonte de esperanza, y “Villancico de Usanos”, al modo
zambombero tradicional que tanto sentido da al poema juguetón y rebelde.
Yo diría que este libro de Juan Pablo Mañueco es un desahogo amoroso a la tierra que lo acoge desde que tenía tres
años. Un poemario donde el poeta expone su ideario de andar por casa y de andar
por la geografía de estas tierras tan mal conocidas y menos comprendidas. Aguas
y montañas, tierras y cielos, gentes con sus bondades y maldades, humanas
gentes como todos que viven su existencia en pueblos apegados a la tierra que
les da con mucho trabajo y sudor unas judías y unas lechugas. Poemas, digo,
creo, amorosos a la tierra que se quiere y a sus gentes por pobres que sean. Y
al tiempo, un homenaje a la poesía del Siglo de Oro, a los poetas de antes, a
los que dejaron huella en sus romanceros o en sus sonetos y liras, todo
mezclado con salsa popular de seguidillas y romancillos cargados de brío, pues
que son del pueblo y a el vuelven.
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