Con este signo vencerás. Exposición
conmemorativa del V Centenario del hallazgo de la Santa Cruz de Albalate de
Zorita (1514-2014). Sigüenza-Museo Diocesano. Julio-Diciembre 2014,
Guadalajara, Museo Diocesano de Arte Antiguo de Sigüenza, 2014, 20 pp.
(Catálogo).
Un sencillo catálogo de no más de una
veintena de páginas recoge la colección de cruces procesionales que durante los
meses de Julio y Diciembre del presente año se exponen en el Museo Diocesano de
Arte Antiguo de Sigüenza con motivo de la exposición conmemorativa del V
Centenario del hallazgo de la Santa Cruz de Albalate de Zorita (1514-2014).
La exposición parte del significado de la
frase “Con este signo vencerás” que, según la tradición cristiana escuchó el
emperador Constantino en un sueño, discutiéndose posteriormente si se le mostró
una cruz o un cristograma, compuesto por las dos primeras letras griegas de la
palabra Cristo, es tanto como decir ictios
o pez, más conocido por crismón.
Está claro que en los sarcófagos de la
Resurrección (Anástasis) aparece el lábaro como signo del Cristo resucitado. Se
trata de un signo compuesto por una cruz coronada por un crismón inserto en una
corona de laurel, que después pasaría a convertirse en estaurograma (representación
de la cruz), por lo que -a partir del siglo IV d.C.- la cruz pasó a ser el
signo identificativo del cristianismo, siempre como cruz victoriosa, o sea
cubierta de piedras preciosas y sin la representación de Cristo (signo de su
victoria contra la muerte).
Leyenda que más adelante se repetirá en la
tradición hispana con don Pelayo, a través de la conocida como Cruz de la
Victoria, que da lugar a una iconografía en la que la cruz latina se representa
con el brazo inferior más alargado que los demás, en detrimento de las cruces
griegas, propias del arte visigótico.
Pues bien, con motivo de los quinientos años
del aparecimiento de la Cruz de Albalate se ha montado esta exposición que
consta de una docena de vitrinas en las que se dan a conocer otras tantas
cruces, además de la dedicada a la cruz invitada, de Albalate de Zorita, que
excluyendo la primera vitrina, desde nuestro punto de vista totalmente
descontextualizada (en la que se muestra una terracota hispano-visigoda, que
posiblemente sirvió para exorcizar el mal, puesta en la pared del lugar que se
quisiese proteger; una moneda acuñada en Constantinopla por Justiniano -en el
año 539 d. C.- junto a una pequeña cruz bizantina, además de dos cruces de mano
copto-etíopes -que representan “el árbol de la vida”, y una copia del Cristo de
Carrizo, del siglo XI).
Cada una de las páginas que componen este
sencillo catálogo sirve a modo de ficha descriptiva de cada cruz expuesta.
Pondremos como ejemplo la primera de ellas y
diremos algo más concreto acerca de aquellas cruces de las que se conozca su
autoría o ciertos detalles que lo merezcan por su interés artístico.
Así, pues, la segunda vitrina contiene una
cruz procesional, que a pesar de su morfología, típica del siglo XIII, por sus
extremos rematados en flores de lis, parece corresponder, por su tosquedad, a
un siglo antes, al XII, ya que el Cristo aparece con los ojos abiertos, escasa
angulación de brazos y piernas, con un clavo en cada pie (es decir, de cuatro
clavos) lo que favorece su postura, paño de pureza y corona real, a cuyos lados
figuran la luna (derecha) y el sol (izquierda). A los pies, Adán sale de su sarcófago, cumpliendo la tradición
bizantina en la que se asegura que su tumba de encontraba en el Calvario donde
Cristo fue crucificado.
En el centro del reverso, Cristo, como juez,
entronizado (la Maiestas Dimini), sujetando el globo terráqueo con la mano
izquierda, mientras bendice con la derecha y a los extremos de la cruz los
cuatro evangelistas según su clásica representación iconográfica o zoomorfía:
arriba, Juan (águila); abajo, Mateo (hombre); a la derecha, Marcos (león), y a
la izquierda, Lucas (toro), como tetramorfos, sujetando cada uno sendas
filacterias.
En la tercera vitrina, el Cristo de la cruz
procesional, ya del siglo XIII, es de “tres clavos”, es decir, los dos pies
aparecen atravesados por uno, los ojos aparecen medio entornados, y la delgadez
del costillar revela su sufrimiento. Se trata de un Cristo más “humano”.
La cuarta vitrina parece contener una cruz
realizada a base de “retales”. Por su forma podríamos considerarla del siglo
XIII, como la anterior, pero por la forma de su macolla correspondería al XV,
con un Cristo, de un solo clavo en los pies, muy posterior. Se trata
evidentemente de una cruz reutilizada.
Un Cristo de estilo burgalés se encuentra en
el quinto expositorio. Procede del Seminario Conciliar de San Bartolomé. Se
trata de una cruz de brazos rector rematados en pináculos y rodeados por
crestería, cuya macolla es de mazonería gótica que sitúa la obra en una cronología
datable en el siglo XV.
La sexta vitrina acoge una cruz procedente de
Villacadima, de finales del siglo XV o comienzos del XVI. Curiosamente en el
medallón central confluyen o surgen una serie de “potencias” que remarcan la
figura del Crucificado. Al reverso, San Pedro en su Cátedra. Una mala
¿restauración? descolocó la iconografía de la macolla.
Ya en la séptima nos encontramos con una obra
sellada y firmada por Diego/(acueducto) lo que significa ser obra segoviana,
concretamente del orfebre Diego Muñoz (1574). Se trata de una obra procedente
de El Cardoso de la Sierra.
En la octava vitrina se expone una cruz del
primer Renacimiento italiano, de brazos abalaustrados, al igual que los que se
tallaron para la portada de la capilla del Doncel, la portada de San Pedro y el
altar de Santa Librada, en la misma catedral seguntina, hacia 1520, por
comisionados de don Fadrique de Portugal.
La cruz de la novena vitrina nos devuelve a
la antigüedad, puesto que en ella se emplea una simbología antigua, gemada y victoriosa
(muy propia del XVI) basada en la representación “natural” de la cruz, de la
que surgen brotes y yemas que sugieren la cruz que retoña gracias a la sangre
que Cristo derramó sobre ella. El Crucificado se representa muerto y sobre su
cabeza aparece por primera vez el INRI.
Nuevamente encontramos otra cruz firmada en
la vitrina décima. Su autor fue el seguntino +/PASQUAL, es decir, Pascual de la
Cruz, que trabajó en la ciudad mitrada hacia el año 1600.
La vitrina oncena ofrece una pieza
excepcional por su iconografía. Una cruz griega clasicista de estilo
acusadamente manierista y que, por su hechura, podría ser obra del entorno del
orfebre Francisco Merino (o más bien del autor de la cruz de Copernal, Gabriel
de Ceballos, cuya obra podemos situar cronológícamente entre finales del siglo
XVI o comienzos del siguiente).
La docena vitrina corresponde a la cruz de
Yélamos de Abajo, cuya marca se conserva claramente: B’SA/LAZ (Baltasar
Salazar), que realizó su obra más destacada entre los años 1740 y 1750.
Hasta aquí, señala el catálogo que
comentamos, los datos técnicos de cada una de las piezas estudiadas, tomados
del trabajo de catalogación que realizó para el Museo Diocesano de Arte Antiguo
de Sigüenza la especialista en orfebrería Natividad Esteban López, que en
tantas ocasiones ha participado con sus clarificadoras comunicaciones, en los
numerosos Encuentros de Historiadores del Valle del Henares hasta ahora
llevados a cabo, si bien la datación y la descripción iconográfica, como no
podía ser menos, han sido revisadas por la dirección del propio Museo.
Las descripciones finalizan con la
correspondiente a “La Cruz Aparecida de Albalate” (pp. 15-19), que es la cruz
invitada, más conocida por el pueblo, especialmente el albalateño, por la “Cruz
del Perro”, por tratarse de un can, un perrillo, llamado Cosula (poca cosa),
quien la encontró, arañando con sus patas, en el despoblado de Cabanillas el
día 27 de septiembre de 1514, convirtiéndose en la mayor seña de identidad de
Albalate de Zorita, de modo que su representación iconográfica es
constantemente repetida en escudos, fachadas y pinturas...
Se trata de una pieza de bronce sobredorado
(de 47,5 x 28 cm.), con la forma tradicional de las cruces del siglo XIII, es
decir, cruz latina de brazos flordelisados, con prolongaciones que contienen
engastes de cristal de roca.
El Cristo lleva corona real, sus ojos
permanecen abiertos (alejados de todo signo de dolor) y un paño de castidad
cubre su cuerpo desde la cintura a las rodillas: Cristo como Rey y Juez, aunque
en algunos aspectos ya se intuyen huellas gotizantes, como el único clavo que
une sus pies al palo de la cruz, como
signo de dolor y, por lo tanto, más cercano a la humana forma de ser.
En los remates flordelisados aparecen la
Virgen y San Juan Evangelista, a izquierda y derecha del Crucificado, y san
Pedro -con las llaves e su mano derecha y un libro en la izquierda- y san Pablo
-que carece de símbolo alguno que nos ayude a reconocerlo-, arriba y abajo, respectivamente.
Al reverso, Cristo Pantocrator, rodeado por
el tetramorfos.
Conserva dos de las cuatro cadenillas que
pendieron anteriormente de su brazo horizontal, puesto que, como se recoge en
la amplia descripción que de esta cruz se hace en las “Respuestas”
al interrogatorio de las Relaciones
Topográficas de Felipe II, el rey Carlos I se llevó dos en la visita que
hizo a la villa en 1528. Se dice que a cambio de aquel acto o en compasión del
mismo, el propio Carlos I o su nieto Felipe III donaron una reliquia del Lignum
Crucis, que contiene la propia cruz en una prolongación oval situada en el
reverso del brazo superior.
Cronológicamente indica el catálogo que
comentamos que este tipo de cruces corresponde al siglo XIII, si bien -a pesar
de lo dicho anteriormente- por ciertas manifestaciones de arcaísmo podría
retrotraerse al siglo anterior, “ya que en este periodo tiene lugar el último
episodio bélico, en estas latitudes, que pudo obligar a los portadores de la
Cruz a enterrarla antes de vadear el Tajo, por el lugar más accesible en su
huida hacia el norte: bien por temer por su vida, bien por evitar la
profanación de ésta. Este episodio fue la batalla de Alarcos en 1195, en la que
el rey Alfonso VIII fue derrotado estrepitósamente, favoreciendo así las
razzias almohades que en el año 1197 se realizaron por toda esta comarca”,
según apunta Miguel Ángel Ortega Canales, Director del Museo Diocesano, quien
además indica que la cruz cumplía una función, indudablemente procesional (a la
que la falta la macolla y el cañón).
Una pequeña producción bibliográfica de gran
interés para quienes atienden a cualquier aspecto de la cultura alcarreña:
historia, arte, folclore...
La verdad es que, aprovechando esta ocasión
-la Exposición Conmemorativa del V Centenario del hallazgo de la Santa Cruz de
Albalate de Zorita- podría haberse hecho un esfuerzo económico (Junta de
Comunidades, Diputación Provincial, Ayuntamiento de Albalate de Zorita,
Iglesia, empresas privadas, etc.) y haber realizado un trabajo algo más digno, pero,
esto es lo que hay (que no es poco). La huella que se hubiese dejado al futuro
hubiese sido mucho más importante, porque estos “folletillos” terminan la mayor
parte en la papelera (además son gratuitos).
José
Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
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