CASTRO MALO, María del Mar, Obsequio a Nuestra Señora de la Hoz,
Guadalajara, Aache (col. Tierra de Guadalajara, 88), 2014, 128 pp. (ISBN:
978-84-15537-49-6).
Sor María, que desciende de tierras y
antepasados molineses, es una gran aficionada a los temas del Señorío. Por eso
ha escrito este libro en obsequio a la Virgen de la Hoz, en el que recuerda al
lector cosas ya sabidas -pero interesantes de recordar- puesto que forman la
esencia de esa Tierra Molina y, principalmente, de su Patrona.
Recorre poco a poco, para que el lector pueda
degustarlos a su placer, todos los rincones de esa bella leyenda hagiográfica
que rodea la aparición de la Virgen de la Hoz en una cueva de la “Foz de
Corduente”, en lo más enmarañado del barranco, junto a las frías aguas del río
Gallo, donde generaciones anteriores dejaron sus huellas, hoy consideradas
arqueología.
Es curioso comprobar cómo en tantísimas
ocasiones se conjugan una serie de elementos en un lugar determinado, que
después devendrá en espacio de “encuentro”, “aparición” o “hallazgo” de una
imagen mariana, las más de las veces.
El agua no ha de faltar, bien a lo largo de
un río, o de un manantial o una fuente; a veces de un pozo o un lago o laguna.
Un paisaje apartado de los hombres, una
espelunca o gruta en la pared rocosa, rodeada de bosques impracticables, de
espinos imposibles de atravesar por el ser humano del siglo X u XI.
La oscuridad de la noche, a veces con rayos y
truenos o tormentas gigantescas en las que el hombre se ve empequeñecido,
cuando la res: una vaca en este caso, un toro, parte del ganado, se le pierde
al pastor.
Luego aparecerán luces fulgurantes y se
calmarán los elementos naturales antes embravecidos, y la Virgen o el Santo de
que se trate en cada caso, se darán a conocer al pastor o al niño, a veces al
tullido que ha recuperado su pierna o el brazo, en lo alto de las ramas de
árbol o en cualquier otro lugar propicio y natural: de ahí el nacimiento de
tantas advocaciones: de los Olmos, de la Encina, del Endrino, de los Enebrales,
del Peral, del Espinar, de la Cueva, del Camino, del Pozo, del Pinar, del
Campo, de la Vega, del Montesino y tantas más, incluida la Virgen de la Hoz.
Todos nombres relacionados con su aparición milagrosa y con la naturaleza más
alejada del hombre.
La Virgen se le aparece portentosamente al
pastor y le aconseja que vaya a comunicarle el hallazgo a las autoridades
eclesiásticas y civiles que, incrédulas, pasan del tema, hasta que por tercera
vez, consienten en acercarse al lugar indicado por el pastor y encuentran la imagen,
a la que acompañan en procesión hasta la iglesia del lugar.
A veces la imagen no se deja llevar, pesa
demasiado y no es posible cargar con ella. Ni siquiera pueden arrastrarla dos
bueyes.
En otras ocasiones, la dejan en la iglesia o
en una ermita y por la noche desaparece y aparece en un lugar distinto,
indicando que es allí donde quiere que le hagan su residencia. Luego todos la
admiten por patrona y la celebran anualmente con cánticos, novenas y fiestas.
Pues bien, nuestra autora destina diez capítulos
a estudiar abreviadamente la historia de su tierra molinesa, del Señorío
molinés de sus antepasados, de sus pueblos, sus iglesias y ermitas, como
pórtico de entrada al estudio de la propia Virgen de la Hoz, a quién dedica el
libro que comentamos.
Aquí encontrará el lector datos acerca de la
construcción de su ermita, en ese entorno geográfico tan maravilloso, tan
sorprendente cuando de contempla por primera vez (y siempre que se vaya con
la mirada hacia el cielo).
La descripción del entorno, con sus fuentes y
sus alamedas; el río que desde hace quizá millones de años va lamiendo poco a
poco la roca y va excavando esa inmensa y bellísima Hoz pétrea que da idea de
la pequeñez del hombre que se adentra entre sus dos paredes. Roca madres que
sirve de preámbulo a la entrada a ese hueco húmedo, cálido y oscuro, especie de
útero materno, donde arrodillarse ante esa otra Madre que es la de la Hoz.
Y eso me hace pensar, como señala Herrera
Casado en su introducción, que no es la primera, ni será la última vez que se
escriba de este paisaje maravilloso, de este santuario, ni de esta Virgen,
puesto que, como señala:
“(...) al menos una vez por siglo, a
alguien se le había ocurrido, y que no estaría mal que en este siglo veintiuno
que acabamos de estrenar, ella como autora y yo como prologuista, pudiéramos
anunciar al mundo que esta maravilla continúa existiendo, y que es inexcusable
acudir a este lugar, a ver las rocas alzadas, los árboles densos, el cantar de
los pájaros y la suave armonía que emana del interior de la roca, donde hoy,
como hace muchos siglos, la virgen María en su advocación de la Hoz sigue
latiendo”.
El libro se divide en diez capítulos que van
desde el pasado de Molina de los Caballeros (pasa por la pretendida
localización de Ercávica -siguiendo a los antiguos cronistas-, a los propios
Caballeros que le dieron su apellido, y también a las mujeres que la
ilustraron: Ermesenda, Mafalda, Blanca...), pasando por el Poema de Mío Cid, para llegar a su reconquista, allá por 1129, tras
un año de asedio por las tropas de Alfonso el Batallador, entonces rey de
Aragón, que pone esa tierra en manos cristianas. Luego vendría el señorío
independiente de los Laras.
Habla más del castillo -brevemente-, de los
despoblados y los pairones que “aparecen en los cruces de los caminos y en las
fueras de los pueblos. Esas columnas pétreas, cruces y hornacinas con el santo
o santa de turno”, quizá como señas de identidad, tal vez las más indicadas. Y
desde allí nos conduce por los espacios marianos de Molina, mencionando
previamente la iglesia de San Martín (donde se conserva en muy mal estado la
lápida de Iván Sardón): Santa María del Conde, Santa María la Mayor de San Gil,
Santa María la Antigua (o la Vieja), San Miguel, el convento de San Francisco y
el monasterio de Santa Clara, además de numerosísimas ermitas y santuarios de
todo el Señorío, para entrar de lleno en el barranco de la Hoz a través de una
especie de peregrinaje que atrae al lector y trata de llevarlo por esos caminos
de mística tranquilidad “huyendo del mundanal rüido” para buscar refugio en el
geológico silencio de la Hoz.
El libro pasa aquí a ser una oración, a
convertirse en una amorosa plegaria que sor María del Mar entona con cariño a
los pueblos de la ribera del Gallo, hasta llegar al momento de la aparición de
la Virgen de la Hoz, que relata con total dulzura.
Pero luego, una vez que ha traspasado el
umbral del santuario, al comenzar a subir los diecisiete peldaños, nuestra
autora los convierte en oración y llamada, simbólicamente hablado: 1.º.Escalón.
El silencio, 2.º La capacidad de asombro, 3.º El amor a sí mismo, 4.º Fe y
confianza, 5.º La paciencia, 6.º La oración, 7.º Sacar provecho del pecado, 8.º
La grandeza del perdón, 9.º La gratitud, 10.º Humildad y entrega, 11.º Tal y
como solos, 12.º La alegría, 13.º Abiertos a la sorpresa, 14.º La paz, 15.º La
intercesión, 16.º Sentido de pertenencia y 17.º Soñar a lo grande.
Peldaños que el peregrino debe meditar según
los va ascendiendo -nunca mejor dicho, “ascendiendo”- hasta llegar a la
mismísima puerta del santuario, al que dedica una interesante, aunque conocida,
serie de notas históricas desde su consagración, pasando por un periodo como
monasterio de canónigos regulares de San Agustín, los caballeros Templarios,
los monjes de Óvila, la fundación del Patronato por Fernando de Burgos, hasta
llegar a ofrecer algunas pinceladas sobre la saga de los Malo de Molina (“Más valen Malos de Molina que Buenos de
Medina”, agrego yo).
Una vez dentro del santuario va describiendo
lo que puede verse en él: el camarín de la Virgen, el Oratorio de las Lágrimas,
la propia imagen de la Virgen de la Hoz y su mirada, para centrarse en la gruta
de la aparición, capítulo en el que destaca nuevamente la poesía y el lirismo
más acendrados.
Luego recoge una serie de milagros, los más
conocidos, y describe las fiestas y honores más importantes que todavía se
siguen realizando en honor de la Virgen: El Butrón; las Letanías; la “Loa” del
día de Pentecostés, con sus danzas de espadas; para terminar con unas “Palabras
finales” y una brevísima, aunque suficiente, bibliografía.
El aparato fotográfico que acompaña al libro,
tanto en blanco y negro como en color, es verdaderamente importante.
Es un
libro de Guadalajara para los aficionados a los libros de Guadalajara,
escrito con ese gracejo y soltura que suelen poner las sororas en aquellos
“trabajillos” que hacen humildemente en honor a la Virgen. Y, la verdad sea
dicha; a mí, me ha gustado.
José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
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