HERRERA CASADO, Antonio, Iconografía románica en Guadalajara, Dibujos de J.M. Antón Avila y A. Ayuso Cuevas. Guadalajara, Aache ediciones (Colección Tierra de Guadalajara, 89), 2014, 160 pp. (ISBN: 978-84-15537-45-8). 15 E.
Contrariamente a lo que otras personas
puedan pensar, aunque respetando su criterio, creo que recopilar en un libro
temático una serie de trabajos, artículos y comunicaciones, etcétera, es algo
bueno a la hora de ayudar al estudio de las teorías propuestas por el
recopilador, puesto que es la mejor forma de que estén unidos, de manera que
cuando se quiera echar mano de cualquiera de ellos, ya se sabe de antemano su
ubicación.
Herrera Casado ha llevado a cabo lo
anteriormente dicho y, en un libro manejable y sencillo, como lo son todos los
de la colección “Tierra de Guadalajara”, de la que constituye el número 89, nos
entrega una relación de trabajos -quince en total-, que anteriormente vieron la
luz en revistas especializadas o en publicaciones de escasa tirada como Nueva Alcarria, Wad-Al-Hayara, Archivo
Español de Arte, o en la menos conocida
Traza y Baza, que tan dignamente dirigió nuestro buen amigo y familiar
Santiago Sebastián López.
En cierta forma este libro surge como
agradecimiento del autor al doctor Layna Serrano, por los trabajos que realizó
acerca del románico y que dejó plasmados a través de una de sus mejores obras: La arquitectura románica en la provincia de
Guadalajara (1935).
Sin embargo, las nuevas tendencias (y las
vías de comunicación, todas), las formas de ver el arte y de interpretarlo,
fueron sufriendo numerosos cambios al paso del tiempo, y surgió una nueva forma
de análisis a través del método iconográfico-iconológico llevado a cabo por el
profesor Erwin Panofsky, que con su sistema interpretativo posibilitó una nueva
forma de ver el arte románico (en el caso que comentamos, aunque,
evidentemente, puede aplicarse a cualquier otro aspecto artístico temporal) a
través de su contenido -o si se quiere, mensaje- religioso, cultural o social,
esclarecido a través de las sencillas (o no tan sencillas) imágenes
escultóricas llegadas hasta nuestros días desde los remotos años del pasado
románico o gótico.
No se trata de una gran colección -por lo
numerosa- de trabajos, pero sí de una forma clara y sencilla de analizar los
elementos iconográficos más destacables del patrimonio perteneciente al arte
medieval de la actual provincia de
Guadalajara, que se basa en varios aspectos que deben estudiarse de forma
seguida: una breve introducción histórico-bibliográfica que da paso a lo que
podríamos considerar como la estructura de la obra de que se trate (una
portada, una fachada, un capitel... que fundamentalmente consiste en una
descripción material y formal de la obra en sí), para continuar con las
influencias más cercanas, es decir, con aquellos elementos -geográficamente más
o menos cercanos- con los que podremos comparar la obra que comentamos con
otras semejantes, para pasar seguidamente a lo que constituiría el estudio
iconográfico.
La iconografía, vendría a ser, lisa y
llanamente, lo que podríamos considerar como la descripción pormenorizada de
todas y cada una de las piezas que constituyen el objeto analizado (o por
analizar).
Quizá el capítulo más extenso de cada uno de
los apartados concretos, puesto que desde él pasamos a lo que constituye el
análisis o interpretación iconográfica propiamente dicha, que parcialmente o en
conjunto, nos tratará o intentará darnos a conocer el mensaje oculto de su
diseñador o tracista, es decir, el lenguaje simbólico que emplearon sus
artífices siguiendo unos cánones -el “esquema iconográfico”- para que, en
aquella época, en aquel tiempo, los conceptos artísticamente tallados en las
archivoltas, capiteles, canecillos, etcétera, fueran perfectamente entendidos,
pues que, al fin y al cabo, no fueron, al parecer, más que una manera más de
dar a conocer a los iletrados lo que contienen los Evangelios y la Biblia, como
esquema a seguir para conseguir la perfección a través de esa “escalera
ascendente” que es la Cultura.
Por eso la descripción debía ser minuciosa,
llevada a cabo paso a paso, tranquilamente especificada, para que el pueblo
sencillo, la gente iletrada, la supiera interpretar, comprender y llevar a cabo
después de su comprensión y aceptación.
Finalmente viene la interpretación
iconológica, a modo de resumen.
Herrera Casado ha unido en este libro una
serie de trabajos que, posiblemente, hubiese sido muy difícil poder aunar en
otro momento. Ese es uno de los valores del libro: El poner al alcance del
lector una obra de conjunto, en un solo libro. Él, que es editor y amante de
los libros lo sabe a la perfección.
Pero tiene muchos más valores que iremos
desgranando poco a poco.
Me parece interesante ver que las obras
arquitectónicas más importantes de un tiempo casi unificado en fechas, es
decir, la Edad Media que va aproximadamente del siglo XI al XIV, más o menos,
se vean analizadas según una misma forma de mirar y de ver, para que el
resultado de esta forma de escudriñar sea genérica -es decir, sea universal- y
sirva para cualquier otra muestra de arte que se analice.
Los temas van desde el calendario románico
de la iglesia de Beleña de Sorbe, hasta la pila bautismal de Esplegares,
pasando por muchos otros ejemplos del románico alcarreño, como pueden ser las
portadas del Salvador de la iglesia de Cifuentes; la bellísima portada de la iglesia de Santa María del Rey, de Atienza, o de la de
Santa María del Val, también de Atienza, junto a ciertos y concretos elementos
románicos que todavía se conservan en la iglesia San Gil, de la misma población.
Pero sin olvidar las celosías “templarias”
-nunca he creído que lo fueran- de Santa Coloma de Albendiego, o el calendario
de la fachada de la iglesia de Campisábalos, por no dejar atrás los bellísimos
capiteles de los atrios de las iglesias de Sauca o de Pinilla de Jadraque, que
-en parte- nos atrevimos a estudiar hace ya muchos años con extraordinarios
resultados.
Los trabajos, analíticos, pero perfectamente
legibles por el hombre de la calle, son perfectos; quizá en alguno de ellos se
haya metido algo de imaginación, pero nada indica que la imaginación -en estos
casos- no pueda conducirnos a lo que pudiéramos considerar una explicación, tal
vez la más adecuada de lo que vemos.
Hay más trabajos. Por ejemplo, los referidos
a la trompa de la catedral de Sigüenza, al primitivo románico de Cereceda, a
los monstruos de la portada de la iglesia de Millana, recientemente
¿restaurada?, o a la bestia apocalíptica de Valdeavellano, que no está tallada
en piedra, sino en madera.
Aparte queda un espacio para las pilas de
bautismo de Esplegares y otros lugares.
Uno ha leído todo, página a página, renglón
a renglón, y siente que, cuando ha visitado esos lugares que Herrera Casado
cita en su libro, cuando explica lo que le parece que aquello que ha visto
significa, piensa de forma parecida la mayor parte de las veces, pero en otras
disiente, como es lógico.
Por ejemplo al analizar la bautismal piedra
de Esplegares, joya donde las haya, de un románico popular, quizás andariego,
peripatético y copiador de conceptos traídos (o llegados) de otros lugares -como
ocurre con las estelas funerarias discoideas- elaborados por grupos de
canteros, picapedreros y tallistas que, con sus obras, quizá dictadas por la
Iglesia, siguiendo esquemas prefijados, quisieron dejarnos un mensaje, casi
siempre amoroso, pues que una pila bautismal no es más que una concha a modo de
receptáculo que recibe las aguas que pasan por la cabeza del bautizado... (de
concha a concha), y caen en la concha pétrea, pero una concha que no es de
plata y que, a veces, como en este caso, ¿se decora? o ¿se rellena con tallas e
inscripciones que quieren decir algo al lector? (al lector del momento, que
sabe las claves de su lectura), que no actual, torpe y poco sabedor de palabras
antiguas, ni menos de piedras talladas.
A lo mejor el ave no es una grulla, ni una
paloma, y ni siquiera esté picando de las ramas del árbol cercano -por aquello
de la distancia y la perspectiva- y que el ave dé de comer a su “enemigo”, para
perdonarlo y redimirlo, quizás sea un ave Fénix que alimenta a una serpiente
para llevarla por el buen camino. A lo mejor la respuesta está en Esopo.
Hay evidentemente luchas gigantescas entre
el Bien y el Mal -la Biblia de los Humildes- aquellas psicomachias que sirvieron al cristiano creyente iletrado y lerdo
como camino para conocer los misterios de su religión.
Yo no creo en ello. No creo que quienes
mandasen construir una portada románica lo hicieran pensando en los “pobres”.
He creído siempre que venció la vanidad y lo hicieron pensando en ellos mismos,
por eso aparecen o parece que aparecen (en Cifuentes, pongamos por caso) el rey
“parido” por el diablo, la reina despechada, el obispo que da fecha a la obra,
los hombres buenos de la población... Mas bien un mundo cercano y terráceo,
pisable (es decir, que tiene los pies en el suelo y no en el cielo divino), que
un cielo y unos santos inalcanzables, a pesar del miedo al pecado, podrían
llegar a ser inalcanzables, de no ser por la mente abierta.
Por eso, estamos en los siglos XII-XIII, el
mensaje es siempre el mismo. Haced lo que queráis, pero sed buenos.
Los coitos, sodomías y masturbaciones, los
tocamientos entre frailes y sororas y otros pecados; los frailes disfrazados de
animales como engañadores, los demonios y las carantamaulas carnavalescas y
botargueras, aparecen en la piedra, tallados, pero no son más que la
representación de un leve “pecadillo”, un obispo revestido entrando en las
fauces draconianas de Satán o de Avirón, un Papa libertino cargado de hijos al
modo de un cardenal Mendoza al que le fueron perdonados sus “bellos pecadillos”
acariciados por una reina Isabel “la falsaria”, pues que hay algo que todos
deben saber: Aquello que dice: “Más no mires nuestros pecados, sino la fe de tu
Iglesia”, y esa, la Iglesia, sigue viviendo a pesar de los siglos que han
pasado y de las equivocaciones que ha cometido.
Otra cosa es la representación iconográfica
de sus pensamientos y la interpretación iconológica de los mismos, que quizá
nunca logremos descifrar por aquello del paso del tiempo y los cambios de
mentalidad.
Que todo es discutible. Hoy, viendo estos
temas esculpidos, escritos o sonorizados con los cármina correspondientes,
pensamos en la Iglesia actual...
Pero de todas formas el libro de Antonio
Herrera es muy interesante. Yo lo recomendaría como ejemplo de cómo debe
hacerse un análisis (iconográfico) y de cómo extraer las correspondientes
conclusiones (iconológicas), se esté o no de acuerdo con ellas.
Herrera Casado nos deja un libro que
“imprime carácter”. Y yo le doy las gracias por la generosidad que ha tenido al
ofrecérnoslo tan de corazón.
Agradecido a José Ramón por este favorable comentario. Que luego ha sido avalado por cientos de lectores.
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