viernes, 11 de julio de 2014

Los caballeros de doña Blanca en Molina: una nueva visión


RUIZ CLAVO, Ángel, Los Caballeros de Doña Blanca y la Muy Esclarecida y Antigua Cofradía Orden Militar de Nuestra Señora del Carmen fundada en Molina de Aragón (1286-2011), Molina de Aragón, Ed. Cofradía Orden Militar de Nuestra Señora del Carmen, 2013, 294 pp.

Ángel Ruiz no es nuevo en estas lides de la escritura de carácter histórico y son varias las obras que han salido de su mano como la Crónica del Monasterio de la Seráfica Madre Santa Clara en la noble ciudad de Molina de Aragón (1998) o la transcripción y estudio previo del Rasgo histórico. Glorias de la Muy Noble, Leal y Antigua Villa de Molina de Aragón y su Señorío, escrito por don Antonio Moreno en 1760 (2010); además de algunos trabajos breves publicados en revistas especializadas como Cuadernos de Etnología de Guadalajara y Wad-Al-Hayara, entre otras. También ha publicado algunas obras en colaboración, por ejemplo con Santiago Azpicueta Ruiz, una Reseña histórica del cuerpo de san Valentín mártir donado por la marquesa de Villel a Molina de Aragón (2011).
El lector ya habrá podido darse cuenta de dos manifestaciones o tendencias de Ruiz Clavo: por una parte, el amor hacia todo lo molinés, y más concretamente hacia los temas relacionados con el mundo de las clarisas molinesas, y por otro lado, el titular sus obras al estilo alemán, es decir, poniendo largos títulos a sus trabajos, que a la vez puedan servir como resumen de los mismos.
El libro que hoy comentamos es una verdadera joya para quienes quieran conocer a fondo esa pequeña parte de la historia molinesa que se refiere a los Caballeros de Doña Blanca y a la Cofradía del Carmen sobre los que se ha escrito suficientemente y son  suficientes los datos existentes. Véanse las obras de Díaz Milián, Pérez Fuertes y tantos otros. Pero hasta el momento nadie había “puesto el cascabel al gato” acerca de la verdadera historia, de la continuidad que pudo existir entre los denominados Caballeros de Doña Blanca y los miembros de la Hermandad Militar del Carmen y que, a grandes rasgos constituye la parte -digamos esencial- de este libro, aunque evidentemente sin dejar aparte nada de lo que Ruiz Clavo expone, con la claridad y el rigor que suelen caracterizarlo.
El libro consta de tres partes. La primera abarca hasta el capítulo tres y se refiere a la conquista cristiana de Molina en 1128, es decir, al periodo que corresponde al señorío de los Manrique de Lara, en la que ofrece algunos datos introductorios acerca de la Compañía religioso-militar de Caballeros, que posteriormente se reorganizaría y cambiaría su nombre por el de Orden de Caballería llamada Cabildo-Compañía de los Caballeros de doña Blanca, y sus posteriores reformas; la segunda, que es la más extensa, va del capítulo cuarto al quinceno y se centra, fundamentalmente, en la Compañía de Esclavos Militares de Nuestra Señora del Carmen (1740-1773), sus ordenanzas y libros de actas, las nuevas ordenanzas (1829) y la evolución histórica sufrida en base a los datos más significativos de cada uno de los mandatos de los sucesivos Coroneles de la Cofradía, destacando los más importantes, y la tercera, que consta de cuatro capítulos, en los que se sigue la pista de las tradiciones que se vienen celebrando en la actualidad con motivo de la celebración de la Virgen del Carmen.
Nuestro autor centra el grueso de su trabajo en la segunda parte, en la que viene a demostrar la inexistencia de continuidad entre los denominados Caballeros de Doña Blanca y la Hermandad Militar del Carmen, es decir, que esta última Cofradía o Hermandad fue fundada el 15 de mayo de 1740, y que nada tiene que ver con la anteriormente citada, como así parece quedar patente en este capítulo IV titulado “Origen y fundación de la Compañía de Esclavos Militares de Nuestra Señora del Carmen: 1740-1773”, en el que se alude con claridad a la primera y brevísima presencia carmelitana en Molina, que -según la teoría de Ruiz Clavo- debió ser el origen de la devoción molinesa hacia la mencionada advocación.
Los datos vienen a corroborarlo, puesto que los carmelitas descalzos llegaron a Molina en 1589, siendo vicario Francisco Núñez -al que Ruiz Clavo considera como el primero entre iguales si tuviera que compararlo con los historiadores molineses que le sucedieron- y que fue el que relató dicha llegada, que posteriormente transcribió -a comienzos del siglo XX- León Luengo en su Licenciado Núñez. Archivo de las cosas notables del Señorío de Molina.
Mientras tanto, las clarisas ya se habían establecido en Molina procedentes de Huete, pero la población molinesa deseaba que la rama masculina también se asentara, de modo que dos hombres principales, clérigos para más señas, Gonzalo Rodríguez y Pedro de Cisneros, “se movieran a negociar con los superiores de estos religiosos viniesen a hacer fundación a esta villa, prometiéndoles buenas comodidades y que de Villa y Tierra se allegaría mucha limosna para hacerles casa e iglesia...”. Los carmelitas enviaron cuatro frailes, que al principio estuvieron de huéspedes en la casa de Cisneros, hasta que Gonzalo Rodríguez les compró camas y mesas para que vivieran en comunidad. Su iglesia era la de Santa María del Conde. Pero fue un mal año para todos, de fríos y hielos y en dos meses no se vio la tierra, extremo este que para unos hombres descalzos y mal vestidos, llegados de tierras cálidas, fue causa principal para que se marchasen con ánimo de no volver jamás a pesar de las numerosas peticiones surgidas en contra de su marcha,
Poco después, hacia 1670, el licenciado del Castillo, abad del Cabildo Eclesiástico, reunió a las mujeres observantes de la regla carmelita descalza y les legó una casa de su propiedad para que continuasen en esta piedad. Después les llegaría la concesión de clausura de parte del obispo seguntino, y hacia 1677, solicitaron la fundación de un convento que no se logró.
Es en 1690 cuando, a través de un traslado documental que se ordenó al escribano González Reynoso en 1805, conocemos la existencia de una Hermandad de Cofrades del Carmen, puesto que figuran cuatro de sus componentes como encargados de la organización de las fiestas de Nuestra Señora del Carmelo del año siguiente.
Su administrador era el capitular del Cabildo, tenía retablo en San Gil y, entre sus devotos, se contaban el Corregidor, el Alcalde Mayor y otras personas social y económicamente relevantes en Molina.
La segunda llegada carmelitana tuvo lugar el 17 de febrero de 1739 (otros autores la sitúan el día anterior), según consta en unos “aumentos” que el subdiácono Martínez de la Concha hizo al manuscrito de Elgueta, aunque son escasos los datos que se conservan, por ejemplo, que regentaban una casa-hospicio extramuros de la villa, donde se custodiaron los Libros de la Compañía de Esclavos durante algún tiempo, y que Ruiz Clavo sitúa en la casona aneja a la ermita del Carmen dejada por el fundador Antonio Velázquez de Carvajal.
Por estas referencias es factible pensar que su gran influencia y la dirección espiritual que ejercieron servirían para que los miembros de la referida Hermandad de Cofrades promulgasen unas Ordenanzas “con la finalidad de que pudiesen celebrar y sustentar con decencia las fiestas de su Patrona y otros sufragios”, pero, a pesar de todo, ninguna noticia aparece sobre los carmelitas en los Libros de Actas.
Mayor interés histórico tiene el que el día 15 de mayo de 1740 se reunieran en la iglesia del Santo Cristo de Santa Catalina, sesenta y tres individuos acompañando a fray Bartolomé de San Miguel para fundar -y aquí está la clave, “fundar” (dice)- a mayor honra de Dios, “una Esclavitud de Militares” cuyo fin fuera ensalzar el nombre de la Madre de Dios bajo la ad vocación de Nuestra Señora del Carmen, por la gran devoción que siempre ha mantenido Molina a esta Soberana, acordando disponer de unas Constituciones y Ordenanzas, según explicó a los asistentes el citado religioso carmelita descalzo, que serían las primeras -de las cinco- que ha tenido la Hermandad desde su fundación hasta hoy (1740, 1783, 1830, 1862 y 2003) y en las que no existe línea continua alguna que vincule a los Caballeros de Doña Blanca con la Esclavitud del Carmen.
En fin, Ruiz Clavo sigue defendiendo en las páginas siguientes de este mismo capítulo su teoría que, desde nuestro punto de vista, queda suficientemente demostrada.
Un libro que pudiera parecer algo farragoso en un principio, pero que poco a poco va atrayendo al lector, llegando a ser ameno y que no debe faltar en el anaquel de quienes aprecian las fiestas y tradiciones religiosas y de todo buen molinés, con el que Ruiz Clavo cumple el compromiso o promesa -difícil de cumplir- que hizo a la memoria de su madre y de haber encontrado entre sus cosas la Patente de la Hermandad, el escapulario del Carmen y un rosario.
Por lo demás un libro interesantísimo, desde nuestro punto de vista, que viene a desvelar algunas incógnitas y errores -los principales- que se vienen arrastrando por tradición nunca contrastada.

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

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