SASTRE LARRÉ, María del Carmen et alii
(coords.), Red de Bibliobuses de la provincia de Guadalajara, 2013. Guadalajara: Agua y Vida. Textos
recopilados durante la campaña de recogida de tradición oral en la provincia de
Guadalajara, Guadalajara, Ed. del Servicio de Publicaciones de la Consejería de
Educación, Cultura y Deportes de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha,
2014, 184 pp.
El libro que comentamos hoy es el resultado
de una campaña de recopilación de datos basados en la tradición oral (a veces
escrita) relacionados con el agua, llevada a cabo por la Red de Bibliobuses de
la provincia de Guadalajara durante el ejercicio 2013, en el que la Asamblea
General de la ONU lo declaraba Año Internacional de la Cooperación en la Esfera
del Agua.
Como contribución al mismo, la Red de
Bibliobuses de la provincia de Guadalajara, quiso participar en esta
celebración mundial recogiendo numerosos testimonios y textos de tradición oral
relacionados con el agua, para lo que tuvo que viajar por numerosos pueblos de
la provincia, “recopilando usos, costumbres y vivencias, además de poemas y
canciones tradicionales”.
Guadalajara:
Agua y Vida, tal es el título de esta obra, monográfica en su tematica pero
polifacética en su contenido, que ofrece en sus páginas todo el material
recogido gracias a instituciones -Asociación de Municipios Gancheros del Alto
Tajo y Asociación de Amigos de las Salinas de Interior, entre otras- además de
particulares que en muchas ocasiones han querido permanecer en el anonimato.
Dicho material se publica en dos partes: la
primera -más amplia y generalizada en su contenido- corresponde a los
testimonios de veinticinco localidades, y la segunda, va destinada a textos
líricos de otras cuatro más.
Todas en conjunto son muy diversas en cuanto
a su interés histórico o etnográfico, habiendo una amplia mayoría de notas
referentes a las fuentes y manantiales de las localidades mencionadas que han
participado en la realización del libro.
Algunas ofrecen datos de gran curiosidad por
su rareza o por formar parte de esa “mitología” ancestral en la que se habla de
lagos, lagunas, charcas, etcétera, sin fondo, en las que indefectiblemente se
ahogaba una pareja de bueyes, que arrastrando una carreta se acercaron a beber
agua y de la que nunca más se supo nada, excepto en algunos casos, en que
apareció su cornamenta a unos cuantos kilómetros de distancia o apareció
flotando el yugo que los uncía.
Tal es el caso que se cuenta acerca de la
laguna situada junto a los puntales de las casas Layna, que solamente se
utilizaba como abrevadero y donde, según cuentan, en la última guerra se ahogó
un soldado canario al intentar bañarse. A raíz de lo cual entró más miedo a la
población de La Hortezuela de Océn, donde, por cierto, también se cuenta lo de
los bueyes que se ahogaron y cuya cornamenta apareció en los Ojos de Abánades,
a bastante distancia.
Pero como todo en la vida, la “leyenda” fue
perdiendo su “romanticismo” y gentes dadas a la ciencia midieron su profundidad
-16 metros en lo más profundo- restándole interés a la laguna, que ahora no
deja de ser un charco grande.
Lagos que se consideraron por la tradición
como antiguas entradas o lenguas del mar; lugares sin fondo, cargados de
tesoros históricos, visigóticos como en el caso de la laguna de Taravilla, que,
al fin y al cabo, vienen a comportarse en la mente rural como un pozo Airón
más, de los que tantos hay en las tierras españolas.
También aparecen numerosos lavaderos, como el
denominado “El Cabozo”, de Esplegares, donde bajaban las mujeres con las borriquillas
cargadas hasta los topes, para lavar la ropa, que llevaban en costales de
lienzo. Lavaban la ropa, la aclaraban y la ponían a secar sobre la hierba y
cuando estaba seca la volvían a meter en los costales del burro y nuevamente al
pueblo.
Esto era lo propio en la mayor parte de las
fuentes de los pueblos de Guadalajara y muchas de ellas ya se han secado por
hacer acequias que desviaron el curso del agua. Un delito moral más que
ecológico.
Y junto a los lavaderos, las fuentes, algunas
de origen romano... como las de la Zapatera, de la Calzada, o de la Poza, en
Ocentejo; la del Moro, en Yélamos de Abajo, o la bellísima y arqueológica
fuente Vieja, de Villanueva de Alcorón, fuentes que, en casi todos los casos
dejaron de utilizarse para beber hombres y animales y que, desgraciadamente,
poco a poco, se van deteriorando hasta su total desaparición, quedando
únicamente su nombre, su topónimo, que en muchas ocasiones, sirve para
indicarnos no sólo su origen sino su utilización, o si fue o no la fuente que dio
vida al establecimiento de alguna población antigua: Fuente de Arriba y Fuente
de Abajo, del Trago, del Cello... que llegaron a mover molinos harineros o
muelas aceiteras, como en El Sotillo, y también fuentes del centro del pueblo,
de la plaza mayor, a las que las mozas del pueblo iban a llenar los cántaros -a
la cabeza- y los botijos -en ambas manos- y entablar con los mozos que volvían
del campo ese diálogo / “cortejo”, quizás el primer paso para comenzar un
noviazgo y acaso un posterior matrimonio.
Únicamente se habla de un acueducto romano:
el de Zaorejas.
Era la fuente el lugar apropiado donde poder
“pelar la pava”, ante todos, para que no pensaran mal. Hay una expresión que
indica el apego que las mozas tenían a las fuentes: “¡Ahí se quedan haciendo trajes!”, en realidad cuchicheando y
dándole a la lengua sin parar, amatoriamente o despellejando al prójimo o a la
prójima, como cualquier otro “mentidero” público.
Entre estas últimas hay datos, muchas veces
extensos, de fuentes como las de Alustante: el “Acuerdo de la fuente de este
lugar de Alustante”, de hacia 1722, tomados del Archivo Municipal, en los que
se dan a conocer los motivos de su implantación, generalmente motivada por la
calidad de la aguas, generalmente “gordas” que atoraban los arcaduces de
conducción, impidiendo su correcto uso.
Aparte estaban los pozos, como el del Sargal,
en El Sotillo, de reconocida profundidad, sin peligro alguno, donde el mocerío
de bañaba en calzoncillos o desnudo hasta que las mozas de Las Inviernas los
pillaban haciéndoles pasar la consiguiente vergüenza.
Capítulo aparte merece el pueblo de Imón, del
que se narra por extenso la extracción de la sal, actividad que le dio vida y
se la quitó. Desde la subida del agua de los pozos con las tradicionales norias
de tracción animal, su secado,
almacenamiento y pesado. Lo mismo que sucedía en las salinas de Armallá.
También se recogen en este libro algunos
aspectos sobre los balnearios y termas; La Isabela, Mantiel, que tanto éxito
tuvieron en tiempos pasados.
Datos más o menos interesantes según la
apreciación del propio lector, pero siempre curiosos, especialmente
mencionaremos los aportados por Medranda, de mayor extensión y claramente
ofrecidos por persona culta, aunque ello no desmerezca los demás a la hora de
hacer una sencilla valoración del total.
La segunda parte, referida a los textos
líricos se centra en algunas coplas y poesías acerca de agua que se cantan en
Brihuega (ovillejos, refranes y unas canciones de ronda), los mayos de
Mohernando -que tampoco tienen relación alguna con el agua- y unas coplillas de
Romanillos de Atienza: “El Agua”, escritas por Tomás Moreno, y una serie de
dictados tópicos de Torremocha del Campo, poco conocidos y por ello
interesantes.
Estamos, ante un libro sencillo, iluminado con
fotografías en color, realizado por gentes de numerosas localidades y diferente
grado de conocimientos y cultura, que aportan lo que saben o lo que escucharon
a sus mayores.
Un libro, por ello, precisamente, popular,
auténticamente surgido “del pueblo” y “para el pueblo” que lo ha visto nacer,
al que quizá le ha faltado un mínimo de metodología que hubiese evitado cierto
grado de dispersión en los datos que se recogen y los hubiese uniformado dentro
de lo posible.
José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
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