SANZ BUENO, Lupe, Historia de Uceda, La Autora, Madrid,
2016, 302 pp. [ISBN: 978-84-608-5965-9].
Lupe Sanz Bueno es una
auténtica enamorada de Uceda, como así lo ha venido demostrando desde hace años
a través de la edición de numerosos trabajos sobre los aspectos más variados,
especialmente acerca de la Virgen de la Varga, de cuya bibliografía es gran
conocedora. Hoy traemos a nuestro Baúl de
libros la segunda edición de su libro Uceda: Notas sobre su historia, arte y costumbres (1988), aunque con otro
nombre más sencillo -Historia de Uceda-
y algo aumentado, sobre todo en los temas etnográficos.
Comienza el libro
desentrañando la posible etimología de la palabra Uceda, para la que ofrece
varias versiones: celta (aunque más bien podríamos decir celtibero-romana), que
la hace similar a Segeda…; musulmana, con significado de `cueva amparo de
ladrones´ (quizá pensando en Uzera); latina, como derivada de Vescelia, o tal
vez Ucia, citada por Ptolomeo. Además del vocablo `ulex´, quizá más acertado,
que significa `brezo´, y un origen geométrico (?), ciertamente disparatado.
Sigue una breve exposición de
los distintos aspectos geográficos que la han conformado a lo largo de
milenios, y da paso a su historia propiamente dicha, que parte del paleolítico,
extendiéndose sobre las cuevas del Reguerillo (en el Pontón de la Oliva) y del
Aire, así como en las estaciones musterienses de las proximidades de la ermita
de la Virgen de los Olmos, hasta llegar al mundo romano. Una segunda fase
histórica trata de los visigodos y los musulmanes (siglos V a X), dedicando un
espacio importante al castillo, probablemente islámico en sus orígenes y hoy
prácticamente arrasado, que se encontraba ubicado en el borde de una meseta, rodeado
por el barranco de la Charcuela, mirando hacia el Jarama. Castillo muy
codiciado en la Edad Media y muy estimado por los arzobispos toledanos, que lo
recibieron como donación del rey Fernando III. Siguen algunos aspectos
históricos correspondientes a la reconquista y posterior repoblación (siglos XI
y XII).
Hasta el momento parece ser
que la primera mención de Uceda figura en el Cronicón del Silense y vuelve a aparecer en las crónicas que
relatan las conquistas de Alfonso VI en 1085. También aparece, entre otras
localidades, en el Cronicón de don Pelayo:
Et cum
praedictus Rex milita anima haberet militum, persustravit omnes Civitates &
Castelle Sarracenorum, & accepit, dum vixit, constituta tributa eorum per
unumquemque annum, & depopulavit, & devastavit, & depraedavit
multas Vicitas ipsorum, & vi obsedit Civitates Sarracenorum, & cepit
eas, & Castella. Similites cepit Toletum, Talaveram, Sanctam Eulalian,
Maqueda, Alfamin, Talamancam, UZEDAM, Guadalfajaram, Fitam, Ribas, Caraquei,
Muram, Alarcon, Alvende, Confocram, Ucles, Massatrico, Concham, Almudovar,
Alaet, Valeranicam.
Al siglo XII pertenecen los
restos románicos de la iglesia de Nuestra Señora de la Varga (que es tanto como
decir `cueva´ o `balma´), una de las tres que existieron antiguamente. La fecha
de su existencia se conoce gracias a un documento transcrito por el P. Fita en
su libro Madrid desde 1203 a 1227, sobre
la venta que de una posesión en Carrascosa hizo Rodrigo Díaz a Juan, abad del
monasterio de Bonaval, cuya escritura se hizo ante la puerta de Santa María de
Uceda (1204), aunque, según otros autores, el documento aluda tal vez a otra
iglesia de la misma advocación, anterior a la que citamos. Este capítulo se
completa con otro destinado al estudio de las marcas de cantero existentes en
los muros de la iglesia románica existente.
Al estudiar este periodo no
podía faltar la mención a San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza, cuyos
datos proceden en gran parte de los manuscritos de Bernardo Matheos.
Otro apartado, no muy
frecuente en este tipo de ediciones, es el titulado “Sigilografía ucedana”, en
el que se da a conocer el sello concejil de 1258 -que se conserva en la
catedral de Toledo- pendiente, junto a otros tres sellos más, de un documento
acerca del pleito sostenido entre el Concejo de Uceda y el monasterio de
Bonaval sobre el disfrute de una dehesa. El sello de Uceda mide 77 mm. de
diámetro y pende de un cordón de lino amarillo. Su anverso representa “una
torre con almenas y a cada lado muralla también con almenas, sobre estas una
estrella y en la torre una bandera con 4 farpas, indicándonos probablemente los
cuatro distritos que tenía el Concejo”. En el reverso “Creciente lunar rodeado
de 9 estrellas. La leyenda igual por ambas caras, entre dos gráfilas es: +
SIGILLVM CONCILII UZETENSIS”; apartado que continua con la heráldica conservada
en la localidad: escudos empotrados en edificios (casas blasonadas) y escudos
grabados sobre numerosas losas sepulcrales de la iglesia. Y continuar con otros
aspectos históricos como la primera
exención, datada en el siglo XIV.
Otro capítulo interesante es
el destinado a recorrer la villa medieval, en el que se lleva a cabo un estudio
sobre el castillo y las murallas, con mayor profundidad que el anterior, así
como de la puebla arábigo-cristiana, que da pie al complementario de la aljama
judía, estudiada por Cantera Burgos, quien señala que, según el Padrón de Huete, la judería de Uceda
debía contribuir con 1439 maravedíes en 1439, llegando a los 10.900 en 1491
(aunque en algunas ocasiones Uceda tributaba junto a Tamajón). Lupe Sanz recoge
algunas ventas a judíos y de judíos a cristianos para, seguidamente, tras
mencionar la sinagoga, recoger multitud de nombres de judaizantes habilitados
en 1497 por la Inquisición.
Otros capítulos tratan de la
estancia del rey Juan II en Uceda, quien estableció en la Varga una memoria
dotada, así como numerosas exenciones, como la del pago del montazgo; Cisneros
arcipreste de Uceda, hecho bastante enmarañado hasta la publicación del trabajo
del P. José María Pou y Martí (“El cardenal Cisneros, arcipreste de Uceda”, en Archivo Ibero-Americano, XIII, 1920,
413-417), que aclaró suficientemente el asunto; “Iglesias, ermitas y
conventos”: de los hubo un convento franciscano fundado en 1610 y ninguna
cartuja, como se ha venido sosteniendo, sino una serie casas, situadas entonces
en la calle del Norte, dependientes de la cartuja de El Paular y destinadas a
recaudar las tercias reales del arciprestazgo ucedano; varias ermitas como las
de la Soledad, San Roque -la única que se conserva actualmente-, San Lázaro y
las iglesias de Santiago y San Juan, en las que trabajaron diversos artistas y
artesanos como Juan Bosque (1613), Andrés de Lope y Pedro López (1606),
Bernardo Henríquez, platero; Felipe y José Sánchez (1621), Pedro Remoroso y
Juan Bolado, campaneros (1613), etc.
A partir de este momento, mediados
del siglo XVI, comienza el declive de la población debido, en parte, al
fallecimiento de Isabel “la Católica”, la llegada de Carlos V acompañado de un
séquito flamenco y los numerosos conflictos con los pueblos de su alfoz.
Precisamente con la llegada al trono de Felipe II tiene lugar la redacción de
las Relaciones Topográficas, entre
las que se conservan las de Uceda (Biblioteca del Real Monasterio de El
Escorial) en las que se recogen algunos datos de interés sobre el capitán Bolea
y sus hazañas en las guerras de Flandes acompañando a Carlos V, siendo el
primero en atravesar el río Elba a nado, con la espada en la boca, para
alcanzar las barcas de la orilla contraria y construir un puente por el que las
tropas pudieran atravesar el río, aunque, en realidad, dicha acción no fuera
llevada en exclusiva por Bolea, sino por once soldados, según el relato de
Bernabé de Busto, cronista del emperador Carlos, en La Empresa e Conquista Germánica.
Continúa el libro con la
venta de Uceda al duque de Lerma, confirmada en 1610, de donde surgiría después
de ducado de Uceda.
Tampoco faltan los
interrogatorios de Lorenzana y del marqués de la Ensenada, que tantos datos
aportan sobre la villa. Y, del mismo modo que estudiaba más atrás la figura del
capitán Bolea, también lo hace sobre la figura del que fuera cura de la
parroquia de Nuestra Señora de la Varga desde 1709 hasta 1726, don Bernardo
Matheos, autor del Libro primero de la Antigüedad venerable y aparición milagrosa de la
sacrosanta imagen de Nª Sª de la Varga, compuesto por nueve capítulos y del
Tratado segundo de las innumerables maravillas
y estupendos milagros de Nª Sacrosanta Imagen, que contiene ocho. Acto
seguido se ofrece un amplio estudio sobre la Virgen de la Varga: su aparición,
la imagen, lo que de ella se dice en las Relaciones…,
algún grabado, la novena y la loa.
Siguieron las
desamortizaciones y las grandes obras durante el siglo XIX en que se hicieron
los puentes, el Pontón de la Oliva, el ayuntamiento, la casa cuartel de la
Guardia Civil, etc. Quizá algo fuera de lugar se encuentra el capítulo
referente a la nueva iglesia, llevada a cabo gracias al cardenal Silíceo a
finales del siglo XVI.
El libro va finalizando con
otra serie de estudios acerca de la Uceda Moderna (siglos XX y XXI); la
expropiación de 1.500 hectáreas destinadas a la instalación de la Brigada
Paracaidista; algunos datos sobre su demografía; un apartado sobre los
personajes más destacados; la agricultura y la ganadería; enseñanza y cultura;
sanidad, y un amplísimo capítulo sobre su etnología y folklore, comenzando por
la vivienda, la gastronomía, el cardado de la lana, la música tradicional y
numerosas fiestas, entre las que figuran el Carnaval, San Antón, Jueves de
compadres y comadres, San Isidro, Santa Águeda, la Purísima, la Fiesta de la
Cerca, la Cruz de Mayo, la Virgen de marzo, las Candelas, el Corpus, los Reyes
Magos y el Belén viviente, la función de agosto y la feria y fiesta de
septiembre, además de numerosos juegos y apodos, concluyendo con una amplia
bibliografía y una cronología histórica de gran utilidad.
Un libro amplio en contenidos
que abunda más, como suele ser normal en este tipo de trabajos, en determinados
capítulos de los que existe suficiente material, pero que de todos modos contribuye
a conocer detalladamente multitud de aspectos poco conocidos o tal vez algo
olvidados, destinado sobre todo a las nuevas generaciones que deseen conocer el
pasado de su pueblo. Su lectura es cómoda y sin lugar a dudas, constituye un
buen ejemplo, sencillo, de lo que deben ser los textos localistas, en los que
verdaderamente, como decía don Juan de Contreras y López de Ayala, marqués de
Lozoya, “se escribe la Historia de España”.
Bienvenido, pues, este libro,
que tanto dice sobre este pueblo de Guadalajara.
José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
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