Primera parte de la Silua de varios Romances en que estan
recopilados la mayor parte de los romances castellanos que hasta agora se han
compuesto. Hay
algunas canciones y coplas graciosas y sentidas. Impressa en Zaragoza por Esteban G. de Nagera en este año de 1550.
Estudio de Viçent Beltran, México, Frente de Afirmación Hispanista, A. C.,
2016, 593 pp. [Coord. ed. José J. Labrador Herraiz]. ISBN: 978-84-617-4194-6.
El hermoso libro que nos
ocupa aparece dividido en dos partes: La Primera
parte de la Silva de romances, debida a Viçent Beltran (Sapienza-UB-IEC),
págs. 9-137 y la edición facsimilar de la obra de 1550, págs. 139-593 (Deo gratias).
En la primera es interesante
recordar las palabras que, en una nota final de su edición, dejaba Esteban de
Nájera, el impresor del libro, recogidas por Viçent Beltran en su estudio:
“Algunos
amigos míos como supieron que yo imprimia este cancionero: me traxeron muchos
romances que tenian: para que los pusiese enel: y como ya yuamos al fin dela
impression: acorde de no poner los: porque fuera interrumper el orden
començado: sino hazer otro volumen que será Segunda parte desta Silua de varios
romances: la qual se queda imprimiendo” (f.
ccxxi).
Y así fue, puesto que la mencionada
Segunda parte vio la luz el mismo año
de 1550. Los estudiosos suponen al respecto que no debió tratarse simplemente
de la falta de espacio para tanto romance allegado por los amigos de Nájera,
sino que el propio impresor debió darse cuenta de que con todo el material
recogido podía editar otro volumen, para lo cual, en el primero, lo anunció
como un proyecto que, al final, produjo los tres textos que se conocen en la
actualidad.
Y es que, como señala Viçent
Beltran, la Silva no fue una ficción
de Martín Nucio, sino, como queda dicho, un proyecto que inmediatamente logró
un sonado éxito, a través de una primera
parte bastante alejada del modelo en que aparecieron los pliegos, puesto que
aprovechó la oportunidad para dar a la luz una serie de chistes y canciones,
sin modelo concreto y con los poemas dispuestos sin un orden previamente
establecido, método que siguió Nájera a lo largo de su escasa producción y que,
en realidad, vino a ser una especie de prueba a seguir en el resto de sus
ediciones mediante la utilización de elementos suficientemente utilizados
teniendo además a su favor un mercado seguro para incluir todo tipo de
novedades como se demuestra a lo largo de la Segunda y Tercera parte de la
Silva y el Cancionero general de
obras nuevas.
El hecho de incluir los
romances religiosos y los chistes-canciones significó una apertura a dos
aspectos claramente contrapuestos: la lírica religiosa y la poesía festiva,
aunque siguiendo los gustos y preferencias de quienes tenían suficiente poder
económico para la adquisición de tales libros, es decir, la aristocracia y las
clases acomodadas quienes, todavía a mediados del siglo XVI, consideraban el
romance en su dimensión publicitaria y didáctica, especialmente de los hechos
históricos, en la puesta al día de las costumbres corteses y por la
introducción en ellos de ciertos elementos grecolatinos, a pesar de todo lo
cual, la lírica musical fue mucho más innovadora.
En lo que se refiere a la
procedencia de los materiales, Beltran confirma, tras el análisis de los
pliegos que, al no existir una tradición escrita anterior, es de suponer que
tales géneros debieron ser empleados por ministriles o músicos y recitadores,
lo que dio lugar a numerosas modificaciones como puede constatarse en el
romancero nuevo y en los cancioneros coetáneos a los Reyes Católicos, en los
que aparecen versiones abreviadas en comparación con las manuscritas e
impresas.
Del mismo modo, los
eclesiásticos debieron encargarse de la producción de poesía religiosa, según
puede apreciarse en los ocho romances de la Segunda
parte.
El caso fue que, tanto el
contacto con músicos y declamadores y con clérigos, debió tener mucha
importancia para Esteban de Nájera a la hora de llevar a cabo sus ediciones, en
cuya documentación queda patente su impronta.
Posteriormente, las diversas
ediciones de la Silva debieron servir
de fuente para el mejor conocimiento del romancero, hasta que la verdadera
importancia había que concedérsela a Martín Nucio, como pone de manifiesto el
estudio de Mario Garvin, Martín Nucio y
las fuentes del `Cancionero de romances´ (pp. 289-291), cuyo facsímil fue
estudiado por Menéndez Pidal quien llamó la atención de los expertos hacia este
editor, relegando las Silvas a un
último plano al considerándolas como simples reediciones o meras continuaciones
sin importancia para el estudio del romancero, aunque a la hora de este
“olvido” también tuvo importancia la escasa dedicación al tema épico nacional,
que debió esperar hasta el siglo XX, en que sirvió a los intereses de los
neotradicionalistas.
Sin embargo, Antonio
Rodríguez-Moñino dejó bien claro que:
“las
dos grandes fuentes de difusión del romancero español entre la masa popular han
sido los pliegos sueltos poéticos y esta Silva
en sus diferentes versiones. No podemos considerar como un elemento decisivo en
esta transmisión al Cancionero de
romances que en doscientos años solo se imprimió seis veces, cinco de ellas
fuera de España”,
dando prioridad entre las Silvas a la que denominó Silva compendiada de Jaime Cortey,
publicada en Barcelona en 1561, que se editó ininterrumpidamente desde 1561
hasta 1696, de la que hay registradas 33 ediciones y la total seguridad de que
hubo algunas más (La Silva de romances de
1561, p. 7).
Pero volvamos al comienzo del
libro, donde Viçent Beltran ofrece numerosos datos acerca de la emergencia del
romancero y la importancia de la Silva
en la historia de la literatura española, para lo cual parte del significado
del romancero durante los primeros cincuenta años del siglo XVI e indica el proceso
que siguió para, desde la oralidad, convertirse en escrito (copiado o impreso),
participando para ello en un proceso de transmisión que adquiere una
persistencia de la que carece la tradición oral, aunque conservando, en parte,
algunas formas de ser del texto oral, especialmente la movilidad textual y el
carácter anónimo.
El brote de los primeros romances
escritos conduce a la corte de Alfonso el Magnánimo -el primer romance
transcrito, “Gentil dona, gentil dona”,
fue copiado por un mallorquín que estudiaba en Bolonia en fecha algo posterior
a 1421 y se trata de un romance tradicional basado en un motivo folklórico de tema
erótico-libertino: la burla hacia el hombre rudo que no sabe amar, que tan
altas cotas alcanzó en el mundo aristocrático-. También figura en dicha corte
el primer romance trovadoresco: “Terrible
duelo fazia”, del poeta Carvajal, en el que se usa como tema principal “la
cárcel de amor”.
El resto de los romances de
esta etapa contienen un aspecto marcadamente noticiero y en ellos se siguen
empleando los modelos y usos tradicionales, como queda de manifiesto, por
ejemplo, en el romance titulado “Por los
montes Pirineos” en el que se cuenta la huida a Francia del príncipe de
Viana, tras ser derrotado por su padre Juan II de Aragón (1457). Romane al que
se le añadió una melodía actualmente perdida. Los ejemplos serían muchos.
Con el paso del tiempo, entre
finales del siglo XV y comienzos del siguiente, se va produciendo una evolución
del romancero, precisamente cuando, de forma esporádica, aparte de los
cancioneros, comienzan a ser copiados numerosos romances épicos tradicionales: “Ya comienzan los franceses”, “Helo, helo por do viene”, “Rey que no hace justicia”, etc., hecho
que seguirá siendo costumbre hasta la llegada del romance nuevo, en que
comienzan a manuscribirse, de ahí la importancia de la edición de pliegos
sueltos, como la del manojo que imprimió Jacobo Cromberger en su imprenta de
Sevilla entre 1511 y 1515: “Ya cabalga
Calaínos”, “Asentado está Gaiferos”, el Romance de conde Alarcos, “Retraída está la infanta”, “Estávase el conde Dirlos”, el Romance del conde Guarinos, “Mal ovisteis los franceses”… de los
que ninguno procede del Cancionero
general.
A pesar del éxito obtenido,
la edición de romances orales no fue continuada por otros impresores, que se
dedicaron a publicar partes concretas o extractos del Cancionero mencionado, de modo que los publicados a mediados del
siglo XVI constituirían la base del Cancionero
de romances, del que también descenderían las Silvas de romances que tanto contribuyeron a la conservación del
romancero antiguo.
Viçent Beltran señala la
importancia de llevar a cabo una nueva interpretación de la función social del
pliego suelto, del que se viene aceptando que
“nace, con los albores de la
tipografía, el cuadernillo barato que reúne un haz de composiciones para cantar
o para leer, patrimonio literario de un pueblo, atenido casi exclusivamente
antes a tradición oral (…) destinado a propagar textos literarios o históricos
ante la gran masa lectora, principalmente popular “. Se trata del periodo que
estudió Caro Baroja en su Ensayo sobre la
literatura de cordel (Madrid, Revista de Occidente, 1969).
En realidad este aspecto se
desarrolló entre los siglos XVI -alrededor de 1580- y XX, aunque en su primer
momento prevaleció la lectura del denominado “pliego culto”, como su propio
nombre indica destinado a quienes podían leer con la suficiente fluidez como
para que su lectura se convirtiese en motivo de placer y fuente de instrucción,
es decir, algunos nobles, clérigos, letrados y determinadas élites ciudadanas,
lo que explicaría que poetas de alto nivel como Juan del Encina y Juan de
Timoneda e incluso Lope de Vega, cuidaran por sí mismos sus ediciones de
pliegos.
Además, el pliego, sobre todo
en sus comienzos, conllevaba un carácter oficial en el que quedaba patente
cierto contenido político e ideológico mediante el que se procuraba promocionar
la monarquía, por lo que durante el reinado de Carlos I este contenido aumentó
considerablemente poniendo énfasis en algunas controversias e incluso en la
guerra de las Comunidades, que produjeron gran cantidad de pliegos sueltos con
los que dar paso a una importante campaña publicitaria.
De todo lo que se deduce que
los pliegos gozaron de una doble importancia, primeramente por haber impreso
textos que circulaban precariamente, tal vez en repertorios musicales o
utilizados por recitadores profesionales, y, en segundo lugar, por haber
constituido la fuente principal de la mayor parte del Cancionero de romances y haber contribuido a la conservación de
muchas obras que de otra forma se hubieran perdido.
Respecto a las fuentes del Cancionero de romances antes citado,
Menéndez Pidal consideró que la mayor parte provenían del Cancionero general, a los pliegos sueltos y, muy pocos, a la
tradición oral o manuscrita, por lo que dedujo que “en general podemos presumir
que proceden de copias manuscritas de romances de tono juglaresco, erudito o
artístico (…) y de la tradición oral, los de tono popular”, sin tener en cuenta
el contenido de la presentación del volumen que imprimió Martín Nucio,
refiriéndose a la “flaqueza dela memoria de algunos que me los dictaron” (Cancionero de romances impreso en Amberes
sin año. Edición facsímil con una introducción por R. Menéndez Pidal. Nueva
edición, Madrid, C.S.I.C., 1945).
Sin embargo, contando con las
fuentes disponibles en la actualidad, Mario Garvin (“Martín Nucio y las fuentes
del Cancionero de romances”, eHumanista, 32, 2016, 288-302), indica
que veinticinco romances proceden de fuentes desconocidas, de diecisiete supone
que medió algún manuscrito y solo cinco son de posible origen oral. También
deduce que el Cancionero de romances
es el resultado de un proceso de compilación y posterior ordenación ya que
Martín Nucio escogió una serie de romances del Cancionero general, de los que hizo la clasificación temática
-anunciada en el prólogo: “primero los que hablan delas cosas de francia y de los doze pares, despues los
que cuentan historias castellanas y después los de troya y vltimante los que
tratan cosas de amores”-, cuya ordenación se le hizo difícil en algunos casos,
por ser la primera vez y también por
basarse en el contenido de los pliegos que, generalmente, contienen
varios temas, sometiendo los textos a una cuidadosa revisión ortográfica y a
una nueva presentación tipográfica (que mejorase su legibilidad) y que pasó de
emplear la letra gótica por la humanística redonda que iba cobrando mayor auge,
elementos que empleó cuidadosamente a la hora de la edición definitiva del Cancionero de romances de 1550 (Anvers -Amberes-, 1550).
Con todo este material,
parece más fácil analizar la estructura, fuentes y significación de la Primera Silva de romances, de la que lo
primero que llama la atención es el título, puesto que la palabra romancero se
empieza a extender tras la aparición del Romancero
de Pedro de Padilla en 1583. Otro aspecto a tener en cuenta es la
dependencia de la Silva respecto al Cancionero, de la que retoma el orden,
como así se pone de relieve en el libro que comentamos.
El Cancionero de romances finalizaba con un “perqué” anunciado por la rúbrica “Porqve en este pliego quedauan
algunas paginas blancas y no hallamos Romances para ellas pusimos lo que se
sigue”, que también cierra en la Primera
parte de la Silva la sección de romances, aunque con una rúbrica nueva: Romance a manera de perque, que es un
género procedente de los cancioneros cuatrocentistas, muy utilizado en el
Renacimiento de modo que en ocasiones confluyó con los géneros cómicos y
satíricos y, más concretamente, con las composiciones de disparates.
Todo ello da pie a Viçent
Beltran a extraer dos conclusiones: “una mayor cohesión de las secciones
temáticas en que Esteban de Nájera, siguiendo a Martín Nucio, organizó su
edición (…) y el expurgo de romances carolingios o de tema francés, a pesar de
no haber sido completamente rigurosa…”.
Un libro interesantísimo para
la historia de la literatura española, de gran profundidad y de cuya lectura
disfrutará el lector, dada la cantidad de aspectos que, quienes ya tienen
cierta edad, podrán comparar con los ciegos ambulantes recitadores de pliegos
de cordel que también vendían y que tanta importancia tuvieron en la España de
posguerra.
José Ramón López de los Mozos
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