PRADILLO, Pedro José (dir. y
coord.), Mi tierra, mis paisajes.
Pinturas de Regino Pradillo, Guadalajara, Patronato Municipal de Cultura
del Ayuntamiento de Guadalajara, 2016, 48 pp. [Catálogo la Exposición celebrada
en el Museo Francisco Sobrino, de Guadalajara, de los días 3 de junio a 17 de
septiembre de 2016]. [I.S.B.N.: 978-84-87874-75-8].
Una vez más el Ayuntamiento
de Guadalajara, a través de su Patronato Municipal de Cultura, ha acertado
plenamente ofreciendo al público, en el Museo Francisco Sobrino (de los días 3
de junio al 17 de septiembre), una parte representativa de la obra al óleo de
uno de sus pintores más acreditados de Guadalajara: Regino Pradillo. Con tal
motivo se ha procedido a la edición de un sencillo catálogo, de 48 páginas, de
gran interés por la autoría de los textos que incluye, así como por su eficaz
contribución al mejor conocimiento de la obra de este insigne artista
alcarreño, a pesar de todo, todavía escasamente conocido por la mayoría de sus
propios paisanos.
Regino Pradillo (Guadalajara,
1925-1991) fue, indiscutiblemente el pintor más conocido de la segunda mitad
del siglo XX, solo comparable, en cuanto a su reconocimiento internacional, a
otros artistas, también alcarreños, tan afamados y de la calidad y prestigio de
Antonio y José Ortiz Echagüe, José de Creeft y del propio Francisco Sobrino
Ochoa.
Por eso, esta exposición,
compuesta por veinte lienzos, constituye el mejor homenaje que podría hacerse a
un artista, que es el la divulgación de su obra, coincidiendo con el
veinticinco aniversario de su fallecimiento. Se trata de representaciones
telúricas de los campos y de las tierras con todos sus accidentes, de la
provincia que le vio nacer hace ya más de noventa años.
Las obras que se presentan en
esta exposición han sido seleccionadas por los hijos del artista y ofrecen una
serie de variaciones paisajísticas, precisamente aquellas que tanto llamaron la
atención en sus años de esplendor y por las que recibió tan reconocidos
galardones.
Son paisajes en los que se
reproduce la naturaleza de la tierra, que se va perfilando paulatinamente con
su característico trazo fino sobre esos otros trazos fuertes y desgarrados,
cargados de color, que vemos ir cambiando según cambian las horas y,
especialmente los años.
Tierras duras estas de la
Alcarria que se definen con colores atractivos, llamativos, atrevidos, y que,
como hemos dicho, con el paso del tiempo, se van diluyendo como la vida misma.
Es la tierra que el artista
lleva en su alma y en su pensamiento, la tierra en la que nació y la tierra que
después lo acogió: cálida, húmeda y oscura con un nuevo útero maternal.
Paisajes que huyen de lo establecido, de aquellas otras pinturas academicistas
con las que aprendió a “cocinar” y de las que supo huir en el momento oportuno,
cuando el cuerpo y el alma se lo pedían.
El espectador compara las
obras, generalmente apaisadas, puesto que así lo requiere el paisaje
representado, y observa los colores que reparte muchas veces, casi siempre,
mediante la espátula, y señala el viejo camino, el cielo duro o azulado, las
tierras aun amarillas tras la recogida del pan, los trazos que representan
olivos en la distancia, ciertas manchas verde y añil que parecen señalar el
cauce casi seco del riachuelo que humedece cuanto toca a su paso y da señales
de vida.
Pero el espectador no se para
en esto y quiere más, y analiza los trazos gruesos, los brochazos dados con
soltura, sin miedo, sobre los que después trabajará el artista para dar vida y
sentido a su obra, a la Obra poética, o sea, de creación, puesto que no otra
cosa significa poiesis.
Paisajes que, en muchas
ocasiones, podrían compararse con obras absolutamente abstractas, cargadas de
materia, de la tierra misma que plasma en sus óleos y que, siguiendo lo
tradicionalmente establecido, se dan la mano con el más atractivo informalismo.
Una exposición que se
complementa con la del mismo autor en el Palacio de la Cotilla, donde podrán
contemplarse obras academicistas de sus primeras andaduras pictóricas, y en la
que junto a óleos, se exponen algunos carboncillos de temática muy diferente.
El catálogo, a pesar de su
brevedad, ofrece una amplia panorámica de la obra de Pradillo, a través de
numerosos textos debidos a Luis Alarcos Llorach, catedrático de Filosofía del
Liceo Español de París, “Regino Pradillo, una persona excelente, un director
amigo, un esposo y un padre entrañable, un artista exigente y cercano” (no es
la longitud más correcta para un título, pero sí son las coordenadas de un ser
querido y admirado, como añade el propio Alarcos); Antonio Herrera Casado,
Cronista Provincial de Guadalajara, “Memoria de Regino Pradillo”; Pedro José
Pradillo y Esteban, “Regino Pradillo-Francisco Sobrino. Yuxtaposición en París,
1968-1988”; Myriam, Roxanna y Juan Gonzalo Pradillo Guijarro, “Tierras:
Movimiento infinito”, y el conjunto fotográfico que conforma “Mi tierra, mis
paisajes. Pinturas de Regino Pradillo”, catálogo a color en el que se recogen
diecinueve obras del artista, que, sin duda, servirán para ofrecer al
interesado una idea cabal del modo de pintar de Pradillo y, especialmente, de su forma de ver y comprender el paisaje de
su tierra.
Finaliza el catálogo con un
currículo (1960-1984) de becas, premios y distinciones, a destacar de entre la
interminable lista de galardones, medallas y distinciones que recibió a lo largo
de su vida, así como una serie de museos y colecciones en las que se conservan obras
suyas.
José Ramón López de los
Mozos
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