GARCÍA LÓPEZ, Aurelio, Budia en la Edad Moderna (Siglos
XVI al XIX), Guadalajara,
Editores del Henares (col. Temas de Guadalajara, 10), 2015, 167 pp. [ISBN.:
978-84-606-5989-1].
Comienza el libro que
comentamos con unas pinceladas acerca de la historiografía alcarreña, entre la
que encuentran algunas obras referentes a Budia que, aunque no muy antiguas, no
por eso son menos importantes, puesto que los datos más abundantes datan de
finales del siglo XIX. Así una entonces meritoria referencia a dicha villa
escrita por don Andrés Falcón y Parto, la Memoria
histórica-descriptiva de Budia, de 1888, reeditada con numerosas ampliaciones por el
Dr. Herrera Casado en 1991, con el nuevo título de Budia, breve noticia de su historia. Poco después, don Juan
Catalina García López escribiría los Aumentos
a las Relaciones Topográficas (Tomo
I) mandadas recoger por el rey Felipe II; maravilloso trabajo que aportó, y aún
sigue aportando, numerosos datos de interés para un conocimiento exhaustivo de
dicha población. En 1907, el médico don Severino Domínguez Alonso publicó unos Datos para el estudio médico-topográfico de
la Villa de Budia de gran interés, cuya edición facsimilar, llevada a cabo
en 2015 por el Ayuntamiento de la localidad con autorización de la Biblioteca
Nacional de España, comentamos en estas mismas páginas.
Hasta aquí lo que podríamos
considerar como la primera fase, dedicada a estudios y trabajos, sin olvidarnos
de la ermita y la imagen de la Virgen del Peral de Dulzura, sobre la que,
indica García López, existe una hoja “volandera” de 32 cm. titulada Gozos a Nuestra Señora del Peral: que se
venera en la villa de Budia, Diócesis de Sigüenza, que editó el impresor
Víctor Berdós i Feliú -entre 1875 y 1900?-, en su imprenta de Barcelona (C/.
Molás, 31) y que hemos podido consultar de la Biblioteca Nacional de España (VE
/ 1445 / 441).
Posteriormente surgirían nuevos
trabajos, como la brevísima Historia de
Budia de Miguel Rodríguez Gutiérrez (MI-RO-GU), que únicamente contiene una
transcripción de las ya citadas II Relaciones
Topográficas de Felipe y unas notas sobre arte (con un total de 36 páginas),
al que siguieron otras publicaciones llevadas a cabo, sobre todo, por Antonio
Herrera Casado y Juan José Bermejo Millano: Budia,
corazón de la Alcarria (2005), El
convento carmelita de Budia. Memoria y esperanza (2010), así como el trabajo,
esta vez en solitario, del mencionado Bermejo Millano, Budia en la prensa (2012).
Como podrá apreciar el
lector, el presente libro da a conocer algunos aspectos nuevos o al menos poco
estudiados hasta el momento, como el trabajo del cuero, la celebración de una
feria, la actividad apícola, etc., de donde posiblemente procedan los
pseudogentilicios de “mieleros”, dado que los vecinos de Budia fueron los
mayores productores de miel de toda la Alcarria, y “curtidores”, por los que
todavía hoy se conoce a los budienses o budieros.
Apartado, el anterior, que
sirve de pórtico a la historia de Budia propiamente dicha y que da principio
con unas breves consideraciones acerca de la Edad Media, a pesar de la
inexistencia de documentos que precisen su origen con exactitud, por lo que se
hace difícil establecer el momento en que se inició como lugar habitado, aunque
lo más probable es que se trate del siglo XI ya que, tras la conquista de
Atienza por Alfonso VI (1085), Budia pasó a formar parte de su Tierra, dentro
del sexmo de Durón, y su territorio repoblado por cristianos procedentes de la
zona norte peninsular.
Al partir del siglo XII es
cuando comienza a haber documentos escritos, concretos, sobre Budia, por lo que
se sabe que la Orden de Santiago tenía algunas posesiones, pero realmente no se
tienen datos fidedignos hasta el año 1388 -fecha en que se le hizo donación de la
dehesa denominada El Peral, lugar entonces despoblado debido a la peste negra
sufrida- momento en el que pertenecía al Común de Villa de Atienza y en el que
permanecerá hasta, al menos, 1413. En relación con este tema, García López
transcribe dos documentos: 1402. 31 de mayo. Atienza. Traslado de la carta de donación otorgada por la villa de Atienza a
favor del lugar de Budia de una dehesa titulada El Peral y 1431. Confirmación de la donación por la villa de
Atienza a favor del lugar de Budia de una dehesa titulada El Peral.
Seguidamente pasa a analizar
los restos de la iglesia románica del antiguo despoblado de El Peral (que en
este caso creemos fuera de lugar), para tratar de la integración de Budia al
Común y Tierra de Jadraque (dentro del sexmo de Durón), en el que permaneció
hasta el siglo XV en que pasó a convertirse en un lugar de señorío tutelado por
varias familias. Primero por Gómez Carrillo, -al poco, en 1434, se hizo Villa-,
pasando después a manos de Alonso Carrillo de Acuña, donde permaneció por poco
tiempo hasta que, tras realizar una serie de permutas, llegó a ser una de las
propiedades más queridas por el cardenal Pedro González de Mendoza, y posteriormente,
al condado del Cid, del cual eran dueños y señores los marqueses del Cenete,
hasta que con el tiempo pasó a la Casa del Infantado en la que se mantuvo hasta
la abolición de los señoríos, en el siglo XIX.
Hasta aquí, lo que podríamos
considerar como la primera parte, o parte introductoria del libro, con la que
entramos en la Edad Moderna, momento, como hemos visto, en que Budia permanece
en poder de la familia Mendoza. Esta parte contiene un carácter netamente
social y en ella se ofrecen numerosos datos sobre el ya mencionado señorío
mendocino, que tenía poder, otorgado por el rey, para nombrar Alcalde Mayor y
proporcionar a la villa una Administración Municipal justa a través del concejo
y sus componentes, una de cuyas mitades correspondía al estamento noble
(hidalgos) y, la otra, al estado general (pecheros), encargados de custodiar
los denominados bienes de propios comunales, es decir, las propias Casas de
Ayuntamiento y archivo, la cárcel, la correduría o peso real, además del
matadero y la carnicería, los mesones, la pescadería y demás tiendas. También
se ocupaba del pósito, los hornos, las tabernas, la fragua y los molinos
aceiteros y harineros, junto con el batán. En lo que respecta a la higiene y a
la salud pública era de su competencia cuidar de las pozas de la basura y, finalmente,
tenía a su cargo los montes y su aprovechamiento.
Un apartado interesante es el
dedicado a la demografía, puesto que no conviene olvidar que, a comienzos del
siglo XVI, Budia se había convertido en la población más importante del sexmo
de Durón gracias a su notable crecimiento económico, de modo que en 1528
contaba con 238 vecinos, llegando a más de 500 a finales del mismo siglo, por
lo que fue la tercera población de la antigua provincia de Guadalajara, solo
superada por Guadalajara (con 1372 vecinos) y Sigüenza (con 910), aunque
durante el siglo siguiente, el XVII, lo habitaban 364, que se redujeron a 202
en 1712. Gracias al desarrollo de las tenerías, la población de Budia alcanzó
los 1700 habitantes (almas) (1752), finalizando el siglo XVIII con 523 vecinos,
o lo que es lo mismo, 2197 habitantes -según el coeficiente de conversión de
4,21 habitantes por vecino-, disminuyendo nuevamente con la Guerra de la
Independencia.
Las clases sociales estaban
representadas por los hidalgos, entre los que destacaban algunos hombres
dedicados a las letras, las armas y la administración pública, como las familias
Romo y Sáez, además de por el estamento eclesiástico, que llegó a dar algunos
obispos: Juan Ruiz Colmenero, obispo de Nueva Galicia desde 1647 hasta 1663;
Víctor Damián Sáez, obispo de Tortosa en 1823; Bernardo Antonio Calderón y
Lázaro, nombrado obispo de Osma en 1753; Juan José García Álvaro, obispo de
Coria fallecido en 1783, y Gabino II Catalina del Amo, obispo de Calahorra y
Santo Domingo de la Calzada en 1875.
La actividad económica se
centraba fundamentalmente en la agricultura y la ganadería, junto a las que
destacaba una floreciente actividad apícola, ya que contaba casi con cinco mil
colmenas según el Catastro de Ensenada (1752). También eran muy pujantes las
industrias textiles, concretamente la de fabricación de paños, así como las
tenerías y otros aspectos de menor importancia, como la confección de sayales
por los carmelitas, los pequeños comercios y la arriería y la celebración de un
mercado semanal con feria.
Quizá el apartado más amplio
es el que dedicado a la religiosidad popular, cuyo centro neurálgico era la
iglesia parroquial de San Pedro Apóstol, además de en algunos oratorios
privados, en los que se solían celebrar votos y fiestas y eran numerosas las
memorias, capellanías y obras pías, además de tener a su cargo las dotaciones
económicas para el sostenimiento de un hospital para pobres, becas para estudiantes y dotación de huérfanas, que se
completaban con las ayudas del pósito fundado por Pablo Sáez Durón. Existieron
así mismo numerosas hermandades y cofradías, diez al menos, y también fueron
numerosas las ermitas que se edificaron, siete, más un calvario. Contaba con un
convento carmelita, dedicado a la Inmaculada Concepción, de notable e interesante
construcción, al igual que sucedía con su arquitectura civil consistente, en
gran parte, en numerosas casas solariegas, algunas de las cuales han llegado
hasta nuestros días.
Finaliza el trabajo con una
amplia bibliografía dividida en dos partes: en primer lugar por el material de
archivo -documentos- recabado en el Diocesano de Sigüenza, el Histórico de
Protocolos de Madrid, el Histórico Provincial de Guadalajara, el Municipal de
Budia, el General de Simancas, el Histórico Nacional, el Parroquial de Budia,
el de la Nobleza Española de Toledo y el de la Real Chancillería de Valladolid
y, en segundo lugar, por los libros consultados para la realización del texto.
Resumiendo, un libro ameno,
de fácil lectura que ayudará a muchos budieros a conocer su propio pueblo, como
así sería deseable, y que viene a recordar numerosos datos vistos en otros libros
semejantes debidos a la misma autoría que el presente.
José Ramón López de los
Mozos
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