ESTEBAN [GONZALO],
José, El Crimen de Mazarete. Historia (y
consecuencias) de un error judicial, Madrid, Ed. Reino de Cordelia, 62,
2016, 174 pp. [ISBN: 978-84-15973-74-4].
Nuestro querido amigo y
paisano Pepe Esteban ha escrito un libro verdaderamente interesante, que en los
momentos que vivimos viene al pelo, porque recuerda uno de los hechos más
calamitosos y nefastos de cuántos han ocurrido en la tierra de Guadalajara.
Nada menos que dar a conocer, con los suficientes años de distancia -ya va para
ciento quince años, puesto que el suceso tuvo lugar en 1902-, uno de los
errores judiciales más comentados, no sólo en España, acerca de un supuesto
crimen cometido en el pueblo de Mazarete y las consecuencias posteriores que
tanto proceso como su resolución tuvieron.
El hecho fue que, el día 24
de noviembre de año mencionado, un par de camineros que emprendían camino hacia
su tajo en la carretera de Alcolea del Pinar a Tarragona, por la mañana
temprano, a eso de las siete, todavía de noche, se toparon con el cadáver de un
tal Guillermo García, alías “el Aceitero”,
de Mantiel (aunque a todos los de Mantiel se les conoce por el pseudogentilicio
de “aceiteros”), que, al parecer hacía muerto de un disparo en el pecho.
Este es el verdadero leiv notiv de lo acaecido. Después, todo
serían palabras y más palabras, suspicacias, falacias y la falta de humildad a
la hora de reconocer los propios errores. De modo que, entre unas y otras cosas,
la justicia, (o mejor dicho, los jueces), terminaron por condenar a la máxima
pena, morir en el garrote vil, a dos vecinos del pueblo probadamente inocentes.
La maquinaria de la (in)justicia había puesto en marcha su andadura y ya no era
posible frenar su inercia, de manera que las cosas se enredaron de tal forma
que muchos expertos en medina legal y forense, así como destacadas
personalidades republicanas como don Melquiades Álvarez y don Gumersindo de
Azcárate, lograron, después de ímprobos esfuerzos, llamar la atención
sobre el caso, que se había juzgado sin ninguna objetividad, en cuya labor contaron
con la eficaz ayuda de los medios de comunicación social -la prensa- del
momento, El Globo, El Imparcial, El Diario Universal…
Pepe Esteban, escritor y
periodista, sigue la pista de los hechos que se produjeron, desde las primeras
pesquisas hasta la resolución judicial y sus posteriores resultados,
reconstruyendo milimétricamente los sucesos, uno tras otro, demostrando la
falta de justicia de la Justicia y su arbitrariedad, ante la que los acusados
se encontraban totalmente indefensos, puesto que se trataba de la palabra de
dos pobres gañanes, palurdos y rurales, contra la superioridad de los representantes
de la Justicia, amparados en su toga.
A los largo de las primeras
páginas del libro (7 a 10), el autor nos deleita con una especie de novela
policiaca, o más bien si se quiere, sobre lo que pudieran haber sido sus
prolegómenos: Un verano dedicado en profundidad a escribir un ensayo acerca del
conocido escritor siciliano Leonardo Sciascia, del que tanto le llamó la
atención “su obsesión por la justicia” y acaso también “su obsesión por la
historia”, además de por su sencillez literaria a la hora de explicar los
asuntos aparentemente más complicados, ya que Sciascia, según Pepe Esteban,
“pertenece a esa clase de escritores que aspiran a decir lo más con lo menos; a
provocar el mayor número de significados y matices con el menor número de
palabras”.
Todo comenzó una mañana de
domingo, en la que recorriendo los tenderetes y puestos de la Cuesta de Moyano,
el librero Berchi, que estaba al tanto de sus tendencias y obsesiones
librescas, le ofreció un interesante ejemplar titulado Dos penas de muerte. Exposición a las Cortes dirigida por don Tomás
Maestre y Pérez. Catedrático de Medicina legal y Toxicología de la Universidad
de Madrid. Madrid, 1905, que podría haber escrito el citado Sciascia y que
le dejó absolutamente extasiado, aunque, en realidad, se trataba del libro que
iba buscando; así que, ya desde la segunda página, le picó la curiosidad: Los inocentes condenados, sorpresa que
fue in crescendo con la aparición
entre sus páginas de diversos artículos periodísticos sobre el particular,
escritos por algunas personas de fuste como don Gumersindo de Azcárate, don
José Canalejas y don Jacinto Octavio Picón, entre otros y, para colmo, el
crimen había tenido lugar en la provincia de Guadalajara, concretamente en
Mazarete, nada más y nada menos que el feudo de don Calixto Rodríguez,
propietario de la U.R.E. (Unión Resinera Española) y Senador del Reino, quien,
como tantos otros, protegía a los condenados, a quienes consideraba incapaces
de cometer un crimen de tamaña categoría…
Se trata, en fin, de una
historia sencilla, otra más, de las muchas que la España negra e insólita del
momento producía y callaba. Así es que, a casi un kilómetro de la venta
conocida por Venta Alegre, yendo al trabajo dos peones camineros se encontraron
con el cuerpo de un muerto, por lo que uno de ellos regresó al pueblo y dio
parte al juez municipal, -cuyo nombre era Juan García Moreno-, quien, por
cierto, ese día se había levantado con el “pantalón a cuadros” lo que equivalía
a tanto como presagiar hechos inesperados que supondrían malas noticias, según
comentó después.
El juzgado se presentó en el
lugar donde yacía el cadáver a la una de la tarde con el fin de proceder a su
identificación y posterior levantamiento,
ordenando el reconocimiento del lugar. El muerto resultó ser Guillermo
García, como ya vimos más arriba, natural de Mantiel, quien con un carro de
mulas se ganaba el sustento con la reventa de aceite y la compra de recoba. El
juez municipal, por su propia cuenta y sin enmendarse a los santos, pensó que
se trataba de una muerte por agresión y se puso en contacto con el Juzgado de
Instrucción de Molina, que instruyó diligencias contra varios vecinos del
pueblo.
También acudió el cabo de
puesto de la Guardia Civil de Maranchón, que elevó su informe al Juzgado
molinés, en el que señalaba que “Los hechos pueden ser motivo de causa
criminal”, según quedó reflejado en su escrito en el que, debajo, constaba la
fecha y la correspondiente firma, aunque -“saliéndose de sus atribuciones”-, a
la vuelta de la hoja oficial, escribió la siguiente denuncia: “Los hechos han
tenido lugar en casa del juez municipal de esta localidad”, lo cual no dejaba de
constituir una tremenda acusación y una grave denuncia, según se preguntaron
los angustiados defensores.
Esa fue la clave del nefasto
“error judicial” al decir de don Melquiades Álvarez, fundador del Partido
Reformista, que llevó el recurso de casación ante el Tribunal Supremo.
No obstante, lo que tanto
entonces como ahora llamó la atención, fue que tras la mencionada denuncia
anónima, el Juzgado Instructor de Molina dictase un auto declarando el
procesamiento de catorce hombres de Mazarete, que fueron traslados, en carro o
andando, a la cárcel molinesa, de los
que ninguno resultó ser Juan García Moreno y su hijo Eusebio.
Y aquí es donde Pepe Esteban
comienza a utilizar el método sciaciano “consistente en levantar las piezas
ocultas de la historia: una especie de reportaje retrospectivo: indaga hacia el
pasado, revisa los archivos judiciales, las fuentes de la historia (testimonios
orales y escritos) y de ahí, se ha dicho, esa especie de estilo notarial, que
elude el gusto y el placer por la palabra, el huir de la literatura propiamente
dicha y hasta su empeño en desliteraturizar sus historias”.
Todo lo demás es el relato de
los hechos acaecidos y su forma de sopesarlos los representantes judiciales, la
lucha de poderes, entre ellos mismos y pisoteando la palabra del hombre
rústico. El poderío de una clase prepotente, sobre la desgracia del débil, que
siempre tuvo las de perder.
Finalmente, quisiera ofrecer
al lector breve noticia acerca de otro libro que, sobre el mismo tema, ha visto
la luz recientemente. Se trata del escrito por Tomás Gismera Velasco, Mazarete: el error judicial (col.
Guadalajara, crónica parda), Amazon 2016, [2013, 1ª. ed.], 61 páginas, [ISBN:
10: 1530521483 y 13: 978-1530521487], cuyos capítulos -brevísimos- son los
siguientes: Un cadáver en la madrugada, El Juez de Mazarete, Vedijas el
Codicioso, Si la han hecho que la paguen, La Revisión, Motín de intelectuales y
¿Justicia?
“El día 24 del actual de
noviembre de 1902 fue descubierto en la carretera de Sigüenza a Molina el
cadáver de un hombre que representaba unos 30 años, y que tenía una herida de
arma de fuego en el pecho.
Había sido visto en numerosos
sitios la tarde anterior, la última vez que se le vio con vida, en la posada de
Mazarete (Guadalajara)”.
José Ramón López de los Mozos
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