viernes, 30 de septiembre de 2016

El crimen de Mazarete


ESTEBAN [GONZALO], José, El Crimen de Mazarete. Historia (y consecuencias) de un error judicial, Madrid, Ed. Reino de Cordelia, 62, 2016, 174 pp. [ISBN: 978-84-15973-74-4].
Nuestro querido amigo y paisano Pepe Esteban ha escrito un libro verdaderamente interesante, que en los momentos que vivimos viene al pelo, porque recuerda uno de los hechos más calamitosos y nefastos de cuántos han ocurrido en la tierra de Guadalajara. Nada menos que dar a conocer, con los suficientes años de distancia -ya va para ciento quince años, puesto que el suceso tuvo lugar en 1902-, uno de los errores judiciales más comentados, no sólo en España, acerca de un supuesto crimen cometido en el pueblo de Mazarete y las consecuencias posteriores que tanto proceso como su resolución tuvieron.
El hecho fue que, el día 24 de noviembre de año mencionado, un par de camineros que emprendían camino hacia su tajo en la carretera de Alcolea del Pinar a Tarragona, por la mañana temprano, a eso de las siete, todavía de noche, se toparon con el cadáver de un tal Guillermo García, alías “el Aceitero”, de Mantiel (aunque a todos los de Mantiel se les conoce por el pseudogentilicio de “aceiteros”), que, al parecer hacía muerto de un disparo en el pecho.
Este es el verdadero leiv notiv de lo acaecido. Después, todo serían palabras y más palabras, suspicacias, falacias y la falta de humildad a la hora de reconocer los propios errores. De modo que, entre unas y otras cosas, la justicia, (o mejor dicho, los jueces), terminaron por condenar a la máxima pena, morir en el garrote vil, a dos vecinos del pueblo probadamente inocentes. La maquinaria de la (in)justicia había puesto en marcha su andadura y ya no era posible frenar su inercia, de manera que las cosas se enredaron de tal forma que muchos expertos en medina legal y forense, así como destacadas personalidades republicanas como don Melquiades Álvarez y don Gumersindo de Azcárate, lograron, después de ímprobos esfuerzos, llamar la atención sobre el caso, que se había juzgado sin ninguna objetividad, en cuya labor contaron con la eficaz ayuda de los medios de comunicación social -la prensa- del momento, El Globo, El Imparcial, El Diario Universal
Pepe Esteban, escritor y periodista, sigue la pista de los hechos que se produjeron, desde las primeras pesquisas hasta la resolución judicial y sus posteriores resultados, reconstruyendo milimétricamente los sucesos, uno tras otro, demostrando la falta de justicia de la Justicia y su arbitrariedad, ante la que los acusados se encontraban totalmente indefensos, puesto que se trataba de la palabra de dos pobres gañanes, palurdos y rurales, contra la superioridad de los representantes de la Justicia, amparados en su toga.
A los largo de las primeras páginas del libro (7 a 10), el autor nos deleita con una especie de novela policiaca, o más bien si se quiere, sobre lo que pudieran haber sido sus prolegómenos: Un verano dedicado en profundidad a escribir un ensayo acerca del conocido escritor siciliano Leonardo Sciascia, del que tanto le llamó la atención “su obsesión por la justicia” y acaso también “su obsesión por la historia”, además de por su sencillez literaria a la hora de explicar los asuntos aparentemente más complicados, ya que Sciascia, según Pepe Esteban, “pertenece a esa clase de escritores que aspiran a decir lo más con lo menos; a provocar el mayor número de significados y matices con el menor número de palabras”.
Todo comenzó una mañana de domingo, en la que recorriendo los tenderetes y puestos de la Cuesta de Moyano, el librero Berchi, que estaba al tanto de sus tendencias y obsesiones librescas, le ofreció un interesante ejemplar titulado Dos penas de muerte. Exposición a las Cortes dirigida por don Tomás Maestre y Pérez. Catedrático de Medicina legal y Toxicología de la Universidad de Madrid. Madrid, 1905, que podría haber escrito el citado Sciascia y que le dejó absolutamente extasiado, aunque, en realidad, se trataba del libro que iba buscando; así que, ya desde la segunda página, le picó la curiosidad: Los inocentes condenados, sorpresa que fue in crescendo con la aparición entre sus páginas de diversos artículos periodísticos sobre el particular, escritos por algunas personas de fuste como don Gumersindo de Azcárate, don José Canalejas y don Jacinto Octavio Picón, entre otros y, para colmo, el crimen había tenido lugar en la provincia de Guadalajara, concretamente en Mazarete, nada más y nada menos que el feudo de don Calixto Rodríguez, propietario de la U.R.E. (Unión Resinera Española) y Senador del Reino, quien, como tantos otros, protegía a los condenados, a quienes consideraba incapaces de cometer un crimen de tamaña categoría…
Se trata, en fin, de una historia sencilla, otra más, de las muchas que la España negra e insólita del momento producía y callaba. Así es que, a casi un kilómetro de la venta conocida por Venta Alegre, yendo al trabajo dos peones camineros se encontraron con el cuerpo de un muerto, por lo que uno de ellos regresó al pueblo y dio parte al juez municipal, -cuyo nombre era Juan García Moreno-, quien, por cierto, ese día se había levantado con el “pantalón a cuadros” lo que equivalía a tanto como presagiar hechos inesperados que supondrían malas noticias, según comentó después.
El juzgado se presentó en el lugar donde yacía el cadáver a la una de la tarde con el fin de proceder a su identificación y posterior levantamiento,  ordenando el reconocimiento del lugar. El muerto resultó ser Guillermo García, como ya vimos más arriba, natural de Mantiel, quien con un carro de mulas se ganaba el sustento con la reventa de aceite y la compra de recoba. El juez municipal, por su propia cuenta y sin enmendarse a los santos, pensó que se trataba de una muerte por agresión y se puso en contacto con el Juzgado de Instrucción de Molina, que instruyó diligencias contra varios vecinos del pueblo.
También acudió el cabo de puesto de la Guardia Civil de Maranchón, que elevó su informe al Juzgado molinés, en el que señalaba que “Los hechos pueden ser motivo de causa criminal”, según quedó reflejado en su escrito en el que, debajo, constaba la fecha y la correspondiente firma, aunque -“saliéndose de sus atribuciones”-, a la vuelta de la hoja oficial, escribió la siguiente denuncia: “Los hechos han tenido lugar en casa del juez municipal de esta localidad”, lo cual no dejaba de constituir una tremenda acusación y una grave denuncia, según se preguntaron los angustiados defensores.
Esa fue la clave del nefasto “error judicial” al decir de don Melquiades Álvarez, fundador del Partido Reformista, que llevó el recurso de casación ante el Tribunal Supremo.
No obstante, lo que tanto entonces como ahora llamó la atención, fue que tras la mencionada denuncia anónima, el Juzgado Instructor de Molina dictase un auto declarando el procesamiento de catorce hombres de Mazarete, que fueron traslados, en carro o andando, a la cárcel molinesa,  de los que ninguno resultó ser Juan García Moreno y su hijo Eusebio.
Y aquí es donde Pepe Esteban comienza a utilizar el método sciaciano “consistente en levantar las piezas ocultas de la historia: una especie de reportaje retrospectivo: indaga hacia el pasado, revisa los archivos judiciales, las fuentes de la historia (testimonios orales y escritos) y de ahí, se ha dicho, esa especie de estilo notarial, que elude el gusto y el placer por la palabra, el huir de la literatura propiamente dicha y hasta su empeño en desliteraturizar sus historias”.
Todo lo demás es el relato de los hechos acaecidos y su forma de sopesarlos los representantes judiciales, la lucha de poderes, entre ellos mismos y pisoteando la palabra del hombre rústico. El poderío de una clase prepotente, sobre la desgracia del débil, que siempre tuvo las de perder.



Finalmente, quisiera ofrecer al lector breve noticia acerca de otro libro que, sobre el mismo tema, ha visto la luz recientemente. Se trata del escrito por Tomás Gismera Velasco, Mazarete: el error judicial (col. Guadalajara, crónica parda), Amazon 2016, [2013, 1ª. ed.], 61 páginas, [ISBN: 10: 1530521483 y 13: 978-1530521487], cuyos capítulos -brevísimos- son los siguientes: Un cadáver en la madrugada, El Juez de Mazarete, Vedijas el Codicioso, Si la han hecho que la paguen, La Revisión, Motín de intelectuales y ¿Justicia? 

“El día 24 del actual de noviembre de 1902 fue descubierto en la carretera de Sigüenza a Molina el cadáver de un hombre que representaba unos 30 años, y que tenía una herida de arma de fuego en el pecho.
Había sido visto en numerosos sitios la tarde anterior, la última vez que se le vio con vida, en la posada de Mazarete (Guadalajara)”.


José Ramón López de los Mozos

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