LA COLECCIÓN “TEMAS DE GUADALAJARA”
I
Hasta el momento, esta interesante colección consta de
once libros que tratan acerca de los más variados aspectos histórico-culturales
de algunos pueblos de Guadalajara: Trillo (2), Tamajón, Escariche, Sacedón,
Pareja, Henche, Trillo, Budia y Fuentenovilla, además de los dedicados al
monasterio de Óvila y al Cardenal Mendoza.
Desde estas mismas páginas ya reseñamos alguno de ellos:
Óvila, setenta y cinco años después (de
su exilio), escrito por José Miguel Merino de Cáceres (vol. 1), la Suma de la vida del Cardenal Mendoza, de
Francisco de Medina y Mendoza (vol. 8) y Religiosidad popular en Escariche durante la Edad Moderna (vol. 4).
Ahora veremos el resto de los títulos editados, cuyo
autor, excepto el antes mencionado autor de Óvila, es también Aurelio García
López.
Se trata del número 3, Tamajón en la Edad Moderna (Siglos XVI a XIX), Guadalajara,
Editores del Henares, 2014, 232 págs. [ISBN 978-84-617-1006-5].
En líneas generales es una obra sencilla, en la que se
va desgranando la evolución histórica de dicha villa desde la Edad Media, es
decir, de cuando pasa de ser de realengo a pertenecer al señorío de la familia
Mendoza, donde también se analiza el privilegio de 1259 por el que se concedía
permiso para celebrar un mercado semanal, así como la exención de Portazgo en
1289, y a ofrecer multitud de datos acerca del aprovechamiento de pastos en la
Tierra de Ayllón, sin olvidar la forma de vida de la comunidad judía
establecida allí gracias al desarrollo de la actividad ganadera y el auge
comercial, aunque, en realidad, sea muy poco lo que se conoce de ella puesto
que los datos existentes, de 1464, se refieren al pago que los judíos de
Tamajón realizaban junto a los de Uceda y que serían poco más del centenar,
siempre bajo la protección de los Mendoza, de modo que también se ignora el
número de los que salieron en el momento de la expulsión decretada por los
Reyes Católicos en 1942, del mismo modo que se desconoce la ubicación de la
judería y de la sinagoga.
La Edad Moderna se estudia a través del concejo, su
composición y los miembros que lo componían; la demografía -Tamajón contaba con
868 vecinos, según el censo de pecheros que mandó realizar Carlos I en 1528,
con lo que superaba a Guadalajara que entonces contaba con 737- y las clases
sociales, puesto que en 1591 había censados 819 vecinos en calidad de pecheros,
dos hidalgos y dieciséis clérigos, lo que llama la atención en el caso de los
últimos. En general, la mayor parte de los pecheros se dedicaba a agricultura, la
ganadería y el comercio (debido al alto número de arrieros y mercaderes).
De las familias hidalgas residentes en Tamajón durante
el siglo XVI conocemos algo gracias a los pleitos conservados en la Real
Chancillería de Valladolid. Una de las familias que entabla un pleito contra
el concejo con el fin de que éste le reconozca su título (1548) era la de
Martín Zuri de Uribarri. En 1559, serían Juan y Pedro Lozano quienes
mantendrían otro pleito por iguales motivos y, en 1603, los hermanos Agustín y
Pedro de la Torre Albarado, ya que la condición de hidalguía les ofrecía
múltiples ventajas fiscales y privilegios, entre ellos la exención de
impuestos.
Al parecer todas estas familias hidalgas -Zuri,
Uribarri, Lezcano, Torre, Albarado, Montúfar- provenían del País Vasco y
Navarra.
Siglos después y como alternativa a la explotación de
la tierra, la actividad ganadera y la extracción de piedra, surge la
fabricación de vidrio, cuya primera fábrica se instala en el Navajo -en 1827- por
parte del francés Charles Cadot, tras solicitar el correspondiente permiso al
Ayuntamiento y recibir el fabricante la debida autorización, por lo que se
firmaba entre ambos un contrato de arrendamiento por tiempo ilimitado: “por todo el tiempo que durare el
establecimiento”.
El terreno ocupado abarcaba tres fanegas por las que
pagaba 550 reales al año. Para su instalación llegaron oficiales y trabajadores
de vidrio procedentes de la fábrica de Aranjuez, que deberían permanecer en
Tamajón por espacio de año y medio y percibir un salario de mil reales
mensuales.
El caso es que terminada la obra -no había
transcurrido medio año- Cadot vendió la fábrica, ya operativa, a Rafael Garreta
junto con las posesiones de arenisca de La Mierla y Sacedoncillo, por la
cantidad de 50.000 reales. Dicho Garreta modernizó las instalaciones fabriles y
adquirió los terrenos donde estaba asentada, aunque según indica la Guía Mercantil de España de 1829 ya no
estaba en funcionamiento. Al morir Garreta en 1833 la actividad industrial fue
continuada por su viuda, quien también era propietaria de la fábrica de
cristales de La Granja, pero debió permanecer clausurada algunos años por
prohibición estatal, ya que el Gobierno concedía licencia para un periodo
determinado, por lo que en 1855 su arriendo salió a subasta funcionando
hasta 1863 año en que deja de mencionarse en la Estadística Administrativa de la Contribución Industrial y de Comercio.
Fue una de las veintiocho fábricas de vidrio
existentes en España en esa fecha. Los herederos de Garreta se desentendieron de
la fábrica que en 1865 era una ruina.
Otro aspecto que no pasa desapercibido es el que se
refiere al arte, centrado en parte en sus canteros y tallistas, como queda de
manifiesto en su trazado urbanístico, consistente en tres calles rectas
atravesadas por otras tres, posiblemente siguiendo el modelo que se empleó en
la construcción de Santa Fe, en 1491, tal vez trasladado a Tamajón por el
Adelantado de Cazorla, señor de la villa.
Una estructura más renacentista que medieval, donde
edificaron casas como las del Ayuntamiento y el pósito, realizadas entre 1560 y
1562 por el cantero cántabro Pedro Gil Ribero, en la primera de las cuales se
añadieron los escudos de los condes de Mélito, señores de la villa. Una
importante obra de reforma se llevó a cabo en la casa de la capellanía de
Montúfar, en la calle Nueva, por el
cantero, también cántabro, Pedro de Palacios, vecino de Arbancón.
Entre la arquitectura religiosa en cantería destaca la
ermita de la Soledad, cuya traza recuerda la capilla de los antes mencionados
Montúfar. En cuanto a la ermita de la Virgen de los Enebrales actual sabemos
que se construyó en 1612 por Juan de Razola (el mismo cantero que sacó la
piedra necesaria para el convento de San Francisco de Guadalajara). Pero,
indudablemente, el edificio religioso más importante de Tamajón es su iglesia
parroquial, de la que poco se sabe hasta la segunda mitad del siglo XVII, en
que el atrio porticado estaba sufriendo algunas modificaciones llevadas a cabo
por los canteros de Meruelo, Lorenzo del Campo y Francisco Vélez de Pedrero,
quien ya había trabajado antes junto a Lorenzo del Campo en las iglesias de
Albares, El Vado y Matarrubia.
En cuanto a la religiosidad popular, el libro se
Aurelio García se centra en las memorias, capellanías y obras pías, además de
en el elevado número de cofradías, ocho en total: del Santísimo Sacramento, de
la Vera Cruz, del Santísimo Rosario, de San Nicolás, San Sebastián, Nuestra
Señora de la Asunción y de los Esclavos del Dulce Nombre de Jesús, además, por
supuesto, del culto a Nuestra Señora de los Enebrales y las ermitas. Capítulo
aparte merece la historia y evolución del convento franciscano de la Inmaculada
Concepción, mandado construir por María de Mendoza, cuya vida concluyó con la
exclaustración de los franciscanos en 1835. Se conserva el inventario de sus
bienes.
Después vendría el proceso desamortizador con su
salida a subasta los días 8 y 16 de junio de 1844, en que no hubo postor. Junto
al convento también se propuso la venta de su huerta, tasada en 4.000 reales,
que fue adquirida en 4.100 reales por Manuel Fernández Ollero, vecino de
Torrebeleña.
Finaliza este libro, que es el número 3 de la
colección “Temas de Guadalajara”, con una serie de apéndices y la
correspondiente bibliografía. Un libro sencillo, cómodo de leer, interesante
por su contenido -ampliamente documentado- y que, seguro, gustará a las
personas amantes de la Historia, el Arte y la Etnología de Guadalajara.
José Ramón López de los Mozos
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