sábado, 23 de julio de 2016

Una leyenda entre versos y veras

MAÑUECO, Juan Pablo, La Virgen de las Batallas. Una historia de los tiempos de la reconquista de Sevilla y del valle del Guadalquivir, Guadalajara, Aache Eds. 2015, 170 pp. [ISBN: 978-84-15537-79-3].

Juan Pablo Mañueco, escritor imparable, nos deleita una vez más con una de sus novelas históricas, en este caso podríamos decir que los aspectos que más predominan son precisamente los históricos, puesto que la narración es casi la propia historia, real y verdadera, de los hechos que sucedieron a comienzos de la segunda mitad del siglo XIII, cuando Sevilla fue reconquistada gracias a una alianza de ejércitos constituida por tropas castellanas, entre las que se encontraban numerosas huestes alcarreñas, ayudadas en su cometido por otras europeas y de la llamada “Virgen de las Batallas”, una imagen arzonera de María que acompañó al rey en todas sus empresas bélicas, de la que hubo, no obstante, varias tallas más, diferentes.

De la primera, cronológicamente hablando, que es la de Guadalajara, románica, señala la tradición que se remonta a tiempos del conde González y al rey Alfonso VI de Castilla, el “toletanus imperator”, a quienes había acompañado en sus acciones guerreras, y que se custodiaba en el monasterio de Sopetrán hasta que se perdió al comienzo de la guerra del 36-39 (una reproducción de la misma se conserva en la concatedral de Santa María de Guadalajara).

De la segunda, gótica y realizada en marfil, mucho más lujosa que la anterior, se dice que perteneció a Fernando III al que protegió en todas las batallas que entabló contra el agareno y, posteriormente pasó a su hijo Alfonso X, quien la donó a la catedral hispalense, donde se expone en la capilla real. Se trata de la llamada “Virgen del Arzón”.

El Hecho narrativo (e histórico) parte del que llevó a cabo el rey Fernando III de Castilla, “el Santo”, contando con la inestimable ayuda de la Marina de Guerra gobernada entonces por aquel primer almirante que fuera Ramón Bonifaz, el “ome de Burgos”, según la General Estoria de España, de Alfonso X “el Sabio”.

Armada cuya construcción no se olvida en la presente narración y que se realizó en las atarazanas de Laredo y Santander, entre otros astilleros norteños. Flota que primeramente luchó en el Atlántico contra la escuadra de los benimerines, hasta remontar el río Guadalquivir, desde Sanlúcar de Barrameda, remontándolo durante más de cien kilómetros, con el fin de enfrentarse a las mismas puertas de Sevilla con otras tropas, también musulmanas, hasta que después de ímprobos esfuerzos, pudieron romper las cadenas que cerraban la entrada a la ciudad por el río, una de cuyas torres defensivas, en la que se ataban las cadenas, es la conocida Torre del Oro.

Todo lo cual surge, en principio, como un poema (que es el que figura en el último capítulo), con una pequeña introducción en prosa, para después de esta “desunión” entre los géneros empleados, volver a convertirse en una ruptura total, completa de los mismos, que dio como resultado la novela que comentamos, en la que también aparecen algunas escenas teatrales, puesto que su acción relata -con predominio casi abrumador de lo narrativo-, aquellos hechos va contando la familia de juglares que se establece en Guadalajara, procedente de las nuevas tierras conquistadas, ante el auditorio congregado en el Mercado: ciudades como Córdoba y Jaén que lo fueron antes que Sevilla.

La obra se convierte en más y más atractiva según se avanza en su lectura, pero para el lector alcarreño mucho más cuando los citados juglares ofrecen datos de los hechos más destacables que sucedían en España, especialmente de las correrías por tierras de la actual Guadalajara, donde suenan nombres tan sonoros en la historia de España de aquellos siglos que siempre se tuvieron por oscuros como Sigüenza, Atienza, Hita y otros.

Se trata de un libro en el que prima la imaginación y que Juan Pablo Mañueco resuelve muy acertadamente mediante el empleo de un “palabrario” o vocabulario atractivo y atrayente que le otorga cierto sentido poético.

Además, debemos considerar que esta novela, tan sencilla y lineal, cuenta entre sus múltiples valores el de contar la misma historia en prosa, para después hacerlo en verso, aunando ambos conceptos. Por eso, podemos decir que La Virgen de las Batallas, representa una especie de eslabón evolutivo entre los escritos anteriores de Mañueco, más sencillos: Guadalajara, te doy mi palabra, Castilla, este canto es tu canto, que realizó en dos tomos, Viaje por Guadalajara, Cuarenta Sonetos Populares y Con Machado, esperando a Prometeo, y los posteriores, incluyendo el presente trabajo, en el que el autor emplea la poesía, la narrativa y el teatro, a veces del absurdo (como vimos iniciarse, o seguir con mayor intensidad, en Con Machado…), a veces buscando una ruptura de las fronteras entre dichos géneros, con gran maestría, como puede constatarse en obras más modernas  en las que se combinan los tres, como España, mareas de tus tres mares y Donde el Mundo se llama Guadalajara -que comentaremos en su momento-.

Finaliza el libro con una “Adenda a La Virgen de las Batallas”. Nuevas estrofas”, en la que incorpora nuevos elementos estróficos, entre las que merecen ser consideradas la copla alcarreña, la octava brisa u octava ola, el torrente asonantado, el soneto alcarreño y la sonetina, cada una con sus peculiaridades líricas.

José Ramón López de los Mozos

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