OREA SANCHEZ, Jesús, Crónicas del Tenorio Mendocino. El mito de Don Juan hecho rito por
Gentes de Guadalajara (1984-2015), Guadalajara, Gentes de Guadalajara,
2015, 119 pp. [ISBN: 978-84-608-2987-4].
Muchos años han transcurrido desde que, a mediados de
los años ochenta del pasado siglo (1984), un grupo de amigos nos reuniéramos en
los bajos del Ventorrero, para después de dar cuenta de unos comistrajos,
hablar de los temas que podríamos aportar a aquella Guadalajara que parecía ir
despertando del letargo cultural en que parecía haber vivido hasta entonces.
Éramos entonces los socios de la Cofradía de “Amigos
de la Capa” de Guadalajara, quienes, dicho sea de paso, tras los postres,
procedíamos a “encapar” a los nuevos miembros de la Asociación, para lo que mojábamos
en vino, a modo de bautizo, uno de los picos de la capa del “admitido/a”, que
después bebía de la jarra y leía una especie de aceptación más en broma que
otra cosa, porque de lo que se trataba era de divertirse y pasarlo bien.
También comenzábamos a escenificar alguna que otra
parte del Don Juan de Zorrilla, por lo que aquellas cenas pasaron a llamarse de
“Ánimas de Don Juan”.
Aconsejo al lector que curiosee en los “Antecedentes
del Tenorio Mendocino” (páginas 17-20), donde quedará admirado tras la lectura
el acta que, nuestro entonces “Fiel de Fechos” Javier Borobia, redactó a modo
de convocatoria a la cena anual que, como siempre, tendría lugar “en la tabla
grande del Ventorrero”.
Esta es, por así decir, la prehistoria del Tenorio
Mendocino.
Pero también se hicieron muchas cosas serias.
Un buen día se nos ocurrió que el Día de Ánimas sería
el más adecuado para recorrer por la noche, -con antorchas, teas, faroles,
candiles, velas y otras luminarias-, los principales monumentos de nuestra
ciudad, leyendo en cada uno de ellos un texto literario, propio o clásico,
alusivo al mismo. Así se hizo y así se cumplió. De modo que, a la del alba,
terminamos en casa del Chato, en la Alaminilla, desayunando unos huevos, chorizos
y lomos con patatas y pimientos fritos, además de su correspondiente riego de
tintorro.
Pasado algún tiempo y analizando la noche vivida, nos
dimos cuenta de que el acto, como todo en la vida, se podía mejorar y hacer
partícipe del mismo a cuantos quisieran… Eso fue, básicamente, lo que dio
lugar, debidamente perfeccionado, al nacimiento de este Tenorio Mendocino, que
ya ha cumplido más de treinta años, de los que veinticinco corre a cargo del
grupo “Gentes de Guadalajara”.
Sin embargo, este “Tenorio” no estriba únicamente en
su peripecia burlesca, sino que a ella, por el lugar donde se comenzaron a
desarrollar y aún se desarrollan, se unieron otras de carácter “mendocino”, de
donde resultó esa manifestación teatral que denominamos “Tenorio-Mendocino”, hoy
ampliamente conocida no sólo en Guadalajara ciudad, sino en muchas otras
localidades de la provincia y aún de provincias limítrofes, donde su
representación alcanzó notoria resonancia.
Una puesta en escena donde se dan la mano y se aúnan y
complementan el romanticismo religioso-fantástico de Zorrilla a través del
ambiente nocturno, sombrío y misterioso, del amor imposible y de los finales
trágicos, y el renacimiento alcarreño, representado por la familia Mendoza,
porque, precisamente, son sus casas, los edificios que dicha saga mandó construir,
los lugares donde se desarrolla la acción de este Tenorio Mendocino: el propio
palacio del Infantado, el de don Antonio de Mendoza, la plaza de Santa María de
la Fuente -frente a la casona del Gran Cardenal y Tercer Rey de España-, la
capilla de Luis de Lucena…, como con tanta claridad expone José Antonio Suárez
de Puga en su magnífica colaboración “Sentida efeméride” (p. 13), aunque no
todo surgiera de golpe, puesto que algunas escenas se fueron añadiendo año tras
año, idea tras idea, hasta 1992 en que se hizo la primera representación, cara
al público y por única vez, en la cervecería La Cotilla, totalmente abarrotada
de público.
Jesús Orea escribió por aquellas fechas en El Decano de Guadalajara (4 de noviembre
de 1992) las siguientes palabras, llenas de ilusión:
“Don Juan Tenorio (…) fue fiel a la
cita con Butarelli en la Hostería del Laurel, junto a las Carmelitas de Abajo;
habló por ovillejos con Lucía en La Cotilla, el viejo caserón de los padres del
Conde de Romanones; raptó a una Inés -¿por qué no profesa en la orden
franciscana que se enclaustró en el Convento de la Piedad?- en el “viejo
Brianda”; reposó en su quinta del Palacio del Infantado y encontró salvación
frente a la magnífica fachada de Covarrubias, de nuevo en la Piedad, junto a esa
verja que da a Correos, en el panteón que antes palacio fue”.
Pero, para ello, Borobia contó con el apoyo de ciertas
personas amantes del teatro como lo era él, entre las que es necesario
mencionar a Fernando Borlán, poeta y profesor en el instituto “Brianda de
Mendoza”, quien, además de su ilusión y conocimientos, inculcó el amor por el
teatro a una buena parte de sus alumnos, y también a José Luis Matienzo,
creador del Teatro Joven de Brihuega. Aunque, a pesar de todo, como señala Jesús
Orea en su libro, Javier Borobia tuvo muchas dudas antes de poner en marcha,
definitivamente, el Tenorio Mendocino, no sólo por la complejidad del proyecto
y la falta de recursos económicos que entonces se padecía, sino, sobre todo,
por la falta de ensayos suficientes; pero al final, cerrando los ojos, decidió
a llevarlo a cabo por no defraudar las ilusiones de tantos jóvenes y menos
jóvenes que se habían implicado en el proyecto y para contribuir, en buena
medida, a que los alcarreños de Guadalajara supieran valorar su historia y su
patrimonio.
“Así, el mito de Don Juan comenzó a hacerse también
rito en Guadalajara”.
Hoy, el libro que comentamos, es, se ha convertido de
la noche a la mañana, como así se indica
en su título, en una especie de crónica, es decir, en un escrito en el que se
recogen los hechos más sobresalientes que fueron teniendo lugar, dispuestos de
forma cronológica, y que, por lo tanto, ha devenido a convertirse en un
documento que, sin duda, podríamos calificar como “histórico”.
En él pueden encontrarse los escenarios que se siguen
en cada una de las representaciones: desde la capilla de Luis de Lucena
(hostería del Laurel), el atrio de la concatedral de Santa María, el palacio de
la Cotilla (casa de doña Ana de Pantoja) y el claustro del convento de la
Piedad (celda de doña Inés), pasando por el patio de los Leones del palacio del
Infantado (quinta de don Juan) y la iglesia de los Remedios (aposento de don
Juan), hasta la del convento de la Piedad (panteón de la familia Tenorio).
Ruta que da paso a la crónica propiamente dicha de
cada una de las representaciones del Tenorio Mendocino, desde su creación en
1992 hasta 2014, año en que se dijo que “el Tenorio Mendocino se seguirá
haciendo aunque fuera con velas”. Una explicación previa, el elenco de los actores
participantes, la fotografía del cartel del año y otras fotografías de los
aspectos más destacados, además de notas de prensa.
Sin duda, Jesús Orea ha recogido la huella del Tenorio
Mendocino, incluso desde antes de convertirse en representación pública, en
este bello libro que, desde ahora mismo, forma parte de la intrahistoria de la
Guadalajara capitalina.
Y sí, es cierto aquello que dijera Borobia: las gentes
de Guadalajara parece que tras conocerlo, van sabiendo amar lo suyo,
especialmente ese patrimonio que acoge algunas escenas y sirve de fondo a
tantas otras.
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