sábado, 28 de noviembre de 2015

Fotos que sorprenden


IZQUIERDO, Ignacio, El Gallinero. 59 Edición Abeja de Oro, Guadalajara, Agrupación Fotográfica de Guadalajara, 2015, sin paginar [pero 36 pp.]. (Catálogo de fotografías del Premio Nacional “Abeja de Oro 2014”). 31 fotografías (b/n).

Hay libros que no necesitan texto o muy poco. Este es uno de esos trabajos que lo dicen todo a través de la lente y, además, lo dicen de una forma bella, por muy cruel y dramática que sea la situación fotografiada, si fue captada en el momento oportuno y en el lugar preciso.
En este caso, Ignacio Izquierdo, Premio Nacional de Fotografía “Abeja de Oro” del año 2014, se ha centrado en uno de los barrios madrileños más conflictivos en la actualidad: “El Gallinero”, que, en esta ocasión, le ha servido para la realización de este catálogo que recoge nada menos que 31 fotografías de gran calidad.
El breve texto que le sirve de introducción o pórtico está firmado por el conocido periodista Oscar Cuevas y, pensando como él piensa, y así lo escribe, no es necesario viajar hasta Río de Janeiro, ni a Caracas, para ver en directo las favelas y la pobreza de los más desgraciados del planeta, puesto que aquí la tenemos al alcance de la mano con sólo acercarnos a doce kilómetros de la capital de España y adentrarnos, si nos atrevemos, en el poblado de chabolas conocido por “El Gallinero”, junto a la A3, y regresar así al pasado más inhóspito y cruel que, hoy, en el año 2015, pueda vivirse en la España democrática.
Se trata de un barrio donde se apiñan mayoritariamente gitanos rumanos sin trabajo reconocido ni remunerado y que por eso tienen que dedicarse al trapicheo para poder malvivir o subsistir, lo que se pueda en cada momento, que no es poco.
Y ese malvivir, ¡hay que echarle narices!, eufemísticamente hablando, es el que ha recogido y ha plasmado Ignacio Izquierdo con sus cámaras fotográficas: esa niña de la portada, sonriente a pesar de todo, que salta a la comba delante de una chabola construida a base de tableros desechados; el cielo gris que amenaza a una tierra repleta  de habitáculos entre los que sobresalen algunas ramas de árbol; la ropa secándose en el tendedero; los neumáticos y las piedras, los ladrillos, sobre las lonas y plásticos que hacen de tejado de la casa; y los interiores diversos, la televisión, los enchufes eléctricos, un tapiz junto a la cama que de día sirve de sofá; las mujeres con sus criaturas aprovechando el sol y los hombres hablando de los suyo. Una madre mira atentamente a la cámara mientras mantiene en su brazo izquierdo a una criatura con el chupete en la boca; los dos niños, vistos de arriba, en perspectiva caballera, alegres, sonrientes y sucios ¿por qué los niños cuanto más sucios más sonríen? Todo un mundo de imágenes, de vivires y latires, de existencias quien sabe si alegres o tristes a pesar de todo.
Son fotografías duras, pero que al tiempo contienen algo, que no sé qué es, que nos hace pensar sin entristecernos del todo. Quizá algún comentario, en silencio, íntimo, introspectivo.
Dice Oscar Cuevas que se calcula en unas 500 personas las que viven en “El Gallinero”, entre desechos, gentes que hablan más el rumano de su procedencia, que el español del país y la ciudad en la que están -iva a decir viven-, a pesar de ser ciudadanos europeos, aunque -siguiendo a Cuevas- desheredados de la civilización occidental.
Porque en “El Gallinero”, nacido hace algo más de cinco años gracias a la burbuja inmobiliaria, no hay agua corriente, ni asfalto, pero sí montones de lavadoras y una televisión que se alimenta de electricidad robada quien sabe de donde y a quién.
Las ratas campan a sus anchas y la basura se amontona por todas partes, basura urbana y basura humana, corporal y mefítica.
Y, a pesar de ello, sigue agrandándose día tras día, de modo que se ha convertido en uno de los poblados chabolistas más grandes de toda Europa. Por eso allí entran pocos, y los pocos que lo hacen, comprometidos, como el padre Javier Baeza y otros testigos de lo incómodo, que es el caso de Ignacio Izquierdo, que con sus cámaras quiere contar al mundo que es lo que hay, cómo es la ¿vida? diaria de esta gente, a modo de denuncia artística.
Y es que Ignacio Izquierdo fue hasta allí con su mirada clara, que los vecinos supieron entender y le abrieron sus almas y sus cuchitriles, para que se viera la constante crisis de los que siempre la han padecido.
En fin, todo esto y mucho más: la alta tasa de natalidad, la precocidad en la maternidad, la insalubridad, la falta de higiene, el absentismo escolar… y también los momentos alegres, que también las hoy, porque siempre hay esperanza en un futuro mejor, es lo que nos narra a través de sus imágenes Ignacio o Nacho Izquierdo, que entró en las cocinas de “El Gallinero”, las captó y las dio a conocer.
Lo que le valió un importante premio de fotografía de SOS Racismo, puesto que cantar la verdad tiene su premio.
En resumen, un maravilloso álbum fotográfico que debemos agradecer a la Agrupación Fotográfica de Guadalajara, por su calidad y valioso contenido artístico.

José Ramón López de los Mozos    

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