viernes, 3 de julio de 2015

Sobre arquitectura románica

SALGADO PANTOJA, José Arturo, Pórticos románicos en tierras de Castilla, Aguilar de Campoo (Palencia), Fundación Santa María la Real, mayo de 2014, 310 pp. (ISBN: 978-84-15072-70-6).
Estamos ante un libro de gran envergadura, no por tu tamaño, sino por la cantidad y calidad de datos que contiene. Se trata al fin y al cabo de un análisis pormenorizado de un conjunto de sesenta y ocho iglesias románicas porticadas, existentes en tierras de Castilla, considerando Castilla de una forma amplia, sin fijarnos en las actuales fronteras, meramente administrativas, que no tuvieron en consideración los aspectos culturales de las tierras que abarcan.
De las sesenta y ocho iglesias que se estudian detalladamente, una corresponde a la actual provincia de Ávila, cinco a la de Burgos, quince a Guadalajara, una a La Rioja, treinta a Segovia -external cloisters, según la denominación de George Edmund Street en su obra Some account of gothic architecture in Spain (1865)- y dieciséis a Soria, además de alguna otra que se incluye en un apartado, especie de “cajón de sastre del románico porticado”, que lleva por título “Otros vestigios”.
Aparte de su evolución, basada en ciertas precisiones terminológicas y en la probable génesis de los pórticos -objeto del presente estudio- a través de la teoría orientalista centrada fundamentalmente en el contexto medieval hispano, se da paso a otras estructuras porticadas que tuvieron un origen tardoantiguo en la zona oriental mediterránea y del norte de África y que, con el paso del tiempo, sufrieron una serie de readaptaciones y nuevas interpretaciones en el centro peninsular desde el siglo XI, aunque ello no impide que también puedan encontrarse algunos ejemplos en tierras navarras y catalanas.
Como se dice en el prólogo de la obra que comentamos, desde el siglo XIX el especialista se viene interrogando acerca de la huella que en estas manifestaciones arquitectónicas pudieron dejar los atrios paleocristianos en la configuración de los claustros monásticos y catedralicios y en los pórticos de acceso a las iglesias parroquiales y martiriales, temas que Salgado Pantoja aborda partiendo para ello del periodo visigodo, además de preguntarse sobre la identificación del atrium o dextrum en lo que se refiere a su función como lugares de recepción, aglutinamiento y tránsito, de protocolo y convocatoria, así como marcos estacionales en los que celebrar ritos concretos y de diálogo, sin olvidar que, desde el periodo altomedieval y románico, los pórticos también tuvieron una naturaleza cementerial que servía al tiempo para definir una zona de transición entre lo secular y lo eucarístico.
En otras ocasiones, los pórticos fueron considerados como simples escenarios laicos en los que se debatían asuntos meramente terrenales, por lo que fueron tenidos como espacios de expresión oral utilizados ¿exclusivamente por los hombres? para deliberar aspectos de responsabilidad, lo que los convirtió en espacios multifuncionales destinados a una larga serie de actividades claramente diferenciadas, como “congregar a penitentes, prolongar los matrimonios, guarecer de las inclemencias o soterrar a los miembros privilegiados de la sociedad”, de modo que su proceso de monumentalización llegó a ser compleja y ampulosa en algunos momentos, como queda de manifiesto a través de su extensión a más de un costado o ala de la iglesia, porque “un pórtico es literal y topográficamente un ámbito preliminar. Desde él se llega ad limina -a los umbrales- de la casa de Dios y en él se detenían las agresiones y los conflictos provocados por los agentes demoniacos que atosigaban al creyente”.
Y, dado que se trataba de lugares de ingreso y alojamiento temporal, queda claramente justificado el empleo de elementos visuales, tanto pictóricos como escultóricos, con los que poder “ilustrar” al creyente a fin de que practicara una moral virtuosa, por lo que casi siempre, las representaciones que se utilizaron fueron de contenido religioso, mientras que las seculares solían ser inusuales.
Por tanto, los pórticos no fueron ámbitos profanos -en este punto se recuerda al lector que los cementerios que circundaban las iglesias eran consagrados, lo mismo que los muros exteriores de las mismas- independientemente de que se empleasen para usos sociales -que nada tenían que ver con ritos sacramentales o litúrgicos-, de donde se desprende el notorio interés de las autoridades eclesiásticas por predicar y amonestar al mundo laico a través de las representaciones iconográficas situadas en ellos.
El estudio concreto, pormenorizado, de los pórticos había pasado un tanto desapercibido a lo largo de los estudios acerca del románico realizados en el siglo XIX y comienzos del siguiente, hasta que en 1906, André Michel los definió como “une création originale de l’art roman espagnol”, por lo que los más importantes y conocidos investigadores del arte románico español como Gómez-Moreno (Iglesias mozárabes. Arte español de los siglos IX al XI, 1919), Lampérez y Romea (Historia de la Arquitectura Cristiana Española en la Edad Media según el estudio de los elementos y los monumentos, 1930), Layna Serrano (La arquitectura románica en la provincia de Guadalajara, 1935), Gaya Nuño (El románico en la provincia de Soria, 1946) y, sobre todo, Taracena Aguirre (“Notas de arquitectura románica. Las galerías porticadas”, Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, 1931-1932), se interesaron por esta interesante tipología arquitectónica, autóctona de España, rastreando su posible origen; pero, realmente, la mayor parte de dichos estudios pasó casi desapercibida hasta 1975, en que dicho tema fue abordado minuciosamente, en profundidad, por Bango Torviso (“Atrio y pórtico en el románico español: concepto y finalidad cívico-litúrgica”, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, 1975), por lo que el interés por los pórticos románicos españoles creció espectacularmente, en especial a lo largo de los treinta últimos años, aunque -como señala Salgado Pantoja- “siga faltando una monografía específica en la que se recoja todo ese importante sustrato previo, añadiendo datos actualizados y sistematizando el análisis de dichos recintos”, que es lo que pretende a través de la publicación del presente libro, síntesis de las principales aportaciones de su Tesis doctoral, que contiene un inventario actualizado de los testimonios conservados en Castilla desde el siglo XIII, en que la construcción de los pórticos o galerías alcanza su auge.
Una nómina de algo más del noventa por (90%) de las obras conservadas, -aunque también se hayan incluido menciones puntuales a ejemplares románicos conservados en tierras navarras, aragonesas y catalanas, así como algunas otras muy transformadas, arruinadas, desaparecidas o de dudosa datación-, donde cada una de las galerías que se estudia cuenta con un análisis morfológico y constructivo al detalle en el que se deja constancia de sus dimensiones, las sucesivas etapas constructivas, la orientación, los materiales empleados, la disposición de las arquerías y el tipo de los soportes utilizados,  etcétera, al igual que sucede con los elementos decorativos, inscripciones, marcas lapidarias y grafitos y demás, que conducen a una datación cronológica aproximada del ejemplar.
Una catálogo que se estructura alfabéticamente y por provincias y que se encuadra entre dos capítulos o apartados: el primero de ellos, -ya visto a grandes rasgos más arriba-, centrado en aspectos tan diversos como la situación dentro de la topografía propia del templo, su relación con otros espacios de jurisdicción eclesial o el más llamativo y debatido asunto de su origen y evolución; mientras que en el segundo se analiza globalmente la dimensión física de la galería porticada, la iconografía representada en sus elementos esculpidos, así como el simbolismo del recinto, la multifuncionalidad y, finalmente, las filiaciones estilísticas existentes entre unos y otros ejemplares.
Además hay que tener en consideración el incalculable valor documental de la mayor parte de las fotografías que acompañan al texto, recogidas en el terreno entre 2009 y 2013, amén de algunas otras procedentes de archivos y colecciones particulares, a lo que, sin duda, hay que añadir una impagable labor de archivo basada, por lo general, en los datos contenidos en los libros de fábrica e informes y expedientes de obras depositados en los archivos histórico-diocesanos consultados.
El libro se completa con una extensísima y selecta bibliografía, que abarca las páginas 287 a 310.


José Ramón López de los Mozos

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