SALGADO PANTOJA, José
Arturo, Pórticos románicos en tierras de
Castilla, Aguilar de Campoo (Palencia), Fundación Santa María la Real, mayo
de 2014, 310 pp. (ISBN: 978-84-15072-70-6).
Estamos ante un libro de
gran envergadura, no por tu tamaño, sino por la cantidad y calidad de datos que
contiene. Se trata al fin y al cabo de un análisis pormenorizado de un conjunto
de sesenta y ocho iglesias románicas porticadas, existentes en tierras de
Castilla, considerando Castilla de una forma amplia, sin fijarnos en las
actuales fronteras, meramente administrativas, que no tuvieron en consideración
los aspectos culturales de las tierras que abarcan.
De las sesenta y ocho
iglesias que se estudian detalladamente, una corresponde a la actual provincia
de Ávila, cinco a la de Burgos, quince a Guadalajara, una a La Rioja, treinta a
Segovia -external cloisters, según la
denominación de George Edmund Street en su obra Some account of gothic architecture in Spain (1865)- y dieciséis a Soria,
además de alguna otra que se incluye en un apartado, especie de “cajón de
sastre del románico porticado”, que lleva por título “Otros vestigios”.
Aparte de su evolución,
basada en ciertas precisiones terminológicas y en la probable génesis de los
pórticos -objeto del presente estudio- a través de la teoría orientalista
centrada fundamentalmente en el contexto medieval hispano, se da paso a otras
estructuras porticadas que tuvieron un origen tardoantiguo en la zona oriental
mediterránea y del norte de África y que, con el paso del tiempo, sufrieron una
serie de readaptaciones y nuevas interpretaciones en el centro peninsular desde
el siglo XI, aunque ello no impide que también puedan encontrarse algunos
ejemplos en tierras navarras y catalanas.
Como se dice en el
prólogo de la obra que comentamos, desde el siglo XIX el especialista se viene
interrogando acerca de la huella que en estas manifestaciones arquitectónicas
pudieron dejar los atrios paleocristianos en la configuración de los claustros
monásticos y catedralicios y en los pórticos de acceso a las iglesias
parroquiales y martiriales, temas que Salgado Pantoja aborda partiendo para
ello del periodo visigodo, además de preguntarse sobre la identificación del atrium o dextrum en lo que se refiere a su función como lugares de
recepción, aglutinamiento y tránsito, de protocolo y convocatoria, así como
marcos estacionales en los que celebrar ritos concretos y de diálogo, sin
olvidar que, desde el periodo altomedieval y románico, los pórticos también
tuvieron una naturaleza cementerial que servía al tiempo para definir una zona
de transición entre lo secular y lo eucarístico.
En otras ocasiones, los
pórticos fueron considerados como simples escenarios laicos en los que se
debatían asuntos meramente terrenales, por lo que fueron tenidos como espacios
de expresión oral utilizados ¿exclusivamente por los hombres? para deliberar
aspectos de responsabilidad, lo que los convirtió en espacios multifuncionales
destinados a una larga serie de actividades claramente diferenciadas, como
“congregar a penitentes, prolongar los matrimonios, guarecer de las
inclemencias o soterrar a los miembros privilegiados de la sociedad”, de modo
que su proceso de monumentalización llegó a ser compleja y ampulosa en algunos
momentos, como queda de manifiesto a través de su extensión a más de un costado
o ala de la iglesia, porque “un pórtico es literal y topográficamente un ámbito
preliminar. Desde él se llega ad limina
-a los umbrales- de la casa de Dios y en él se detenían las agresiones y los
conflictos provocados por los agentes demoniacos que atosigaban al creyente”.
Y, dado que se trataba
de lugares de ingreso y alojamiento temporal, queda claramente justificado el
empleo de elementos visuales, tanto pictóricos como escultóricos, con los que
poder “ilustrar” al creyente a fin de que practicara una moral virtuosa, por lo
que casi siempre, las representaciones que se utilizaron fueron de contenido
religioso, mientras que las seculares solían ser inusuales.
Por tanto, los pórticos
no fueron ámbitos profanos -en este punto se recuerda al lector que los
cementerios que circundaban las iglesias eran consagrados, lo mismo que los
muros exteriores de las mismas- independientemente de que se empleasen para
usos sociales -que nada tenían que ver con ritos sacramentales o litúrgicos-,
de donde se desprende el notorio interés de las autoridades eclesiásticas por
predicar y amonestar al mundo laico a través de las representaciones iconográficas
situadas en ellos.
El estudio concreto,
pormenorizado, de los pórticos había pasado un tanto desapercibido a lo largo
de los estudios acerca del románico realizados en el siglo XIX y comienzos del
siguiente, hasta que en 1906, André Michel los definió como “une création originale de l’art roman
espagnol”, por lo que los más importantes y conocidos investigadores del
arte románico español como Gómez-Moreno (Iglesias
mozárabes. Arte español de los siglos IX al XI, 1919), Lampérez y Romea (Historia de la Arquitectura Cristiana
Española en la Edad Media según el estudio de los elementos y los monumentos,
1930), Layna Serrano (La arquitectura
románica en la provincia de Guadalajara, 1935), Gaya Nuño (El románico en la provincia de Soria,
1946) y, sobre todo, Taracena Aguirre (“Notas de arquitectura románica. Las
galerías porticadas”, Boletín de la
Biblioteca Menéndez Pelayo, 1931-1932), se interesaron por esta interesante
tipología arquitectónica, autóctona de España, rastreando su posible origen;
pero, realmente, la mayor parte de dichos estudios pasó casi desapercibida
hasta 1975, en que dicho tema fue abordado minuciosamente, en profundidad, por
Bango Torviso (“Atrio y pórtico en el románico español: concepto y finalidad
cívico-litúrgica”, Boletín del Seminario
de Estudios de Arte y Arqueología, 1975), por lo que el interés por los
pórticos románicos españoles creció espectacularmente, en especial a lo largo
de los treinta últimos años, aunque -como señala Salgado Pantoja- “siga
faltando una monografía específica en la que se recoja todo ese importante
sustrato previo, añadiendo datos actualizados y sistematizando el análisis de
dichos recintos”, que es lo que pretende a través de la publicación del
presente libro, síntesis de las principales aportaciones de su Tesis doctoral,
que contiene un inventario actualizado de los testimonios conservados en
Castilla desde el siglo XIII, en que la construcción de los pórticos o galerías
alcanza su auge.
Una nómina de algo más
del noventa por (90%) de las obras conservadas, -aunque también se hayan
incluido menciones puntuales a ejemplares románicos conservados en tierras
navarras, aragonesas y catalanas, así como algunas otras muy transformadas,
arruinadas, desaparecidas o de dudosa datación-, donde cada una de las galerías
que se estudia cuenta con un análisis morfológico y constructivo al detalle en
el que se deja constancia de sus dimensiones, las sucesivas etapas
constructivas, la orientación, los materiales empleados, la disposición de las
arquerías y el tipo de los soportes utilizados,
etcétera, al igual que sucede con los elementos decorativos,
inscripciones, marcas lapidarias y grafitos y demás, que conducen a una
datación cronológica aproximada del ejemplar.
Una catálogo que se
estructura alfabéticamente y por provincias y que se encuadra entre dos
capítulos o apartados: el primero de ellos, -ya visto a grandes rasgos más
arriba-, centrado en aspectos tan diversos como la situación dentro de la
topografía propia del templo, su relación con otros espacios de jurisdicción
eclesial o el más llamativo y debatido asunto de su origen y evolución;
mientras que en el segundo se analiza globalmente la dimensión física de la
galería porticada, la iconografía representada en sus elementos esculpidos, así
como el simbolismo del recinto, la multifuncionalidad y, finalmente, las
filiaciones estilísticas existentes entre unos y otros ejemplares.
Además hay que tener en
consideración el incalculable valor documental de la mayor parte de las fotografías
que acompañan al texto, recogidas en el terreno entre 2009 y 2013, amén de
algunas otras procedentes de archivos y colecciones particulares, a lo que, sin
duda, hay que añadir una impagable labor de archivo basada, por lo general, en
los datos contenidos en los libros de fábrica e informes y expedientes de obras
depositados en los archivos histórico-diocesanos consultados.
El libro se completa con
una extensísima y selecta bibliografía, que abarca las páginas 287 a 310.
José Ramón López de los
Mozos
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