ALEJANDRE TORIJA, Enrique, Guadalajara, 1719-1823. Un
siglo conflictivo, Guadalajara, Asociación Cultural Federico Engels,
diciembre de 2014, 282 pp. (ISBN: 978-84-16285-05-1).
Enrique Alejandre ofrece al público lector un libro bien
estructurado, perfectamente construido, escrito con total claridad y sencillez,
a lo largo del cual pueden contemplarse minuciosamente los procesos más
destacados que originaron ese proceso conflictivo que caracterizó el espacio de
tiempo, de poco más de un siglo de duración, -que comprende desde 1719 a 1823- en
el que trabajador, el obrero que aparece en busca de su propio destino, es
siempre sujeto y protagonista, generalmente anónimo, de los hechos que se dan a
conocer.
En la “Nota de los editores” se dice que “El presente libro
es una incursión rigurosa por la protohistoria de esa clase asalariada que se
fue forjando en el paso del régimen feudal español al pleno dominio del mercado
y la producción capitalista”, idea que, tras su atenta lectura compartimos al
cien por cien, puesto que la burguesía no se vio capacitada para emprender una
acción revolucionaria al estilo francés, sino que se unió a la oligarquía para
medrar a costa de los más débiles, económicamente hablando, que formaban parte
del campesinado. Es decir, burguesía y aristocracia debidamente aliadas, para
crear una oligarquía poderosa que sirviera de base al futuro capitalismo. Pero
para ello la burguesía debió procurarse títulos nobiliarios y lentamente se fue
convirtiendo en terrateniente, de modo
que las rentas de sus tierras, unidas a las de los aristócratas, se utilizaron
para llevar a cabo acciones comerciales y bancarias, que volvieron a utilizarse
para la adquisición de nuevas y mejores tierras, gracias a las sucesivas
desamortizaciones, que empobrecieron a los pobres y enriquecieron más a los
ricos.
Por eso, esta “clase dominante” no quiso nunca saber nada
acerca de revoluciones democráticas, y más concretamente de aquellas que
afectasen directamente a la reforma agraria y a la consolidación de la pequeña
propiedad campesina.
Este “caldo de cultivo”, este trasfondo histórico, es el que
estudia con detalle Enrique Alejandre entre 1719, fecha de la primera huelga de los
operarios de la Real Fábrica de Paños de Guadalajara y 1823, en que fue
derrotado el segundo intento de revolución liberal, con Fernando VII -rex horribilis- y, para ello, estructura
su análisis a lo largo de seis amplios capítulos, que complementa con un anexo
en el que recoge -nada menos que dieciocho documentos de gran interés-, además
de una extensa, actualizada y selecta bibliografía.
En el primer capítulo analiza, a modo de necesaria
introducción para conocer mejor el estado de la cuestión relativo a la economía
y la sociedad de la provincia de Guadalajara, su territorio y la población
entonces existente; el estado de la agricultura y sus fuentes de riqueza, como
la minería, centrándose para ello en las salinas y aguas termales (balnearios de
Sacedón y Trillo); el hierro y la piedra; la industria, con especial atención a
las reales Fábricas de Paños de Guadalajara y Brihuega, además de alguna otra
de menor importancia; el estado del comercio y los transportes, para concluir
este apartado con el dominio territorial en manos de la aristocracia y la
Iglesia, siempre cómplices, a pesar de lo cual también hubo ciertos tímidos
intentos reformistas a través del propio obispado -especialmente gracias a los
denominados “obispos ilustrados”-, las Sociedades de Amigos del País en Guadalajara
y la primera desamortización, decretada por Godoy.
Todo lo anterior da paso a que Enrique Alejandre entre en el
estudio de las luchas de clases y la conformación de los llamados trabajadores
asalariados, así como de los prolegómenos del proletariado, recogiendo sus
acciones más sonadas. Buen ejemplo de esta conflictividad social durante el
siglo XVIII puede verse a lo largo de las numerosas huelgas de los operarios de
la Real Fábrica de Paños de Guadalajara, especie de anticipo del movimiento
obrero que surgiría un siglo después, luchas que se vieron complementadas con
la negativa de los campesinos a pagar los diezmos a los conventos -a la “mano
muerta”-, la huella que dejó en Guadalajara el motín de Esquilache, la no
aceptación de las quintas y levas, etcétera.
No menos importancia tienen los motines contra las
autoridades durante los levantamientos del dos de mayo en Brihuega y Sigüenza,
ya durante la Guerra de la Independencia, así como la pasividad y el
colaboracionismo de la aristocracia alcarreña con los “gabachos” hasta cierto
punto atenta a la formación de las Juntas de Guadalajara y Molina de Aragón, donde hay
que tener en cuenta el conflicto laboral surgido entre los fabricantes de armamento, a quienes no les
pudo pagar su trabajo; además del importante papel jugado por las partidas de
guerrilleros, y dentro de éstas, de campesinos adinerados que promovieron por
su cuenta y riesgo la lucha contra el invasor.
La parte final del libro comienza con el regreso del
“deseado” Fernando VII, quien tras su vuelta al poder endureció cualquier
ofensiva que tuviera como fin el orden democrático, lo que trajo como
consecuencia el hundimiento de Guadalajara, puesto que la “reafirmación del
pacto aristocracia terrateniente y burguesía” llevó consigo el cierre de la
Real Fábrica de Paños, dado el estado de crisis en que se encontraba la
Hacienda Real que arrojó a multitud de trabajadores en la calle; también
intervinieron en esta catástrofe las desamortizaciones que, como dijimos
anteriormente, beneficiaron fundamentalmente a la burguesía y dieron al traste
con las condiciones de vida del campesinado, que terminó por pagar los “platos
rotos”, postrándolo a merced de la Iglesia.
Y algo no suficientemente estudiado hasta el momento: La
insurrección absolutista de Sigüenza en 1822, prólogo del que devendrían los
sucesos del año siguiente, auspiciada por el cabildo de la catedral, que
terminará convirtiéndose en una sangrienta represión a nivel “provincial”.
Este es, a grandes rasgos, el contenido de este libro que tanto
interés tiene para quienes quieran conocer más a fondo la historia de
Guadalajara. Evidentemente, el libro, contiene muchísimos más datos, sobre los
que sería prolijo extendernos en tan breve espacio.
Es, en fin, un libro verdaderamente recomendable, no sólo por
lo que atañe a la calidad y cantidad de la documentación empleada para su
construcción, una muestra de lo cual puede comprobarse a través del interesante
anexo documental y la extraordinaria bibliografía que aporta, sino también
porque -según lo que hay en los tiempos que corren- está bien escrito, lo cual
contribuye a que sea de amena lectura, todo lo amena que un libro de estas
características pueda serlo.
José Ramón López de los Mozos
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