CANTERO GONZÁLEZ, Javier
y GONZÁLEZ ATIENZA, Fernando, La Thova.
Historia de la Villa de La Toba, Guadalajara, Ayuntamiento de La Toba,
2014, 174 páginas.
El índice del libro que
comentamos no es muy amplio, pero es proporcionado a la realidad histórica del
pueblo de que trata. En lo que a su Historia se refiere abarca desde la Edad
del Bronce hasta la Edad Contemporánea, pasando por el Hierro, la Romanización,
la época visigoda, y las Edades Media y Moderna, para llegar al momento en que
le fue concedido el título de villazgo -en 1632- y desde allí, a través de sus
numerosas vicisitudes alcanzar el momento en que La Toba contesta al
cuestionario que constituye el Catastro
del Marqués de la Ensenada, datado en 1750.
Otro apartado está formado
por lo que podríamos considerar como las señas de identidad de la localidad,
especialmente su escudo y su bandera.
Un tercer apartado, que
desde nuestro punto de vista debería haber sido un complemento o apéndice del
primero, recoge una serie de episodios históricos, a través de la publicación
de los correspondientes documentos originales.
El libro continua con
una serie dedicada a los lugares más sobresalientes del pueblo: la iglesia, las
ermitas y la fuente de “Los Tres Caños”, además de otros lugares, para
completarse con un álbum fotográfico, y finalizar con un apartado destinado a
las tradiciones populares y recetas, que completa eso otro texto que dimos a
conocer en nuestra reseña de la semana pasada, editado también por el
Ayuntamiento de la localidad, titulado La
Toba. Leyendas, Poemas y Cantares.
Dos grandes bloques, uno
histórico y otro artístico-monumental, costumbrista y fotográfico, a través de
los que “se han querido recopilar los hechos históricos más relevantes de los
que se tiene constancia desde el origen de los tiempos, pero también pequeñas
historias que hacen las personas que habitan un lugar, el pueblo propiamente
dicho y verdadero protagonista de este libro, y que derivan en leyendas,
tradiciones, cantares, usos, costumbres… formas de vida, en definitiva, que dan
un carácter determinado a un pueblo”, con los que se ha pretendido que el
investigador del mañana pueda servirse de los datos que en este libro se
recogen y crezca el interés por La Toba.
Después van analizando
cada periodo pormenorizadamente.
A la Edad del Bronce,
que los autores sitúan del 1.800 a. C. hasta 1.000 a. C. (aproximadamente),
pertenecen varios yacimientos situados en los lugares conocidos como “La Torre
Chica” -junto a “La Torrecilla”- donde se encuentra “La Peña Escrita”, descrita
por el profesor Valiente Malla en su Guía
de la Arqueología de Guadalajara,
que Javier Cantero y Fernando González consideran un “santuario”, dado
que también aparecen signos paleocristianos; en el paraje conocido por “Las
Majadas”, que figura en la Carta Arqueológica de La Toba, se constata la
existencia de un taller lítico, con fragmentos cerámicos y de metal,
clasificado como perteneciente a la “Cultura de las Cogotas” y, muy cercano el
yacimiento de “Santecilla”, donde han encontrado cerámica y pequeños fragmentos
metálicos. Este último inédito.
La Edad del Hierro, que
abarca desde el año 1.000 a. C. (aproximadamente), hasta el 98 a. C. (año de la
toma de Tiermes por Roma, última polis celtibera), está representada por
diversos materiales localizados en los castros anteriormente citados de “La
Torrecilla” y el probable de “Santecilla”, habitados por los Arévacos, puesto
que La Toba se encontraría en su zona de expansión por la vega del Henares.
Respecto a la
Romanización -del 98 a. C. hasta el 410 d. C. (caída del Imperio Romano)- los autores
del libro aluden a la existencia de, al menos, dos poblados romanos,
concretamente en el antiguo término de Alcorlo, donde se encuentra
“Santecilla”, en el que aparece con frecuencia numerario romano desde época
republicana hasta las últimas etapas del Imperio: cronológicamente de Calígula,
Vespasiano, Gallieno, Tétrico Padre, Claudio II Gótico, Quintillo, Aureliano,
Constancio Cloro, Licinio Padre, Constantino Magno, Constancio II, Crispo,
Magnencio y Constantino III, junto a cerámica roja de paredes finas, terra sigillata hispánica y objetos
metálicos de uso cotidiano. Más conocido es el yacimiento del “Villar”, que
aunque enclavado en el término municipal de Membrillera siempre perteneció a
propietarios de La Toba, en el que apareció una moneda celtibérica de
Ekualakos.
No figuran datos acerca
del periodo visigodo, por lo que se podía haber prescindido de ese apartado y
haber pasado directamente al correspondiente a la Edad Media, que es el periodo
donde debería haberse incluido el periodo visigótico, y que en el libro incluye
la invasión musulmana y la Reconquista. En él se da una versión, basada en
mitos y leyendas, sobre el posible origen del pueblo, que se otorga a la reina
doña Urraca, cuando, según dicen, en el camino hacia su encarcelamiento en el
Real de Manzanares, al pasar por el paraje ahora llamado “El Arroyo” encontró
manantial de buen agua, por lo que mandó construir una fuente -que es la Fuente
de Abajo o de los Tres Caños- y, muy cerca, un “palacio”. Al parecer, la fuente
fue construida al estilo árabe, pero con materiales romanos… Lo cierto es que
esto no son más que leyendas, por lo que más adelante se ofrece una colección
de documentos para dar una explicación más fehaciente sobre la formación del
núcleo urbano de La Toba: en el primer documento, de 21 de octubre de 1231, el
obispo seguntino don Lope dota al Arciprestazgo de Atienza para el
establecimiento de un maestro de Gramática en dicha villa para que escolarice a
los niños de las noventa y dos aldeas pertenecientes a ella, entre las que
figura La Toba con el nombre de “Val de la Tova”; el segundo corresponde al
reinado de Alfonso XI y es su Libro de la
Montería, y el tercero indica como en 1353, el rey Pedro I ordena al obispo
de Sigüenza, Don Pedro Gómez Barroso, una estadística de todas las iglesias que
había en su diócesis, con el fin de recaudar los diezmos que le pertenecían.
Antes de penetrar en la
Edad Moderna se ofrecen al lector algunas puntualizaciones breves sobre el
topónimo La Toba, basadas en el Diccionario
de Toponimia de Guadalajara de José Antonio Ranz Yubero.
Indudablemente para La
Toba el hecho más importante de cuantos sucedieron en la Edad Moderna fue el
otorgamiento del título de Villa y sus privilegios, que fue posible gracias a
Doña Ana Hurtado de Mendoza de la Vega, que, un año antes de su muerte, “a
instancia y suplicación suya”, lo consiguió del rey Felipe IV. Lo cual
significaba la “exención de la jurisdicción de la villa de Jadraque al Consejo
de Justicia y renombra el lugar de La Toba intitulándola Villa para que tuviera
Jurisdicción y alcabala” (12 de enero de 1632). La “Transcripción del Título de
Villazgo” ocupa las páginas 51 a 64 y va seguida de las “Respuestas Generales
de la Villa de La Thova” al Catastro
del Marqués de la Ensenada.
El escudo y la bandera
ocupan el capítulo cuatro y en él se deja constancia de la documentación
surgida con el paso del tiempo, del 29 de enero de 2010 al 31 de enero del
siguiente, consistente en la Justificación Legal y Social, los antecedentes
históricos y la propuesta de escudo, además de su justificación armera, así
como la propuesta de creación de bandera.
Como dijimos más arriba,
el apartado quinto consiste en una recopilación de diez “Episodios históricos”
realizado según los documentos originales. Son datos que han sido comentados a
lo largo del libro, especialmente en el capítulo primero, y consisten
principalmente en pleitos de hidalguía, o surgidos entre los propios vecinos
del pueblo o con los de los pueblos circunvecinos, y un documento más sobre la
guerra contra los franceses, el llamado suceso de Valdeolivas, del que por el
momento se desconoce su localización exacta.
El capítulo dedicado al
patrimonio histórico-artístico y monumental se centra principalmente en la
iglesia parroquial de San Juan Bautista, restaurada entre los años 1995 y 1996,
y su patrimonio religioso, y cuya descripción arquitectónica queda reflejada en
el Informe elaborado por el entonces
Delegado Diocesano de Patrimonio Cultural Juan J. Asenjo Pelegrina, que se
incluye completo, además de en las principales manifestaciones artísticas
conservadas en dicha iglesia: los retablos de San Blas, quizás el más antiguo,
datado en el siglo XVII; de la Virgen del Pilar, del XVIII; el mayor, dedicado
a San Juan Bautista; el sagrario, las hornacinas y sus imágenes, así como otras
piezas de interés como una puerta de sagrario, una imagen de vestir del Niño
Jesús, la pila bautismal, el vía crucis -exterior al templo-, la lauda sepulcral
del doctor Zumel (que no Zumiel como figura en el texto de los documentos, en
el apartado quinto)… aunque mención especial merece la cruz procesional del
siglo XVI, firmada por Covarrubias, platero
seguntino. Sigue una descripción de las ermitas: San Roque, San Bartolomé y las
de Nuestra Señora de Quita Angustia (no confundir con Quinta Angustia) y de la
Soledad. Se incluye una interesante descripción e historia acerca de la Fuente
de los Tres Caños. Siempre con fotos en color.
Casi una veintena de páginas
se destinan al álbum fotográfico de La Toba, donde aparecen lugares, paisajes
urbanos, personajes y colegiales, además de escenas agrícolas tradicionales.
Las tres primeras fotos, interesantes, son de la picota.
En el último capítulo se
recogen algunas tradiciones de posible origen pagano perdidas en el recuerdo,
entre las que se figuran las antiguas medidas (la fanega, la legua, y tantas
otras que hemos venido utilizando hasta hace relativamente poco tiempo); “las
vaquillas” del carnaval, semejantes a otras como las de Membrillera, Robledillo
de Mohernando y Villares de Jadraque, que se perdieron a comienzos del siglo
XX; las calabazas del Día de Todos los Santos, que duraron hasta los años
cuarenta; el “echar el torero”, es decir, esa competición entre labradores
jóvenes consistente en ver quién traza el surco más recto con su pareja de
mulas; el juego de “las charpas”, equivalente a lo que en otros lugares se
conoce como “cara y cruz”; junto a alguna que otra tradición culinaria como
pueden ser las rosquillas, las judías “colorás”, la tradicional matanza del
cerdo y la elaboración de un vino local, que dicen era de muy buena calidad.
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