sábado, 9 de mayo de 2015

Entrañable vuelta a la tradición de La Toba

GONZÁLEZ ATIENZA, Fernando, CANTERO GONZÁLEZ, Javier y ALCORLO MASA, Mª. Concepción, La Toba. Leyendas, Poemas y Cantares, Ayuntamiento de La Toba, 2014, 76 páginas.

Julián Atienza García, alcalde de La Toba, me pasó este librito, tan interesante, de leyendas, poemas y cantares de su pueblo, que tanto le agradezco, pues son escasos los libros que ven la luz hoy en día que traten esos temas, cada día en mayor olvido.
Las personas encargadas de recopilar estas muestras del pensamiento popular tradicional de La Toba, estas manifestaciones de su cultura inmaterial, fueron tres: Fernando González Atienza, Javier Cantero González y María Concepción Alcorlo Masa y dividieron en libro en tres partes dedicadas a cada uno de los aspectos que se recogen en el propio título de la obra.
Las leyendas que se han recuperado son pocas en número, pero muy interesantes en su contenido: la “Leyenda de la Peña de la Moza” (posiblemente el título original sería “de la Mora”), que, como se recuerda, transcurre en un momento en que todavía no existía la villa de La Toba, sino que era un lugar situado en el límite entre las tierras cristiana y musulmana. Una princesa mora y el capitán de su guardia personal van huyendo de una banda de forajidos cristianos que los perseguían incansablemente, buscando refugio en las torres de vigilancia musulmanas -como la del Congosto-. Entre dos esas torres fue muerto el capitán, concretamente el lugar llamado “La Huesa del Moro”, donde se supone que fue enterrado. El caballo de la princesa, que también fue herido, siguió galopando hasta “La Peña de la Moza”, donde clavó sus herraduras en la piedra con el fin de tomar impulso y poder salvar “El Barranco de Valdecastrillo”, y seguir su rumbo hasta encontrar ayuda musulmana.
Allí murió el caballo y, en agradecimiento por haberla salvado tras tan ímprobo esfuerzo, la princesa mandó fundir en bronce, a tamaño natural, otro caballo, que fue enterrado junto al suyo en “El Cerro de la Torrecilla”, lugar donde pudo ponerse a salvo del ataque cristiano.
De la “Leyenda de San Pedro” se ofrecen dos versiones y una opinión particular. La leyenda transcurre en el pueblo de “San Pedro del Castrillo”, cuya existencia real está suficientemente constatada, de modo que en el lugar donde se encontraba enclavado suelen aparecer trozos de cerámica fechados entre los siglos X y XVI y, ya en 1750, en el Catastro del Marqués de la Ensenada, como despoblado. “Las dos versiones -señalan los recopiladores- en su final son iguales pero no en su origen…”.
En la primera versión, cuentan los viejos que el pueblo fue atacado por las termitas, que lo arrasaron, por lo que, por despecho, sus habitantes tiraron el Santo -Pedro- al río, marchándose a vivir a La Toba, que entonces era un lugar más próspero. El Santo fue recogido por los vecinos de Membrillera, a los que les fue asignado el término que bañaban las aguas que recorrió flotando la imagen de San Pedro al ser lanzada al agua. En la segunda versión, se trata de dos pastores que, estando guardando ganado, uno de ellos se comió la merienda de los dos, untando de tocino la cara del Santo, creyendo el otro que había sido el Santo quien se había comido su merienda, por lo que herido de  rabia cogió la imagen y la lanzó al río… A partir de aquí todo coincide con la versión anterior.
Sin embargo, la opinión particular opina que en todas las leyendas hay un trasfondo de realidad y que, como consecuencia de lo que se ha comentado en las los versiones anteriores, -puesto que el despoblado pertenece al término de Membrillera, mientras los dueños de los terreños que ocupa son de La Toba-, los opinantes consideran que posteriormente, hacia finales del siglo XV o comienzos del siguiente, el poblado fue atacado por un grupo de bandidos, por lo que sus habitantes tuvieron que trasladarse a La Toba y a Membrillera, para mayor seguridad.
“El poblado era pequeño y se puede observar sobre el terreno en que se encuentra un montón de piedras en la que se dice que se encontraba la ermita de San Pedro y puede ser verdad porque a su lado se pueden ver como si existiera un pequeño cementerio que me parece que el agua empieza a descubrir al formar un barranco” (sic).
Otra de las cuatro leyendas que se recogen, en las que nos centraremos principalmente, se relaciona con “La Peña Huevera”, que tanto abunda, y que se refiere al mero hecho de horadar una roca que obstruye el camino a base de tirarle huevos, hasta desgastarla. Por eso, en esta leyenda, que también se da en otros lugares de la provincia de Guadalajara, como por ejemplo en Huertapelayo, sucede que un hombre, -casado con una avarienta mujer- bajaba al mercado de Jadraque todos los lunes con un borrico cargado de huevos que, previamente había contabilizado la mujer y tasado el precio de venta, que siempre subía algo el hombre, para tener algo para sí.
Llegado el lunes, como siempre sucedía, ocupó su puesto, siempre de los primeros, ya que madrugaba lo suficiente para llegar a tiempo, pero la gente no se acercaba a su tenderete, por lo que no vendió ni un solo huevo y tuvo que regresar al pueblo con todos ellos. Por el camino de regreso, hablando con el burro, trataba de inventar un cuenterete con el que engañar a su mujer tras el fracaso sufrido. Como siempre hacía, se paró a descansar un rato junto al camino, a la sombra de un chaparro, y cavilando se percató de una gran peña que había al otro lado de la carretera, por lo que para entretenerse, comenzó a lanzarle piedras; pero las piedras que había junto a él, cuando estaba sentado, se le acabaron, de forma que continuó arrojándole los huevos que llevaba en las alforjas, cosa que hacía mecánicamente, como sin querer, hasta que su sorpresa llegó con el último huevo que, al chocar contra la gran peña, hizo que ésta comenzara a rodar por el barranco abajo hasta llegar al fondo. Lo que dio lugar a que ese peñasco recibiera desde entonces en nombre de “La Peña Huevera”.
(Luego, cuando vio que no le quedaba ningún huevo, ni dinero alguno que entregar a su mujer, comenzó de nuevo el camino pensando en la reprimenda que le esperaba, por lo que tuvo que echar mano de la “sisa” que había logrado con engaño y pagarle los huevos a su esposa, cosa que le salvó de la regañina, pero que le agotó el bolsillo).
La cuarta y última leyenda recogida es la “Leyenda de la perdiz pelada”, en la que dos gallegos iban por el campo, con el hambre correspondiente, y se encontraron en el camino con un animal, discutiendo entre ellos de cual se trataba:
“Uno que era una perdiz, el otro que era un sape (sapo)”, por lo que el que tenía más hambre de los dos y decía que era una perdiz, dijo:
“Perdiz pelada, en el campo hallada,
de puro gorda, no tuvo cola,
de puro sebo, no tuvo pelo”.
… y se la comió, pero al rato no le sentó muy bien y dijo a su amigo:
“Ay! compañero, que me jincho”.
A lo que el amigo le respondió:
“Si te jinchas, que te javies,
pues ¿no te dije que era sape?”.
Luego sigue una amplia serie de “Poemas”, por lo general ampliamente conocidos, que no son locales en todos los casos, sino que proceden de multitud de localidades y que bien pudiera parecer que fueran llevados hasta las coordenadas de La Toba por los muchos pastores trashumantes: “La mujer soldado” (versión de Asturias), “A la abuela” e “Ilusión de un joven”, a los que habría que añadir unos “Versos de felicitación” (algunos de reciente creación), para continuar con una amplísima serie de “Cantares”, como las “Coplas de los cazadores a la villa de La Toba”, realizadas por Antolín Elvira, que algún día, quizás, llegarán a perder su autoría y se convertirán en parte de ese patrimonio que no debe perderse y que tan amablemente se recoge en este cuadernillo.
Sigue inmediatamente una gran cantidad de “Coplas populares de la villa de La Toba”, generalmente pertenecientes a canciones “de ronda” -que se cantan al ritmo de “jota”-, recopiladas en los últimos treinta años de los mayores del lugar, y en las que se ha querido respetar la letra -a pesar de que, en la actualidad, muchas de ellas, puedan ser consideradas machistas o malsonantes-. Son muy conocidas y están muy extendidas por otros muchos lugares de la provincia de Guadalajara y adyacentes. Y todas son muy interesantes porque a través de su lectura se puede extraer alguna que otra lección acerca de las producciones del pueblo, las cosechas, las fiestas, las alegrías y las tristezas, las tradiciones amorosas junto a la fuente, las negativas amorosas, las relaciones con los pueblos limítrofes y tantísimas cosas más que no pasarán desapercibidas al ojo del lector, ni mucho menos a los del interesado, del etnólogo que a través de su lectura sabrá sacar las conclusiones oportunas.
Diremos que este apartado ocupa las páginas 21 a 73 (y que se trata de cuartetas de arte menor, tan populares).
Finaliza el libro con un ¿poema? que no quisiera pasar por alto y transcribir en su totalidad para su mejor y mayor conocimiento, que dice así:
“Por Jadraque sale el sol
por Castilblanco los peces
por Medranda los Raneros
por Pinilla los Barriquetes
por Congostrina los Corbatos
por Alcorlo corral de cabras
por San Andrés los Coretes
por Membrillera los ahorcaperros
y por La Toba los Valientes”.
¡Como se nota quien ha hecho el libro!
Enhorabuena a su Ayuntamiento, al de La Toba,  por esta digna edición, sencilla, pero llena de sabiduría ancestral, que aún hoy es capaz de trasladarnos a ese pasado tan cercano que fue ayer.



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