GONZÁLEZ ATIENZA, Fernando, CANTERO GONZÁLEZ, Javier y
ALCORLO MASA, Mª. Concepción, La Toba.
Leyendas, Poemas y Cantares, Ayuntamiento de La Toba, 2014, 76 páginas.
Julián Atienza García, alcalde de La Toba, me pasó este
librito, tan interesante, de leyendas, poemas y cantares de su pueblo, que
tanto le agradezco, pues son escasos los libros que ven la luz hoy en día que
traten esos temas, cada día en mayor olvido.
Las personas encargadas de recopilar estas muestras del
pensamiento popular tradicional de La Toba, estas manifestaciones de su cultura
inmaterial, fueron tres: Fernando González Atienza, Javier Cantero González y
María Concepción Alcorlo Masa y dividieron en libro en tres partes dedicadas a
cada uno de los aspectos que se recogen en el propio título de la obra.
Las leyendas que se han recuperado son pocas en número, pero
muy interesantes en su contenido: la “Leyenda de la Peña de la Moza”
(posiblemente el título original sería “de la Mora”), que, como se recuerda,
transcurre en un momento en que todavía no existía la villa de La Toba, sino
que era un lugar situado en el límite entre las tierras cristiana y musulmana.
Una princesa mora y el capitán de su guardia personal van huyendo de una
banda de forajidos cristianos que los perseguían incansablemente, buscando
refugio en las torres de vigilancia musulmanas -como la del Congosto-. Entre
dos esas torres fue muerto el capitán, concretamente el lugar llamado “La Huesa
del Moro”, donde se supone que fue enterrado. El caballo de la princesa, que
también fue herido, siguió galopando hasta “La Peña de la Moza”, donde clavó
sus herraduras en la piedra con el fin de tomar impulso y poder salvar “El Barranco
de Valdecastrillo”, y seguir su rumbo hasta encontrar ayuda musulmana.
Allí murió el caballo y, en agradecimiento por haberla
salvado tras tan ímprobo esfuerzo, la princesa mandó fundir en bronce, a tamaño
natural, otro caballo, que fue enterrado junto al suyo en “El Cerro de la Torrecilla”,
lugar donde pudo ponerse a salvo del ataque cristiano.
De la “Leyenda de San Pedro” se ofrecen dos versiones y una
opinión particular. La leyenda transcurre en el pueblo de “San Pedro del
Castrillo”, cuya existencia real está suficientemente constatada, de modo que
en el lugar donde se encontraba enclavado suelen aparecer trozos de cerámica
fechados entre los siglos X y XVI y, ya en 1750, en el Catastro del Marqués de la Ensenada, como despoblado. “Las dos
versiones -señalan los recopiladores- en su final son iguales pero no en su
origen…”.
En la primera versión, cuentan los viejos que el pueblo fue
atacado por las termitas, que lo arrasaron, por lo que, por despecho, sus
habitantes tiraron el Santo -Pedro- al río, marchándose a vivir a La Toba, que
entonces era un lugar más próspero. El Santo fue recogido por los vecinos de
Membrillera, a los que les fue asignado el término que bañaban las aguas que
recorrió flotando la imagen de San Pedro al ser lanzada al agua. En la segunda
versión, se trata de dos pastores que, estando guardando ganado, uno de ellos
se comió la merienda de los dos, untando de tocino la cara del Santo, creyendo
el otro que había sido el Santo quien se había comido su merienda, por lo que
herido de rabia cogió la imagen y la lanzó
al río… A partir de aquí todo coincide con la versión anterior.
Sin embargo, la opinión particular opina que en todas las
leyendas hay un trasfondo de realidad y que, como consecuencia de lo que se ha
comentado en las los versiones anteriores, -puesto que el despoblado pertenece
al término de Membrillera, mientras los dueños de los terreños que ocupa son de
La Toba-, los opinantes consideran que posteriormente, hacia finales del siglo
XV o comienzos del siguiente, el poblado fue atacado por un grupo de bandidos,
por lo que sus habitantes tuvieron que trasladarse a La Toba y a Membrillera,
para mayor seguridad.
“El poblado era pequeño y se puede
observar sobre el terreno en que se encuentra un montón de piedras en la que se
dice que se encontraba la ermita de San Pedro y puede ser verdad porque a su
lado se pueden ver como si existiera un pequeño cementerio que me parece que el
agua empieza a descubrir al formar un barranco” (sic).
Otra de las cuatro leyendas que se recogen, en las que nos
centraremos principalmente, se relaciona con “La Peña Huevera”, que tanto
abunda, y que se refiere al mero hecho de horadar una roca que obstruye el camino
a base de tirarle huevos, hasta desgastarla. Por eso, en esta leyenda, que
también se da en otros lugares de la provincia de Guadalajara, como por ejemplo
en Huertapelayo, sucede que un hombre, -casado con una avarienta mujer- bajaba
al mercado de Jadraque todos los lunes con un borrico cargado de huevos que,
previamente había contabilizado la mujer y tasado el precio de venta, que
siempre subía algo el hombre, para tener algo para sí.
Llegado el lunes, como siempre sucedía, ocupó su puesto,
siempre de los primeros, ya que madrugaba lo suficiente para llegar a tiempo,
pero la gente no se acercaba a su tenderete, por lo que no vendió ni un solo
huevo y tuvo que regresar al pueblo con todos ellos. Por el camino de regreso,
hablando con el burro, trataba de inventar un cuenterete con el que engañar a
su mujer tras el fracaso sufrido. Como siempre hacía, se paró a descansar un
rato junto al camino, a la sombra de un chaparro, y cavilando se percató de una
gran peña que había al otro lado de la carretera, por lo que para entretenerse,
comenzó a lanzarle piedras; pero las piedras que había junto a él, cuando
estaba sentado, se le acabaron, de forma que continuó arrojándole los huevos
que llevaba en las alforjas, cosa que hacía mecánicamente, como sin querer,
hasta que su sorpresa llegó con el último huevo que, al chocar contra la gran
peña, hizo que ésta comenzara a rodar por el barranco abajo hasta llegar al
fondo. Lo que dio lugar a que ese peñasco recibiera desde entonces en nombre de
“La Peña Huevera”.
(Luego, cuando vio que no le quedaba ningún huevo, ni dinero
alguno que entregar a su mujer, comenzó de nuevo el camino pensando en la
reprimenda que le esperaba, por lo que tuvo que echar mano de la “sisa” que
había logrado con engaño y pagarle los huevos a su esposa, cosa que le salvó de
la regañina, pero que le agotó el bolsillo).
La cuarta y última leyenda recogida es la “Leyenda de la
perdiz pelada”, en la que dos gallegos iban por el campo, con el hambre
correspondiente, y se encontraron en el camino con un animal, discutiendo entre
ellos de cual se trataba:
“Uno que era una perdiz, el otro que era un sape (sapo)”,
por lo que el que tenía más hambre de los dos y decía que era una perdiz, dijo:
“Perdiz
pelada, en el campo hallada,
de
puro gorda, no tuvo cola,
de
puro sebo, no tuvo pelo”.
… y se la comió, pero al rato no le sentó muy bien y dijo a
su amigo:
“Ay! compañero, que me jincho”.
A lo que el amigo le respondió:
“Si
te jinchas, que te javies,
pues
¿no te dije que era sape?”.
Luego sigue una amplia serie de “Poemas”, por lo general
ampliamente conocidos, que no son locales
en todos los casos, sino que proceden de multitud de localidades y que bien
pudiera parecer que fueran llevados hasta las coordenadas de La Toba por los
muchos pastores trashumantes: “La mujer soldado” (versión de Asturias), “A la
abuela” e “Ilusión de un joven”, a los que habría que añadir unos “Versos de
felicitación” (algunos de reciente creación), para continuar con una amplísima
serie de “Cantares”, como las “Coplas de los cazadores a la villa de La Toba”,
realizadas por Antolín Elvira, que algún día, quizás, llegarán a perder su autoría
y se convertirán en parte de ese patrimonio que no debe perderse y que tan
amablemente se recoge en este cuadernillo.
Sigue inmediatamente una gran cantidad de “Coplas populares
de la villa de La Toba”, generalmente pertenecientes a canciones “de ronda”
-que se cantan al ritmo de “jota”-, recopiladas en los últimos treinta años de
los mayores del lugar, y en las que se ha querido respetar la letra -a pesar de
que, en la actualidad, muchas de ellas, puedan ser consideradas machistas o
malsonantes-. Son muy conocidas y
están muy extendidas por otros muchos lugares de la provincia de Guadalajara y
adyacentes. Y todas son muy interesantes porque a través de su lectura se puede
extraer alguna que otra lección acerca de las producciones del pueblo, las cosechas,
las fiestas, las alegrías y las tristezas, las tradiciones amorosas junto a la
fuente, las negativas amorosas, las relaciones con los pueblos limítrofes y
tantísimas cosas más que no pasarán desapercibidas al ojo del lector, ni mucho
menos a los del interesado, del etnólogo que a través de su lectura sabrá sacar
las conclusiones oportunas.
Diremos que este apartado ocupa las páginas 21 a 73 (y que
se trata de cuartetas de arte menor, tan populares).
Finaliza el libro con un ¿poema? que no quisiera pasar por
alto y transcribir en su totalidad para su mejor y mayor conocimiento, que dice
así:
“Por
Jadraque sale el sol
por
Castilblanco los peces
por
Medranda los Raneros
por
Pinilla los Barriquetes
por
Congostrina los Corbatos
por
Alcorlo corral de cabras
por
San Andrés los Coretes
por
Membrillera los ahorcaperros
y
por La Toba los Valientes”.
¡Como se nota quien ha hecho el libro!
Enhorabuena a su Ayuntamiento, al de La Toba, por esta digna edición, sencilla, pero llena
de sabiduría ancestral, que aún hoy es capaz de trasladarnos a ese pasado tan
cercano que fue ayer.
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