DELGADO, Enrique (Fotografías), ¡Buenos días Don Enrique! Mi escuela rural, Guadalajara, El Autor y
Lauradom S.L.U., enero de 2015, 40 páginas.
Me alegró mucho la salida, en su momento, de este catálogo,
conjunción amorosa de fotografías que vienen a recordar un tiempo antiguo que
perduraba en el recuerdo y ahora, también, en el papel. Hay quienes odian el
papel y sus publicaciones las hacen en digital porque piensan que se ahorran
dinero, sin pensar en la Historia.
Enrique, a quien conozco desde hace muchos años, piensa como
yo que la fotografía es una forma de hacer historia, de dejar huella. Entonces
era un maestro joven o un joven maestro, destinado en una Escuela donde se
juntaban chicos y chicas en una misma clase; era una de aquellas escuelas denominadas
entonces Unitaria-Mixta. Concretamente en el colegio de Mondéjar, donde gastó
varios años de su vida, a lo que veo positivamente, porque no le dio tiempo de
perder el tiempo.
Esta colección de fotografías -lógicamente en blanco y negro-
fue realizado por los años 1978, coincidiendo con el nacimiento de la última
Constitución española, como indica acertadamente el también fotógrafo Julián
Lladosa en la presentación de este conjunto, que sirvió, pienso, como especie
de catálogo de la exposición que Enrique Delgado presentó, un tanto “sin pena
ni gloria”, en la Sala “Antonio Pérez” que la Diputación tiene en Centro “San
José” de Guadalajara. Al menos en el catálogo no hay nada que así lo indique y
corrobore.
Hoy aquellos “chinorris” de entonces deben andar por entre
los cincuenta y dos y cincuenta y tres años de edad, más o menos. Algunos me son
más o menos conocidos, puesto que los veo de vez en cuando haciendo de
recaderos por las calles de la capital
en busca de esto o aquello; pero sus miradas y sus mechones
arremolinados, sus gestos, son únicos.
La foto de Enrique, supo captar el momento, irrepetible.
Julián Lladosa, dice en su presentación muchas cosas importantes
acerca de estas fotos. Son las únicas palabras, el único texto que acompaña a
la imagen. Cosas que vienen a decirnos que en muchas ocasiones no es necesario
hacer viajes costosos a lugares apartados, ya que la imagen puede surgirnos -y
de hecho surge de forma espontánea y cotidiana-, como así se pone de manifiesto
con esta gavilla de imágenes.
En aquellos años, los futuros profesores de E.G.B. -maestros,
que no profesores, por mejor decir-, los estudiantes de Magisterio de toda la
vida, teníamos buenísimos enseñantes y algunos, nos hicieron a su imagen y
semejanza. Nos enseñaban para que enseñásemos a los cuatro puntos cardinales lo
que debíamos haber aprendido: a ser libres, a no tener miedo a dar las
explicaciones que se nos pidieran, ni mucho menos negarnos a contestar a las preguntas que
surgieran en las clases; en resumen, a saber escuchar y oír a nuestros alumnos,
respetarlos y hacernos respetables a sus ojos.
Por eso, me alegro mucho de la dedicatoria del cuaderno que
comento, que dice así: “A mis alumnos, de los tanto he aprendido”, frase
humildísima y sincera que deja en evidencia lo que digo, tan alejada de
aquellos soberbios profesores decimonónicos, llenos de sabiduría universal que,
llegado el momento no eran capaces de enfrentarse a un alumnado serio, ni
contestar a sus preguntas.
Y es que, como resultado de la utilización seria de aquella
libertad que gozamos, los alumnos se acostumbraron -sin prisa, pero sin pausa-
a escuchar buena música, fuera de quien
fuera, a ver exposiciones de pintura, escultura y fotografía y hasta hacer
exposiciones con sus propios obras, dibujos y artesanías. Sacamos la escuela a
la calle y eso entonces era nuevo, aunque no lo hubiéramos inventado. Lejos
quedaba la Institución Libre de Enseñanza, y tantas otras escuelas que ahora no
vienen al caso.
Hay, sí, una reflexión en este conjunto de fotografías. Una
reflexión acerca del tiempo pasado. Y del uso de la fotografía como forma de
expresión que indudablemente debía llegar a los pueblos, como cualquier otro
“producto” cultural -pero ojo, que hoy la palabra “producto” tiene un contenido
“comercial”, cercano al espectáculo, que nada o casi nada tiene que ver con la
Cultura-.
Quizá baste ya de palabrería y sea mejor que nos acerquemos
a la propia obra, una obra que yo veo intimista, sencilla, surgida del amor,
recordatoria como inolvidable huella de aquel momento, donde los alumnos se
reflejan a través de sus sentimientos.
Los maestros se reúnen (¡qué alegría ver en la página 14 a
mis compañeros Ángel de Andrés, Catalán y Martínez, junto al autor!) y en la
pizarra, aquel maravilloso encerado negro, con la lista de los materiales
necesarios para la próxima clase de pretecnología: tijeras, pegamento, una
revista y un folio.
Juanito -el nombre me lo acabo de inventar- mira hacia
atrás, aunque en la foto precedente sonría de una forma casi forzada, como con
miedo, y enseñe sus rizos rubios y su débil dentadura (fotos 7 y 6,
respectivamente).
Me gusta mucho la foto de la página 4. Los ojos del
retratado miran a la cámara, pero no se paran en su objetivo, sino que lo
traspasan y miran al maestro que hace la foto, a Enrique, mientras queda un
cierto rictus de seriedad en su expresión. La mano cerrada, el puño sujeta la
mejilla derecha con el brazo derecho estirado, mientras que el otro brazo descansa
sobre el pupitre. Brillan las coderas del jersey. Lo demás está velado,
amorosamente dejado a un lado, de momento… para que la imagen principal
destaque.
La colección, que consta de treinta y siete fotografías,
salvo error u omisión, se compone de cuatro apartados netamente diferenciados:
“El aula”, el espacio donde se daban las clases, con los pupitres, mesas y
sillas, las pizarras y el Cristo presenciándolo todo; el lugar donde los niños
trabajan, escriben, hacen las cuentas y el maestro les aclara sus dudas; uno de
los alumnos, al parecer de los más aplicados, contesta a las preguntas con
satisfacción plena -algo que se nota en sus ojos enmarcados por la montura
oscura de sus gafas-. Las niñas escriben al tiempo y con la misma mano, la
derecha, pero con el cuello torcido hacia el mismo sitio, hacia la izquierda.
Durante “El recreo”, el segundo apartado, los chavales salen
al campo y ven los bichos propios de cada época o juegan y algunos simplemente
piensan en sus cosas. Quizá sean los más solitarios. La foto de la página 23
podría servir para una revista de odontología como cada ejemplo de piorrea.
El tercer apartado corresponde a las fotografías de “Los
alumnos” y suelen ser fotografías de conjunto, alguna tal vez tomada en una de
aquellas excursiones que se solían hacer con motivo de la celebración del
Jueves Lardero.
Y el cuarto, titulado “Miradas”, constituye una auténtica
recreación de fotografía artística, tan artística como las medias de la niña
que aparece en las fotos de las páginas 36 y 39.
En la contracubierta una foto de pequeño tamaño, de lujo. Un
bodegón, sencillísimo, de ahí su arte, que tanto recuerda a Zurbarán.
Enhorabuena a Enrique por esta breve pero grandísima entrega
de arte, humildad y Magisterio. Y por dejar para el futuro una huella histórica
tan interesante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión sobre este libro nos interesa. Escríbela aquí.