sábado, 2 de mayo de 2015

Entrañable mirada al pasado

DELGADO, Enrique (Fotografías), ¡Buenos días Don Enrique! Mi escuela rural, Guadalajara, El Autor y Lauradom S.L.U., enero de 2015, 40 páginas.

Me alegró mucho la salida, en su momento, de este catálogo, conjunción amorosa de fotografías que vienen a recordar un tiempo antiguo que perduraba en el recuerdo y ahora, también, en el papel. Hay quienes odian el papel y sus publicaciones las hacen en digital porque piensan que se ahorran dinero, sin pensar en la Historia.
Enrique, a quien conozco desde hace muchos años, piensa como yo que la fotografía es una forma de hacer historia, de dejar huella. Entonces era un maestro joven o un joven maestro, destinado en una Escuela donde se juntaban chicos y chicas en una misma clase; era una de aquellas escuelas denominadas entonces Unitaria-Mixta. Concretamente en el colegio de Mondéjar, donde gastó varios años de su vida, a lo que veo positivamente, porque no le dio tiempo de perder el tiempo.
Esta colección de fotografías -lógicamente en blanco y negro- fue realizado por los años 1978, coincidiendo con el nacimiento de la última Constitución española, como indica acertadamente el también fotógrafo Julián Lladosa en la presentación de este conjunto, que sirvió, pienso, como especie de catálogo de la exposición que Enrique Delgado presentó, un tanto “sin pena ni gloria”, en la Sala “Antonio Pérez” que la Diputación tiene en Centro “San José” de Guadalajara. Al menos en el catálogo no hay nada que así lo indique y corrobore.
Hoy aquellos “chinorris” de entonces deben andar por entre los cincuenta y dos y cincuenta y tres años de edad, más o menos. Algunos me son más o menos conocidos, puesto que los veo de vez en cuando haciendo de recaderos por las calles de la capital  en busca de esto o aquello; pero sus miradas y sus mechones arremolinados, sus gestos, son únicos.
La foto de Enrique, supo captar el momento, irrepetible.
Julián Lladosa, dice en su presentación muchas cosas importantes acerca de estas fotos. Son las únicas palabras, el único texto que acompaña a la imagen. Cosas que vienen a decirnos que en muchas ocasiones no es necesario hacer viajes costosos a lugares apartados, ya que la imagen puede surgirnos -y de hecho surge de forma espontánea y cotidiana-, como así se pone de manifiesto con esta gavilla de imágenes.
En aquellos años, los futuros profesores de E.G.B. -maestros, que no profesores, por mejor decir-, los estudiantes de Magisterio de toda la vida, teníamos buenísimos enseñantes y algunos, nos hicieron a su imagen y semejanza. Nos enseñaban para que  enseñásemos a los cuatro puntos cardinales lo que debíamos haber aprendido: a ser libres, a no tener miedo a dar las explicaciones que se nos pidieran, ni mucho menos  negarnos a contestar a las preguntas que surgieran en las clases; en resumen, a saber escuchar y oír a nuestros alumnos, respetarlos y hacernos respetables a sus ojos.
Por eso, me alegro mucho de la dedicatoria del cuaderno que comento, que dice así: “A mis alumnos, de los tanto he aprendido”, frase humildísima y sincera que deja en evidencia lo que digo, tan alejada de aquellos soberbios profesores decimonónicos, llenos de sabiduría universal que, llegado el momento no eran capaces de enfrentarse a un alumnado serio, ni contestar a sus preguntas.
Y es que, como resultado de la utilización seria de aquella libertad que gozamos, los alumnos se acostumbraron -sin prisa, pero sin pausa- a escuchar buena música, fuera   de quien fuera, a ver exposiciones de pintura, escultura y fotografía y hasta hacer exposiciones con sus propios obras, dibujos y artesanías. Sacamos la escuela a la calle y eso entonces era nuevo, aunque no lo hubiéramos inventado. Lejos quedaba la Institución Libre de Enseñanza, y tantas otras escuelas que ahora no vienen al caso.
Hay, sí, una reflexión en este conjunto de fotografías. Una reflexión acerca del tiempo pasado. Y del uso de la fotografía como forma de expresión que indudablemente debía llegar a los pueblos, como cualquier otro “producto” cultural -pero ojo, que hoy la palabra “producto” tiene un contenido “comercial”, cercano al espectáculo, que nada o casi nada tiene que ver con la Cultura-.
Quizá baste ya de palabrería y sea mejor que nos acerquemos a la propia obra, una obra que yo veo intimista, sencilla, surgida del amor, recordatoria como inolvidable huella de aquel momento, donde los alumnos se reflejan a través de sus sentimientos.
Los maestros se reúnen (¡qué alegría ver en la página 14 a mis compañeros Ángel de Andrés, Catalán y Martínez, junto al autor!) y en la pizarra, aquel maravilloso encerado negro, con la lista de los materiales necesarios para la próxima clase de pretecnología: tijeras, pegamento, una revista y un folio.
Juanito -el nombre me lo acabo de inventar- mira hacia atrás, aunque en la foto precedente sonría de una forma casi forzada, como con miedo, y enseñe sus rizos rubios y su débil dentadura (fotos 7 y 6, respectivamente).
Me gusta mucho la foto de la página 4. Los ojos del retratado miran a la cámara, pero no se paran en su objetivo, sino que lo traspasan y miran al maestro que hace la foto, a Enrique, mientras queda un cierto rictus de seriedad en su expresión. La mano cerrada, el puño sujeta la mejilla derecha con el brazo derecho estirado, mientras que el otro brazo descansa sobre el pupitre. Brillan las coderas del jersey. Lo demás está velado, amorosamente dejado a un lado, de momento… para que la imagen principal destaque.
La colección, que consta de treinta y siete fotografías, salvo error u omisión, se compone de cuatro apartados netamente diferenciados: “El aula”, el espacio donde se daban las clases, con los pupitres, mesas y sillas, las pizarras y el Cristo presenciándolo todo; el lugar donde los niños trabajan, escriben, hacen las cuentas y el maestro les aclara sus dudas; uno de los alumnos, al parecer de los más aplicados, contesta a las preguntas con satisfacción plena -algo que se nota en sus ojos enmarcados por la montura oscura de sus gafas-. Las niñas escriben al tiempo y con la misma mano, la derecha, pero con el cuello torcido hacia el mismo sitio, hacia la izquierda.
Durante “El recreo”, el segundo apartado, los chavales salen al campo y ven los bichos propios de cada época o juegan y algunos simplemente piensan en sus cosas. Quizá sean los más solitarios. La foto de la página 23 podría servir para una revista de odontología como cada ejemplo de piorrea.
El tercer apartado corresponde a las fotografías de “Los alumnos” y suelen ser fotografías de conjunto, alguna tal vez tomada en una de aquellas excursiones que se solían hacer con motivo de la celebración del Jueves Lardero.
Y el cuarto, titulado “Miradas”, constituye una auténtica recreación de fotografía artística, tan artística como las medias de la niña que aparece en las fotos de las páginas 36 y 39.
En la contracubierta una foto de pequeño tamaño, de lujo. Un bodegón, sencillísimo, de ahí su arte, que tanto recuerda a Zurbarán.
Enhorabuena a Enrique por esta breve pero grandísima entrega de arte, humildad y Magisterio. Y por dejar para el futuro una huella histórica tan interesante.



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