sábado, 18 de abril de 2015

Política ficción desde Sigüenza

SIGÜENZA, Ignacio de, La República Archipiélago. De cómo los desconcertados Reynos de Península devinieron en una próspera República, Madrid, J. I. Costero [Ignacio de Sigüenza], 2014, 350 páginas. [ISBN: 978-84-617-2535-9].
Hace unos días, Ignacio de Sigüenza, que nada tiene que ver -según dice el propio autor- con el personaje de la novela que aparece retratado en el Acto V de la Escena I: Diálogo de Lucronio y un Bachiller,  me envió su libro La República Archipiélago, que tanto agradezco.  
Se trata de uno de esos libros satíricos (y no sólo satírico, sino también burlesco, socarrón, malicioso, chocarrero y jacarandoso) con cuya lectura te ríes (sarcásticamente) y sonríes (inteligentemente), y si, como se dice, la risa rejuvenece, con la lectura de este libro seguro que habré perdido años, pues que se hace agradable y amena, si bien, aunque ya se dice en el prólogo, las notas -yo no me saltaría ninguna-, algunas veces densas, puedan desviar la atención del lector hacia el texto principal.
Personalmente, tengo que reconocer que el autor, Ignacio de Sigüenza, debe ser una persona letrada y gran conocedora de una bibliografía tan selecta como la que se menciona en el libro que comento, además de un profundo amante de su tierra seguntina.   
La forma de estar escrito el libro me recuerda los viejos textos del Siglo de Oro, las obras de Cervantes, Quevedo y Góngora, además de las de un plantel mucho más amplio que, aparece, generalmente, en nota a pie de página. Notas que no surgen del propio texto, sino que lo conforman y le dan paso y lugar.
El libro está escrito en forma de diálogo teatralizado, que se lee en prosa, cuyo protagonista principal -Lucronio- viene a ser, como el amanuense que lo habría escrito, un estudiante, que como el cura de El Quijote, pasó por aquella Universidad seguntina de San Antonio de Portacoeli (bachiller de la que fue expulsado y pícaro redomado, verdadero protagonista de la obra).
El lector avisado se dará cuenta rápidamente de que el tema de que trata es una aguda crítica satírica hacia el mundo político español actual: una monarquía corrupta; diecisiete -y más- “reinos de taifa”, que componen el espacio geográfico español, en busca de dinero; una Universidad pervertida y endogámica, incompetente a nivel europeo y que en gran parte sobra; una Justicia injusta y pervertida; una Iglesia retrógrada y obsoleta; y que arremete también contra el meapilismo social, y contra quienes tienen la obligación seria y necesaria de informar al pueblo y no lo hacen porque están pagados con el “fondo de reptiles” de siempre… También, principalmente, contra Cataluña y contra quienes permiten a tal “reyno” hacer lo que hace en su propio bien -acercando el ascua a su sardina- de forma inconstitucional y en contra del resto de las demás “taifas”.
Por eso los personajes están tan perfectamente descritos, calados, extraordinariamente definidos: un rey campechano, pero no tonto; un cardenal vanidoso en nombre de Dios, unos representantes de Catalunya maravillosamente encajados; y hasta una hetera que más sabe de filosofía…
Sátira, al fin, lucianesca y menipea, que da a conocer la España actual en sus peores y más burdos entresijos y que parte de un tema  viejo y conocido: el sueño fáustico, en el que dos pícaros peregrinando camino a Santiago de Compostela, venden su alma al demonio a cambio de hacer realidad el sueño que uno de ellos ha tenido: detentar el poder en una próspera República, durante un periodo de tiempo no desvelado.
Los aconteceres diarios que tengan lugar en la República deben dejarse al juicio inexorable del tiempo; pero los juicios humanos, las bromas, las menciones a hechos antes acaecidos, no se perdonan en el texto y forman parte, por comparación con tiempos anteriores, de su esencia, y precisamente por eso son constantes las citas y menciones a Gargantúa y Pantagruel, a la picaresca en muchas de sus obras y a don Julio Caro Baroja, que tanto sabía de carnestolendas, a obras de escarnio y risión, a textos sobre judíos y moros, a putas y bellacos, a gentes de mal vivir y a rufianes, que al fin y al cabo siguen existiendo en este tiempo que nos ha tocado vivir.
Yo recomendaría la lectura de este libro a los amantes de la buena lectura; en primer lugar a los seguntinos, por los gratos y no muy numerosos recuerdos que contiene acerca de esa bella ciudad episcopal, y, especialmente, a los políticos “de arriba” -que no tanto a los de medio pelo-, para que se den cuenta de las tonterías cotidianas de las que son sujetos y partícipes, sin tener en cuenta al pueblo que les ha votado, que es al que  deben deberse pero no se deben, sino que se sirven de él.
Estas conclusiones son las que he sacado tras la lectura de este libro. Tal vez me haya equivocado y no sea eso lo que su autor quiera decir a través de lo que el libro contiene o quiera decir.
Si me he equivocado, lo siento.


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