viernes, 13 de febrero de 2015

Alvar Fáñez: un estudio de categoría


(y II)

Tras este repaso de las crónicas, concluye Ballesteros que en los capítulos de la Estoria de España, llevada a cabo a finales del siglo XIII por el taller historiográfico de Alfonso X, Alvar Fáñez, que como personaje histórico había sido sacrificado por los juglares a mayor gloria del Campeador, queda identificado como personaje literario del Cid. Tradiciones épicas que después pervivirían en la historiografía moderna y contemporánea, en contraposición con los detallados y bien informados relatos de los autores musulmanes coetáneos, especialmente las Memorias de Abd Allah (1073-1090), dadas a conocer -en parte- por Levi Provençal en 1935 y completas en 1980, en los capítulos referentes a la compleja fragmentación política de al-Andalus, los enfrentamientos entre taifas y la presión que sobre todos ellos ejerció Alfonso VI, auténtico protagonista del texto, en el que también aparecen mencionados los nombres del conde mozárabe Sisnando Davídiz, de Pedro Ansúrez y de Alvar Fáñez, sin que aparezca la figura del Cid por ninguna parte.
Otra fuente es el libro titulado Elocuencia evidenciadora de la gran calamidad, escrito por Ibn Alqama, que recogió la Estoria alfonsí, en el que se dice que cuando Alfonso VI acudió en ayuda de al-Qadir en su enfrentamiento contra los almorávides en Sagrajas, también se unieron a las tropas de Alvar Fáñez algunos contingentes mercenarios musulmanes, circunstancias parecidas a las que figuran en el Dajira o Tesoro de las hermosas cualidades de la gente de la Península, escrito por Ibn Bassam, dado a conocer en 1861 por R. P. Dozy (Historia de los musulmanes de España hasta la conquista de Andalucía por los almorávides).
Ibn al-Kardabus ofrece datos novedosos acerca de Yusuf ibn Tasfin, Alfonso VI, el Cid y Alvar Fáñez, que no figura como mero segundón, como venía siendo lo normal en la historiografía tradicional, sino como persona tan importante como el propio Cid, o más, destacándolo como principal colaborador con el rey en la defensa del territorio toledano, a cuyas tropas se unieron grupos de musulmanes malvados, apóstatas del Islam, que se comportaron con toda crueldad. Menciona igualmente la derrota sufrida por Alvar Fáñez frente al emir Sir Ibn Abi Barkr, lugarteniente de Yusuf, y como tras la batalla de Consuegra, Yusuf, antes de su regreso a África, envió una división de su ejército a Cuenca, donde nuestro protagonista les hizo frente. Por último, señalar dos referencias más: la defensa de Toledo (1113-1114) y la muerte de Alvar Fáñez en el último año citado (1114), datos que también aparecen con exactitud en las fuentes cristianas.
El capítulo segundo analiza, como ya queda dicho, la verdadera trayectoria histórica de Alvar Fáñez, desde sus orígenes familiares, harto imprecisos. Ya vimos más arriba como en la Primera Crónica General aparece “Aluar Hannez, un caballero muy bueno, que era sobrino del Cid”, dato que aceptó fray Prudencio de Sandoval, a comienzos del siglo XVII, en su Historia de los cinco reyes,  lo que posiblemente se deba a un error de traducción (o más bien de concepto), puesto que en la Carta de arras del Cid, de donde es muy posible que proceda esta equivocación, Rodrigo Díaz menciona a Álvaro Fáñez y a Álvaro Álvarez como sobriniis suyos (palabra que no significa sobrinos, sino primos hermanos por línea paterna, puesto que por la materna serían consobrinis); error que pasó totalmente desapercibido a Menéndez Pidal en su España del Cid. Pero la consideración de primo hermano del Cid también presenta algunos inconvenientes, tales como que la Carta de arras mencionada se considera una falsificación por gran parte de los investigadores o, por lo menos, por no original.
Llegado a este punto, Ballesteros se niega a aceptar la genealogía tradicional de Alvar Fáñez, que identifica a su padre con Fernán Laínez, hermano de Diego Laínez, padre de Rodrigo Díaz de Vivar y que fue recogida en el siglo XVI por Argote de Molina en su Nobleza de Andalucía, al tratar la saga de los Castro. Históricamente es posible que el padre de Alvar Fáñez fuese un tal Fan Fáñez, que suscribe diversos documentos de Fernando I entre 1038 y 1064, y de Alfonso VI, entre 1072 y 1080 y también aparece liderando un pleito interpuesto en 1073 entre los vecinos de cuatro aldeas del valle de Orbaneja (Burgos), contra el monasterio de San Pedro de Cardeña, sobre comunidad de pastos. Tierras donde parece ser que el dicho Fan tenía ciertos intereses económicos.
Del mismo modo, es también posible que fuesen familiares de Alvar Fáñez los llamados Munio Fáñez, que suscribe documentos de Fernando I entre 1038 y 1063, y Sarracino Fáñez, que lo hace entre 1038 y 1064, dada la escasa frecuencia del patronímico en la época (aunque dichos nombres no vuelven a figurar en la documentación real).
De lo que no hay duda alguna es de que Alvar Fáñez fuera de origen castellano , puesto que como “De Kastella” consta entre los testigos firmantes de algunos documentos salidos de la cancillería real; en algunos otros aparece como “de Zorita” y “de” otros lugares, pero en ninguno como “de Minaya”, -que aparece a partir del siglo XVI- quizá por corrupción de “anaya”, según un documento de 13 de junio de 1110, cuando ya era un alto cargo en la corte de doña Urraca, que lo saluda como “mio anaya Alvar Fanes”, tal vez usando ese vocablo (“anaya”) como calificativo.
No obstante, el primer dato acerca de la carrera de honores de Alvar Fáñez lo señala como confirmante de una exención que concedió Alfonso VI al monasterio de Sahagún sobre fonsadera (1 de marzo de 1078), puesto que de los otros dos documentos donde también aparece mencionado, uno es falso y el apartado correspondiente en el Fuero de Sepúlveda bien pudiera tratarse de una interpolación que recoge un acto jurídico posterior a su otorgamiento en 1076, por lo que tal vez Alvar Fáñez no estuvo presente en la concesión del primer fuero, pero de lo que no cabe duda, es de que los primeros documentos mencionan ya al magnate, todavía no muy relevante, hasta que no emparente con el conde Pedro Ansúrez, a través de su hija Mayor Pérez, con la que contrajo matrimonio (casi con seguridad hacia 1078, cuando la corte estaba en León, según algún documento), lo que, probablemente, significo su ascenso en la corte (aunque también hubiera podido suceder al revés, es decir, no haberse casado hasta no haber alcanzado el necesario prestigio social).
Otro documento menciona a Alvar Fáñez en la comitiva real, el 22 de febrero de 1085, cuando se está preparando la conquista de Toledo. Después dejará de aparecer en los documentos, seguramente por haber sido enviado por Alfonso VI a acompañar a al-Qadir en la conquista de Valencia. Posteriormente figura nuestro personaje en la concesión de la dote fundacional de la catedral de Toledo (18 de diciembre de 1086). Tras otras menciones, no demasiadas, la última estancia documentada de Alvar Fáñez en la corte está fechada el 8 de mayo de 1107, en Monzón.
Por entonces, Alvar Fáñez había sido relevado de la alcaidía de Toledo, pero  acrecentado el dominio de Zorita con la cercana Santaver, por lo que se convirtió en el hombre más fuerte del sector conquense en el nuevo reino de Toledo, todo ello debido, claro está, a una estrategia política sensata por parte de Alfonso VI, en la que nuestro protagonista jugó un importante papel en la conquista de dicho reino y en el control de Valencia, hasta la llegada del peor momento, tras la derrota de Uclés (1108-1109), en que tiene lugar la pérdida de la mayor parte de las tierras que fueron de Alvar Fáñez -“illam terra quae fuit de Alvaro Fannici”- debida en gran parte al auxilio prestado a los almorávides por la población, todavía musulmana, que ocuparon las fortalezas más importantes, menos Zorita, fuertemente amurallada y repoblada treinta años antes por cristianos, lo que permitió a Alvar Fáñez mantener guarnecido el paso más importante del Tajo, manteniendo el control de Toledo. Se perdieron Santaver, Uclés y Huete, que a partir de entonces dejan de ser nombradas en los documentos de la cancillería real, como había sucedido anteriormente.
Tras la muerte de Alfonso VI en Toledo (1 de julio de 1109), y como consecuencia del estrepitoso fracaso del segundo matrimonio de la reina Urraca, Alvar Fáñez no tiene más remedio que hacerse cargo, a solas, de la conservación de la frontera del Tajo. Recibe de Doña Urraca el nombramiento de duque de Toledo -“Tuletule dux- en 22 de julio de 1109, ciudad que supo defender del asedio perpetrado por Alí ibn Yusuf, que regresó de África tras enterarse de la muerte de Alfonso VI y la consecuente debilitación de sus ejércitos.
Pasado este periodo, Alvar Fáñez vuelve a prestar más atención a la situación general del reino, de cuya presencia en la corte queda constancia a través de enero y febrero de 1114, cuando surgen revueltas promovidas por Alfonso I el Batallador que subleva a los nobles gallegos, leoneses y castellanos, al tiempo que algunos concejos de la Extremadura castellana apoyaban al rey aragonés, frente a Urraca.
Desde principios de 1110 Alvar Fáñez se hace cargo del castillo de Peñafiel, próximo a Valladolid, pero los partidarios de Alfonso I de Aragón controlaban Soria, Almazán, Berlanga y Segovia, ciudad esta donde en un encuentro con sus milicias concejiles fue muerto, tal y como recogen los Anales Toledanos: “Los de Segovia, después de las octavas de Pascua mayor, mataron a Albar Hannez era M C L II”. (1152 – 38 = 1114). Una muerte absurda “a manos de sus propios correligionarios en una estéril disputa civil”.
El autor de este extraordinario libro finaliza con una serie de conclusiones, siendo la principal, desde nuestro punto de vista, que “la verdadera trayectoria histórica de Alvar Fáñez no se corresponde con la visión que de nuestro personaje se ha transmitido hasta ahora en el conjunto de la historiografía española”.
A esta visión tan desenfocada contribuyeron intelectuales muy alejados en el tiempo, como por ejemplo Alfonso X el Sabio, quien en su Estoria de España, escrita en la segunda mitad del siglo XIII, incorporó prosificado casi todo el Poema del Mío Cid, plagado de elementos juglarescos -en gran parte apartados de la realidad histórica- al igual que mucho después, a finales del siglo XIX y comienzos del siguiente, le sucedió a don Ramón Menéndez Pidal, quien revisó el reinado de Alfonso VI en La España del Cid, cuyo Poema, así como los datos en él contenidos, avaló dejándose llevar por la pasión (y ya sabemos que las pasiones anulan la razón).
Indica más Ballesteros que “Alvar Fáñez no fue el lugarteniente del Cid. Nuestro personaje sólo  acompañó a Rodrigo Díaz el Campeador en sus aventuras y desventuras literarias”, puesto que el Alvar Fáñez histórico, el real, el que aparece en los documentos de las cancillerías reales, fue un fiel  vasallo de Alfonso VI al servicio de su proyecto político y cuya presencia fue decisiva para la defensa del Tajo, especialmente entre los años 1086 y 1114.
Un libro claro en sus exposiciones, fácíl de leer por el hombre de la calle, cuyo índice está perfectamente ordenado, y del que -sin más comentarios- yo diría que se trata del mejor libro que se ha publicado en 2014 en Guadalajara. Enhorabuena a su autor por este trabajo tan interesante que, seguro, el día de mañana, constituirá un ejemplo a seguir.


José Ramón López de los Mozos

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