(y II)
Tras
este repaso de las crónicas, concluye Ballesteros que en los capítulos de la Estoria de España, llevada a cabo a
finales del siglo XIII por el taller historiográfico de Alfonso X, Alvar Fáñez,
que como personaje histórico había sido sacrificado por los juglares a mayor
gloria del Campeador, queda identificado como personaje literario del Cid.
Tradiciones épicas que después pervivirían en la historiografía moderna y
contemporánea, en contraposición con los detallados y bien informados relatos
de los autores musulmanes coetáneos, especialmente las Memorias de Abd Allah (1073-1090), dadas a conocer -en parte- por
Levi Provençal en 1935 y completas en 1980, en los capítulos referentes a la
compleja fragmentación política de al-Andalus,
los enfrentamientos entre taifas y la presión que sobre todos ellos ejerció Alfonso
VI, auténtico protagonista del texto, en el que también aparecen mencionados
los nombres del conde mozárabe Sisnando Davídiz, de Pedro Ansúrez y de Alvar
Fáñez, sin que aparezca la figura del Cid por ninguna parte.
Otra
fuente es el libro titulado Elocuencia
evidenciadora de la gran calamidad, escrito por Ibn Alqama, que recogió la Estoria alfonsí, en el que se dice que
cuando Alfonso VI acudió en ayuda de al-Qadir en su enfrentamiento contra los
almorávides en Sagrajas, también se unieron a las tropas de Alvar Fáñez algunos
contingentes mercenarios musulmanes, circunstancias parecidas a las que figuran
en el Dajira o Tesoro de las hermosas cualidades de la gente de la Península,
escrito por Ibn Bassam, dado a conocer en 1861 por R. P. Dozy (Historia de los musulmanes de España hasta
la conquista de Andalucía por los almorávides).
Ibn
al-Kardabus ofrece datos novedosos acerca de Yusuf ibn Tasfin, Alfonso VI, el
Cid y Alvar Fáñez, que no figura como mero segundón, como venía siendo lo
normal en la historiografía tradicional, sino como persona tan importante como
el propio Cid, o más, destacándolo como principal colaborador con el rey en la
defensa del territorio toledano, a cuyas tropas se unieron grupos de musulmanes
malvados, apóstatas del Islam, que se comportaron con toda crueldad. Menciona
igualmente la derrota sufrida por Alvar Fáñez frente al emir Sir Ibn Abi Barkr,
lugarteniente de Yusuf, y como tras la batalla de Consuegra, Yusuf, antes de su
regreso a África, envió una división de su ejército a Cuenca, donde nuestro
protagonista les hizo frente. Por último, señalar dos referencias más: la
defensa de Toledo (1113-1114) y la muerte de Alvar Fáñez en el último año citado
(1114), datos que también aparecen con exactitud en las fuentes cristianas.
El
capítulo segundo analiza, como ya queda dicho, la verdadera trayectoria
histórica de Alvar Fáñez, desde sus orígenes familiares, harto imprecisos. Ya
vimos más arriba como en la Primera
Crónica General aparece “Aluar Hannez, un caballero muy bueno, que era sobrino del Cid”, dato que
aceptó fray Prudencio de Sandoval, a comienzos del siglo XVII, en su Historia de los cinco reyes, lo que posiblemente se deba a un error de traducción
(o más bien de concepto), puesto que en la Carta
de arras del Cid, de donde es muy posible que proceda esta equivocación,
Rodrigo Díaz menciona a Álvaro Fáñez y a Álvaro Álvarez como sobriniis suyos (palabra que no
significa sobrinos, sino primos hermanos
por línea paterna, puesto que por la materna serían consobrinis); error que pasó totalmente desapercibido a Menéndez
Pidal en su España del Cid. Pero la
consideración de primo hermano del
Cid también presenta algunos inconvenientes, tales como que la Carta de arras mencionada se considera
una falsificación por gran parte de los investigadores o, por lo menos, por no
original.
Llegado
a este punto, Ballesteros se niega a aceptar la genealogía tradicional de Alvar
Fáñez, que identifica a su padre con Fernán Laínez, hermano de Diego Laínez,
padre de Rodrigo Díaz de Vivar y que fue recogida en el siglo XVI por Argote de
Molina en su Nobleza de Andalucía, al
tratar la saga de los Castro. Históricamente es posible que el padre de Alvar
Fáñez fuese un tal Fan Fáñez, que suscribe diversos documentos de Fernando I
entre 1038 y 1064, y de Alfonso VI, entre 1072 y 1080 y también aparece
liderando un pleito interpuesto en 1073 entre los vecinos de cuatro aldeas del
valle de Orbaneja (Burgos), contra el monasterio de San Pedro de Cardeña, sobre
comunidad de pastos. Tierras donde parece ser que el dicho Fan tenía ciertos
intereses económicos.
Del
mismo modo, es también posible que fuesen familiares de Alvar Fáñez los
llamados Munio Fáñez, que suscribe documentos de Fernando I entre 1038 y 1063,
y Sarracino Fáñez, que lo hace entre 1038 y 1064, dada la escasa frecuencia del
patronímico en la época (aunque dichos nombres no vuelven a figurar en la
documentación real).
De
lo que no hay duda alguna es de que Alvar Fáñez fuera de origen castellano ,
puesto que como “De Kastella” consta
entre los testigos firmantes de algunos documentos salidos de la cancillería
real; en algunos otros aparece como “de
Zorita” y “de” otros lugares,
pero en ninguno como “de Minaya”,
-que aparece a partir del siglo XVI- quizá por corrupción de “anaya”, según un documento de 13 de
junio de 1110, cuando ya era un alto cargo en la corte de doña Urraca, que lo
saluda como “mio anaya Alvar Fanes”,
tal vez usando ese vocablo (“anaya”)
como calificativo.
No
obstante, el primer dato acerca de la carrera de honores de Alvar Fáñez lo
señala como confirmante de una exención que concedió Alfonso VI al monasterio
de Sahagún sobre fonsadera (1 de marzo de 1078), puesto que de los otros dos
documentos donde también aparece mencionado, uno es falso y el apartado
correspondiente en el Fuero de Sepúlveda
bien pudiera tratarse de una interpolación que recoge un acto jurídico
posterior a su otorgamiento en 1076, por lo que tal vez Alvar Fáñez no estuvo
presente en la concesión del primer fuero, pero de lo que no cabe duda, es de
que los primeros documentos mencionan ya al magnate, todavía no muy relevante,
hasta que no emparente con el conde Pedro Ansúrez, a través de su hija Mayor
Pérez, con la que contrajo matrimonio (casi con seguridad hacia 1078, cuando la
corte estaba en León, según algún documento), lo que, probablemente, significo
su ascenso en la corte (aunque también hubiera podido suceder al revés, es
decir, no haberse casado hasta no haber alcanzado el necesario prestigio
social).
Otro
documento menciona a Alvar Fáñez en la comitiva real, el 22 de febrero de 1085,
cuando se está preparando la conquista de Toledo. Después dejará de aparecer en
los documentos, seguramente por haber sido enviado por Alfonso VI a acompañar a
al-Qadir en la conquista de Valencia. Posteriormente figura nuestro personaje
en la concesión de la dote fundacional de la catedral de Toledo (18 de
diciembre de 1086). Tras otras menciones, no demasiadas, la última estancia
documentada de Alvar Fáñez en la corte está fechada el 8 de mayo de 1107, en
Monzón.
Por
entonces, Alvar Fáñez había sido relevado de la alcaidía de Toledo, pero acrecentado el dominio de Zorita con la
cercana Santaver, por lo que se convirtió en el hombre más fuerte del sector
conquense en el nuevo reino de Toledo, todo ello debido, claro está, a una
estrategia política sensata por parte de Alfonso VI, en la que nuestro
protagonista jugó un importante papel en la conquista de dicho reino y en el
control de Valencia, hasta la llegada del peor momento, tras la derrota de
Uclés (1108-1109), en que tiene lugar la pérdida de la mayor parte de las
tierras que fueron de Alvar Fáñez -“illam
terra quae fuit de Alvaro Fannici”- debida en gran parte al auxilio
prestado a los almorávides por la población, todavía musulmana, que ocuparon
las fortalezas más importantes, menos Zorita, fuertemente amurallada y
repoblada treinta años antes por cristianos, lo que permitió a Alvar Fáñez
mantener guarnecido el paso más importante del Tajo, manteniendo el control de
Toledo. Se perdieron Santaver, Uclés y Huete, que a partir de entonces dejan de
ser nombradas en los documentos de la cancillería real, como había sucedido
anteriormente.
Tras
la muerte de Alfonso VI en Toledo (1 de julio de 1109), y como consecuencia del
estrepitoso fracaso del segundo matrimonio de la reina Urraca, Alvar Fáñez no
tiene más remedio que hacerse cargo, a solas, de la conservación de la frontera
del Tajo. Recibe de Doña Urraca el nombramiento de duque de Toledo -“Tuletule dux- en 22 de julio de 1109,
ciudad que supo defender del asedio perpetrado por Alí ibn Yusuf, que regresó
de África tras enterarse de la muerte de Alfonso VI y la consecuente
debilitación de sus ejércitos.
Pasado
este periodo, Alvar Fáñez vuelve a prestar más atención a la situación general
del reino, de cuya presencia en la corte queda constancia a través de enero y
febrero de 1114, cuando surgen revueltas promovidas por Alfonso I el Batallador
que subleva a los nobles gallegos, leoneses y castellanos, al tiempo que
algunos concejos de la Extremadura castellana apoyaban al rey aragonés, frente
a Urraca.
Desde
principios de 1110 Alvar Fáñez se hace cargo del castillo de Peñafiel, próximo
a Valladolid, pero los partidarios de Alfonso I de Aragón controlaban Soria,
Almazán, Berlanga y Segovia, ciudad esta donde en un encuentro con sus milicias
concejiles fue muerto, tal y como recogen los Anales Toledanos: “Los de
Segovia, después de las octavas de Pascua mayor, mataron a Albar Hannez era M C
L II”. (1152 – 38 = 1114). Una muerte absurda “a manos de sus propios
correligionarios en una estéril disputa civil”.
El
autor de este extraordinario libro finaliza con una serie de conclusiones,
siendo la principal, desde nuestro punto de vista, que “la verdadera trayectoria
histórica de Alvar Fáñez no se corresponde con la visión que de nuestro
personaje se ha transmitido hasta ahora en el conjunto de la historiografía
española”.
A
esta visión tan desenfocada contribuyeron intelectuales muy alejados en el
tiempo, como por ejemplo Alfonso X el Sabio, quien en su Estoria de España, escrita en la segunda mitad del siglo XIII,
incorporó prosificado casi todo el Poema
del Mío Cid, plagado de elementos juglarescos -en gran parte apartados de
la realidad histórica- al igual que mucho después, a finales del siglo XIX y
comienzos del siguiente, le sucedió a don Ramón Menéndez Pidal, quien revisó el
reinado de Alfonso VI en La España del
Cid, cuyo Poema, así como los
datos en él contenidos, avaló dejándose llevar por la pasión (y ya sabemos que
las pasiones anulan la razón).
Indica
más Ballesteros que “Alvar Fáñez no fue el lugarteniente del Cid. Nuestro
personaje sólo acompañó a Rodrigo Díaz
el Campeador en sus aventuras y desventuras literarias”, puesto que el Alvar
Fáñez histórico, el real, el que aparece en los documentos de las cancillerías
reales, fue un fiel vasallo de Alfonso
VI al servicio de su proyecto político y cuya presencia fue decisiva para la
defensa del Tajo, especialmente entre los años 1086 y 1114.
Un libro claro en sus exposiciones, fácíl de leer por el hombre de la calle, cuyo
índice está perfectamente ordenado, y del que -sin más comentarios- yo diría
que se trata del mejor libro que se ha publicado en 2014 en Guadalajara.
Enhorabuena a su autor por este trabajo tan interesante que, seguro, el día de
mañana, constituirá un ejemplo a seguir.
José
Ramón López de los Mozos
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