viernes, 28 de noviembre de 2014

Detalles en el Museo de Guadalajara

GONZÁLEZ-ALCALDE, Julio, Cultura material agrícola, pastoril y apícola del Museo de Guadalajara, Madrid, autoediciones.com, 2014, 144 pp. Prefacio de Jorge Cela Trulock. (I.S.B.N.: 978-84-616-9777-9).

El Doctor Julio González-Alcalde es actualmente Conservador del Museo Nacional de Antropología, aunque con anterioridad ha desempeñado su cargo de Conservador en los museos Arqueológico Nacional, Nacional de Artes Decorativas, Reproducciones Artísticas y de Ciencias Naturales (C.S.I.C.) y muchísimas sus publicaciones, algunas relacionadas con la provincia de Guadalajara, donde ha colaborado últimamente en Cuadernos de Etnología de Guadalajara, con sus trabajos “Patrimonio etnográfico: raíces culturales y pedagogía de nuestro pasado”, números 32-33 (2000-2001) y “Cultura material y arte pastoril del Museo de Guadalajara”, números 43-44 (2011-2012), así como en el Boletín de la Asociación de Amigos del Museo de Guadalajara, número 5 (2014), a punto de ver la luz, con el titulado “Apicultura en el Museo de Guadalajara”, que en gran parte le han servido de base para la realización del libro que comentamos.
Quisiéramos recordamos también, por su importancia, el amplio estudio que le sirvió de Tesis Doctoral: Las Cuevas Santuario y su incidencia en el contexto social del Mundo ibérico, que defendió en la Universidad Complutense de Madrid (2002), y fue publicado en 2013.
El libro de González-Alcalde que comentamos viene a ser para nosotros una especie de “recuerdo del recuerdo”, es decir, se trata de un traslado al momento actual de numerosas piezas -aperos, utensilios y herramientas-, objetos al fin y al cabo,  que no hace muchos años todavía utilizaron los agricultores y ganaderos de las tierras de Guadalajara. Piezas que se conservan en las vitrinas y en los almacenes del Museo de Guadalajara, en su colección etnográfica.
Julio González-Alcalde ha ido estudiando, midiendo y fotografiando, una por una, las ciento cincuenta y nueve piezas que conforman este catálogo de “cultura material”, para darlas a conocer -re-cordarlas- (con el corazón) nuevamente, mediante un amplio análisis a modo de conclusión general, con el fin de que las nuevas generaciones sepan para qué sirvieron y cómo las usaron y trabajaron con ellas sus padres, sus abuelos y los abuelos de sus abuelos…
El lector del trabajo, no muy extenso, podrá encontrarse con numerosos utensilios cuyos nombres le sonarán -según su edad-, pero que con el paso del tiempo van desapareciendo del vocabulario cotidiano, convirtiéndose en arcaísmos, cuando no desapareciendo totalmente. Así, tenemos herramientas con nombres tan bellos y sugerentes como colmenas, yugos (y sus tipos: boyal y yugal), hoces, rastrillos, arados (y todo el conjunto de piezas que lo componen: mancera, esteva, cama, vilorta, pescuño, orejera, reja, dental, telera, etcétera), entre esa gran cantidad de piezas estudiada.
Y es que, como muy bien apunta en su prólogo Fernando Aguado, Director del Museo de Guadalajara -en el que se custodian las piezas reseñadas en este libro-: “La industrialización del ámbito rural trajo como consecuencia la falta de uso de muchos objetos y también múltiples y rápidos cambios en las formas de vida que se habían mantenido inalterables durante siglos”, instrumentos para trabajar que construía el propio pueblo: carpinteros, herreros, que después serían utilizados en las tareas agrícolas de la siembra, la recolección, el transporte, el almacenamiento; en las ganaderas y en esas otras, menos conocidas, a pesar de que Guadalajara es la tierra de la miel, de la apicultura.
Pero, de repente, ese mundo de agricultura manual, artesana, cambia de repente y la fuerza animal de bueyes y mulas se ve sustituida por tractores y cosechadoras; los carros, por remolques más amplios y menos pesados; las piezas de ordeño ya no sirven y la leche de cabras, vacas y ovejas se extrae de sus ubres por medios mecánicos; y en la apicultura, los antiguos vasos de madera -simples troncos de árbol ahuecados- dan paso a los sistemas más modernos de caja, Layens, donde se cuelgan los panales…
Pues bien, muchas de aquellas piezas hoy en desuso, que se conservan en los fondos del Museo de Guadalajara, constituyen el motivo de este libro. Más de mil doscientas piezas que fueron recogidas a lo largo de varias campañas realizadas principalmente entre los pueblos de la Sierra Norte, a comienzos de los años ochenta del siglo XX, de las que tan sólo una pequeña parte, unas sesenta, se muestran en la exposición permanente Tránsitos.
Y para mostrarnos esta selección de piezas, Julio González-Alcalde ha formado una especie de ficha mediante la que nos las da a conocer a través de su descripción, medidas, usos y finalidad, procedencia y datación, “pero sobre todo [sabiendo] introducirlas en su contexto, explicando cómo funcionaban estas actividades, fundamentales en todos los aspectos de la vida de estas comunidades” (agrícolas, ganaderas, pastoriles, apícolas…).
Tras una sencilla introducción, el libro comienza con un apartado destinado a la agricultura, centrado en los cultivos entonces existentes en las distintas comarcas en que se divide la actual provincia de Guadalajara; sigue con la ganadería, ofreciendo previamente unos datos que podríamos considerar históricos, puesto que se centran en la Mesta y las Cañadas Reales en Guadalajara y entrar de lleno en el estudio de las materias primas y la elaboración de los objetos y sus usos, dejando para el final las técnicas y motivos decorativos (ya que aquí introduce un breve recorrido por las colecciones de cuernas y colodras de algunos museos españoles, a modo de comparación con otras de la provincia de Guadalajara), y sobre apicultura, sobre la que ofrece algunos aspectos históricos, una aproximación a la misma, el sistema de fabricación de las colmenas antiguas y un recuerdo de los aspectos más destacados de la vida productiva y social en la colmena, para terminar explicando el proceso de recolección y preparación de la miel.
Unas conclusiones, en las que incluye importantes datos sobre la legislación nacional y regional que afecta a la protección de las piezas pertenecientes a la “cultura material”, o sea, a “los aperos agrícolas y útiles ganaderos y apícolas conservados en la actualidad [que] son la expresión de una forma de vida ya desaparecida que formó parte de la existencia de nuestros más próximos antepasados, pero también de los más lejanos (…) todo un mundo que comenzó a cambiar y finalizó con la industrialización, puesto que si bien existen la agricultura, la ganadería y la apicultura, no podemos afirmar que tengan ya relación directa con el desempeño tradicional de estas actividades que detentaban unos valores tradicionales incompatibles con el actual desarrollo industrial y de servicios”.
Y añade: “(…) el desconocimiento, la incuria y el desprecio, actitudes tradicionales hacia estos bienes patrimoniales, fueron determinantes para que esta herencia de todos los españoles quedase del ámbito educativo”.
Gracias a la protección brindada principalmente por las Comunidades Autónomas, estos bienes, debidamente puestos en valor, han vuelto a ser respetados en el mundo actual por quienes serán considerados como una herencia cultural a conservar.
La segunda parte del libro, por así decir, está formada por el propio Catálogo, que comienza por los aperos agrícolas (de labranza, para cosechar cereales, para trabajos en la era, medidas de áridos, acarreo y transporte, etcétera, hasta catorce apartados); arte pastoril (tal vez sería mejor decir aperos pastoriles) (para ganado, perros, monturas, para comer, para sentarse, etcétera y otros usos varios), y útiles propios de la apicultura (colmenas, partidera, careta y ahumador).
Muy interesante es la bibliografía, que abarca las páginas 135 a144.
Un trabajo muy interesante sobre aspectos que muchas veces han pasado desapercibidos y que de esta forma podrían convertirse en objetos de recuerdo, para algunos, y estudio, para otros, especialmente para las nuevas generaciones, desconocedoras, por lo general, de lo que fue una zoqueta, un pujavante o un arel, o a cuántos kilos equivale una fanega de trigo.

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Un nuevo Viaje por Guadalajara

Juan Pablo MAÑUECO MARTÍNEZ: “Viaje por Guadalajara ¿Dónde estáis los que soliáis?”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2014. 308 páginas. ISBN 978-84-15537-58-8. PVP 20 €.

Estamos ante un libro fuera de lo habitual, una obra literaria que nos ofrece juntos los tres vehículos en los que se sostiene la creación literaria, esto es, la prosa (pues de una novela se trata, con sus características propias que ahora epxlicaremos), la poesía, que enlaza y nutre muchas de sus páginas, y el drama, puesto que aparecen varias piezas teatrales, que son en concreto un auto sacramental profano y un entremés dramático.  A lo largo de sus 308 páginas, se nos desgrana un viaje de 12 horas de duración por la ciudad de Guadalajara, desde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche de uno de los días finales del mes de agosto. El total de la obra consta de tres libros en uno, que pueden leerse en conjunto o bien cada género puede leerse por separado, teniendo argumento y sentido en sí mismo.

La novela lleva por título “Viaje por Guadalajara” y su protagonista principal, denominado el Viajero, engarza y da unidad al conjunto de la obra, puesto que los poemas pueden considerarse un monólogo interior rimado de este personaje, que le va acompañando a lo largo de toda la acción narrada en la novela, haciéndonos partícipes de sus pensamientos más hondos, mientras efectúa su viaje por Guadalajara.

Por otra parte, las dos piezas de teatro en verso que contiene el libro son derivaciones del Viajero, la primera de ellas es un sueño que le sobreviene mientras queda dormido, sentado en un parque de la ciudad, a primera hora del atardecer. y la segunda, una proyección de su imaginación cuando llega a un bucólico lugar ameno, con una fachada blanca donde esa especie de proyección cinematográfica puede realizarse. Ambas piezas de teatro se publican en el texto a doble columna, para diferenciarlas claramente del resto de la obra.

El lector que siga el curso correlativo y ordenado del escrito alcanzará una visión conjunta de este libro y de la andadura de su protagonista. Aunque ya advertimos que también puede leerse cada género por separado, y en tal caso se conseguirán perspectivas distintas del libro, mensajes diferentes de esta obra polisémica.

La novela de Mañueco es a su vez doble, y contiene dos estructuras diferentes pero complementarias: el relato mayor, en prosa, se titulada “Viaje por Guadalajara”, y narra un recorrido de su protagonista por esta ciudad castellana, durante las doce horas que dedica a caminar por sus calles, plazas, monumentos y establecimientos comerciales y a trabar conversación con las personas que le salen al paso, con sus correspondientes descripciones, narraciones y diálogos. Para diferenciarse del resto de la obra, va en caja tipográfica más ancha que la parte poética. Dentro la novela, podría distinguirse un relato más breve o novela corta, titulado “Conversación ante San Ginés”, el cual, sin embargo, también puede leerse como parte del relato mayor.

Se complementa con otra serie de pequeños relatos en  verso (narraciones cortas o pinceladas de acción o historias breves o cuentos), que se presentan bajo el nombre de “Evocaciones”, y que descienden sobre el texto de una forma torrencial, tempestuosa, incontenible y que, por servirse de la rima asonante, serán llamados, en la adenda final del libro, “torrentes asonantados”.

Tienen también su propia y peculiar ilación argumental para quien los lea en conjunto, más intimista, puesto que se trata de los recuerdos del protagonista y contribuyen a que el lector conozca mejor la psicología del personaje. Asimismo van en caja tipográfica ancha, como la novela en prosa.

El Teatro, por último, se estructura en dos unidades dramáticas. Una de ellas es el auto sacramental profano titulado “La danza del Amor, el Desengaño y la Esperanza”, que incluye la intervención de figuras alegóricas, con sus oportunas acotaciones escénicas.

La segunda unidad, más breve, es el entremés dramático “Vive el momento presente”. Toda esta parte teatral se halla también escrita en redondillas dobles –olas, brisas o coplas alcarreñas-, lo que refuerza formalmente el carácter armónico de la obra. Llevan su título en letras grandes y se señala en letra negrita, en el lugar oportuno, el final de cada una de las obras.

El estilo en que está redactada la obra es el de “realismo simbólico”, esto es, la realidad no transcrita directamente, sino reelaborada mediante un vigoroso componente de creatividad poética, metafórica y alegórica, aunque también se encontrarán pasajes de puro realismo decimonónico en la parte  novelada.

La acción transcurre en nuestros días, y hay en la obra numerosos personajes, espacios, comercios, lugares de Guadalajara en los que protagonista entra: están vivos y tienen pálpito. Se describen diferentes calles y monumentos de la ciudad de Guadalajara: el Palacio del Infantado, la calle Mayor, el convento de la Piedad, el Liceo Caracense, las ruinas de San Gil, la plaza del Jardinillo, la plaza de Santo Domingo, el parque de la Concordia, la iglesia de San Francisco, la concatedral de Santa María...

Por esas calles, pasean personajes reales e imaginarios vinculados a la ciudad, que nos cuentan sus peripecias vitales y sus particulares visiones de la ciudad y de la sociedad en la que vivimos, al tiempo que se nos muestran cafeterías, restaurantes, establecimientos y librerías, etc. perfectamente conocidos por cualquier habitante de la ciudad. Un índice de nombres, al final del libro, da cuenta de los personajes y personas alcarreñas de nuestros días y de todos los tiempos, que se citan en la obra.

Todavía, y en el camino del realismo simbólico en el que se mueve la obra de Mañueco, hay una sorpresa para el lector/viajero: los últimos capítulos de la novela nos llevan a  un lugar sorprendente, porque como si se tratara de una novela policíaca se descubre en qué lugar de la ciudad de Guadalajara se encuentra el Paraíso Terrenal bíblico, al que, después de un viaje cósmico hasta el instante inicial de la  Creación o del Big Bang del Universo, se llega en el Tercer Día de la Creación, cuando todavía no ha surgido el hombre, sino solamente las plantas. En dicho lugar de Guadalajara está emergiendo en ese momento el Árbol de las Letras del Bien y del Mal, que se describe y se comentan sus innumerables frutos.

Intercalado entre los capítulos de la novela, como ya hemos visto, aparece el poema "Dónde estáis los que solíais", compuesto de unos 4.500 versos, escritos en una nueva estrofa, inédita, denominada "coplas alcarreñas", "octavas olas" u "octavas brisas" (básicamente, son redondillas con rima que se va alternando: abba baab), y dos pequeñas obras de teatro en la misma estrofa.
 
Hablando en propiedad, este largo poema que va y viene, tiene personalidad y viva propia, y puede ser leído sucesivamente en su integridad. El mensaje que recibirá el lector en tal caso será otro diferente al de la obra en conjunto. En él se tratan una decena de los motivos literarios universales (de entre el centenar de los posibles): el "ubi sunt?" o "¿dónde están?" de las personas y de las tiempos que se fueron, la vida como camino, la esperanza como luz y faro de la vida, el "carpe diem" del momento presente, único tiempo realmente existente, el Amor, la búsqueda de Dios, el paso del tiempo, el cambio continuo de las cosas, las relaciones humanas...


En definitiva, es esta obra un monumental aporte a la literatura generada en Guadalajara, que tiene a la ciudad, a sus monumentos, a sus gentes y a su historia por protagonista, y que cumple varias funciones: porque tiene la belleza intrínseca de lo bien escrito, junto al aporte de información y de sorpresas. La pluma de Juan Pablo Mañueco, veterana y madura como pocas, aquí se alza poderosa y clara. Un gusto para los lectores empedernidos, una obligada tarea –su lectura- para cuantos aman, o lo dicen, a la Guadalajara de siempre.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Las Damas de la Casa Mendoza



Alegre Carvajal, Esther (directora): “Damas de la Casa de Mendoza”. Editorial Polifemo. 784 páginas. Madrid, 2014. Numerosas ilustraciones, todas a color. Tamaño 17 x 24 cms. Encuadernación en cartoné. ISBN 978-84-16335-00-8. PVP: 50 €.

Es este un libro que viene a colmar un importante hueco en la historiografía de Guadalajara y de la Casa Mendoza, el linaje nobiliario que marcó durante siglos el rumbo de su historia. Un libro de colaboración entre 15 autores/as, y que presenta la biografía de 29 damas de este linaje.

El libro ofrece una impresionante galería de biografías femeninas a cuyas protagonistas las une un vínculo, y es que todas son pertenecientes, por nacimiento o compromiso matrimonial, a la Casa o Linaje de Mendoza, uno de los que fueron claves en la historia de la España medieval y moderna. Muy diversas autoras y autores, todos historiadores, dirigidos por Esther Alegre Carvajal, aportan en artículos monográficos las biografías de 29 damas, agrupadas por "Casas" o ramas del linaje mendocino. Se aportan estudios añadidos de esas ramas con detallados árboles genealógicos, que ayudan a comprender no solo la vida, individual, de estas protagonistas de la historia española, sino el ámbito en que desarrollaron esas vidas.

El volumen, muy bien diseñado editorialmente, todo a color, con buen papel y nítida tipografía, se inicia con un estudio de la directora de la obra, la profesora Esther Alegre Carvajal, quien bajo el epígrafe de “Introducción” hace de forma clara y precisa un análisis de la estructura vital de estas mujeres. Habla de sus relaciones con la familia, la infancia, el matrimonio, la viudez, la transmisión cultural, la religión (varias fueron medio monjas, medio beatas, promotoras de conventos, amigas devotas de frailes y obispos, etc…) la devoción y la ideología. Se sigue de un estudio del investigador José Antonio Guillén Berrendero, sobre “Lo femenino en la tratadística nobiliaria castellana de la Edad Moderna”.

El libro se va estructurando en el análisis de las diversas “Casas” que proceden del tronco común de los Mendoza. Y así se inicia por la Casa del Marqués de Santillana. Esta, como el resto de las “Casas” lleva al principio un meticuloso Arbol Genealógico en el que aparecen personajes, casamientos, hijos y demás parentela, señalando en rojo las féminas que aparecen luego biografiadas. En este primer bloque, surge el estudio de doña Aldonza de Mendoza, realizado por Isabel Beceiro Pita, estando iniciado el grupo marquesal por el estudio previo de Esther Alegre.

Es la “Casa del Infantado”, la más importante y nutrida de todas, la que luego pasa a ser estudiada, y en cuyo numeroso grupo de damas destacan los estudios sobre doña Ana de Mendoza, la sexta duquesa del Infantado, que escribe Angeles Baños Gil, y sobre doña Brianda de Mendoza, la fundadora del convento de la Piedad en la ciudad del Henares. En el siguiente capítulo, sobre “La Casa de Tendilla y marqués de Mondéjar” destaca el estudio magnífico de Fernando Martínez Gil sobre doña María Pacheco, cuya vida apasionada y guerrera describe con brevedad y buen tino.

En “La Casa de los marqueses de Zenete y Condes de Mélito” destaca el estudio espléndido de Esther Alegre sobre la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza y de la Cerda, esencia de la fuerza femenina de la Casa Mendoza. Continúan otros estudios sobre demás de la la Casa de los “Condes de Coruña y Vizcondes de Torija”, con un estudio inicial de su conjunto por Ana Vives Torija, y es finalmente Alicia Yela Yela quien se responsabiliza del estudio de algunas damas de “La Casa de Almazán”, entre las que destaca la también aventurera existencia de Luisa de Carvajal y Mendoza, mitad monja mitad espía en la Inglaterra del siglo XVII.

Este voluminoso y bien presentado libro está llamado a ser esencia de los estudios mendocinos, sobre todo porque reúne (aunque en una clave monográfica y femenina) diversas personalidades, épocas y tendencias. Ilustrado a conciencia, con retratos, edificios, detalles, los ya citados árboles genealógicos, y una carga densa de bibliografía y notas, es sin duda un apasionante mundo de saberes y recuerdos. El mismo subtítulo del libro, así lo expresa: “historias, leyendas y olvidos”. Lo que predomina son las primeras, pero de todo hay en él, para alegría de cuantos aún disfrutan con los libros, las historias, las leyendas y los olvidos.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Una ocasión para saber más de nuestra tierra



Está a punto de comenzar la XIV edición de los Encuentros de Historiadores del Valle del Henares. Este año 2014 se van a celebrar en la ciudad de Alcalá de Henares, y se desarrollarán entre el jueves 27 y el domingo 30 de Noviembre. La sede de su desarrollo será el Museo Arqueológico de la Comunidad de Madrid, que se ubica en la plaza de las bernardas de Alcalá.
Según el programa que nos han facilitado los organizadores, la inauguración tendrá lugar la tarde del jueves 27 de Noviembre, a las 8 de la tarde, con la lección magistral a cargo de Luis Miguel de Diego Pareja quien hablará sobre "Los afrancesados en el Valle del Henares".
Las lecturas de comunicaciones serán en el mismo lugar, los días 28 viernes y 29 sábado, desde las 10 de la mañana hasta las 8 de la tarde, y el domingo habrá una visita cultura por Alcalá, y una comida de clausura en la que se entregarán las  libros de Actas, en las que se han de incluir todas las comunicaciones aportadas al Encuentro, que este año lleva 40 diversos temas de historia, arte, arqueología y costumbrismo, con un recuerdo a quien fue participante habitual de estos Encuentros, la bibliotecaria Pilar Sánchez Lafuente.
Será una ocasión de encontrarse con cuantos a día de hoy trabajan activamente en los estudios de historia del entorno geográfico del valle del Henares, con presencia mayoritaria de gentes de Alcalá, Guadalajara y Sigüenza.

El convento dominico de Cifuentes

BERMEJO BATANERO, Fernando, El real monasterio de monjas dominicas de San Blas del Tovar en Gárgoles de Arriba, Guadalajara, Ediciones Bornova A.T.C. S.L., 2012, 216 pp., prólogo de José Julián Labrador Herraiz. (I.S.B.N.: 978-84-938199-7-2).
El real monasterio de monjas dominicas de San Blas del Tovar en Gárgoles de Arriba, no es el primer libro de Fernando Bermejo Batanero, uno de los más aplicados investigadores de tema histórico de la zona cifontina. Libros suyos son también Organización municipal de una capital de señorío en el siglo XVIII: la villa condal de Cifuentes (1710-1766); Constitucionalismo español y Diputación Provincial de las Guadalajara: de España a América, escrito en colaboración con Ignacio Ruiz Rodríguez, que consiguió el Premio Provincia de Guadalajara de Investigación Histórica y Etnográfica “Layna Serrano” 2013, y varios otros títulos aún inéditos, además de numerosos premios, como el “Villa de Cifuentes de la Cultura” en su modalidad de Ciencias Sociales, por la otra titulada: “El abastecimiento de trigo en la villa de Cifuentes durante el antiguo régimen: el caso concreto de la obra pía de don Diego Ladrón de Guevara”, en el año 2009, y poco después, en 2011, por “Guía y notas para la historia del Monasterio de monjas dominicas de San Blas del Tovar”, origen  del libro que comentamos.
Como señala en su prólogo José Julián Labrador, catedrático emérito de Cleveland State University, el propio título indica la estructura del libro: un monasterio real, o sea, protegido y amparado por los reyes; de monjas dominicas, puesto bajo la advocación de un santo, San Blas, ubicado en un lugar determinado, El Tovar, en Gárgoles de Arriba, mandado construir por el infante don Juan Manuel y que dejó perder el duque de Lerma, trasladando a las sororas que lo habitaban a su villa burgalesa con el fin de adquirir mayor grandeza y prestigio para su villa.
Se trataba, pues, de un monasterio que se ocupase de establecer las debidas relaciones entre lo divino y lo humano a cambio de las obligatorias primicias y limosnas que, en cualquier caso, el muerto no podría llevarse a la tumba y que, por otra parte siempre significaron prestigio social, poder y fama.
Y para ello, nada mejor que un convento cercano como el del Tovar, en Gárgoles de Arriba, y un santo con fama de taumaturgo como San Blas, en Cifuentes, del que en aquellos tiempos se sabía poco -y hoy mucho menos todavía-, en cuya vida y peripecia se mezclaba la leyenda y la tradición tratando de conformar una historia verdadera, siempre difícil de demostrar documentalmente, pero que Bermejo Batanero, siguiendo las “presunciones ciertas” que inserta Fray Pedro de Ortega en su Fundación del Insigne Convento de S. Blas de Lerma, de Religiosas de la Orden de Sto. Domingo (Burgos, 1630), que ofrece la teoría de que “los restos de San Blas se custodiaban en un templo o ermita junto al cerro donde siglos más tarde se levantó el monasterio de San Blas del Tovar”, “[…] donde yace y [allí] su cuerpo, según parece por presunciones ciertas y por muchos  milagros que faze Nuestro Señor en el dicho lugar [por lo que] creemos que es y [allí] el cuerpo del dicho San Blas”.
El cerro a que se alude en el texto anterior se encuentra cercano a una laguna que describe pormenorizadamente don Juan Manuel en el Libro de la Caza: “En este arroyo [de Çifuentes] et en las lagunas cerca de Sant Blas ay muchas ánades et parada de garças […]”, próxima a su vez a una villa romana -unos cien metros- y a la antigua vía romana que enlazaba Segontia con Segobriga, que después vendría a convertirse en parte de la “ruta de la lana”, al enlazar el centro peninsular con la zona levantina.
En fin, un santo cuyo arraigo en tierras mendocinas, aparece ampliamente documentado entre los siglos XVI y XVIII y cuyo fervor fue mantenido gracias, precisamente, a la fundación y mantenimiento de un monasterio de monjas dominicas por parte de don Juan Manuel, que de ese modo se aseguraba ciertas alianzas con el poder religioso establecido en Sigüenza a través de su obispo, por lo que dicha fundación fue acompañada de numerosas donaciones que proporcionaban sustento a las monjas allí establecidas: molinos en que los cifontinos estaban obligados a efectuar sus moliendas, batanes y tintorerías, salinas y permisos para comercializar la sal, tierras de pan llevar y viñedos, ganado, etcétera, así como multitud de donaciones por parte de la nobleza, como una renta perpetua de treinta ducados anuales firmado por doña Blanca de la Cerda, mujer de Fernando de Silva, conde de Cifuentes.
La vida monacal también tiene gran interés y, aunque no existen datos concretos acerca de su desarrollo en este convento gargoleño, Bermejo Batanero recurre a otros monacatos de la misma orden y en igual fecha, como el de Lerma, para describirla paso a paso.
Posteriormente, el habilidoso y corrupto duque de Lerma, en nombre propio y en el de Felipe III, comprendiendo la importancia política que iba adquiriendo la Orden de Predicadores, aliándose con fray José González y aprovechando -según la normativa dictada por el concilio de Trento- que los monasterios y conventos no debían estar fuera de las villas y ciudades, decide trasladar la congregación cifontina hasta su villa de Lerma, naciendo así el nuevo monasterio de San Blas, cuyo traslado documenta Bermejo Batanero con gran profusión de datos.
El capítulo tercero viene a ser una continuación del primero, centrados ambos en la figura de San Blas (de Oreto o de Cifuentes) y en su devoción en las tierras alcarreñas. El lector puede encontrar en este apartado los milagros más destacados y llamativos del santo, como el del sueño duradero de las jóvenes de Val de San García, que también recogen los Aumentos a las Relaciones Topográficas de Felipe II y que en alguna ocasión hemos comparado con el sueño o visión beatífica de San Virila -que siendo abad de Leyre se paró a escuchar el canto de un pajarillo y cuando volvió al convento no lo reconocieron porque habían pasado más de mil años-. Otros milagros, atribuidos por la tradición popular, que recoge Bermejo Batanero son el de la resurrección de un niño de Salmerón, hijo de Pedro Falcón; el del “Cristo del Pozo”, el de los tres soles (considerado como un fenómeno meteorológico) y los de las reliquias de la Cueva del Beato San Blas, cuyos relatos e informaciones pertinentes ofrece en los numerosos apéndices que completan el libro (páginas 145-203) a través de dieciséis documentos que van colocados cronológicamente desde 1325, hasta 1995.
Finalmente, el cuarto capítulo consiste en un pormenorizado estudio del púlpito gótico y alabastrino, de los años setenta del siglo XV que, procedente del monasterio del Tovar, se conserva como la auténtica joya que es, en la iglesia del Salvador de Cifuentes. Los estudiosos de la heráldica disfrutarán con este apartado.
Una extensa y selecta bibliografía, así como la relación de los archivos y fuentes utilizadas completan el libro en el que, además, se incluye una “Imagen y canción popular de veneración a San Blas en Gárgoles de Arriba”.
Un libro muy interesante, que bien pudiera servir como ejemplo a seguir por los escritores de historias locales, en el que el lector puede encontrar desde los datos documentales más fiables, hasta las leyendas más tradicionales y populares, que le confieren un importante valor etnográfico, plagado de anexos y anotado más que suficientemente a pie de página. Un libro que merece la pena una lectura detenida.

José Ramón López de los Mozos

viernes, 14 de noviembre de 2014

Personajes ilustres de Atienza

GISMERA VELASCO, Tomás, Atienza a través de sus personajes, Madrid, Ed. Asociación Sibilas de Atienza, 2014, 124 pp.

Tomás Gismera ha escrito un libro muy interesante. Un libro especial por su contenido, ya que trata de aquellas gentes que a lo largo de la Historia de Atienza han ido transformando la villa con sus quehaceres vitales.
Como podrá comprobar el lector, unos personajes son más conocidos que otros, aunque casi todos serán totalmente desconocidos para la mayoría, y ahí, precisamente, reside el interés de este libro.
Unos nacieron y pasaron por la vida anónimamente. Bastante tuvieron con vivir su vida, si además, por circunstancias socio-políticas concretas les tocó un momento difícil, de guerras, pestes o miserias...
Otros nacieron tal vez en los mismos momentos y, por ánimo, riquezas o compromisos sociales y honoríficos, tuvieron que desempeñar cargos en los que despuntaron, pero a los que después la historia, la que se escribe con hache mayúscula, ha tenido a bien considerar como de “menor importancia” o, como si dijéramos, “de segunda fila”, segundones.
Algunos más, muy pocos, destacaron por encima de los anteriores y figuran en los anales de la historia con mayúscula.
Es de estos últimos de los que habla el presente libro en su mayor parte, de gentes que por lo general nacieron en Atienza y que dejaron su huella a través de sus libros,  dedicaron  su esfuerzo a promocionar el pueblo que les vio nacer, contribuyeron a conservar y extender los límites de un reino ayudando a su señor natural, y creyeron en una idea y la defendieron por encima de todo con el fin de hacer una villa atencina más próspera.
Su autor, el autor del libro, recuerda que no están todos los que fueron, aunque probablemente, con el paso del tiempo aparecerán nuevos nombres que añadir a la presente nómina, y los que están han sido elegidos al azar y sus biografías se verán revisadas y, en su caso, ampliadas en  próximas ediciones.
Y añade más, que podría haber ampliado esa lista con nombres de quienes no habiendo nacido en Atienza la han dado a conocer ampliamente y han estudiado su historia, su arte y sus costumbres. Nombres como los del doctor Francisco Layna Serrano, el poeta José Antonio Ochaíta, biografiados por el propio Gismera, el periodista Luis Carandell o el fotógrafo Santiago Bernal, entre otros, además, claro está, de Isabel Muñoz Caravaca y su hijo Jorge, cuya peripecia vital fue estudiada con minuciosidad y posteriormente publicada por el doctor Juan Pablo Calero Delso, o el sacerdote Julio de la Llana Hernández, cuya trayectoria fue dada a conocer exhaustivamente por Jesús de la Vega García.
En fin, son: “biografías trazadas con la pluma que sale del corazón en la mayoría de los casos. Arrancadas igualmente a las páginas de los libros de la historia,  y hechas recuerdo y emoción en las calles de Atienza, y para la memoria siempre viva de Atienza”, personajes que en muchos casos no sabíamos que fueran atencinos, protagonistas de historias “a veces tristes”, que no deben quedar en el olvido y de las que debemos aprender, al menos lo bueno, de lo que nos legaron.
Tomás Gismera, que ya nos había adelantado algunas notas biográficas de los más significativos nombres que aparecen en su libro, a través de las páginas de la estupenda revista mensual Atienza de los Juglares, divide a los personajes -treinta y uno “Y muchos más...” en total- en seis grupos cronológicos distribuidos entre la Atienza medieval; la Atienza de los Bravo de Laguna -fundamentalmente el siglo XV-; la Atienza del Siglo de Oro -siglos XVI y XVII-; Atienza en el siglo XVIII -de los Elgueta a los Beladíez-; Atienza entre dos siglos, y Atienza, siglo XX, a los que precede una breve introducción acerca de la época y cómo ésta se vivió en Atienza y sus pueblos circunvecinos, a través de la que el lector puede hacerse una idea más completa del personaje de que se trate en cada ocasión.
Entre los de época medieval menciona a un Gonzalo Ruiz de Atienza, el hombre del rey, especie de privado, que acompañó a Fernando III en la conquista de Sevilla, de “particular memoria” en Elogios de los Conquistadores de Sevilla, de Argote de Molina, siglo XVI, donde se dice acerca de Gonzalo Ruiz de Atienza que era “uno de los principales caballeros de aquel tiempo y de quien el rey hizo mayores confianzas, fue por su embajada al infante don Felipe y a los ricos homes del reino que estaban desavenidos del rey en el reino de Granada, y así mismo por embajador al rey moro...”.
Igualmente dedica algunas páginas a Aparicio de Atienza, obispo de Albarracín a finales del siglo XIII y a Francisco de Atienza, que fue elegido abad de San Zoilo de Carrión el 5 de noviembre de 1524.
Especial interés tiene fray Juan de Ortega Maluenda, que después de ostentar numerosos cargos entre los jerónimos, dejó la duda -todavía no resuelta con claridad- de haber sido el autor del famoso Lazarillo de Tormes.
Tres personajes completan el apartado destinado a la Atienza de los Bravo de Laguna: Juan Bravo, que luchó al frente de los Comuneros; Luisa de Medrano, la primera mujer catedrático no sólo de España o de Europa, sino de todo el orbe, que ejerció en la Universidad de Salamanca, a comienzos del siglo XVI, grandemente ensalzada por Lucio Marineo Sículo, y Catalina de Medrano, que tantas obras mandó realizar en la iglesia de San Francisco.
Sin duda la figura más conocida es la del Comunero Juan Bravo, al que tras su ejecución en Villalar, le fueron confiscados todos sus bienes, entre los que había algunas propiedades en Atienza, así como unos pozos de sal que le rentaban quinientos ducados y reclamó el obispo de Oviedo. El padre Luis Fernández Martín, en su libro Juan Bravo (Segovia, 1961), realiza un magistral estudio genealógico de nuestro personaje y aporta suficientes pruebas como para dejar aclarado su nacimiento en Atienza en 1484, en el propio castillo, pues la casona que actualmente se conserva en la plaza de abajo fue levantada por sus parientes hacia 1568.
Gismera da a conocer tres figuras más en el apartado dedicado al Siglo de Oro. Se trata de Francisco de Segura, hombre de espada y pluma que se codeó con los más importantes ingenios, Cervantes, Quevedo, Lope, de quien se piensa que debió tener “algo que ver” en la autoría del apócrifo quijote de Avellaneda y ampliamente conocido en el mundo de la investigación literaria; el retablista Diego de Mayoral y Torija, que aprendió del seguntino Diego del Castillo y fue uno de los más afamados de la comarca atencina, siendo el autor del retablo mayor de la iglesia de la Santísima Trinidad de Atienza; de dos colaterales en la parroquia de Galve de Sorbe; parte del mayor de San Juan del Mercado, también de Atienza; además de otros muchos trabajos en Barbatona, Querencia, Fuentegelmes, etcétera, y Ana Hernando, cerera en palacio, que dejó suficiente caudal como para construir en Atienza un hospital bajo la advocación de Santa Ana.
En el siglo XVIII incluye dos de las sagas más influyentes en el Atienza del momento: la de los Elgueta Vigil y la de los Beladíez, sin olvidar a don Juan José Arias de Saavedra y Verdugo de Oquendo, más conocido como el “padre” de Gaspar Melchor de Jovellanos, y la figura del obispo Antolín García Lozano.
Del primer grupo familiar ofrece datos de cuatro hermanos: Pedro Miguel, licenciado en Derecho, que fuera  Administrador Real de la Salinas de Atienza, formadas a la sazón por Imón y La Olmeda; Antonio, que pasó la mayor parte de su vida en Murcia, donde desempeñó el cargo de Secretario del Secreto de la Inquisición, gran mecenas de las artes, especialmente de la Arquitectura, -que fue quien incitó a la familia Salzillo a establecerse en Murcia, donde fue protector de Nicolás, padre el escultor-, pero al que se conoce antes que nada por haber sido el autor de La cartilla de la agricultura de las moreras (Madrid, 1761); Baltasar, que fue Intendente Real, y José, destacado -al igual que Baltasar- en la Guerra de Sucesión, como consta en su hoja de servicios, y único de los hermanos que aspiró a ocupar algunos corregimientos de las nuevas ciudades chilenas.
Del segundo, los Beladíez, naturales de Miedes, menciona a José María, que tanto tuvo que tan importante papel jugó durante la Guerra de la Independencia como miembro de la Junta y Diputación de Guadalajara, y Joaquín María, hermano del anterior, riquísimo poseedor de ganados finos trashumantes y Administrador Tesorero de Consolidación de Guadalajara, destacado durante el mismo conflicto bélico, son muchos los datos que aporta Gismera en su libro.
El quinto capítulo, Atienza entre dos siglos, recoge las peripecias vitales de Baltasar Carrillo Manrique, uno de los personajes más influyentes política y socialmente en la Atienza de finales del siglo XVIII hasta su fallecimiento en 1843; Francisco Briones Cardeña, doctor en Derecho y liberal conservador, que, con la llegada del régimen democrático, tras la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868, dio fin a su carrera política, profundamente caciquil; Dionisio Rodríguez Chicharro, desconocido historiador que dedicó gran parte de su vida a ir recopilando datos sobre numerosos pueblos de la provincia, especialmente de aquellos que tuvieron algo que ver con el Común de Villa y Tierra de Atienza, centrándose en los que posteriormente pasaron a los señoríos mendocinos y fue autor de una concienzuda Relación Historial de la Villa de Atienza, complementaria de su Historia de Miedes, una Memoria de Hiendelaencina, Noticias de la villa de Hijes, Notas acerca de la ejecutoria de nobleza de los Álvarez, Culto en Torija a Nuestra Señora de Sopetrán, Memorial a favor del Conde de Aguilar, así como de un Resumen de la riqueza imponible de la provincia de Guadalajara en 1852, además de constante colaborador de don Juan Catalina García López, a quien envió números datos para sus escritos; el médico Pedro Solís Grepi, que junto a Eduardo Contreras de Diego, fundaría el Casino de Sociedad de Atienza y daría a la luz pública la revista Atienza Ilustrada.
Quizá más conocidos -por más cercanas en el tiempo- sean las figuras que recoge en el apartado destinado al siglo XX: Bruno Pascual Ruipérez, Diputado y Senador nacional, Decano del Colegio de Notarios de Madrid; Antonio Pascual Ruilópez, pionero de la viticultura; Francisca Pascual Ruilópez, “Doña Paquita”, madrina del somatén atencino y gran benefactora de la villa; el alcalde Doroteo Cabellos Esteban; Gil Ruiz Domínguez, víctima de la barbarie nazi en Mauthausen; el maestro Teodoro Romanillos Chicharro, fundador en 1925 de El Magisterio Arriacense y gran defensor de los derechos de los maestros; Julio Ortega Galindo, el genio de Deusto, Catedrático de Geografía e Historia en el Instituto de Enseñanza Media de Bilbao y de Historia del Derecho y Geografía Económica de la Universidad de Deusto y prolífico autor; Juan Francisco Marina Encabo, “El hombre del Cid”, abogado que llevó la causa de Vivar del Cid a la hora de recuperar el manuscrito del Poema del Cid, entre otras muchas cosas, y muchos más… ya que la nómina de atencinos destacados es muy amplia.
Concluye el libro con un poema de Carmina Casala, poetisa nacida en Atienza, titulado “Al pueblo que amo”, una bella fotografía y el reconocimiento -por parte de la Asociación Sibilas de Atienza- como Juglar de Atienza a Tomás Gismera Velasco, autor del maravilloso libro que acabamos de comentar.


miércoles, 12 de noviembre de 2014

Los Celtíberos en Molina

Cerdeño, María Luisa; Sagardoy, Teresa; Chordá, Marta: “Los Celtíberos en Molina de Aragón. Los pueblos prerromanos de la meseta oriental”.  Asociación de Amigos del Museo Comarcal de Molina de Aragón. Madrid, 2013. 21 x 25,5 cms. 162 págs. Encuadernación en cartoné. Ilustraciones a color. Muchos mapas. ISSN 1889-3643. PVP: 20 €

La profesionalidad de las autoras garantiza esta obra, que se constituye en la mejor obra de referencia que hasta ahora se ha publicado sobre el pueblo celtíbero en el área de la derecha del Ebro, y más concretamente en las altas parameras de la actual comarca (antaño Señorío) de Molina de Aragón.
Tal como dice en su presentación don Juan Manuel Monasterio, coordinador del Museo Comarcal de Molina de Aragón, y persona que dedica todo su empuje al rescate de la memoria arqueológica de esta remota zona de  la España profunda, el libro destaca por su rigurosidad, presentación didáctica y amenidad.
Un Prólogo del profesor Burillo Mozota, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza, pone en valor la obra, que es una aportación rigurosa y a la vez divulgativa sobre ese apasionante periodo, esa sociedad y esas huellas de lo que conocemos como Celtiberia, y que algunos quieren considerar como la esencia de España, la raza antigua y genuina de la “piel de toro”. En Molina de Aragón asentó esta “cultura” con toda su pureza, y lo que hoy podemos encontrar como remotos restos, aún nos impresiona y nos plantea nuevas incógnitas.
Un repaso al Índice nos permite saber de qué va esta obra: Quienes fueron los Celtas, quienes los Celtíberos y cuales fueron sus puntos comunes y sus divergencias. A través de los yacimientos arqueológicos, conocidos y estudiados desde principios del siglo XX, en la comarca molinesa, se ha podido establecer con precisión su forma de vida, sus costumbres, organización social, ritos funerarios, creencias, lenguaje y su acabamiento final al ser asimilados, aunque muy lentamente, por la cultura proveniente de Roma.
Esos yacimientos, para los que las autoras piden no sólo trabajo de excavación más exhaustivo, sino sobre todo una puesta en valor, y una posibilidad de ser mostrados al público de forma abierta y comprensible, nos van a ir proporcionando datos que se exponen en los siguientes capítulos. Y así encontramos todo lo que se sabe sobre “La vida cotidiana de los celtíberos”, sobre “Las costumbres funerarias”, sobre “La religión celtibérica”, sobre “La organización social y política”, y sobre “La lengua y la escritura celtibéricas”, capítulo este en que las autoras aportan datos novedosos, y nos aclaran muchas circunstancias acerca del origen indoeuropeo de la lengua celtíbera, de sus signos de escritura, del uso de las palabras, los signos y las frases, etc. Un final aporte acerca de “La llegada de Roma” y “El patrimonio cultural celtibérico” cierra y completa esta obra en la que se añade el aporte bibliográfico correspondiente y los índices ajustados de su contenido.
Quizás sea lo más importante de esta obra la capacidad de sintetizar y estructurar en capítulos y apartados concretos todo el inmenso saber que ya existe acerca del pueblo Celtíbero. Los planos clarificadores, los esquemas, los cientos de fotografías de piezas, explicadas y clasificadas por tipos… todo colabora a hacer de esta obra un elemento imprescindible para entender el mundo prerromano en las tierras de Molina y la cultura celtibérica y su forma de vivir en el contexto general que este pueblo ocupó en la Península Ibérica.
Es de agradecer la dedicación que la Asociación de Amigos del Museo Comarcal de Molina de Aragón, siempre con el empuje incansable de su coordinador don Juan Manuel Monasterio, ponen en la divulgación de la Historia Antigua y la Prehistoria, en esta amplia comarca de nuestra tierra castellana. La información veraz y asequible es la mejor forma de conseguir que el ambiente cultural cuaje definitivamente y nos permita so nolo conocer, sino amar y respetar nuestro legado patrimonial. El libro de las profesoras Cerdeño, Sagardoy y Chordá es uno de esos elementos que lo consiguen plenamente.


A.H.C.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Monumental estudio sobre el patrimonio desaparecido


Fernández Pardo, Francisco: “Dispersión y destrucción del patrimonio artístico español”. Tomo VI. Edición del autor. Madrid, 2014. 904 págs., 800 grabados, muchos en color. Tamaño 22 x 30 cms. Encuadernación en tapa dura. Gran lujo. ISBN 978-7392-780-2. PVP: 88,40 €.

Todavía me tiemblan las manos, desde que terminé de pasar la última página de este libro, considerando con asombro lo que en él se contiene. Una información detallada, meticulosa, y muy abundante, acerca de una increíble variedad de temas referentes al expolio del patrimonio artístico español a lo largo de los siglos, y muy especialmente en los últimos cien años.
Sin palabras me he quedado para poder calificar este libro. Bastaría, para transmitir levemente el mensaje que contiene, copiar los títulos de los 37 capítulos que en él aparecen, aparentemente independientes unos de otros, con temas específicos, pero todos enlazados por el tema común. Por citar algunos, que pueden dar idea del volumen de información y de los derroteros que alcanza la obra: “La piqueta municipal contra fuentes, rollos, molinos, teatros comercios…”, o “La implicación de España en el expolio nazi”, sin olvidar “Los expolios arqueológicos en España” o “Los tristes designios del tesoro bibliográfico y documental”. Cada uno de sus capítulos es por sí mismo una enciclopedia de datos, de noticias, de valoraciones y de imágenes.
Por dar idea de qué va, a pesar de su variada temática, conviene quizás empezar por el artículo dedicado a las que considera Fernández Pardo “Cuatro ciudades degradadas: Cuenca, Almería, Murcia y Málaga”. Cuando pensamos que en Guadalajara se han hecho, a lo largo de los últimos cien años, un cúmulo de despropósitos difíciles de resumir aquí, el asombro se nos dispara al ver lo que se ha cometido en otras, en esas ciudades españolas a las que F. Pardo considera el ejemplo más relevante de la destrucción patrimonial. Hay trabajos dedicados a “Los atentados contra las casas blasonadas” y en la responsabilidad de tantos destrozos no perdona a nadie, desde los ayuntamientos, los ministerios de Fomento, Cultura y demás… a la propia Iglesia Católica, que sale mal parada en el trabajo titulado “Las funestas consecuencias del Concilio Vaticano” o en este otro dedicado a “La Iglesia, el Estado y los impostores del arte”.
La dedicación del profesor Francisco Fernández Pardo (Logroño, 1937) al estudio de este tema tan variopinto, pero que hiere a la raíz de la nación y de sus individuos, lleva ya 30 años de militancia casi exclusiva. Doctor en Filosofía y Letras, psicólogo, académico de la Real de Bellas Artes de Cataluña, profesor de Historia y de Historia del Arte en Institutos y Universidades, Fernández Pardo es hoy reconocido como la máxima autoridad en España de los análisis del expolio artístico español. Son tan grandes, tan numerosas y tan escandalosas las historias que conoce, que revela en sus libros y que expone en sus conferencias, que muchas veces han rayado en lo que hoy se denomina “incorrección política”, pero que no hacen sino exponer con crudeza los atentados que nuestra herencia cultural y artística han sufrido por parte de una sociedad ajena a las valoraciones culturales del patrimonio, y atentas casi siempre al enriquecimiento y a la vanidad de quienes dirigen las instituciones.

El autor completa con este sexto tomo su gran obra que totaliza las 4.000 páginas, y que en los cinco libros anteriores, con el mismo título, y actualmente agotados en librerías e imposibles de encontrar si no es en Bibliotecas, aborda de forma metódica y por épocas la “dispersión y destrucción” del patrimonio hispano. En este libro, absolutamente recomendable para quienes se interesan por la integridad y recuperación de monumentos, documentos y piezas clave de nuestra esencia social, Fernández Pardo toca en esos 37 capítulos los temas intemporales y puntuales del tráfico patrimonial, su destrucción, su abandono y en algunos casos su afortunada recuperación y restauración. Hay de todo.

A.H.C.