viernes, 21 de noviembre de 2014

El convento dominico de Cifuentes

BERMEJO BATANERO, Fernando, El real monasterio de monjas dominicas de San Blas del Tovar en Gárgoles de Arriba, Guadalajara, Ediciones Bornova A.T.C. S.L., 2012, 216 pp., prólogo de José Julián Labrador Herraiz. (I.S.B.N.: 978-84-938199-7-2).
El real monasterio de monjas dominicas de San Blas del Tovar en Gárgoles de Arriba, no es el primer libro de Fernando Bermejo Batanero, uno de los más aplicados investigadores de tema histórico de la zona cifontina. Libros suyos son también Organización municipal de una capital de señorío en el siglo XVIII: la villa condal de Cifuentes (1710-1766); Constitucionalismo español y Diputación Provincial de las Guadalajara: de España a América, escrito en colaboración con Ignacio Ruiz Rodríguez, que consiguió el Premio Provincia de Guadalajara de Investigación Histórica y Etnográfica “Layna Serrano” 2013, y varios otros títulos aún inéditos, además de numerosos premios, como el “Villa de Cifuentes de la Cultura” en su modalidad de Ciencias Sociales, por la otra titulada: “El abastecimiento de trigo en la villa de Cifuentes durante el antiguo régimen: el caso concreto de la obra pía de don Diego Ladrón de Guevara”, en el año 2009, y poco después, en 2011, por “Guía y notas para la historia del Monasterio de monjas dominicas de San Blas del Tovar”, origen  del libro que comentamos.
Como señala en su prólogo José Julián Labrador, catedrático emérito de Cleveland State University, el propio título indica la estructura del libro: un monasterio real, o sea, protegido y amparado por los reyes; de monjas dominicas, puesto bajo la advocación de un santo, San Blas, ubicado en un lugar determinado, El Tovar, en Gárgoles de Arriba, mandado construir por el infante don Juan Manuel y que dejó perder el duque de Lerma, trasladando a las sororas que lo habitaban a su villa burgalesa con el fin de adquirir mayor grandeza y prestigio para su villa.
Se trataba, pues, de un monasterio que se ocupase de establecer las debidas relaciones entre lo divino y lo humano a cambio de las obligatorias primicias y limosnas que, en cualquier caso, el muerto no podría llevarse a la tumba y que, por otra parte siempre significaron prestigio social, poder y fama.
Y para ello, nada mejor que un convento cercano como el del Tovar, en Gárgoles de Arriba, y un santo con fama de taumaturgo como San Blas, en Cifuentes, del que en aquellos tiempos se sabía poco -y hoy mucho menos todavía-, en cuya vida y peripecia se mezclaba la leyenda y la tradición tratando de conformar una historia verdadera, siempre difícil de demostrar documentalmente, pero que Bermejo Batanero, siguiendo las “presunciones ciertas” que inserta Fray Pedro de Ortega en su Fundación del Insigne Convento de S. Blas de Lerma, de Religiosas de la Orden de Sto. Domingo (Burgos, 1630), que ofrece la teoría de que “los restos de San Blas se custodiaban en un templo o ermita junto al cerro donde siglos más tarde se levantó el monasterio de San Blas del Tovar”, “[…] donde yace y [allí] su cuerpo, según parece por presunciones ciertas y por muchos  milagros que faze Nuestro Señor en el dicho lugar [por lo que] creemos que es y [allí] el cuerpo del dicho San Blas”.
El cerro a que se alude en el texto anterior se encuentra cercano a una laguna que describe pormenorizadamente don Juan Manuel en el Libro de la Caza: “En este arroyo [de Çifuentes] et en las lagunas cerca de Sant Blas ay muchas ánades et parada de garças […]”, próxima a su vez a una villa romana -unos cien metros- y a la antigua vía romana que enlazaba Segontia con Segobriga, que después vendría a convertirse en parte de la “ruta de la lana”, al enlazar el centro peninsular con la zona levantina.
En fin, un santo cuyo arraigo en tierras mendocinas, aparece ampliamente documentado entre los siglos XVI y XVIII y cuyo fervor fue mantenido gracias, precisamente, a la fundación y mantenimiento de un monasterio de monjas dominicas por parte de don Juan Manuel, que de ese modo se aseguraba ciertas alianzas con el poder religioso establecido en Sigüenza a través de su obispo, por lo que dicha fundación fue acompañada de numerosas donaciones que proporcionaban sustento a las monjas allí establecidas: molinos en que los cifontinos estaban obligados a efectuar sus moliendas, batanes y tintorerías, salinas y permisos para comercializar la sal, tierras de pan llevar y viñedos, ganado, etcétera, así como multitud de donaciones por parte de la nobleza, como una renta perpetua de treinta ducados anuales firmado por doña Blanca de la Cerda, mujer de Fernando de Silva, conde de Cifuentes.
La vida monacal también tiene gran interés y, aunque no existen datos concretos acerca de su desarrollo en este convento gargoleño, Bermejo Batanero recurre a otros monacatos de la misma orden y en igual fecha, como el de Lerma, para describirla paso a paso.
Posteriormente, el habilidoso y corrupto duque de Lerma, en nombre propio y en el de Felipe III, comprendiendo la importancia política que iba adquiriendo la Orden de Predicadores, aliándose con fray José González y aprovechando -según la normativa dictada por el concilio de Trento- que los monasterios y conventos no debían estar fuera de las villas y ciudades, decide trasladar la congregación cifontina hasta su villa de Lerma, naciendo así el nuevo monasterio de San Blas, cuyo traslado documenta Bermejo Batanero con gran profusión de datos.
El capítulo tercero viene a ser una continuación del primero, centrados ambos en la figura de San Blas (de Oreto o de Cifuentes) y en su devoción en las tierras alcarreñas. El lector puede encontrar en este apartado los milagros más destacados y llamativos del santo, como el del sueño duradero de las jóvenes de Val de San García, que también recogen los Aumentos a las Relaciones Topográficas de Felipe II y que en alguna ocasión hemos comparado con el sueño o visión beatífica de San Virila -que siendo abad de Leyre se paró a escuchar el canto de un pajarillo y cuando volvió al convento no lo reconocieron porque habían pasado más de mil años-. Otros milagros, atribuidos por la tradición popular, que recoge Bermejo Batanero son el de la resurrección de un niño de Salmerón, hijo de Pedro Falcón; el del “Cristo del Pozo”, el de los tres soles (considerado como un fenómeno meteorológico) y los de las reliquias de la Cueva del Beato San Blas, cuyos relatos e informaciones pertinentes ofrece en los numerosos apéndices que completan el libro (páginas 145-203) a través de dieciséis documentos que van colocados cronológicamente desde 1325, hasta 1995.
Finalmente, el cuarto capítulo consiste en un pormenorizado estudio del púlpito gótico y alabastrino, de los años setenta del siglo XV que, procedente del monasterio del Tovar, se conserva como la auténtica joya que es, en la iglesia del Salvador de Cifuentes. Los estudiosos de la heráldica disfrutarán con este apartado.
Una extensa y selecta bibliografía, así como la relación de los archivos y fuentes utilizadas completan el libro en el que, además, se incluye una “Imagen y canción popular de veneración a San Blas en Gárgoles de Arriba”.
Un libro muy interesante, que bien pudiera servir como ejemplo a seguir por los escritores de historias locales, en el que el lector puede encontrar desde los datos documentales más fiables, hasta las leyendas más tradicionales y populares, que le confieren un importante valor etnográfico, plagado de anexos y anotado más que suficientemente a pie de página. Un libro que merece la pena una lectura detenida.

José Ramón López de los Mozos

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