MARTÍN-SALAS VALLADARES, Ignacio, Alfarería en la provincia de Guadalajara
(Colección Ignacio Martín-Salas Valladares), Ciudad Real, Patronato
Municipal de Cultura de Alcázar de San Juan, 2011, 20 pp. (Fotografías en color
de Antonio Martínez Meco).
Este breve opúsculo sirvió de catálogo a la
exposición que sobre “Alfarería en la provincia de Guadalajara” perteneciente a
la colección de Ignacio Martín-Salas Valladares, -uno de los coleccionistas más
importantes de Castilla-La Mancha-, se celebró de los días 10 de noviembre de
2011 al 20 de enero de 2012 en el Museo de Alfarería de La Mancha, en Alcázar
de San Juan (Ciudad Real).
A pesar de su brevedad, consideramos que se trata un
trabajo importante por la calidad de las fotografías que contiene, así como por
el profundo conocimiento que el coleccionista posee acerca de los alfares de la
provincia de Guadalajara.
Las piezas que figuran fotografiadas en el catálogo
son las siguientes: jarra (Sigüenza), cántaro (Lupiana), tarro de ordeño
(Sigüenza), cántaro, (Hiendelaencina) que no Hien de la Encina -como por error
figura al pie-, olla (Zarzuela [de Jadraque]), cántaro (Sigüenza), tarro de
ordeño (Sigüenza), olla (Sigüenza), cantarilla (Molina de Aragón), botilla (sic) (Zarzuela de Jadraque), cántaro
(Molina de Aragón), botija (Málaga del Fresno), botija (Lupiana), botijo
(Zarzuela de Jadraque), botija (Cogolludo), cántaro (Cogolludo), rueda baja
masculina [torno] (Zarzuela de Jadraque), cantarilla (Hiendelaencina), cántaro
de aceite (Sigüenza) y botilla (Málaga del Fresno).
Un total de diecinueve piezas (más el torno o rueda
de Zarzuela de Jadraque), que por sí mismas ya merecen la pena, puesto que
fueron realizadas en alfares establecidos en siete poblaciones que, por imperativos
económicos y debido a los cambios sufridos por la forma de vida rural, dejaron
de existir a partir de los años sesenta del pasado siglo, por lo que, diez años
más tarde, Guadalajara era ya una provincia sin alfares.
M.ª Jesús Pelayo García, concejala de Patrimonio y
Turismo del Ayuntamiento y presidenta del Patronato Municipal de Cultura de
Alcázar de San Juan, señala algunos aspectos con los que coincidimos
plenamente:
“Resulta sorprendente para
el neófito, descubrir las sutilezas en las diferentes formas, las decoraciones
o las aplicaciones en las piezas. Vasijas, cántaros, botijos y botijas, ollas,
tarros de ordeño y otras, se adscriben a cada alfarero por estas sutilezas. Aun
siendo claramente artesanía utilitaria, cada pieza mantiene las características
del trabajo de autor.”
El texto del catálogo, titulado “La alfarería en la
provincia de Guadalajara” ocupa poco más de cinco páginas e incide, desde el
primer momento, en algo tan importante como el hecho de considerar que la
evolución de las artesanías populares fue diferente al de otras provincias
castellanas, al estar marcado por un “desabastecimiento histórico” que provocó
su adaptación a la realidad agraria de cada una de sus comarcas naturales
-Campiña, Sierra, Señorío de Molina y la gran comarca provincial: La Alcarria-:
muchos núcleos de población, diminutos y dispersos, malas vías de comunicación
y la falta de mercados competitivos, aspectos que contribuyeron a que las
producciones alfareras pudieran salir a otras provincias limítrofes, puesto que
sucedió todo lo contrario al ser otros centros alfareros los que introdujeron
sus producciones en el mundo rural de Guadalajara: Priego y Mota del Cuervo
desde Cuenca, Camporreal y Alcorcón desde Madrid, Tajueco desde Soria, y otros
como los aragoneses de Alhama de Aragón y Villafeliche.
Este hecho tuvo lugar, principalmente, una vez
terminada la Guerra Civil, puesto que gran parte de los centros alfareros de
Guadalajara desaparecieron en gran medida por estar implantados en poblaciones
situadas en el frente bélico.
La llegada de artesanos foráneos influyó
indudablemente en las posteriores producciones alfareras de la provincia de
Guadalajara.
Por otra parte, según señala Ignacio Martín-Salas,
la mayor parte de las piezas que salían de los alfares de Guadalajara eran
demasiado pesadas y toscas, -con un torneado poco homogéneo que hacía demasiado
fuerte y pesada su parte inferior (base), al tiempo que la superior (boca)
quedaba debilitada por el exceso de adelgazamiento de sus paredes-, es decir,
la proporción entre el peso y la capacidad de las vasijas no era la adecuada.
Son muchos los datos que aparecen a lo largo de tan
breve texto, pero datos que clarifican y hacen que las formas alfareras de
Guadalajara puedan ser mejor conocidas.
Los datos acerca de la entrada de la ollería de
Alcorcón está bien documentada desde antiguo y se sabe que su influencia llegó
hasta las producciones de Cifuentes, Cogolludo y Lupiana, entre otras. De ahí
que a la hora de proceder al estudio de la alfarería de Guadalajara haya que
tener en cuenta la desconexión existente entre la que se destinaba al agua
(cantarería), más autóctona, y la ollería, casi siempre de procedencia
exterior.
Poco a poco el autor del texto va llamando la
atención del lector sobre cada uno de los siete centros alfareros que recoge.
El seguntino posiblemente fue el mayor de la provincia, correspondiendo su
mayor esplendor a finales del siglo XVIII. En Sigüenza se realizaron numerosas
tipologías, algunas claramente pastoriles.
La tinajería gozó de gran importancia en la Alcarria
-Alta y Baja-, gracias al cultivo de la vid y la elaboración del vino en
tinajas, que solían hacerse en Cifuentes hasta la llegada de otras de mayor
tamaño provenientes de Colmenar de Oreja y Santorcaz (Madrid), aunque además
se produjeron otros tipos alfareros y tejeros.
Por el contrario, el aislamiento, la escasa
comercialización y la falta de mercados competitivos hicieron que algunas
formas se conservasen durante mucho tiempo, manteniendo sin alteración sus
procedimientos y técnicas de elaboración. Tal es el caso de Zarzuela de
Jadraque (antes llamada de las Ollas), de donde procede la rueda baja masculina
-de gran diámetro y eje corto, semejante a las de Faro (Asturias) y a otras
actualmente en uso en Nepal y en el Norte de la India- que se expuso y que
figura en una de las fotografías del presente catálogo. Conocemos la existencia
de los alfares de Zarzuela de Jadraque en el siglo XVI a través de las
contestaciones a las Relaciones
Topográficas de Felipe II, en las que se dice: “[sus habitantes] viven de
su poca labranza y de hacer algunas ollas”. Sus producciones, nunca vidriadas,
se mantuvieron inalterables hasta comienzos del siglo XX en que se comenzaron a
realizar botijos de tipología levantina, hasta entonces desconocida, lo que
produjo su tosca solución al cerramiento superior.
Llama la atención en las piezas alfareras de
Zarzuela el uso de los denominados “pinches”, que no son más que las marcas de
cada alfarero, cara al posterior reconocimiento de sus piezas, dada la
utilización de hornos comunales. Lo que vendría a ser algo semejante a las
“marcas” del pan que cada mujer “pintaba” en los suyos para reconocerlos una
vez salían de horno.
Anguita y Lupiana fueron alfares de nueva creación.
En 1860 un alfarero toledano se asentó en Lupiana, dejando su impronta en las
primeras piezas realizadas que, poco a poco fueron convirtiéndose en más
pesadas, aunque conservando algunas características anteriores: la pegadura
digitada del asa y su sección facetada, así como las molduras próximas a la
boca.
El caso de Anguita es similar, y nació tras la
contratación en 1890 de un alfarero procedente de Priego, aunque su obra se
centró en la elaboración de cántaros.
La producción de Cogolludo, que también se dedicó
fundamentalmente a la producción de cántaros, duró hasta el siglo XX, aunque
también se hizo ollería a imitación de la de Alcorcón y, ya en su último
periodo, masivamente, tarros para miel, en clara competencia con los de
Camporreal.
Las piezas surgidas de los centros alfareros de
Hiendelaencina y Cogolludo son actualmente difíciles de diferenciar, debido a
la influencia que sobre los primeros ejerció un alfarero de Cogolludo que se
asentó en “las minas” a comienzos del siglo XX.
Sin embargo, los centros de Molina de Aragón y
Málaga del Fresno “son los que más difieren de las características generales
que enmarcan la obra de esta provincia, teniendo sus tipologías muchos lazos en
común con sus regiones limítrofes”, siendo la alfarería de la segunda de las
poblaciones citadas la que presenta un acabado más cuidado, además de un mayor
abanico de producciones y tipologías, coincidiendo en todo con la de los
centros alfareros de Camporreal, Villarejo de Salvanés y Alcalá de Henares.
No quisiéramos finalizar este comentario sin
trasladar el último párrafo del artículo escrito en el catálogo por el
propietario de las piezas que se expusieron:
“Tras este breve viaje por
la alfarería alcarreña, una vez más entendemos que nada fue fruto del azar,
sino de la síntesis de una realidad inexorable, sin alternativas. Como si se
tratase de un compromiso, los alfareros siguieron insistiendo en las mismas
formas y las mismas decoraciones. Hace medio siglo se rompió el sistema de vida
tradicional, se extinguieron los últimos alfares, haciendo ya insostenible ese
compromiso con la historia y con la vida.”
Sería beneficioso para Guadalajara que se realizasen
exposiciones de este tipo, que tanto contribuirían al conocimiento de la
artesanía provincial, ayudando así a su conservación y respeto, como muestras
que son de una cultura material extinguida. Sería algo así como sacar el museo
a la calle.
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