viernes, 22 de febrero de 2013

Alfarería Tradicional de Guadalajara


MARTÍN-SALAS VALLADARES, Ignacio, Alfarería en la provincia de Guadalajara (Colección Ignacio Martín-Salas Valladares), Ciudad Real, Patronato Municipal de Cultura de Alcázar de San Juan, 2011, 20 pp. (Fotografías en color de Antonio Martínez Meco).

Este breve opúsculo sirvió de catálogo a la exposición que sobre “Alfarería en la provincia de Guadalajara” perteneciente a la colección de Ignacio Martín-Salas Valladares, -uno de los coleccionistas más importantes de Castilla-La Mancha-, se celebró de los días 10 de noviembre de 2011 al 20 de enero de 2012 en el Museo de Alfarería de La Mancha, en Alcázar de San Juan (Ciudad Real).
A pesar de su brevedad, consideramos que se trata un trabajo importante por la calidad de las fotografías que contiene, así como por el profundo conocimiento que el coleccionista posee acerca de los alfares de la provincia de Guadalajara. 
Las piezas que figuran fotografiadas en el catálogo son las siguientes: jarra (Sigüenza), cántaro (Lupiana), tarro de ordeño (Sigüenza), cántaro, (Hiendelaencina) que no Hien de la Encina -como por error figura al pie-, olla (Zarzuela [de Jadraque]), cántaro (Sigüenza), tarro de ordeño (Sigüenza), olla (Sigüenza), cantarilla (Molina de Aragón), botilla (sic) (Zarzuela de Jadraque), cántaro (Molina de Aragón), botija (Málaga del Fresno), botija (Lupiana), botijo (Zarzuela de Jadraque), botija (Cogolludo), cántaro (Cogolludo), rueda baja masculina [torno] (Zarzuela de Jadraque), cantarilla (Hiendelaencina), cántaro de aceite (Sigüenza) y botilla (Málaga del Fresno).
Un total de diecinueve piezas (más el torno o rueda de Zarzuela de Jadraque), que por sí mismas ya merecen la pena, puesto que fueron realizadas en alfares establecidos en siete poblaciones que, por imperativos económicos y debido a los cambios sufridos por la forma de vida rural, dejaron de existir a partir de los años sesenta del pasado siglo, por lo que, diez años más tarde, Guadalajara era ya una provincia sin alfares.
M.ª Jesús Pelayo García, concejala de Patrimonio y Turismo del Ayuntamiento y presidenta del Patronato Municipal de Cultura de Alcázar de San Juan, señala algunos aspectos con los que coincidimos plenamente:
“Resulta sorprendente para el neófito, descubrir las sutilezas en las diferentes formas, las decoraciones o las aplicaciones en las piezas. Vasijas, cántaros, botijos y botijas, ollas, tarros de ordeño y otras, se adscriben a cada alfarero por estas sutilezas. Aun siendo claramente artesanía utilitaria, cada pieza mantiene las características del trabajo de autor.”
El texto del catálogo, titulado “La alfarería en la provincia de Guadalajara” ocupa poco más de cinco páginas e incide, desde el primer momento, en algo tan importante como el hecho de considerar que la evolución de las artesanías populares fue diferente al de otras provincias castellanas, al estar marcado por un “desabastecimiento histórico” que provocó su adaptación a la realidad agraria de cada una de sus comarcas naturales -Campiña, Sierra, Señorío de Molina y la gran comarca provincial: La Alcarria-: muchos núcleos de población, diminutos y dispersos, malas vías de comunicación y la falta de mercados competitivos, aspectos que contribuyeron a que las producciones alfareras pudieran salir a otras provincias limítrofes, puesto que sucedió todo lo contrario al ser otros centros alfareros los que introdujeron sus producciones en el mundo rural de Guadalajara: Priego y Mota del Cuervo desde Cuenca, Camporreal y Alcorcón desde Madrid, Tajueco desde Soria, y otros como los aragoneses de Alhama de Aragón y Villafeliche.
Este hecho tuvo lugar, principalmente, una vez terminada la Guerra Civil, puesto que gran parte de los centros alfareros de Guadalajara desaparecieron en gran medida por estar implantados en poblaciones situadas en el frente bélico.
La llegada de artesanos foráneos influyó indudablemente en las posteriores producciones alfareras de la provincia de Guadalajara.
Por otra parte, según señala Ignacio Martín-Salas, la mayor parte de las piezas que salían de los alfares de Guadalajara eran demasiado pesadas y toscas, -con un torneado poco homogéneo que hacía demasiado fuerte y pesada su parte inferior (base), al tiempo que la superior (boca) quedaba debilitada por el exceso de adelgazamiento de sus paredes-, es decir, la proporción entre el peso y la capacidad de las vasijas no era la adecuada.
Son muchos los datos que aparecen a lo largo de tan breve texto, pero datos que clarifican y hacen que las formas alfareras de Guadalajara puedan ser mejor conocidas.
Los datos acerca de la entrada de la ollería de Alcorcón está bien documentada desde antiguo y se sabe que su influencia llegó hasta las producciones de Cifuentes, Cogolludo y Lupiana, entre otras. De ahí que a la hora de proceder al estudio de la alfarería de Guadalajara haya que tener en cuenta la desconexión existente entre la que se destinaba al agua (cantarería), más autóctona, y la ollería, casi siempre de procedencia exterior.
Poco a poco el autor del texto va llamando la atención del lector sobre cada uno de los siete centros alfareros que recoge. El seguntino posiblemente fue el mayor de la provincia, correspondiendo su mayor esplendor a finales del siglo XVIII. En Sigüenza se realizaron numerosas tipologías, algunas claramente pastoriles.
La tinajería gozó de gran importancia en la Alcarria -Alta y Baja-, gracias al cultivo de la vid y la elaboración del vino en tinajas, que solían hacerse en Cifuentes hasta la llegada de otras de mayor tamaño provenientes de Colmenar de Oreja y Santorcaz (Madrid), aunque además se produjeron otros tipos alfareros y tejeros.
Por el contrario, el aislamiento, la escasa comercialización y la falta de mercados competitivos hicieron que algunas formas se conservasen durante mucho tiempo, manteniendo sin alteración sus procedimientos y técnicas de elaboración. Tal es el caso de Zarzuela de Jadraque (antes llamada de las Ollas), de donde procede la rueda baja masculina -de gran diámetro y eje corto, semejante a las de Faro (Asturias) y a otras actualmente en uso en Nepal y en el Norte de la India- que se expuso y que figura en una de las fotografías del presente catálogo. Conocemos la existencia de los alfares de Zarzuela de Jadraque en el siglo XVI a través de las contestaciones a las Relaciones Topográficas de Felipe II, en las que se dice: “[sus habitantes] viven de su poca labranza y de hacer algunas ollas”. Sus producciones, nunca vidriadas, se mantuvieron inalterables hasta comienzos del siglo XX en que se comenzaron a realizar botijos de tipología levantina, hasta entonces desconocida, lo que produjo su tosca solución al cerramiento superior.
Llama la atención en las piezas alfareras de Zarzuela el uso de los denominados “pinches”, que no son más que las marcas de cada alfarero, cara al posterior reconocimiento de sus piezas, dada la utilización de hornos comunales. Lo que vendría a ser algo semejante a las “marcas” del pan que cada mujer “pintaba” en los suyos para reconocerlos una vez salían de horno. 
Anguita y Lupiana fueron alfares de nueva creación. En 1860 un alfarero toledano se asentó en Lupiana, dejando su impronta en las primeras piezas realizadas que, poco a poco fueron convirtiéndose en más pesadas, aunque conservando algunas características anteriores: la pegadura digitada del asa y su sección facetada, así como las molduras próximas a la boca.
El caso de Anguita es similar, y nació tras la contratación en 1890 de un alfarero procedente de Priego, aunque su obra se centró en la elaboración de cántaros.
La producción de Cogolludo, que también se dedicó fundamentalmente a la producción de cántaros, duró hasta el siglo XX, aunque también se hizo ollería a imitación de la de Alcorcón y, ya en su último periodo, masivamente, tarros para miel, en clara competencia con los de Camporreal.
Las piezas surgidas de los centros alfareros de Hiendelaencina y Cogolludo son actualmente difíciles de diferenciar, debido a la influencia que sobre los primeros ejerció un alfarero de Cogolludo que se asentó en “las minas” a comienzos del siglo XX.
Sin embargo, los centros de Molina de Aragón y Málaga del Fresno “son los que más difieren de las características generales que enmarcan la obra de esta provincia, teniendo sus tipologías muchos lazos en común con sus regiones limítrofes”, siendo la alfarería de la segunda de las poblaciones citadas la que presenta un acabado más cuidado, además de un mayor abanico de producciones y tipologías, coincidiendo en todo con la de los centros alfareros de Camporreal, Villarejo de Salvanés y Alcalá de Henares.
No quisiéramos finalizar este comentario sin trasladar el último párrafo del artículo escrito en el catálogo por el propietario de las piezas que se expusieron:
“Tras este breve viaje por la alfarería alcarreña, una vez más entendemos que nada fue fruto del azar, sino de la síntesis de una realidad inexorable, sin alternativas. Como si se tratase de un compromiso, los alfareros siguieron insistiendo en las mismas formas y las mismas decoraciones. Hace medio siglo se rompió el sistema de vida tradicional, se extinguieron los últimos alfares, haciendo ya insostenible ese compromiso con la historia y con la vida.”
Sería beneficioso para Guadalajara que se realizasen exposiciones de este tipo, que tanto contribuirían al conocimiento de la artesanía provincial, ayudando así a su conservación y respeto, como muestras que son de una cultura material extinguida. Sería algo así como sacar el museo a la calle.

José Ramón López de los Mozos 

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