LAHORASCALA,
Pedro, América te nombro,
Guadalajara, El Autor [Aache Ediciones de Guadalajara S. L.], 2012,
40 pp. (I.S.B.N. 978-84-15537-00-7).
SIETE POEMAS DE AMOR
EN UNO SOLO.
España y América
unidos por la poesía de Lahorascala.
Después de tantos años,
vir jubilatus de las tareas periodísticas -dirigió las
páginas de PUEBLO-Guadalajara- y poéticas -fundador del Grupo
Literario Enjambre-, Pedro Lahorascala, cuando ya creíamos que no
iba a escribir nada más, él mismo lo dijo, nos regala con una
brevísima colección de poemas, siete tan solo como número mágico
que es, dedicados a llamar, clamar y nombrar a América, que,
precisamente, lleva por título América te nombro.
Siete poemas plagados de
evocaciones marítimas, siete poemas con olor a tierra y sal, que
hablan con el lector de sentimientos sobre ambas tierras extremas:
las de la vieja Europa y las de la naciente, por recién descubierta,
América y, entre medias, un gigantesco piélago, a modo de río. Son
aquellas tierras de las que hablara César Vallejo: “Entre las dos
orillas corre el río”.
Hay un comienzo en que se
explica, en prosa, el comienzo de la aventura “americana”, desde
aquel 3 de agosto de 1492 en que las tres naves partieran del puerto
de Palos de Moguer, hasta el 12 de octubre siguiente en que avistasen
tierra firme y la posterior firma de las Capitulaciones de Santa Fe,
en las que los Reyes Católicos concedían a Cristóbal Colón los
títulos de almirante de la Mar Océana, visorey y gobernador de las
tierras que conquistase y el derecho a la décima parte del oro,
plata, piedras preciosas y especias, que lograse para Castilla.
Los poemas figuran en las
páginas impares -en las pares va una imagen de la carabela Santa
María, como nao capitana- y comienzan con una “Convocación” que
nos recuerda aquella pintura en que Colón se arrodilla al pisar la
nueva tierra para “Orar rodilla en tierra en el encuentro”.
“Compromiso”, el
siguiente poema, es esa mezcla a la que antes nos referimos, un
recordatorio a las dos partes que separa el río de la mar, que
quedaron latentes en el sentimiento y en el recuerdo del viajero: se
recuerda América cuando se regresa a España y a España y sus
geográficas ausencias, cuando se está en la tierra recién
descubierta. Suenan lejanos los ecos
“De
Gredos a los Andes, entusiasmo. / Del Caribe al Cantábrico, camino.
/ Amor, de Guadalupe a Tepeyac” y toda una serie de gritos
libertadores: “¡Carne tan nuestra! Doble /sangre, raíz y
vuelo, / origen, voz durable, / carne de Extremadura” (que no
en vano es la tierra que vio nacer al poeta).
“Tierra crujiente” es
un poema que recuerda la diferencia complementaria que al fin y al
cabo, existe entre lo que se ve con los ojos de la cara en las mapas,
y se toca con los dedos, y el corazón que sale del pecho como un ave
de enamoradas alas en busca de ciudades y plazuelas, de jardines, de
la palabra compañera y amiga con la que se discute y se habla de
poesía y se filosofa.
Es un poema bello y
evocador. Aquí va una huella del mismo:
“Si
los ojos se posan / sobre los mapas fríos. / Si los dedos recorren /
litorales pintados, / montañas planas, no, / el corazón se vuela a
las ciudades / a correr con los niños las plazuelas, / paseos
jóvenes por los jardines, / viejas tertulias en portales
frescos / con sillitas de enea. / …”
Y el poeta sigue
elucubrando, alocadamente, gritando, como antes, nombres amados:
“¡América, América! Tus nombres.” Como si fuesen los
nombres de otras tantas mujeres amadas y hoy en la distancia, o en el
olvido o ya inexistentes…
Ese mapa es su geografía
corporal y los dedos son los pinceles que acarician sus formas
costeras en exaltación de eróticas ausencias.
“Cuerpo extenso” de
ilusiones que fueron ideales de juventud, ideales que movieron el
alma y trataron de remediar necesidades vitales a base de heroicas
gestas conquistadoras (Punta de Pensacola, La Florida, Buevo
México, Texas, Colorado, California…), con los brazos, la
bravura y el esforzado ardor.
“Lazos” fueron, lazos
de amor y desamor, de guerra y paz, como sucede en toda peripecia
vital:
“Atravesando
ideas / como minas la tierra. / Recruzando fronteras / como enseñas
en nieve. / Rompiendo himnos y glorias / como heces, agonías. /
Pasaportando hambres / como almas, duelos, lutos. / Oh cuánto
exilio, América, / en nuestras dos orillas…”
En “Exilio” el nombre
del poeta, del de los otros poetas, sale a la palestra y evoca la
figura de León Felipe en la botica de Almonacid, dando sentido al
llanto que surge en la lejanía, en la distancia obligada, y el
camino que fuera apellido se convierte en vital existir y de
caminante por tierras de Castilla se torna en llanto en las Américas:
“… (Tábara / la
luz, en México lirio).”
Para desembocar en el
último poema del presente cuadernillo: “Infinitud”, la inmensa
huella que arranca de la cultura grecolatina y tras pasar sus años
medievales en la Castilla del gregoriano y del escriptorio, avanzar
por los siglos de los siglos, hasta llevar a América toda una rica
herencia, una huella cultural que aún sigue en movimiento y que de
América vuelve, regresa a la tierra de la que surgió, para jugar
una especie de vaivén donde la palabra y la voz son constante sujeto
del poema.
Siete poemas, siete que
es uno solo, pues que tal es su amplio sentido.
Lástima (o no) que
Pedro, poeta, haya querido dejar de lado el cálamo escriptorio y
ahora lea apenas su doblado ABC en ciertos salones envidriados de
oscuro, por aquello del sol.
Enhorabuena por este
sencillo y sentido poemario de amor americano y gracias por tan bella
dedicatoria (como corresponde al amigo).
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