Un libro aparece en estos días que nos va a ayudar a conocer
mejor uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad de Guadalajara: el
gran Panteón de la duquesa de Sevillano, o condesa de la Vega del Pozo, que fue
construido con el diseño y bajo la dirección del arquitecto Ricardo Velázquez
Bosco, en las dos primeras décadas del siglo XX. Pronto, se cumplirá el siglo
de su acabamiento, pues la fecha oficial de su inauguración fue en 1921, una
vez muerta la fundadora, doña María Diega Desmaissiéres y Sevillano.
El libro, de 96 páginas, con muchas fotografías a color del
conjunto y los detalles del edificio, ofrece la historia de la ciudad en la
segunda mitad del siglo XIX, y una referencia amplia a la familia de los
Desmaissiéres y López de Dicastillo. Además describe con todo detalle el
edificio, tanto el de panteón, que es hoy el más visitado, como el conjunto de
“asilos” que hoy constituyen el Colegio de las Adoratrices. En ese conjunto
trabajaron los mejores artistas de la época, dirigidos por el mejor arquitecto,
con los mejores materiales. Para Diega Desmaissiéres, la mujer más rica de
España en los inicios del siglo XX, no había problema alguno en contratar
siempre lo mejor de lo mejor.
Entre los artistas, figuran además del arquitecto Velázquez,
el pintor Alejandro Ferrant, y el escultor Angel García Díaz, que fue declarado
el más sobresaliente “escultor de arquitecturas” dejando maravillas plasmadas
en el Casino de Madrid, el edificio de Correos de la Cibeles, en los Bancos de
la Calle de Alcalá y en la Escuela de Minas. Un portentoso y prolífico escultor
que nos dejó el bloque mortuorio de la aristócrata en la cripta del templo.
Allí, con la luz tamizada de las bombillas y la bóveda acristalada, se ve un grupo
de tres ángeles que cantan salmos, y tras ellos en otro gran bloque un grupo de
cuatro ángeles que llevan sobre sus hombros el féretro conteniendo los restos
de la señora. Cuyo
busto aparece tallado, también en mármol blanco sobre un medallón de oscuro
basalto, en el frente del conjunto. Nadie que haya pasado por allí ha quedado
indiferente ante tamaña belleza, de tono romántico y un pelín fúnebre.
El libro de Herrera Casado ofrece con brevedad, muy
sistematizado y muchas imágenes recientes, la explicación suficiente para
apreciar en toda su dimensión y auténtico valor esta obra. Será una ayuda
esencial para visitar este conjunto de edificios, pero especialmente el
Panteón, que constituye para muchos lo mejor del patrimonio guadalajareño.
Son muchos más los que vienen de fuera a verlo, que los que acuden desde
la ciudad o
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