El pasado 27 de marzo se presentó
en Madrid el libro “Dispersión y Destrucción del Patrimonio Artístico Español”
del profesor e investigador riojano Francisco Fernández Pardo. Es un autor que,
además de esta magna obra a la que ha dedicado su vida, ha publicado trabajos sobre
psicología, sociología y arte, especialmente pintura y escultura, y ha sido
comisario de varias exposiciones acerca de pintores y escultura. Su web www.franciscofernandezpardo.com recoge todos estos trabajos.
El libro se publicó en 2007 y se
había presentado anteriormente el 3 de octubre de 2007 en Logroño, el 4 de
diciembre en Barcelona, en el 29 de febrero de 2008 en Valladolid y, tras
Madrid, el 1 de abril de este año en Sevilla.
Son 5 grandes tomos de tamaño
folio que recopilan los expolios del patrimonio español durante la Guerra de la
Independencia cuyo inicio ahora conmemoramos (500 páginas), las
Desamortizaciones (598 páginas), ultimo tercio del siglo XIX (584 páginas),
siglo XX hasta la Guerra Civil (667 páginas) y desde la Guerra Civil al 2007
(726 páginas), en una edición impresa de buena calidad con 3500 ilustraciones y
una densa letra llena de datos, fechas y nombres verificados hasta la saciedad
en la documentación histórica. Todo ello es producto de algo más de veinticinco
años de investigación paciente sobre este espinoso y doloroso tema. El propio
autor reconoce la deuda de su trabajo con el que publicó con dificultad el
pionero investigador soriano Juan Antonio Gaya Nuño a mediados del siglo XX. El
que escribe puede afirmar que, dentro de 60 años, los investigadores mostrarán
esa misma deuda con el trabajo del profesor Fernández Pardo. Porque es poca o,
a veces, nula la información que se tiene sobre nuestro patrimonio desaparecido
y las causas de ello.
La publicación de esta obra
enciclopédica no ha sido fácil. La primera razón serían las ampollas que
pudiera levantar el ver nombres de ilustres personajes de la historia de España
envueltos en estos temas, bien entendido que en algunos de ellos un borrón no
empaña toda una vida. No es así en otros, que aprovecharon la ignorancia o la
escasa sensibilidad de muchos españoles hacia su arte para negociar y
beneficiarse de su venta. Todo ello hasta nuestros días, como puede verse al
final del último tomo, con la salvedad de que en la actualidad se ha mejorado
la protección del arte español y no pueden darse, legalmente, los expolios de
tiempos pasados.
La segunda razón es, simplemente,
económica. No es un libro cuya venta alcance en ejemplares a la mayoría de los
“best sellers”, aunque ya puede encontrarse en la mayoría de las bibliotecas
universitarias y de institutos de cultura de prestigio, para su consulta. Es de
agradecer la labor de la Fundación Universitaria Española, la cual necesitó que
tres instituciones dieran su apoyo económico para poder financiar esta
publicación: la Junta de Castilla y León, el Gobierno de la Rioja y Caja Duero.
Sólo podemos poner una pega a esta edición: la falta de un índice onomástico y
topográfico al final de cada tomo que recoja a los expoliadores y a los
expolios de pintura, escultura, arquitectura, orfebrería, archivos, patrimonio
industrial, órganos, palacios, edificios singulares y parajes pintorescos.
Desgraciados e intensos han sido
los daños en tiempos de guerra, pero mucho mayores han sido los que han
sucedido, sin violencia, en los periodos de paz. La especulación inmobiliaria,
a la que se dedica un gran apartado del tomo V, acabó con muchos palacios
decimonónicos y la apariencia tradicional de villas y ciudades. No es fácil
hacer un resumen de esta obra. Ninguna provincia española se ha librado del
expolio, cuanto más ricas en arte, más expoliadas han sido. Las causas de ellos
son diversas: poder económico, ambición, violencia o ignorancia. En cuanto a
Guadalajara, podemos entresacar unos casos, que considera de mayor importancia
Fernández Pardo, y que hemos recogido en artículos anteriores en este
semanario.
El capítulo VI del segundo tomo
se titula “De cómo acabó el mejor legado
arquitectónico de Toledo, Zaragoza y Guadalajara”, dando un triste recuerdo
del destruido e ignorado casco histórico de Guadalajara, un Toledo en pequeño
destruido por nuestros antepasados: palacios, conventos, iglesias, etc. El
capítulo XVI habla de las consecuencias del derribo de las murallas deGuadalajara y el XVII de la devastación de abadías, como Ovila.
Al conde de Romanones le cupo la
responsabilidad , como jefe del gobierno, de la venta en 1914 al Berlín imperial de la "Adoración de los
Magos" de Hugo van der Goes, que estaba en el monasterio de Monforte de
Lemos (Lugo). La venta fue magníficamente pagada a los propietarios, 1.118.000
francos oro, cifra que no pudo alcanzar ni de lejos la suscripción promovida
por los intelectuales españoles opuestos a la venta. El gobierno español no
quiso complicar las relaciones con la poderosa Alemania imperial. Todo ello
puede leerse a partir en el tomo IV, pag 643.
El siguiente caso, ya lo pueden
imaginar, corresponde a la venta en 1931 del monasterio cisterciense de Ovila (tomo
IV, páginas 90 a 94) preparada por el marchante Arthur Byne para el magnate de
la prensa americano William Randoplh Hearst. En el capítulo VIII se recogen las
andanzas de Byne, y en el XVI se hace una extensa referencia a Hearst.
El obispo de Sigüenza intentó
impedir inútilmente en 1922-27 la venta de las pinturas de San Baudelio de
Berlanga (Soria), que entonces eran de su diócesis, perdiendo un juicio. Todo
ello se relata en el tomo V, página 169. En la página 281 se relata la compra
por el magnate Huntington de la biblioteca del marqués de Jerez de los
Caballeros, con la que marchó a Estados Unidos la única copia impresa de una
“Justa Poética” celebrada en Cifuentes en 1620, cuyo facsímil acaba de
presentarse en el palacio del Infantado el 4 de abril, vuelto en esta forma a
España gracias al profesor José Labrador.
Volviendo a Sigüenza, varías
páginas del capítulo XXVII del cuarto tomo relatan los daños en su castillo,
murallas, casonas y casco histórico en la primera mitad del siglo XX.
En las páginas 117 y 118 del tomo
V se mencionan la destrucción de los sepulcros de San Ginés y de los artesonados del palacio del Infantado de Guadalajara, y de la catedral de
Sigüenza en 1936. En la 423 de las dificultades y obstrucciones a la
rehabilitación del palacio del Infantado.
En Guadalajara debería haber no
una, sino varias copias de esta obra en Bibliotecas públicas a disposición de
los amantes del Arte. Pero no es un tema acabado, pues ya llevo tiempo llevo
publicando nuevos datos relativos a nuestra provincia sobre piezas
desaparecidas y de cómo algunas van, poco a poco, apareciendo en museos y
colecciones.
José Luis García de Paz - Abril 2010
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