viernes, 4 de noviembre de 2011



ALONSO RAMOS, José Antonio, Instrumentos musicales tradicionales en Guadalajara, Guadalajara, Diputación Provincial de Guadalajara (Servicio de Cultura), 2010, 256 pp. + CD-R.

Los cambios, esta tendencia hacia la globalización tan acusada, y el momento actual de incertidumbre, contribuyen decisivamente, quizá por falta de interés o de comprensión, a la progresiva “desaparición” de lo que hasta hace poco veníamos denominando “cultura tradicional”. En realidad la cultura tradicional nunca desaparecerá del mapa, en este caso del provincial de Guadalajara, ya que se irá adaptando a los modos y maneras que imperen en un momento dado. Es lo que se denomina la “moda”.
Eso no quiere decir que los cambios sean tan profundos que algunos aspectos parezca que han desaparecido totalmente. Así, este que trata José Antonio Alonso en el libro que comentamos: el mundo de los instrumentos musicales tradicionales que, queramos o no, no son los mismos que se utilizan en la actualidad (en su mayoría). Por eso, para saber dentro de algún tiempo como “eran” esos instrumentos, ha surgido este libro, que en su segunda parte, la más extensa, describe y recoge gráficamente a través de fotografías y dibujos de gran calidad etnográfica.

Sin duda estamos ante un libro importante para el estudioso del folklore en general y, más concretamente del de Guadalajara, en particular. Y para ello, su autor ha seguido unas pautas o criterios; el primero, nos dice, consistió en acotar lo que se entiende por instrumento musical, para cuyo conocimiento incluye algunos objetos que, no siéndolo, terminaron desempeñando dicha función, dada la intención del constructor del objeto o del propio músico (almireces, botellas de anís, etc.), a los que añade determinados elementos sonoros, como campanillas, cascabeles, cencerros… que más bien pudieran ser considerados como “juguetes”.
Del mismo modo considera el significado de lo que se tiene por “tradicional”, como el legado de ciertos conocimientos de una generación a otra, aunque en este contexto debe entenderse como aquello que forma parte de la raíz más profunda de una colectividad, especialmente si nos referimos, genéricamente, a la “cultura tradicional”. Dicho sea en román paladino, aquellos conocimientos y comportamientos que han sido transmitidos de generación en generación, en unos casos perdurando y, en otros, adaptándose a cada una de ellas (lo que casi siempre dio origen a variantes dignas de estudio).
¿Podría hablarse entonces de una cultura “tradicional” y de una cultura “culta”? (valga la posible redundancia)? Esto nos llevaría muy lejos, ¿quizá igualando “tradicional” con “popular” Seguramente nos encontraríamos con multitud de puntos coincidentes. Muchas veces los músicos populares utilizaban instrumentos realizados industrialmente, e imitaban músicas consideradas como “cultas”. Un buen ejemplo puede encontrarse en la música religiosa tradicional, sobre la que tanta influencia tuvo el clero: mayos a la Virgen, motetes, gozos, etc.
Evidentemente, el alcance geográfico del estudio es la propia provincia de Guadalajara, en la que se emplearon y, en algunos casos aún se siguen empleando, los instrumentos que se recogen en el presente estudio.
Para la realización de la ficha técnica de cada pieza, nuestro autor ha utilizado el conocido criterio de clasificación de Curt Sachs y Homböstel, con algunas variantes, resultando cuatro grandes grupos, que en algunas ocasiones quedan subdivididos.
Tratando de ofrecer una idea clara y lo más completa posible, los instrumentos que se estudian en el libro figuran clarificados de la siguiente manera:
* Instrumentos idiófonos:
Percutidos: almirez, caldero, carraca, coberteras, platillos, triángulo, etc.
Entrechocados: castañuelas, cucharas, tejoletas, etc.
Frotados y raspados: botella de anís, huesera, sartén, etc.
Sacudidos: campanillas, cencerros, sonajas, etc.
Otros instrumentos idiófonos: instrumentos de danzantes, botargas y enmascarados. Campanas.
* Instrumentos membranófonos:
Percutidos de parche:
Percutidos de un parche: pandereta y pandero.
Percutidos de dos parches: bombo, redoblante, tambor (el tambor de El Ordial).
Percutidos de fricción indirecta: zambomba.
Otros instrumentos membranófonos: mirlitón y distorsionador de voz.
* Instrumentos aerófonos:
Libres: zumbadoras.
Bocinas y amplificadores: caracolas, cuernos (para tocar a “dula”), trompetas.
Flautas:
Sin canal de conducción: traveseras.
Con canal de conducción y bisel: chiflos, pitos y flautas (“pitos” de Tordesilos, “gaita” de Valverde de los Arroyos).
De lengüeta:
Simple: de soplo directo: requinto y trompeta de pregonero y de soplo indirecto: albogue.
Doble: de soplo directo: dulzaina Historia, fabricación e iconografía) y de soplo indirecto: cornamusa. De lengüetas libres: acordeón, armónica, armiños y otros instrumentos de uso religioso.
Otros instrumentos aerófonos: las manos y la boca como instrumentos.
* Instrumentos cordófonos:
Frotados: rabel y violín.
Pulsados: bandurrín, guitarra, guitarrillo, laúd y bandurria, mandolina, octavilla y vihuela.
Percutidos con macillo: organillo y piano mecánico.
Este extraordinario y casi exhaustivo catálogo ocupa nada menos que las páginas 73 a 238, la segunda y más extensa parte del trabajo, considerando que cada instrumento va acompañado de su ficha correspondiente en la que constan la denominación genérica de cada instrumento, así como su denominación local, su clasificación y otros aspectos como su localización, su artesano o fabricante, documentación, usos e historia, descripción cumplida y observaciones, además de numerosas fotografías de gran calidad, generalmente en color.
En la primera parte, José Antonio Alonso ofrece una larga serie de informaciones sobre la música en las sociedades tradicionales, remontándose a la prehistoria (cuyas representaciones musicales podrían encontrarse en los cascabeles y campanillas encontrados en las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en Mazuecos y La Yunta, respectivamente, pertenecientes a la II Edad del Hierro, además de en una sonaja aparecida en la necrópolis de Navafría, en Clares); sigue con los musulmanes, judíos y la repoblación cristiana, centrándose en la iconografía medieval de algunos instrumentos musicales que aparecen en un canecillo de la iglesia de Campisábalos, una trompa con escenas de música y danza de la catedral de Sigüenza y, muy especialmente, en los músicos de las pinturas de la viga del coro de la iglesia de Valdeavellano, de tanto parecido con otros muchos instrumentos mencionados en textos como el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, o representados en las miniaturas de las Cantigas de Alfonso X “el Sabio” y de tantas arquivoltas de templos románicos y góticos; la música tradicional y popular en la Edad Moderna (estudiada en Labros por Mariano Marco y cuyos datos más antiguos -el gaitero Lorenzo Cetina- datan de 1614, así como de 1701, otro gaitero, en esta ocasión de Establés, llamado José López , que se comprometió a ejercer su trabajo con la cofradía del Santísimo Sacramento, cuyo conocimiento y el de otros más puede ampliarse en los anexos).
En este apartado son numerosos los datos que aparecen, generalmente tomados de pagos en dinero y especies que se hacen a ministriles por su colaboración en determinadas fiestas: Corpus, entradas reales, etc.
El apartado más extenso de este amplio conjunto corresponde a la música tradicional y popular en la Edad Contemporánea. En él se analiza la música surgida en el mundo rural “tradicional”, generalmente adaptada a las festividades marcadas por el calendario e incardinada en una vida resultado, a su vez, de una economía de subsistencia claramente agrícola y ganadera, en la que surgen “artistas” nacidos del propio pueblo que podrían ser considerados como semiprofesionales, al igual que sucedió con ciertas agrupaciones musicales que animaron las fiestas de sus pueblos y las de los del contorno. De entre estos artistas surgidos del mundo popular destacan los “gaiteros”, es decir, los que tocan la “gaita” o dulzaina, que suelen (solían) ir acompañados por el tamborilero. Hay que añadir también los grupos, más o menos espontáneos, de ronda, quizás los más numerosos de la provincia, constituidos por un número variable, aunque siempre amplio, de jóvenes. Raro era el pueblo que carecía de grupo de ronda.
Otro aspecto que se tiene en cuenta en el libro es el del papel que desempeñaba la mujer en la música tradicional, puesto que en Guadalajara, las mujeres también formaban grupos similares a los de los mozos, aunque no tan fuertemente enraizados, y su participación era más bien pasiva, centrándose casi exclusivamente en aspectos musicales muy concretos, como los cánticos religiosos (repertorios de Cuaresma y Semana Santa).
El paso del tiempo y la adaptación a lo que se consideraron avances tecnológicos, entendidos como la radio y la televisión, unidos a la descontextualización y otros procesos de aculturación, quizá producto de la emigración, la música tradicional quedó un tanto en el olvido.
Sin embargo no todo estaba perdido ya que durante el franquismo se potenciaron los valores musicales más vistosos y, aunque escasos, algunos fueron los investigadores que se dedicaron a la recopilación y registro del cancionero tradicional popular de Guadalajara, entre ellos Manuel García Matos, sin cuyos trabajos se hubiera perdido gran parte de este secular legado cultural.
En la actualidad la situación es bien distinta. La ilusoria puesta en valor de los pueblos hizo que surgieran multitud de asociaciones que trataron de buscar sus raíces, y más concretamente sus fiestas y tradiciones, que fueron ayudadas por instituciones con el fin de frenar la cada día más rápida pérdida de este patrimonio. Nacen entonces revistas y todo tipo de publicaciones, discos y cedés y se organizan encuentros y mesas redonda, donde se dan a conocer algunos temas “recuperados”, pero como muy bien señala José Antonio Alonso, gran conocedor del tema, los grupos musicales terminaron urbanizándose.
Es importante destacar que el apartado precedente se completa con otros aspectos a tener en cuenta como pueden ser la magia, los rituales y creencias existentes en relación con los distintos instrumentos musicales, por ejemplo las “maracas” de Sacedón, en cuyo interior se depositan siete piedrecitas -las que producen el sonido- que simbolizan los siete pecados capitales, o el “kikirigallo” y la “chincharra”, de Renales y La Fuensaviñán, respectivamente que evocan el sonido del animal del que reciben el nombre.
Aspectos citados a los que hay que añadir los nombres de los instrumentos y sus materiales de construcción, la propiedad de alguno de ellos (ya que algunas rondas de mozos tenían instrumentos de propiedad común, que custodiaban en la taberna, como sucedía en Valverde de los Arroyos, o los “organillos” de distintos pueblos que, por su alto precio, solían costear entre todos); o la adaptación y uso de determinados instrumentos según fuera la fiesta, en el calendario.
También el papel de la voz humana, además de los juguetes y otros instrumentos sonoros, hasta llegar al momento actual en que ya no surgen de manos artesanas, ahora sustituidas por la industria, y algunas músicas concretas se han convertido en señas de identidad, más o menos politizadas, o en mero espectáculo.
Finaliza este completísimo trabajo con una tabla de informantes y una muy selecta bibliografía temática, que se amplía con diversos enlaces web.
El prólogo se debe a la pluma del prestigioso musicólogo Joaquín Díaz, que avalora el trabajo.

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

2 comentarios:

  1. Un libro sumamente erudito y bien documentado. Muy recomendable para los interesados en estos temas.

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  2. Alonso de Torrelavega11 de noviembre de 2011, 21:48

    Un trabajo extraordinario de investigación, recopilación, estudio de la realidad de un pueblo. Enhorabuena a José Antonio Alonso, un lujo para Guadalajara.

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