miércoles, 2 de noviembre de 2011

Hay que leer más a Josep Pla




Viajeros ilustres por Sigüenza

Fue Josep Pla (1897-1981) uno de los mejores escritores españoles del siglo XX. No alcanzó más reconocimiento público (de esos que ahora brillan por todos lados, Premios Nacionales, Planeta, Príncipe por aquí, Cervantes por allí) que el de la Medalla de Oro de Cataluña impuesta por Josep Tarradellas en 1980, poco antes de morirse. Pla escribió en catalán (que era su lengua materna, y en la que cotidianamente hablaba) y en castellano. Pla fue periodista ante todo, comentarista, viajero, pensador y rutero. Pasó la vida mirando a su alrededor, “fijándose” y usando las palabras sencillas de sus lenguas habituales para contarlo. Lo hizo muy bien, y por eso animamos a todos a que lean más a Pla. Nunca los defraudará. Su “Cuaderno gris”, su visión de “Rusia” y el “Viaje en autobús” que nos le dibuja por los pueblos de España, entusiasmado de ser escritor, de ser español, de estar vivo…
Estas frases vienen a cuento del libro que me he leído este “puente de Todos los Santos” y que me ha parecido estupendo, útil y entretenido. Es una obra de Javier Davara, publicada por la meritoria editorial seguntina “El Afilador” titulada “Viajeros ilustres en Sigüenza”. En ella nos propone el profesor Davara las frases y anécdotas que les ocurrieron a famosos políticos y escritores cuando visitaron Sigüenza, a lo largo del siglo XX. Empieza por Richard Ford, y acaba con Camilo José Cela. El primero, todo un dandy inglés visitando España a sorbos, dibujándola y analizándola con la pasión de un entomólogo. El último, rodeado de niños y de gatos en la finca de “La Huerta” de Toya Velasco, cuando le entraron ganas de hacerse canónigo.
Son 23 figuras, todas masculinas menos Emilia Pardo y Carmen de Zulueta. Incluye a Federico García Lorca (que se acercó una tarde, desde la finca de Miralcampo, en Azuqueca, donde comió con sus buenos amigos, Eduardo y Agustín Figueroa, los hijos del Conde de Romanones) y de quien no nos ha quedado fragmento escrito de su visita, y a Rafael Alberti, de quien se deduce que debió estar algún día en la Ciudad Mitrada (hacia 1925) porque de resultas de su visita a la Catedral nació aquel soneto espléndido que empieza “Volviendo en una oscura madrugada” y retrata a Martín Vázquez de Arce herido en la noche llena de carlancos.
Hay muchas otras figuras relevantes (Elías Tormo, el autor de la primera guía seria de Sigüenza; Miguel de Unamuno, Pío Baroja y don Benito Pérez Galdós) y otras que no lo son tanto, pero que al antólogo le gustan (Manuel Gálvez, Bernabé Herrero) y en todas se manifiesta la admiración que siempre produjo Sigüenza en cuantos, con un poco de sensibilidad, la visitan. Para mí, la mejor estancia, la mejor anécdota, la más impresionante memoria que le queda de Sigüenza, es la que protagoniza Joseph Pla. En cuatro horas que estuvo por las empinadas calles de la vieja ciudad, la de cosas que le pasaron… es para admirarse y descubrirse ante su forma de ver las cosas.
En definitiva, un libro que nos ha gustado mucho, bien escrito, bien realizado, y útil para todo tipo de lectores empedernidos de las cosas de nuestra tierra.
A.H.C.

1 comentario:

  1. No hay sólo que leerlo, sino también estudiarlo y vivirlo. Posiblemente uno de los escritores más infravalorados, también en su tierra...

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