viernes, 16 de septiembre de 2011

Como si se levantara de su sepultura, vuelve Luis de Lucena



El testamento de Luis de Lucena

Sensacional hallazgo histórico el que ofrece este libro, que lleva por título “Luis de Lucena, humanista y médico de Julio III. A propósito de su testamento”, y cuya autora es la joven investigadora Liliana Campos Pallarés. La obra forma como número 3 de la recién creada por AACHE colección “Claves de Historia”, y tiene un total de 128 páginas, en su tamaño ya conocido de 17 x 24 cms, y muchísimas fotografías de documentos y de la capilla del personaje.
Ese hallazgo sensacional es la aparición del testamento original de Luis de Lucena, en el Archivo Histórico Capitolino de Roma, un lugar poco visitado hasta ahora por los españoles, pero que tiene una sección que es una mina: los legajos, -a cientos, a miles- de los documentos generados por españoles durante el siglo XVI en la ciudad del Tíber. Cuando los “catalani” (así se llamaba por extensión a los españoles avecindados en Roma) formaban en torno al Papa Alejandro VI y a sus sucesores, una piña de intelectuales, comerciantes, soldados, artistas, médicos y profesores. Entre ellos estaba el alcarreño Luis de Lucena, que llegó a Roma hacia 1924, más por precaución que por voluntad propia: era el momento en que el arzobispo de Toledo había desatado la persecución contra los iluminados, erasmistas y otras tendencias pseudoprotestantes, en cuya azarosa situación algunos acabaron en la hoguera, y otros salieron huyendo, como le ocurrió a Lucena.
Nuestro paisano, que era pensador por su cuenta –o sea, un humanista de los pies a la cabeza- médico y artista, aún a pesar de estar construyendo en Guadalajara la capilla de Nuestra Señora de los Angeles, junto a la parroquia de San Miguel, se quedó a vivir en Roma, donde alcanzó a cuidar de la salud de algunos Papas, en especial de Julio III, de quien fue gran amigo, así como miembro de varias academias de humanistas en aquella Roma que era lucero del mundo.
Curioso es que, aun sabiendo que murió en Roma, y que allí fue enterrado, su sepultura en la iglesia de Nuestra Señora del Popolo no existe hoy. La autora no la ha encontrado, a pesar de haber visitado la iglesia de arriba abajo, y haber entrado con permiso en todas sus dependencias. Otro misterio que queda pendiendo sobre esta figura, la del alcarreño Luis de Lucena, a quien la autora estudia, en su contexto biográfico y vital, con detalle de entomólogo. Con referencias bibliográficas, documentales, y especialmente con el análisis detallado de su completo y personal testamento, construye la vida de este hombre, en la que, todavía, se resisten algunos aspectos a ser desvelados.
El libro concluye con la transcripción cuidada, rigurosa y científica, del documento que justifica el estudio. En las fotografías vemos la letra clara del autor, y los detalles de sus mandas, la economía familiar, los personajes con quien trabó amistad, etc. Es un testamento vivo, -paradójicamente- y una fuente de historia y de emociones. Un gran libro, en definitiva, al que damos la bienvenida, y una aplauso a su autora, que lo ha hecho, y muy bien, en su primera salida al mundo de la bibliografía histórica.

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