Memorias de los agustinos de Salmerón
La novedad del verano, en Salmerón ha sido la aparición de un libro que trata de la historia de un viejo convento, de un monasterio ya desaparecido, que nació de una leyenda y se lo llevó el olvido.
El libro ha sido escrito por Pilar Hualde Pascual y se titula “Historia del Convento de Agustinos de Santa María del Puerto de Salmerón (1337-1836) y ha sido editado por AACHE como número 21 de su colección “Scripta Academiae”. Con 144 páginas y profusión de imágenes antiguas y modernas, en él desarrolla a lo largo de 10 breves capítulos las andanzas de esta institución religiosa, con la descripción de su edificio y otras anécdotas y percances, completándose con un área de Apéndices Documentales, breves y curiosos.
La autora es doctora en Filología Clásica y tiene en su haber multitud de escritos y libros sobre temas de su especialidad. Es profesora en la Universidad Autónoma de Madrid, y firmó también el libro “Salmerón, historia e imagen” editado por Bornova en 2006, así como es la encargada de la dirección de temas de la web local, que puede consultarse en http://www.villadesalmeron.com/.
Una leyenda medieval
Nace el convento de una leyenda. Dicen, decían, y seguirán diciendo las gentes de Salmerón, que allá en la remota Edad Media muy cerca del pueblo había un paso difícil en el camino que venía de Alcocer, al que llamaban “el Puerto” por ser minúscula elevación y paso estrecho. Y fabulan con la noticia de que en ese lugar vivía un monstruo, o serpiente de regular tamaño, el cual bichejo se apareció un día, saliendo de su cueva, ante un caballero que por aquellas alturas andaba en su caballo. Un buen susto y un deseo de solventar el angustioso trance, le hicieron exclamar así, sin pensárselo dos veces: “Virgen del Puerto, si me sacas de este apuro, te hago un convento, con sus agustinos dentro”.
Lo cierto es que en aquella zona, que está situada a un cuarto de legua (kilómetro y medio) antes de llegar a Salmerón viniendo de Alcocer, existía ya por entonces una ermita dedicada a la Virgen del Puerto, advocación alusiva a ese “paso” en el camino. Y lo que hizo el caballero fue sentenciar un deseo, que era el de poner casa de monjes agustinos, en aquel lugar, por entonces propiedad del infante don Juan Manuel, quien en su política de controlar Castilla entera a base de castillos estratégicamente situados, también lo puso, aunque muy pequeño, en Salmerón.
El caballero protagonista de la leyenda existió realmente, pues se menciona en documentos del siglo XIV. Se llama Gil Martínez y fue Despensero Mayor del infante. Protegido de él, se ve que tuvo por misión custodiar sus bienes y fortaleza en Salmerón. Y de paso fundar este pequeño convento de agustinos, una orden ya protegida del Infante, pues había creado otro convento en otro lugar con castillo de su propiedad: exactamente en la localidad conquense de Castillo de Garcimuñoz.
Fechas y acontecimientos
Aunque se barajan distintas fechas, la autora se decanta por la de 1337 como la fundacional del monasterio de agustinos. En todo caso, y con seguridad, fue en esa primera mitad del siglo XIV, época de dominación sobre la zona del infante don Juan Manuel, sempiterno enemigo de los reyes castellanos.
Por lo que respecta a las noticias realmente históricas, la autora recurre a los datos transmitidos en el siglo XVI por Fray Jerónimo Román en sus Centurias, además de lo que aporta un agustino del siglo XVII en un manuscrito inédito al que ha tenido acceso Pilar Hualde: es Fray Tomás de Herrera quien añade los datos más interesantes. Jerónimo Román nos dice que la casa se fundó en 1342, y que su creador, Gil Martínez, era "criado del Señor Infante don Joan Manuel", el cual "labró la Iglesia, claustros y refitorio y dexó grandes rentas" al convento. También nos informa de que Alfonso XI hizo grandes mercedes al monasterio e incluso afirma que el documento de la fundación del cenobio fue firmada de "sus hijos del rey, y su señor y amo, el Infante don Joan Manuel, y veintisiete obispos, tres maestres de cavallería, y veinticinco grandes del reino". Si así fue realmente, no cabe duda que nació con todos los honores.
Las noticias que aporta Herrera son de toda verosimilitud, pues él mismo fue fraile en el lugar y copió de su mano los mejores documentos. Por poner un ejemplo, recordar el privilegio dado al convento agustino de Salmerón por el rey de Castilla Pedro I el Cruel, firmado en Valladolid en 1351, y que confirmaba la dada en 1337, año de su real fundación, por Alfonso IX, concediendo que los religiosos y criados del convento no tendrían que pagar portazgos y derechos de ninguna cosa que llevasen "como no fuesen las prohibidas por leyes y pragmáticas de todos los Reinos de España".
Con ese cuidado y atención de monarcas, nobles y pueblo, se mantuvo cinco siglos exactos el convento salmeronense, aunque los dos últimos siglos tuvo una vida lánguida, pobre y habitado por dos o tres monjes a lo sumo. Hasta que la Desamortización de Mendizábal forzó su cierre definitivo, y su venta (tierras y edificios, molinos y montes) a particulares.
Se sabe que el convento tuvo estudio de gramática y artes, que se impartían alternativamente por trienios. Su hacienda, compuesta por 3000 reales de renta, 200 fanegas de trigo, 9000 vides y 1500 olivos, permitía el sustento de los doce religiosos que componían la comunidad y con sus bienes se edificó el colegio de San Agustín de la Universidad de Alcalá. Lo cual confirma una vez más la importancia de este singular convento.
La momia de Santa Isabel de Hungría
Desde los inicios de la historia conventual, en el siglo XIV, existe la tradición de que los agustinos de Salmerón custodiaban la reliquia del cuerpo de Santa Isabel de Hungría. Nos cuenta Baltasar Porreño, cura conquense que escribió un manuscrito superinteresante (a la espera de ser editado) sobre los santuarios de la tierra de Cuenca, que al ir a levantar el edificio de la sacristía se excavó el suelo y aparecieron unos huesos. Todos aseguraron que eran los de Santa Isabel. Verdadera fe la de nuestros antepasados, que no pararon su creencia ante dificultades topocronológicas de envergadura, como es el hecho de que esta mujer, caritativa como pocas, había vivido en el siglo anterior, en el Hesse alemán, y siendo hija de su landgrave Andrés, murió en olor de santidad y fue enterrada en la catedral de Marburg. Pero los agustinos de Salmerón mantuvieron, en este remoto rincón de Castilla, esa ilusión que sin duda les reportó prestigio, y, sobre todo, algunos dineros nunca despreciables.
Algunos frailes portentosos
Hubo en el convento de Salmerón dos frailes que han quedado reflejados, en sus ires y venires, en la crónica de la Orden. El primero fue fray Alonso Carrillo, y su historia se lee en un legajo del Tribunal de la Inquisición de Cuenca. Fue denunciado al Santo Oficio por dos frailes compañeros, a raiz de un disputa teológica surgida en el refectorio, según comían. El acusado defendía que los Sacramentos deban gracia “ex opere operato” a quienes no tuviesen pecado, y los compañeros decían que solo era en forma “ex opere operantis” como podía adquirirse la gracia. El Tribunal de Cuenca, tras leer las acusaciones y considerar el caso, lo archivó escribiendo al final del legajo: “Nihil”, que era la palabra que hacía descansar cualquier conciencia.
Otro curioso caso fue el del lego limosnero del convento, fray Francisco de Medina, que un buen día amaneció endemoniado. A pesar de todos los esfuerzos de compañeros y superiores, no se pudo desendemoniar. Esto ocurrió cuando se le llevó de visita a la iglesia de Villalba del Rey, y ante la imagen de la Virgen de los Portentos se liberó del Maligno.
Un edificio volatilizado
Hoy solo queda, del convento agustino de Salmerón, la ermita u oratorio abierto de Nuestra Señora del Puerto, sobre el valle minúsculo del arroyo de Los Santos. Yo llegué a ver y fotografiar, en 1972, lo que entonces restaba de monasterio agustino. Ha sido hacia el 2000 que todo ha desaparecido: el propietario del terreno creyó conveniente eliminar ese montón de ruinas.
El conjunto monasterial de Salmerón, se encontraba en el arroyo de Los Santos, junto a lo que hoy es oratorio de la Virgen del Puerto. Constaba de un amplio templo (lleno de retablos, cuadros, cortinajes y orfebrerías), y en su presbiterio el enterramiento del caballero Gil Martínez, su fundador en la Edad Media. Junto a la iglesia se alzaba el edificio que incluia refectorio, claustro, cellería y celdas. Un poco alejado, sobre el cerro, estaba la Casa de los Frailes, de dos plantas y un gran soportal a modo de zaguán, que aguantó en pie hasta 1970 aproximadamente. Los frailes tenían, además, la posesión y uso de tres molinos, 2 harineros y uno de aceite. Uno de los capítulos del libro de Hualde aporta la descripción minuciosa de las pertenencias artísticas de este monasterio, del que hoy solo podemos hablar en pretérito.
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