BERMEJO BATANERO,
Fernando, El real monasterio de monjas dominicas de San Blas del Tovar en
Gárgoles de Arriba, Guadalajara, Ediciones Bornova A.T.C. S.L., 2012, 216 pp.,
prólogo de José Julián Labrador Herraiz. (I.S.B.N.: 978-84-938199-7-2).
El
real monasterio de monjas dominicas de San Blas del Tovar en Gárgoles de Arriba,
no es el primer libro de Fernando Bermejo Batanero, uno de los más aplicados
investigadores de tema histórico de la zona cifontina. Libros suyos son también
Organización municipal de una capital de
señorío en el siglo XVIII: la villa condal de Cifuentes (1710-1766); Constitucionalismo español y Diputación
Provincial de las Guadalajara: de España a América, escrito en colaboración
con Ignacio Ruiz Rodríguez, que consiguió el Premio Provincia de Guadalajara de
Investigación Histórica y Etnográfica “Layna Serrano” 2013, y varios otros
títulos aún inéditos, además de numerosos premios, como el “Villa de Cifuentes
de la Cultura” en su modalidad de Ciencias Sociales, por la otra titulada: “El
abastecimiento de trigo en la villa de Cifuentes durante el antiguo régimen: el
caso concreto de la obra pía de don Diego Ladrón de Guevara”, en el año 2009, y
poco después, en 2011, por “Guía y notas para la historia del Monasterio de
monjas dominicas de San Blas del Tovar”, origen del libro que comentamos.
Como señala en su
prólogo José Julián Labrador, catedrático emérito de Cleveland State
University, el propio título indica la estructura del libro: un monasterio
real, o sea, protegido y amparado por los reyes; de monjas dominicas, puesto
bajo la advocación de un santo, San Blas, ubicado en un lugar determinado, El
Tovar, en Gárgoles de Arriba, mandado construir por el infante don Juan Manuel
y que dejó perder el duque de Lerma, trasladando a las sororas que lo habitaban
a su villa burgalesa con el fin de adquirir mayor grandeza y prestigio para su
villa.
Se trataba, pues, de un
monasterio que se ocupase de establecer las debidas relaciones entre lo divino
y lo humano a cambio de las obligatorias primicias y limosnas que, en cualquier
caso, el muerto no podría llevarse a la tumba y que, por otra parte siempre
significaron prestigio social, poder y fama.
Y para ello, nada mejor
que un convento cercano como el del Tovar, en Gárgoles de Arriba, y un santo con
fama de taumaturgo como San Blas, en Cifuentes, del que en aquellos tiempos se
sabía poco -y hoy mucho menos todavía-, en cuya vida y peripecia se mezclaba la
leyenda y la tradición tratando de conformar una historia verdadera, siempre
difícil de demostrar documentalmente, pero que Bermejo Batanero, siguiendo las “presunciones
ciertas” que inserta Fray Pedro de Ortega en su Fundación del Insigne Convento de S. Blas de Lerma, de Religiosas de la
Orden de Sto. Domingo (Burgos, 1630), que ofrece la teoría de que “los
restos de San Blas se custodiaban en un templo o ermita junto al cerro donde siglos
más tarde se levantó el monasterio de San Blas del Tovar”, “[…] donde yace y
[allí] su cuerpo, según parece por presunciones ciertas y por muchos milagros que faze Nuestro Señor en el dicho
lugar [por lo que] creemos que es y [allí] el cuerpo del dicho San Blas”.
El cerro a que se alude
en el texto anterior se encuentra cercano a una laguna que describe
pormenorizadamente don Juan Manuel en el Libro
de la Caza: “En este arroyo [de Çifuentes] et en las lagunas cerca de Sant
Blas ay muchas ánades et parada de garças […]”, próxima a su vez a una villa
romana -unos cien metros- y a la antigua vía romana que enlazaba Segontia con
Segobriga, que después vendría a convertirse en parte de la “ruta de la lana”,
al enlazar el centro peninsular con la zona levantina.
En fin, un santo cuyo
arraigo en tierras mendocinas, aparece ampliamente documentado entre los siglos
XVI y XVIII y cuyo fervor fue mantenido gracias, precisamente, a la fundación y
mantenimiento de un monasterio de monjas dominicas por parte de don Juan
Manuel, que de ese modo se aseguraba ciertas alianzas con el poder religioso
establecido en Sigüenza a través de su obispo, por lo que dicha fundación fue
acompañada de numerosas donaciones que proporcionaban sustento a las monjas
allí establecidas: molinos en que los cifontinos estaban obligados a efectuar
sus moliendas, batanes y tintorerías, salinas y permisos para comercializar la
sal, tierras de pan llevar y viñedos, ganado, etcétera, así como multitud de
donaciones por parte de la nobleza, como una renta perpetua de treinta ducados
anuales firmado por doña Blanca de la Cerda, mujer de Fernando de Silva, conde
de Cifuentes.
La vida monacal también
tiene gran interés y, aunque no existen datos concretos acerca de su desarrollo
en este convento gargoleño, Bermejo Batanero recurre a otros monacatos de la
misma orden y en igual fecha, como el de Lerma, para describirla paso a paso.
Posteriormente, el habilidoso
y corrupto duque de Lerma, en nombre propio y en el de Felipe III,
comprendiendo la importancia política que iba adquiriendo la Orden de
Predicadores, aliándose con fray José González y aprovechando -según la
normativa dictada por el concilio de Trento- que los monasterios y conventos no
debían estar fuera de las villas y ciudades, decide trasladar la congregación
cifontina hasta su villa de Lerma, naciendo así el nuevo monasterio de San
Blas, cuyo traslado documenta Bermejo Batanero con gran profusión de datos.
El capítulo tercero
viene a ser una continuación del primero, centrados ambos en la figura de San
Blas (de Oreto o de Cifuentes) y en su devoción en las tierras alcarreñas. El
lector puede encontrar en este apartado los milagros más destacados y
llamativos del santo, como el del sueño duradero de las jóvenes de Val de San
García, que también recogen los Aumentos
a las Relaciones Topográficas de Felipe
II y que en alguna ocasión hemos comparado con el sueño o visión beatífica de
San Virila -que siendo abad de Leyre se paró a escuchar el canto de un
pajarillo y cuando volvió al convento no lo reconocieron porque habían pasado
más de mil años-. Otros milagros, atribuidos por la tradición popular, que
recoge Bermejo Batanero son el de la resurrección de un niño de Salmerón, hijo
de Pedro Falcón; el del “Cristo del Pozo”, el de los tres soles (considerado
como un fenómeno meteorológico) y los de las reliquias de la Cueva del Beato
San Blas, cuyos relatos e informaciones pertinentes ofrece en los numerosos
apéndices que completan el libro (páginas 145-203) a través de dieciséis
documentos que van colocados cronológicamente desde 1325, hasta 1995.
Finalmente, el cuarto
capítulo consiste en un pormenorizado estudio del púlpito gótico y
alabastrino, de los años setenta del siglo XV que, procedente del monasterio
del Tovar, se conserva como la auténtica joya que es, en la iglesia del
Salvador de Cifuentes. Los estudiosos de la heráldica disfrutarán con este
apartado.
Una extensa y selecta bibliografía,
así como la relación de los archivos y fuentes utilizadas completan el libro en
el que, además, se incluye una “Imagen y canción popular de veneración a San
Blas en Gárgoles de Arriba”.
Un libro muy
interesante, que bien pudiera servir como ejemplo a seguir por los escritores de
historias locales, en el que el lector puede encontrar desde los datos
documentales más fiables, hasta las leyendas más tradicionales y populares, que
le confieren un importante valor etnográfico, plagado de anexos y anotado más
que suficientemente a pie de página. Un libro que merece la pena una lectura
detenida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión sobre este libro nos interesa. Escríbela aquí.