viernes, 17 de enero de 2014

El enterramiento de doña Mayor Guillén de Guzmán

Arbesú, David: “Alfonso X el Sabio, Beatriz de Portugal y el sepulcro de doña Mayor Guillén de Guzmán”, en eHumanista, Vol. 24 (2013), pp. 300-320. Universidad de South Florida. Leer entero el artículo en http://www.ehumanista.ucsb.edu/volumes/index.shtml

En este artículo, publicado recientemente en una Revista norteamericana, el profesor Arbesú nos refiere la peripecia de algunos manuscritos del viejo monasterio de Clarisas de Alcocer y, sobre todo, la descripción del monumento funerario de su fundadora, doña Mayor Guillén de Guzmán, perdido en 1936 pero ahora hallado en la memoria escrita de un contrato firmado en el siglo XIII. Una peripecia que recientemente ha sido glosada por Herrera Casado en este artículo.
En este trabajo, se aporta una visión genérica de la vida de doña Mayor Guillén de Guzmán, amante del rey Alfonso X el Sabio, y una referencia breve a la hija de ambos, la reina doña Beatriz de Portugal. Cobra relevancia, de una parte, el estudio de los documentos perdidos y ahora encontrados sobre la historia del monasterio de monjas clarisas que esa señora fundó. Aparecen aquí las aclaraciones del profesor Arbesú, que llega a la conclusión de que existieron dos libros que aportaban el listado de documentos monasteriales: el primero (el Quaderno…) fue escrito por Fray Gregorio de Heredia en 1656, y una copia suya, de 47 hojas en 4º, fue vista por fray Pablo Manuel Ortega en 1732 en el interior del sarcófago de doña Mayor. Estaba fechado en 1720, y era traslado del anterior, conteniendo apuntes y resúmenes de documentos. También lo vio don Juan Catalina García López en la visita que hizo al convento de Alcocer en 1903 pero no estaba ya en 1919 cuando fue Ricardo de Orueta.
Sin embargo, hace unos pocos años, a comienzos del siglo XXI, ha aparecido otro gran documento con resúmenes de los manuscritos originales de Santa Clara de Alcocer, y tras el correspondiente expolio y consiguiente tráfico por anticuarios, ha ido a parar al Massachusetts Center for Interdisciplinary Renaissance Studies, donde debe acercarse quien quiera investigar sobre esta institución monacal alcarreña, como así lo ha hecho el profesor Arbesú, de la South Florida University.
De otra parte, este trabajo recoge fundamentalmente el texto y correspondiente análisis del contrato para la pintura del enterramiento de doña Mayor Guillén. Incluye la larga referencia a la triste historia de este mausoleo, maravilla de la escultura medieval, que finalmente ha desaparecido, en 1936, sin dejar rastro. Cuando aparezca, seguro, lo hará en U.S.A. que es donde se llevó todo el arte español que los norteamericanos rapiñaron en el momento cruel de la Guerra Civil.

El gran hallazgo del profesor David Arbesú ha sido ese documento que mencionamos, en el que se estipulaba la realización de la tumba, su forma, sus detalles, su precio, su calendario… de ese documento se pueden extraer estos datos, en el lenguaje comprensible de hoy en día. No está nada mal, conocer con tanto detalle cómo fue hecho este monumental conjunto.
Conviene adelantar que en el siglo XIII se impuso el modelo de sarcófago romano decorado en los cuatro costados sostenido por pequeños leones que actúan como “patas” del sepulcro, aunque ya muestran su solemne sentido iconológico que pregona la Fe del muerto en la Resurrección.
Gracias al contrato publicado por el profesor Arbesú, podemos describir cómo era, majestuoso, elegante, impresionante a quien lo contemplara, el enterramiento de doña Mayor Guillén de Guzmán. Lástima que solamente pudieran contemplarlo, -y así ocurrió durante seis siglos y medio- las monjas que residían en la clausura del convento de clarisas de Alcocer.
Un de las cosas que más sorprenden es que el sarcófago estaba arropado por un gran tabernáculo  que aparecía decorado con una escena de la crucifixión en la que aparecían San Juan y la Virgen María junto con dos ángeles. El aspecto sería similar al sepulcro románico  que hoy se ve en la iglesia de Santa María Magdalena (Zamora). Nadie lo había mencionado nunca, por lo que debe colegirse que ya a principios del siglo XVIII no existía.
Muy significativa es la descripción de la decoración lateral (que se perdió también hace siglos, pues en 1919 aparecía, en las fotos de Orueta, con un feo repinte de calaveras y huesos cruzados). El documento analizado nos dice que los laterales estuvieron decorados de la siguiente manera: En la cabecera, aparecía una representación de doña Mayor orando a los pies de la Virgen. En los pies se veía una imagen de doña Mayor en su lecho, vestida con los paños de la orden de Santa Clara, y acompañada de dos ángeles recibiendo su alma, con otro ángel y la Virgen a la cabeza de la difunta. En el lateral izquierdo, la decoración presentaba una escena en la que se veía a doña Mayor en su lecho acompañada de su hija la reina Beatriz de Portugal y sus hijos. Y en el lateral derecho, aparecía doña Mayor en su lecho, acompañada de la abadesa, las doncellas del convento y varios nobles, junto a escenas de la vida de San Francisco y Santa Clara. Todo ello pintado, en obra atribuible al artista burgalés Juan González, que es quien firma el contrato y se obliga a hacerlo. Este autor Juan González (Johan Gonçalvez) era pintor en la iglesia de Santa María de la Vieja Rúa de Burgos, ya desaparecida. En Castilla la Vieja hubo una gran escuela de “tombiers” o pintores de sarcófagos (Aguilar de  Campoo, Carrión de los Condes, Villalcázar de Sirga, Palanzuelos…) y este Juan González sería uno de ellos, aquí rescatado del anonimato.
Encima del túmulo, aparecía tallada sobre madera de nogal la fundadora, que además se pintó con vivos colores al estilo de la época. La dueña aparecía vestida con hábitos monjiles, las manos cruzadas sobre el yacente cuerpo, y la cabeza apoyada en un almohadón, presentando además cuatro ángeles –dos a los pies y dos a la cabeza– que se mencionan en el contrato, y de los que los que escoltan a la cabeza son turiferarios, esto es, portan incensarios, tal como se ve en la fotografía adjunta que debemos a Orueta. Aun contando con las magníficas fotografías –las únicas que han quedado- de este investigador malagueño, no podemos más que esbozar una idea acerca del color de la estatua. Debían ser estos colores de tonos dorados, plateados, azules y rojos, pues en el contrato se especifica que llevaría “todas las otras colores que convienen a la sepultura”.
Finalmente, es un detalle muy curioso el que nos aporta el documento de contrato, y es el hecho de que la sepultura se acompañaba de la talla de treinta personas que emparejaban con doña Mayor. Serían quince a cada lado, y el modelo, muy habitual en la época, lo podemos encontrar en el grandioso enteramiento de San Pedro de Osma que hoy se conserva, completo y coloreado, en la catedral de Burgo de Osma (Soria), realizado hacia 1258, poco antes que el de doña Mayor.

Es interesante por demás conocer los detalles del precio y los plazos de pago, que minuciosamente se especifican en el contrato. Se estipuló el coste en 460 maravedíes de “los dineros blancos que el rey mandó fazer en el tiempo de la guerra”, y que según el estudio que de ellos hace el profesor Arbesú suponían un alto coste monetario para la época, pues esos “dineros blancos” creados por Alfonso X eran moderna moneda, muy apreciada y que supuso una inflación notable en el ritmo de vida de la Castilla de la segunda mitad del siglo XIII. En cuanto al plazo, se estipuló en que debería estar acabada la obra en seis meses, y al parecer así se cumplió. Fue en 1277 cuando se hizo esta obra de arte, poco tiempo después de fallecer doña Mayor, quien lo haría a una edad aproximada de 60 años, en torno a 1270.

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