Arbesú, David: “Alfonso X el Sabio, Beatriz de Portugal y el sepulcro de doña Mayor
Guillén de Guzmán”, en eHumanista, Vol. 24 (2013), pp. 300-320.
Universidad de South Florida. Leer entero el artículo en http://www.ehumanista.ucsb.edu/volumes/index.shtml
En este
artículo, publicado recientemente en una Revista norteamericana, el profesor
Arbesú nos refiere la peripecia de algunos manuscritos del viejo monasterio de
Clarisas de Alcocer y, sobre todo, la descripción del monumento funerario de su
fundadora, doña Mayor Guillén de Guzmán, perdido en 1936 pero ahora hallado en
la memoria escrita de un contrato firmado en el siglo XIII. Una peripecia que recientemente
ha sido glosada por Herrera Casado en este artículo.
En este
trabajo, se aporta una visión genérica de la vida de doña Mayor Guillén de
Guzmán, amante del rey Alfonso X el Sabio, y una referencia breve a la hija de
ambos, la reina doña Beatriz de Portugal. Cobra relevancia, de una parte, el
estudio de los documentos perdidos y ahora encontrados sobre la historia del
monasterio de monjas clarisas que esa señora fundó. Aparecen aquí las aclaraciones del profesor Arbesú, que llega a la
conclusión de que existieron dos libros que aportaban el listado de documentos
monasteriales: el primero (el Quaderno…)
fue escrito por Fray Gregorio de Heredia en 1656, y una copia suya, de 47 hojas
en 4º, fue vista por fray Pablo Manuel Ortega en 1732 en el interior del
sarcófago de doña Mayor. Estaba fechado en 1720, y era traslado del anterior,
conteniendo apuntes y resúmenes de documentos. También lo vio don Juan Catalina
García López en la visita que hizo al convento de Alcocer en 1903 pero no
estaba ya en 1919 cuando fue Ricardo de Orueta.
Sin
embargo, hace unos pocos años, a comienzos del siglo XXI, ha aparecido otro
gran documento con resúmenes de los manuscritos originales de Santa Clara de
Alcocer, y tras el correspondiente expolio y consiguiente tráfico por
anticuarios, ha ido a parar al Massachusetts
Center for Interdisciplinary Renaissance Studies, donde debe acercarse
quien quiera investigar sobre esta institución monacal alcarreña, como así lo
ha hecho el profesor Arbesú, de la South Florida University.
De
otra parte, este trabajo recoge fundamentalmente el texto y correspondiente
análisis del contrato para la pintura del enterramiento de doña Mayor Guillén.
Incluye la larga referencia a la triste historia de este mausoleo, maravilla de
la escultura medieval, que finalmente ha desaparecido, en 1936, sin dejar
rastro. Cuando aparezca, seguro, lo hará en U.S.A. que es donde se llevó todo
el arte español que los norteamericanos rapiñaron en el momento cruel de la
Guerra Civil.
El
gran hallazgo del profesor David Arbesú ha sido ese documento que mencionamos, en
el que se estipulaba la realización de la tumba, su forma, sus detalles, su
precio, su calendario… de ese documento se pueden extraer estos datos, en el
lenguaje comprensible de hoy en día. No está nada mal, conocer con tanto
detalle cómo fue hecho este monumental conjunto.
Conviene
adelantar que en el siglo XIII se impuso el modelo de sarcófago romano decorado
en los cuatro costados sostenido por pequeños leones que actúan como “patas”
del sepulcro, aunque ya muestran su solemne sentido iconológico que pregona la
Fe del muerto en la Resurrección.
Gracias al
contrato publicado por el profesor Arbesú, podemos describir cómo era,
majestuoso, elegante, impresionante a quien lo contemplara, el enterramiento de
doña Mayor Guillén de Guzmán. Lástima que solamente pudieran contemplarlo, -y
así ocurrió durante seis siglos y medio- las monjas que residían en la clausura
del convento de clarisas de Alcocer.
Un
de las cosas que más sorprenden es que el sarcófago estaba arropado por un gran
tabernáculo que aparecía decorado con
una escena de la crucifixión en la que aparecían San Juan y la Virgen María
junto con dos ángeles. El aspecto sería similar al sepulcro románico que hoy se ve en la iglesia de Santa María
Magdalena (Zamora). Nadie lo había mencionado nunca, por lo que debe colegirse
que ya a principios del siglo XVIII no existía.
Muy
significativa es la descripción de la decoración lateral (que se perdió también
hace siglos, pues en 1919 aparecía, en las fotos de Orueta, con un feo repinte
de calaveras y huesos cruzados). El documento analizado nos dice que los
laterales estuvieron decorados de la siguiente manera: En la cabecera, aparecía
una representación de doña Mayor orando a los pies de la Virgen. En los pies se
veía una imagen de doña Mayor en su lecho, vestida con los paños de la orden de
Santa Clara, y acompañada de dos ángeles recibiendo su alma, con otro ángel y
la Virgen a la cabeza de la difunta. En el lateral izquierdo, la decoración
presentaba una escena en la que se veía a doña Mayor en su lecho acompañada de
su hija la reina Beatriz de Portugal y sus hijos. Y en el lateral derecho,
aparecía doña Mayor en su lecho, acompañada de la abadesa, las doncellas del
convento y varios nobles, junto a escenas de la vida de San Francisco y Santa
Clara. Todo ello pintado, en obra atribuible al artista burgalés Juan González,
que es quien firma el contrato y se obliga a hacerlo. Este autor Juan González (Johan
Gonçalvez) era pintor en la iglesia de Santa María de la Vieja Rúa de
Burgos, ya desaparecida. En Castilla la Vieja hubo una gran escuela de “tombiers” o pintores de sarcófagos
(Aguilar de Campoo, Carrión de los
Condes, Villalcázar de Sirga, Palanzuelos…) y este Juan González sería uno de
ellos, aquí rescatado del anonimato.
Encima
del túmulo, aparecía tallada sobre madera de nogal la fundadora, que además se
pintó con vivos colores al estilo de la época. La dueña aparecía vestida con
hábitos monjiles, las manos cruzadas sobre el yacente cuerpo, y la cabeza
apoyada en un almohadón, presentando además cuatro ángeles –dos a los pies y
dos a la cabeza– que se mencionan en el contrato, y de los que los que escoltan
a la cabeza son turiferarios, esto es, portan incensarios, tal como se ve en la
fotografía adjunta que debemos a Orueta. Aun contando con las magníficas
fotografías –las únicas que han quedado- de este investigador malagueño, no
podemos más que esbozar una idea acerca del color de la estatua. Debían ser
estos colores de tonos dorados, plateados, azules y rojos, pues en el contrato
se especifica que llevaría “todas las otras colores que convienen a la
sepultura”.
Finalmente,
es un detalle muy curioso el que nos aporta el documento de contrato, y es el
hecho de que la sepultura se acompañaba de la talla de treinta personas que
emparejaban con doña Mayor. Serían quince a cada lado, y el modelo, muy
habitual en la época, lo podemos encontrar en el grandioso enteramiento de San
Pedro de Osma que hoy se conserva, completo y coloreado, en la catedral de
Burgo de Osma (Soria), realizado hacia 1258, poco antes que el de doña Mayor.
Es
interesante por demás conocer los detalles del precio y los plazos de pago, que
minuciosamente se especifican en el contrato. Se estipuló el coste en 460
maravedíes de “los dineros blancos que el
rey mandó fazer en el tiempo de la guerra”, y que según el estudio que de
ellos hace el profesor Arbesú suponían un alto coste monetario para la época,
pues esos “dineros blancos” creados por Alfonso X eran moderna moneda, muy
apreciada y que supuso una inflación notable en el ritmo de vida de la Castilla
de la segunda mitad del siglo XIII. En cuanto al plazo, se estipuló en que
debería estar acabada la obra en seis meses, y al parecer así se cumplió. Fue
en 1277 cuando se hizo esta obra de arte, poco tiempo después de fallecer doña
Mayor, quien lo haría a una edad aproximada de 60 años, en torno a 1270.
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