Se
cumple hoy el Centenario del nacimiento de otro gran escritor alcarreño (el
segundo que hemos celebrado, o deberíamos haber celebrado, en este mes de septiembre).
Concretamente de Miguel Alonso Calvo,
nacido en Humanes en 1913, y que pasó a la historia de la literatura española
bajo el seudónimo de Ramón de Garciasol. Un apelativo que tuvo que usar –según
él mismo confesó- por mor de cuestiones sociales, pero del que convendría ir
apeándole porque la fuerza de su poesía, y de su literatura, iba inmersa en su
estuche de hombre completo. Y con su nombre real debe permanecer.
En la
tarde de hoy, el Ayuntamiento de Humanes y la Diputación Provincial le han
ofrecido un justo homenaje de memoria y fervor. Quizás no todos conocían bien a
Miguel Alonso Calvo, y aún menos hayan leído una parte, siquiera mínima, de su
obra estupenda. Pero su nombre sonó (y su apelativo o seudónimo, que al final
llevaba como una carga autoimpuesta) y los aplausos en su memoria sonaron. Era
lo justo.
Es imposible aquí comentar
ni uno ni todos los libros que escribió este autor campiñero. Con motivo de su
Centenario, la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Humanes han editado
un libro que aún no hemos tenido ocasión de analizar.
No cabe aquí hacer una
reseña completa de su obra. Menos aún de su vida, que fue tan sencilla que giró
siempre en torno a su obra. Chiquillo en Humanes, hijo de un zapatero, estudió
en el Instituto de Guadalajara y luego fue a Madrid a cursar Derecho. En el
Madrid de la República, se entusiasmó con las ideas sociales de izquierdas,
como otros al mismo tiempo lo hicieron con las de derechas. Ajeno a que aquel
intercambio de ideas acabaría muy pronto con un larguísimo y cruel intercambio
de disparos y de horrores. Amistó con Antonio Buero Vallejo, de su misma
generación, y colaboró con él y con otros muchachos de su edad en aquel
periódico que salió (uno más, de tantos…) bajo la palmera del patio del
Instituto: “El Bachiller Arriacense” se llamaba. Ya Miguel escribía versos, que
Antonio ilustraba con sus dibujos.
Después, la Guerra. La
locura en la que muchos murieron y otros acabaron tocados para siempre. Ni Buero ni Alonso se marcharon. En su “exilio
interior”, caminantes de “la otredad” fueron dando sus expresiones, siempre
tamizadas por la censura, pero con la pasión y la claridad de sus jóvenes
corazones, y la seguridad (y la esperanza) de que llegaría un día de sol.
Quien conocía a Miguel
Alonso Calvo, dice de él que era (como pedía Cervantes, su ídolo) “grave sin
presunción, alegre si bajeza”. En los círculos literarios de Madrid se movió
siempre recatado y admirado en silencio por muchos: desde el Café Gijón a la
Tertulia Literaria Hispanoamericana, vivió muchas tardes de lecturas y
charletas con García Nieto, Leopoldo de Luis, Montesinos, Cela, Gerardo Diego,
Aleixandre y Alonso Gamo. Como a este último, la Real Academia le concedió el
Premio Fastenrath, en 1962, por su “Lección de Rubén Darío”. Mientras él seguía
analizando, diseccionando y aplaudiendo la obra de Miguel de Cervantes, del que
escribió su biografía, y un ensayo que siempre he tenido de libro de cabecera,
la “Meditación del Quijote”, un libro inmenso y profundo, un libro propio de un
sabio, de un intelectual profundo, de un hombre recto.
Eso es lo que era Miguel Alonso Calvo, a
quien la “Revista “Anthropos” dedicó en 1989 un número especial que fue muy
comentado, y a quien Blanco, Esteban y Calero dedicaron una entrevista en la
Revista “Añil” el año antes de morir, en 1993, en la que expresaba con
serenidad su tranquila espera de la muerte por haberse ocupado en sus escritos
del prójimo, de la justicia, de la libertad, de la cultura y de todo aquello
que procura la felicidad de los humanos. En ella terminaba diciendo que la
conclusión a la que había llegado (y mientras viviera toda conclusión era
provisional) era la de que "sólo mediante la
cultura, mediante el diálogo, se podrá llegar a alcanzar algún día la
fraternidad, la solidaridad".Ahora que se cumplen, hoy mismo, los cien años del nacimiento de este admirable paisano, solo me queda esperar que su mensaje se difunda, porque no toda vida y obra importante debe resignarse a acabar en una placa de bronce o unos discursos de los que a la sazón nos mandan, sino que debe llegar a las futuras generaciones, y si en este caso Miguel Alonso escribió versos, pues que podamos leerlos, y si dijo sazonadas razones en pro de la cultura y la sabiduría, que nos sea dado conocerlas, y asimilarlas.
Antonio Herrera Casado
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