No es el primer libro que escribe Gabino Domingo, un hombre serio y que a pesar de su fibra nerviosa es capaz de analizar las cosas de su pueblo con la natural pausa que requieren y, muy en especial, aquellas que constituyeron y, en muchos casos aún siguen constituyendo, aunque con las naturales variantes e innovaciones, el mundo de su cultura tradicional, de eso que venimos denominando costumbrismo, como puede comprobarse a través del presente libro, que trata de las fiestas y tradiciones de Membrillera, localidad de cuya Asociación Cultural ha sido preocupado presidente durante veinticinco años; de ahí que -gratis et amore- haya cedido los derechos de esta primera edición a la mencionada Asociación de sus desvelos.
Es este un buen momento para escribir un libro que recoja esas fiestas y tradiciones aún vivas, puesto que no es muy halagüeño el futuro que le espera a este mundo lúdico, tan apartado de sus esquemas primigenios, que atiende antes a la hojarasca y al colorido más o menos ficticio que pueda atraer al turista, que a la pureza de la propia fiesta y que, por eso, precisamente, va perdiendo su valor hasta convertirse en algo irreconocible, puesto que los añadidos y transformaciones que se le van introduciendo conducirán irremisiblemente a su desaparición más o menos lejana en el tiempo.
Pero lejos de fatalismos antropológicos, que más convendría analizar desde un punto de vista exterior, queremos dar ahora una somera idea del contenido de este su último libro, Tradiciones y fiestas de Membrillera, que tan amablemente nos ha hecho llegar Gabino Domingo, a quien también agradecemos el habernos invitado en su día a participar en directo en la tradicional fiesta de la “Carrera del Cabro”.
Escribir este libro era un deber, ya que eran muchas las personas que, a través del teléfono, le llamaban con insistencia con el fin de conocer el día exacto de celebración de algunas fiestas recuperadas en Membrillera y también para dejar constancia de las mismas a las generaciones venideras.
Muchas, como decimos, fueron recuperadas y todavía siguen vigentes, como, por ejemplo, la de San Agustín, patrón de la localidad, emparentada con los ritos totémicos alrededor del toro; la ya citada “Carrera del Cabro”, quizá de las más antiguas e interesantes de este tipo de cuantas se celebraban en Guadalajara; las “Vaquillas de Carnaval”, diferentes a las que llevan “amugas” con cuernos y cencerros, aunque su simbolismo sea el mismo; los conocidos “mayos”, y las tradicionales “rondas”, que siempre animaron las noches con sus ruidosos recorridos.
Otras son modernas, casi de reciente creación, como la “Fiesta de la Primavera” y, quizá también, la de las mujeres de Santa Águeda (aunque posiblemente ésta sea más antigua de lo que se supone).
Algunas se recuperaron, pero duraron poco y volvieron a caer en el olvido por su falta de interés: las “Rosquillas de las flores”; los bolos, que más bien son un deporte tradicional, y la “Fiesta del Árbol”, que en su origen fue una manera de inculcar el amor a los árboles en los niños del colegio.
Finalmente, unas cuantas ni se recuperaron, ni es posible su recuperación, gracias a la sensibilización de las nuevas generaciones, como la “Fiesta del Gallo”, en la que se enterraba uno de estos animales -dejándole la cabeza fuera, a ras de tierra- con el fin de que los niños de la escuela, por turno y con los ojos vendados, se la cortasen, (manifestación tradicional contra la que están las sociedades protectoras de animales por su crueldad mal entendida), o “La Luminaria y la Fiesta de San Antón”, además de algunas otras fiestas, consideradas “de menor importancia”, como eran las de San Sebastián y San Isidro, a las que habría que añadir ciertas tradiciones propias de poblaciones agrícolas y ganaderas, como la de “El Torero” -que consistía en trazar con una yunta de mulas el surco más derecho posible como muestra de destreza en el trabajo y que se celebraba el día de Jueves Santo- y el juego de “La Charla”, que practicaban los pastores.
Pero si tuviéramos que decidirnos por la fiesta de mayor interés e importancia, sin duda nos decidiríamos por la “Carrera del Cabro”, a la que nuestro amigo Gabino Domingo dedica nada menos que 31 páginas, es decir, casi el 34 por ciento de la paginación de su libro, mucho si consideramos que las diez primeras páginas están ocupadas por el título, el índice, el prólogo y demás.
Por eso nos centraremos en ella a lo largo de la presente reseña.
De la fiesta del “Cabro”, la más deseada por los mozos, se cuenta su desarrollo, que comenzaba el día de Nochebuena. Para ello, con la suficiente antelación, el alcalde y los concejales de los mozos compraban un macho cabrío, cuanto más grande y con más carne, mejor. El día de la fiesta asistían a misa y adoraban al Niño Jesús y besaban sus pies (lo que en otros lugares de llama “besar la patita”, de forma cariñosa), para por la tarde vestir al “cabro” con una manta de color “preferentemente roja”, de la que pendían cascabeles y campanillas, sobre la que iba una mantilla blanca bordada por la madre o la novia del alcalde los mozos. En la frente un espejo, borlas de colores en los cuernos, al cuello un pretal con sonoros cencerros y en el rabo un atractivo lazo de terciopelo.
Luego llegaba la ronda hasta el lugar donde se encontraba el “cabro” y después de cantar varias piezas para atraer al personal, se le daba suelta para que corriese libremente por las calles del pueblo, seguido por los mozos que trataban de alcanzarlo, mientras la ronda seguía con entonando coplas, algunas “picantes”:
A mí me gustaría ser
como el gallo de la vecina,
y tener tantas mujeres
como él tiene gallinas.
Tras correr el pueblo y con el “cabro” ya cansado, lo encerraban en un corral hasta la noche, en que era sacrificado, de modo que el hígado y las menudencias eran pasto alimenticio del mocerío, guardando el resto de la carne -guisada con patatas- para consumirla durante los días de la Navidad y sacar dinero para sufragar los gastos ocasionados por la fiesta, para ello hacían un círculo grande en la plaza, en cuyo centro había otro redondel más pequeño donde colocaban unas trébedes con la caldereta. A la tajada de carne la llamaban negra y a la patata blanca. El círculo grande, a cuyo borde se colocaban los comensales, estaba dividido en cuatro partes, una presidida por el alcalde y, el resto, por los concejales. El alcalde era el encargado de mandar comer negra o blanca, por la derecha o por la izquierda, el que autorizaba beber o no, y el que permitía hablar, poniendo multas a diestro y siniestro según su estado de ánimo y la necesidad de dinero, provocando siempre a risa que, a veces, sin permiso también era motivo de sanción, como también lo era dar la espalda al caldero o pisar la raya del círculo.
La fiesta desapareció a causa de la emigración de los años 56-57 del siglo XX y su recuperación tuvo lugar el 16 de octubre de 1998, más de cuarenta años después. Recuperación que en buena medida, según refiere Gabino Domingo, se debió a Camilo José Cela quien en 1997 se puso en contacto con él para preguntarse algo relacionado con el negocio de nuestro autor, las “gallinejas fritas”, e invitarle a su casa para hablar más distendidamente del tema. El caso es que en esa reunión se habló de lo divino y lo humano y, al decirle que era de Membrillera, le preguntó por la antigua fiesta del cabro:
- ¡Pero hombre! ¿por qué han perdido la tradicional carrera del cabro?
- ¿Cómo sabe usted lo de la carrera del cabro?
- Porque sé muchas cosas.
- Le prometo que voy a intentar rescatarla y quizá muy pronto podamos disfrutar de la carrera del cabro.
- Ojalá tengan suerte y la puedan recuperar.
Algo de esto apareció publicado en el diario ABC del día 21 de diciembre de 1997.
Evidentemente la fiesta no se pudo recuperar exactamente como era en los años cincuenta, pero eso se explica más adelante, antes de hablar, uno por uno, de los antiguos protagonistas -alcaldes y mozos-, de los que ofrece una breve nota biográfica en la que libremente dan a conocer sus puntos de vista sobre la fiesta, sobre como disfrutaban cuando eran jóvenes, las caras que ponían cuando eran multados y tantas cosas más.
Después pasa a hablar de cómo es la fiesta en la actualidad, que divide en dos partes fundamentales: “la carrera” propiamente dicha y “la cena”, dejando constancia de los deberes del “alcalde de los mozos” durante el desarrollo de la misma. Un apartado, el más extenso, termina comparando esta fiesta del cabro de Membrillera con otras dos muy parecidas que se celebraron en Ruguilla, con motivo de Santa Águeda -aunque fiesta exclusiva de mozos- (recogida por Sinforiano García Sanz) y las “machorras” de El Ordial, amén de unas cuantas curiosidades, como aquella vez en que el cabro trepó a los tejados de las casas (2002), o el año en que se escapó del pueblo (2009).
El libro continua con otras fiestas más como las de San Agustín, el 28 de agosto, las “Vaquillas del Carnaval”, la fiesta del “mayo” (donde se da a conocer un artilugio de seguridad para que el mayo no caiga sobre los espectadores en el momento de “plantarlo”, “La Luminaria y fiesta de San Antón” (hogueras en las encrucijadas de las calles y bendición de animales domésticos con posterior galopada alrededor de la iglesia), y otras muestras del sentir popular ya citadas.
Un libro muy interesante cuya lectura se nos hace corta, que da idea de la influencia que los cambios sociales tuvieron (y tienen) en el desarrollo de las fiestas y que Gabino Domingo ha sabido recoger y transmitir en bien de su comunidad, pero que posiblemente interese a mucha más gente de la que él sospecha.
Un trabajo escrito con cariño, que debemos agradecer quienes gustamos del estudio de las fiestas tradicionales que de esta forma no quedarán en el olvido más absoluto.
José Ramón López de los Mozos
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