jueves, 7 de junio de 2012

Un repertorio fotográfico lleno de colorido e interés


Santiago Bernal recoge La Caballada paso a paso.

BERNAL, Santiago, La Caballada de Atienza, Toledo, Gobierno de Castilla-La Mancha [Consejería de Educación, Cultura y Deportes], 2011, 186 pp. (Fotografías de Santiago Bernal y textos de Jesús de la Vega García y Tomás Gismera Velasco). I.S.B.N. 978-84-7788-630-3.

Últimamente han salido a la palestra editorial numerosos libros cuyo tema principal es la fotografía: como muestra, ahí están todos los que se han acogido al programa “Los Legados de la Tierra”, que tantos pueblos de esta provincia ha dado a conocer en sus más variados aspectos fotográficos.
Pero hasta ahora poco es lo que ha visto la luz acerca de las fiestas y tradiciones. Afortunadamente Santiago Bernal ha tenido la gran ocurrencia de ofrecernos -“gratis et amore”- un interesante volumen sobre una de las fiestas más atractivas del acervo festivo, y por tanto cultural, de Guadalajara: La Caballada, declarada hace ya tiempo Fiesta de Interés Turístico Nacional.
Curiosamente, la salida del libro, después de numerosas peripecias que ni ahora ni aquí hacen al caso, coincide con la celebración de su 850 aniversario.
Se trata de un libro importante y que, sin duda, dejará huella. Un libro que servirá a los etnólogos y etnógrafos del mañana como guía de la evolución que la fiesta haya podido ir sufriendo con el transcurso del tiempo, ya que la celebración actual no coincide en todos y cada uno de sus actos con los que se celebraron hace años. Esas variaciones quedan patentes incluso en el mismo libro que comentamos, ya que, desde que Bernal comenzó a tomar fotografías, hasta el día de hoy, han transcurrido nada menos que cuarenta años, años que Santiago Bernal ha sabido aprovechar, como es lógico, a lo largo de tantas y tantas reuniones con el resto de los cofrades de esta hermandad de la Santísima Trinidad y San Julián, puesto que pertenece a ella como Hermano Honorario.

Pero hay algo más. El libro recoge las fotografías de una forma cronológica. Es decir, el “lector” (¿casi sería mejor decir “espectador”?) puede ir siguiendo paso a paso todas y cada una de las actividades que se van desarrollando a lo largo de La Caballada.
Así, unas primeras imágenes lo sitúan en una Atienza que acaba de despertar, vacía, silente, donde predomina la piedra sobre el hombre, aunque éste aparezca de forma elíptica a través de su obra cotidiana; unas fotografías, la mayor parte del libro las publica en color, que sirven de pórtico a lo que va a ser la conmemoración que se festeja.
El primer capítulo recoge la comitiva procesional del día de San Isidro, que saliendo de la iglesia de San Juan va hasta la de la Trinidad, con las insignias a la cabeza. Ya entrados en la fiesta propiamente dicha, llegamos al “Sábado de las Siete Tortillas”, que es el anterior al domingo de Pentecostés. Es entonces cuando los músicos acompañan al “manda” que, tras recoger a los demás “cargos” de la cofradía, bajan a la ermita de la Virgen de la Estrella para prepararla y adecentarla para el día siguiente. Allí pondrán “el ramo” del que penderán roscas para la subasta. Meriendan las tortillas, bailan y rezan de regreso a la villa, en la Peña de la Bandera, un padrenuestro y una salve por el primer hermano que fallezca.
Con el tercer capítulo se entra de lleno en el Domingo de Pentecostés: la música, como pasó el sábado, acompaña al “manda” que va recogiendo a los hermanos hasta llegar a la casa del “prioste”, en uno de cuyos balcones ondea el pendón de la cofradía. Desde allí van a buscar al “abad” que es el cura. Se pasa lista y se ponen multas, que han de pagarse en libras de cera o celemines de trigo, y se inicia el desfile que de nuevo llegará a su fin en la ermita de la Estrella, desde donde sale una procesión -no sin antes haber subastado las andas o maneros, que aquí llaman “banzos”- que se alarga hasta la Peña de la Bandera y a cuyo regreso comienza la misa. Luego se subastan las roscas que se colgaron del “ramo”. Es entonces cuando llega ya el momento emocionante de los bailes, pues cada hermano baila ante la Virgen. Parece que el mozo saca a la moza a bailar y todo ello sin darle nunca la espalda, hasta salir de la ermita.
Llega el tiempo de la comida, que los hermanos hacen a puerta cerrada.
Tras la despedida de las insignias y la felicitación a las mujeres se reza la salve. Es entonces cuando todos prestan atención al “manda” que da la señal convenida para iniciar el camino de regreso: “Señores hermanos, a caballo”. Durante el camino pararán varias veces. La primera en la Peña de la Bandera y la segunda, en la segunda Peña, para continuar por el camino que hay junto al ábside de San Francisco, entrando en la villa por la puerta de Antequera y, después atravesarla, salir a Puertacaballos, donde tendrán lugar las galopadas, esa especie de alarde entre hermanos que competirán por parejas para ver cual de ellos es el mejor caballista (hoy de caballos, ayer, de machos y mulas). De vuelta al pueblo entran por la puerta de la Muralla (lo que queda de ella) con destino a la casa del “abad”, a cuya puerta les invita a limonada. Solo queda ya ir a casa del “prioste” y darle las gracias. El día ha terminado.
El último capítulo, el cuarto, refleja la sencillez con que se llevan a cabo los actos del llamado “Domingo de Trinidad”. Los hermanos se reúnen en la iglesia de San Juan, de la que salen por la puerta norte, que es la de las grandes ocasiones, camino de la iglesia de la Trinidad, donde los mayores se sientan juntos para oír misa y prestan especial atención a la homilía del “abad”, que anunciará la hora del acto de por la tarde, en el que el “prioste” entrante y el “mayordomo” reciben las insignias. Es lo que se llama el “cambio de vara”, que se hace en la puerta del atrio.
Desde allí la comitiva se acercará a felicitar al nuevo “prioste” que les invitará a un vino…
Un recorrido fascinante por una fiesta que muchos piensan conocer detalladamente.
Además, y por si fuera poco, Bernal nos sorprende con un texto que podríamos calificar como íntimo: “Mi Caballada”, en el que recoge sus sentimientos y experiencias, sus emociones más destacadas, sus alegrías y sus recuerdos más entrañables.
No menos interés encierran los escritos que preceden a la colección fotográfica: Jesús de la Vega García escribe “Te doy mis ojos”, un texto colmado de ilusión por la fiesta y de alegría por las fotografías, en el que recorre mediante citas selectas los caminos que otros siguieron antes, describiéndola desde el punto de vista de quien pertenece a ella, es decir, desde dentro, con todo lo que ello conlleva. Tomás Gismera Velasco, también cofrade, da a conocer -a quien no la conozca todavía- la figura y la obra de este magnífico fotógrafo que es Santiago Bernal, en un apasionado currículo de su vida.
Un libro que era necesario.

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