Santiago Bernal
recoge La Caballada paso a paso.
BERNAL, Santiago, La Caballada de Atienza, Toledo,
Gobierno de Castilla-La Mancha [Consejería de Educación, Cultura y Deportes],
2011, 186 pp. (Fotografías de Santiago
Bernal y textos de Jesús de la Vega
García y Tomás Gismera Velasco).
I.S.B.N. 978-84-7788-630-3.
Últimamente han salido a la
palestra editorial numerosos libros cuyo tema principal es la fotografía: como
muestra, ahí están todos los que se han acogido al programa “Los Legados de la
Tierra”, que tantos pueblos de esta provincia ha dado a conocer en sus más
variados aspectos fotográficos.
Pero hasta ahora poco es lo que
ha visto la luz acerca de las fiestas y tradiciones. Afortunadamente Santiago Bernal ha tenido
la gran ocurrencia de ofrecernos -“gratis et amore”- un interesante volumen
sobre una de las fiestas más atractivas del acervo festivo, y por tanto
cultural, de Guadalajara: La Caballada,
declarada hace ya tiempo Fiesta de Interés Turístico Nacional.
Curiosamente, la salida del
libro, después de numerosas peripecias que ni ahora ni aquí hacen al caso,
coincide con la celebración de su 850 aniversario.
Se trata de un libro importante y
que, sin duda, dejará huella. Un libro que servirá a los etnólogos y etnógrafos
del mañana como guía de la evolución que la fiesta haya podido ir sufriendo con
el transcurso del tiempo, ya que la celebración actual no coincide en todos y
cada uno de sus actos con los que se celebraron hace años. Esas variaciones
quedan patentes incluso en el mismo libro que comentamos, ya que, desde que
Bernal comenzó a tomar fotografías, hasta el día de hoy, han transcurrido nada
menos que cuarenta años, años que Santiago Bernal ha sabido aprovechar, como es
lógico, a lo largo de tantas y tantas reuniones con el resto de los cofrades de
esta hermandad de la Santísima Trinidad y San Julián, puesto que pertenece a
ella como Hermano Honorario.
Pero hay algo más. El libro
recoge las fotografías de una forma cronológica. Es decir, el “lector” (¿casi
sería mejor decir “espectador”?) puede ir siguiendo paso a paso todas y cada
una de las actividades que se van desarrollando a lo largo de La Caballada.
Así, unas primeras imágenes lo
sitúan en una Atienza que acaba de despertar, vacía, silente, donde predomina
la piedra sobre el hombre, aunque éste aparezca de forma elíptica a través de
su obra cotidiana; unas fotografías, la mayor parte del libro las publica en
color, que sirven de pórtico a lo que va a ser la conmemoración que se festeja.
El primer capítulo recoge la
comitiva procesional del día de San Isidro, que saliendo de la iglesia de San
Juan va hasta la de la Trinidad, con las insignias a la cabeza. Ya entrados en
la fiesta propiamente dicha, llegamos al “Sábado de las Siete Tortillas”, que
es el anterior al domingo de Pentecostés. Es entonces cuando los músicos
acompañan al “manda” que, tras recoger a los demás “cargos” de la cofradía,
bajan a la ermita de la Virgen de la Estrella para prepararla y adecentarla
para el día siguiente. Allí pondrán “el ramo” del que penderán roscas para la
subasta. Meriendan las tortillas, bailan y rezan de regreso a la villa, en la
Peña de la Bandera, un padrenuestro y una salve por el primer hermano que
fallezca.
Con el tercer capítulo se entra
de lleno en el Domingo de Pentecostés: la música, como pasó el sábado, acompaña
al “manda” que va recogiendo a los hermanos hasta llegar a la casa del
“prioste”, en uno de cuyos balcones ondea el pendón de la cofradía. Desde allí
van a buscar al “abad” que es el cura. Se pasa lista y se ponen multas, que han
de pagarse en libras de cera o celemines de trigo, y se inicia el desfile que
de nuevo llegará a su fin en la ermita de la Estrella, desde donde sale una
procesión -no sin antes haber subastado las andas o maneros, que aquí llaman
“banzos”- que se alarga hasta la Peña de la Bandera y a cuyo regreso comienza
la misa. Luego se subastan las roscas que se colgaron del “ramo”. Es entonces
cuando llega ya el momento emocionante de los bailes, pues cada hermano baila
ante la Virgen. Parece que el mozo saca a la moza a bailar y todo ello sin
darle nunca la espalda, hasta salir de la ermita.
Llega el tiempo de la comida, que
los hermanos hacen a puerta cerrada.
Tras la despedida de las
insignias y la felicitación a las mujeres se reza la salve. Es entonces cuando
todos prestan atención al “manda” que da la señal convenida para iniciar el
camino de regreso: “Señores hermanos, a caballo”. Durante el camino pararán
varias veces. La primera en la Peña de la Bandera y la segunda, en la segunda
Peña, para continuar por el camino que hay junto al ábside de San Francisco,
entrando en la villa por la puerta de Antequera y, después atravesarla, salir a
Puertacaballos, donde tendrán lugar las galopadas, esa especie de alarde entre
hermanos que competirán por parejas para ver cual de ellos es el mejor
caballista (hoy de caballos, ayer, de machos y mulas). De vuelta al pueblo
entran por la puerta de la Muralla (lo que queda de ella) con destino a la casa
del “abad”, a cuya puerta les invita a limonada. Solo queda ya ir a casa del “prioste”
y darle las gracias. El día ha terminado.
El último capítulo, el cuarto,
refleja la sencillez con que se llevan a cabo los actos del llamado “Domingo de
Trinidad”. Los hermanos se reúnen en la iglesia de San Juan, de la que salen
por la puerta norte, que es la de las grandes ocasiones, camino de la iglesia
de la Trinidad, donde los mayores se sientan juntos para oír misa y prestan
especial atención a la homilía del “abad”, que anunciará la hora del acto de
por la tarde, en el que el “prioste” entrante y el “mayordomo” reciben las
insignias. Es lo que se llama el “cambio de vara”, que se hace en la puerta del
atrio.
Desde allí la comitiva se
acercará a felicitar al nuevo “prioste” que les invitará a un vino…
Un recorrido fascinante por una
fiesta que muchos piensan conocer detalladamente.
Además, y por si fuera poco,
Bernal nos sorprende con un texto que podríamos calificar como íntimo: “Mi
Caballada”, en el que recoge sus sentimientos y experiencias, sus emociones más
destacadas, sus alegrías y sus recuerdos más entrañables.
No menos interés encierran los
escritos que preceden a la colección fotográfica: Jesús de la Vega García
escribe “Te doy mis ojos”, un texto colmado de ilusión por la fiesta y de
alegría por las fotografías, en el que recorre mediante citas selectas los
caminos que otros siguieron antes, describiéndola desde el punto de vista de
quien pertenece a ella, es decir, desde dentro, con todo lo que ello conlleva.
Tomás Gismera Velasco, también cofrade, da a conocer -a quien no la conozca
todavía- la figura y la obra de este magnífico fotógrafo que es Santiago
Bernal, en un apasionado currículo de su vida.
Un libro que era necesario.
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