José Luis García de Paz. El Decano, 26 de
enero de 2009.
Entre los diversos libros publicados en 2008 con motivo del
bicentenario de su comienzo, llama agradablemente la atención el titulado “La guerra de la Independencia en
Castilla-La Mancha. Testigos extranjeros”, de Jesús y Ängel Villar Garrido,
donde se presenta fragmentos de las memorias de soldados extranjeros que
lucharon en esta Comunidad Autónoma. Estos testimonios, unos descriptivos,
otros justificativos de lo que hicieran sus protagonistas, dan un punto de
vista parcial (como toda memoria de acontecimientos pasados) sobre lo que
ocurrió entre 1808 y 1814.
Este libro
continúa la labor señera de José García Mercadal (Zaragoza, 1883 - Madrid,
1976) con su “Viajes de extranjeros por
España y Portugal” (cuya última edición en seis tomos, ampliada y póstuma, fue
publicada por la Junta de Castilla y León en 1999). En plan más general, pueden
consultarse los textos de otros viajeros extranjeros por España en los siglos
XV y XVI gracias a http://www.cervantesvirtual.com/historia/viajeros/viajeros1.shtml
, en un trabajo realizado por de
Emilio Soler Pascual.
Los autores, Jesús y Ángel Villar Garrido
son investigadores naturales de Leganiel (Cuenca) y tienen una web sobre sus obras
dedicadas a los Viajeros extranjeros por Castilla-La Mancha, que titulan “Cuando un libro era un viaje”, en http://www.jccm.es/leganiel/viajerosextranjeros/
. Su primera publicación al respecto tuvo lugar en 1997 y piensan publicar un
tomo dedicado a cada provincia, editados gracias al Servicio de Publicaciones
de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, que puede consultar el lector
interesado en otros periodos de la historia en Castilla-La Mancha, desde la antigüedad
al inicio del siglo XX. Quedan aun los tomos específicos de Toledo y Ciudad
Real.
Los autores han
realizado una ardua
labor de búsqueda de publicaciones, traducción, selección de textos y
comentario de los mismos. Es fácilmente comprensible el trabajo que llevan los
dos últimos puntos, por lo que debemos hacer especial mención a los dos
primeros, que implican traducciones correctas del inglés, francés, alemán y
polaco. En cuanto a la búsqueda de publicaciones, en estos tiempos en que desde
hace muy poco se pueden consultar directamente originales completos publicados
en el siglo XIX en Google (http://books.google.com
) y que existe la cada vez mayor colección de la Biblioteca Virtual del Centro
de Estudios de Castilla-La Mancha (http://www.uclm.es/ceclm/virtual.htm
), hay que indicar que los autores de este libro no tenían en su momento tantas
facilidades, teniendo que buscar los originales en diferentes Bibliotecas de
España y del extranjero.
Tras una introducción histórica, la obra
está dividida por años en los que primeramente se describe lo sucedido en cada
una de las cinco provincias de la comunidad, seguido por una corta biografía de
los autores de las memorias y los textos seleccionados. El libro acaba con una
cronología y una amplia bibliografía. No sin pesar hemos de indicar alguna
errata de imprenta en algunas notas de pie de página o la repetida mención como
“Sebastini” del general francés Sebastiani. Los autores han prestado más
atención, lógicamente, a aquellas memorias descriptivas, bien de las campañas
militares o de las gentes y poblaciones por las que pasaba su autor, dejando de
lado la mera enumeración como en las memorias de Suchet o de Roguet. Es una
lástima que los generales italianos al servicio de Napoleón como Palombini o
Mazzuchelli no escribieran sus memorias.
Castilla-La Mancha fue lugar de tránsito de tropas
imperiales en 1808 y sólo fue escenario de importantes derrotas españolas en
1809. Desde 1810 a la retirada final de 1813 estuvo en poder de las tropas
imperiales y josefinas, salvo el breve interludio entre la batalla de Arapiles
y la recuperación francesa tres meses después. En cuanto a Guadalajara, fue
lugar de paso de tropas imperiales y sólo hubo una batalla (derrota) española
en sus inmediaciones, el 13 de enero de 1809 en Uclés, perdida por Francisco
Javier Venegas y su jefe el XIII duque del Infantado. Guadalajara, y sus
cierras y serranías, fue lugar de refugio y cuartel general de las guerrillas,
como las de Juan Martín Díez “el Empecinado” y Pedro Villacampa Mata de Lizana.
Las tropas y el intendente josefino tuvieron sus bases en
Guadalajara y Brihuega, desde donde sus columnas volantes intentaron limpiar
las vías de comunicación y ejercer un cierto control del territorio. Las tropas
imperiales entraron en Guadalajara persiguiendo a la guerrilla desde Soria
hacia Atienza y Sigüenza, desde Zaragoza hacia el señorío de Molina y Cuenca y
desde Cuenca hacia la Hoya del Infantado, La Alcarria y el señorío. Tuvieron
guarniciones durante algunos periodos en Sigüenza y en Molina. Contra ellos se
aunaron los esfuerzos, con dispar éxito, de la Junta Superior Provincial de
Guadalajara y la Junta Superior Política del Señorío de Molina.
Las memorias que
prestan más atención a Guadalajara con las del general Joseph Leopold Sigisbert
Hugo (1773-1828), padre del genial literato Victor Hugo, que llegó a esta
provincia en mayo de 1810 debido al daño que realizaba el Empecinado y su
guerrilla. Por su labor, José I le nombró conde en el lugar de Guadalajara que
eligiera, entre aquellos que había ganado para él, sin llegar finalmente a
elegir ninguno. Escribió unas Memorias muy interesantes, aunque el historiador
francés Louis Guimbaud dice que “no puede
garantizar la veracidad” de éstas. Hugo recoge el sentir general de la
oficialidad francesa acerca de que si no hubiera sido por la desastrosa Campaña
de Rusia, seguida de la de Alemania, no hubieran tenido que retirarse de
España. Muestra siempre respeto por El Empecinado, del que dice “ese oficial unía, a su mucho valor y
actividad, el ser un verdadero genio de la guerra irregular” pero también
que “en lo referente a la táctica
militar, el Empecinado siempre se mostró débil”. Menciona que las
localidades pagaban los impuestos que les exigían las autoridades josefinas,
pero al mismo tiempo pagaban aquellos que les solicitaban las tropas españolas
y la Junta de Guadalajara, obedeciendo en lo posible las órdenes de ésta con “sublime abnegación”.
El general Hugo menciona las largas reatas de mulos que
marchan atados cada uno al siguiente, guiados por las canciones del arriero,
que eran usadas para el transporte de mercancías debido a la accidentada
orografía de sierras y altas montañas. Recuerda el “mercado célebre” que conoció en Torija, donde le contó el párroco
que llegó a haber “veinte mil mulos”
y de que el precio de un buen mulo de carroza “se eleva a menudo a 10.000 reales (2.500 francos)”. Una buena mula
valía 1500 reales en la feria de Tendilla de 1808. Para cortar el pelo a las
caballerías, estaban los trasquiladores,
que “cumplen con esta
operación con mucha destreza, y saben adornar con flores o de figuras
recortadas los costados afeitados del animal. Sus tijeras se extienden, a la vez,
hasta la frente del arriero mismo, que se deja cortar el pelo en el mismo momento que sus mulos”.
Otro testimonio interesante es el del militar alemán Franz
Xaver Rigel (1783-1852) que a su llegada a Guadalajara en 1809 buscando víveres
para las tropas imperiales indica que “no
debería haber una pavimentación tan mala, irregular e incómoda en una ciudad
tan rica en alimentos, que es, después de Segovia, la más importante de las dos
Castillas en las grandes manufacturas reales de paño y sarga”.
Finalmente, no dejen de leer los terribles testimonios del
hambre sufrida por la población española durante la primera mitad del infausto
año de 1812.
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