Ida Altman. Relaciones
transatlánticas en el Imperio español. Brihuega, España. Puebla, México,
1560-1620. Edición de Teresa Valdehita Mayoral. Traducción de Ignacio Ruiz
Martínez. Intermedio Ediciones, Guadalajara, 2018. 301 pp. ISBN: 978-84-942961-0-9.
Queda
claro desde la cubierta de este libro que es una tesis doctoral publicada por
la prestigiosa universidad californiana de Stanford hace ya de esto diez y ocho
años. Pero qué importa el retraso si ahora podemos leerla gracias a la
impecable traducción de Ignacio Ruiz Martínez, la diligencia de Teresa
Valdehita Mayoral y el interés de Luis Manuel Viejo Esteban, alcalde además de
buen lector que ha sabido rodearse de valiosos colaboradores.
Ya puede
intuir el lector que esta reseña será un entusiasmado juicio sobre la
integridad intelectual de la doctora Ida Altman por su esmerada investigación
y, en definitiva, por la obra que cuenta lo que fue Brihuega en tiempos
difíciles, años en que muchos briocenses se vieron obligados a emigrar al sur
de España o a cruzar el mar y buscarse la vida en la Nueva, en México. La
Brihuega de hoy ha sido parte de mi vida.
Pero hay
más. Brihuega en la historia. Brihuega y las guerras: la «Guerra de Sucesión», 1710 (con Villaviciosa);
y la «Batalla de Guadalajara», 1937. Quien firma esta reseña ha visto Brihuega abatida por los bombardeos,
viejas iglesias demolidas, San Miguel, por ejemplo, y en las paredes de las
casas a la entrada del pueblo, en la revuelta después del repecho, unas
imágenes toscamente pintadas con plantillas y en color negro que todavía hoy,
más de setenta años después, no he olvidado: eran lemas e imágenes franquistas.
Luego de la cuesta, la Flora Villa
paraba el renqueante coche de línea justo delante de la fuente, con su chorro
abundante y su pilón. Como mi viaje
empezaba en Cobeta o en Zaorejas, estirar las piernas y beber a morro unos
buches de agua eran una bendición.[1]
Después, de joven, aquella alameda fue campo de fiestas veraniegas. Y cómo no
recordar el impacto mediático del helicóptero el día 12 de junio de 1965 anunciando el
espectáculo taurino en «La Muralla». Después,
mucho después, llegó Manu, Leguineche, y en su refugio de «La Casa de los
Gramáticos» hemos vivido inolvidables reuniones. Es decir, que hubo una
Brihuega de las guerras que renació de su ruina para volver a ser una de las
joyas de nuestra provincia. Brihuega: Jardín de la Alcarria. Una gran satisfacción
para mí. También, allá lejos, he disfrutado de la cuadriculada Ciudad de
Puebla, visitado sus hermosas iglesias y admirado su poderosa estructura industrial.
Ahora, la publicación oportuna de este libro
nos devuelve a aquellos años pasados y nos explica cómo vivían sus habitantes. Ida
Altman nos retrotrae a la segunda mitad del siglo XVI, ciertamente calamitosa, y nos
adentra veinte años en el siglo siguiente: de Felipe II a Felipe III, hasta un
año antes de su fallecimiento en 1621. Pero no nos engañemos, este libro no trata de dinastías ni de
efemérides épicas; todo lo contrario. Es un estudio dedicado a lo que el maestro
Unamuno llamaba intrahistoria. No da Altman
una interpretación de los hechos narrados por escribanos oficiales sobre esas
gestas gloriosas que entran en los libros de historia. La autora documenta las
peripecias de la vida de unas personas que no tiene aparente importancia para
los historiadores: gente común, sana y trabajadora con hechos vulgares y
diarios: alegres unos, como bodas, nacimientos, reencuentros, y otras veces son
situaciones difíciles, traumáticas, que obligaban a la separación de un matrimonio
o al desplazamiento de familiares y vecinos para buscar sustento, mejorar, vivir,
sobrevivir y, con suerte, progresar económica y socialmente: «No solo las
esposas, también los hijos sufrieron el estrés, el trastorno de la separación y
el abandono» (p. 49). A veces la lectura del libro ruboriza
cuando nos adentra en la intimidad de cada una de las muchas familias
briocenses, con sus dificultades y esperanzas.
Hace
tiempo, en la siempre socorrida Cuesta de Moyano hallé unos tomitos sueltos
parte de una extensa colección de cartas enviadas por emigrantes de toda España
desde el Nuevo Mundo. Compré los que me interesaban por traer noticias de
nuestros paisanos alcarreños. Años después compré en Estados Unidos la edición
en inglés del minucioso y bien estructurado estudio de Ida Altman. Me serví de
mis tomitos usados el año 2012 para preparar una serie de artículos solicitados por la revista Alcarria Alta, extinta hoy, pero ¡cómo
unía a los alcarreños aquel esfuerzo del periodista José García de la Torre, su
director cifontino! En el número 207 (tercer trimestre 2012) titulé mi artículo «Carta desde México a Brihuega: el oro de América,
el hambre de España» (pp. 10-11); en el siguiente escribí: «Oro y lágrimas: Alcarreños haciendo las
Américas» (pp. 10-11, cuarto trimestre 2012). Preparé algunos más ampliando el panorama, pero nunca llegaron a
publicarse: recuerdo uno que dediqué a la emigración de las mujeres: viudas,
casadas, doncellas, esclavas; ahora la edición del libro que tengo delante suple
mi silencio.
Ida Altman
se ha formado en dos de las mejores universidades de Estados Unidos:
Universidad de Michigan y Johns Hopkins, y ha recibido varias becas de las más
competitivas en el campo de las Humanidades. Su tesis doctoral Transatlantic ties in the Spanish Empire,
además de archivada, por sus méritos ha sido publicada, y ahora traducida para
toda la comunidad hispánica mundial. Y, además, a la venta con un fin benéfico.
Dieciséis láminas a todo color de Brihuega y de Puebla, mapas, cuadros
genealógicos, glosario y una extensa bibliografía enriquecen la cuidada
edición. Sus 528 notas para los cinco capítulos y en las nutridas conclusiones apoyan,
aclaran y extienden su positiva investigación. Ha cogido el metro de medir y el
peso de pesar para ir desgranando y evaluando la documentación existente. En el
nuevo libro el viejo aserto traduttore,
traditore (traductor, traidor) no afecta en absoluto al inteligente
esfuerzo del traductor.
El
capítulo primero: «Poblaciones y movimientos migratorios» no puede haberse
iniciado por mejor camino: «A finales del XVI, las circunstancias de
Brihuega, una localidad de aproximadamente 4000 habitantes […] impulsaron a
mil, o quizá más, a emigrar a la Nueva España» (p. 27) y a Las Alpujarras (p. 28).[2]
Es muy cierto:
«hubo malas cosechas los años 1560 especialmente en la zona
que hoy llamamos Castilla-La Mancha; 1566, lo que provocó una hambruna en el centro de España; 1578, 1581, 1584, 1589, 1593, 1599 (por la sequía). A estas
circunstancias hay que sumar, entre otras, dos más muy inmediatas: el traslado
de la Corte a Madrid y la terrible epidemia de gripe de la que se salvó Felipe
II, pero no Santa Teresa con aquel tabardillo de 1582. La difteria hizo estragos los años 1583 y 1587 a 1589; el tifus apareció en 1599».[3]
«La economía del pueblo no era en absoluto
brillante» (p. 29), de modo que «durante tres décadas, desde 1570 hasta 1590, continuaron llegando
emigrantes desde Brihuega» a la Ciudad de Puebla. A algunos les fue muy bien, a
otros menos bien y algunos terminaron siendo tan pobres en tierras lejanas como
alcarreñas. Unos regresaron, para quedarse, en Brihuega; otros volvieron para
arrepentirse y regresar; otros, la mayoría, se integró en la cultura poblana,
montaron negocios, comparon fincas, se mezclaron con sus vecinos mejicanos y
allí formaron familia y allí murieron. Hoy, los descendientes de aquellos
alcarreños, acaso se hayan olvidado del Tajuña y, mejicanos ahora, estarán
paladeando el mole poblano.
Cruzaron el mar masivamente, con tanto miedo
como esperanza: «Los emigrantes de Brihuega, así como los amigos y parientes
más cercanos de otras localidades de la Alcarria, como Fuentelencina y Budia
fueron masivamente a Nueva España», otros fueron a Perú, los peruleros (p. 54). El éxito de los primeros
emigrantes –afirma Altman– a Nueva España entre los años 1550 y 1560 espoleó a sus parientes y a
otros paisanos para unírseles», así que en los últimos treinta últimos años del
siglo XVI,
Puebla se convertiría en la primera ciudad de la industria textil en México.
Los retornados a Brihuega fueron pocos, pero hay que recordar al indiano Diego de Anzures, que sí hizo
las Américas.
Asentadas las bases en el capítulo inicial,
en el siguiente Altman estudia el ámbito económico de los habitantes de la
villa. Puede resumirse en el declive económico no solo de la Alcarria sino de
toda España: «la fuente de ingresos [textiles] de los residentes de la villa
desde la Edad Media, había disminuido. La industria repartida en pequeña
producción doméstica enflaquece y aquellas contadas familias con mayor
producción aumentaron el negocio. Quedaban siempre, eso sí, las fincas para
sembrar trigo y plantar viñas e higueras.[4]
Brihuega era propiedad del arzobispado de
Toledo hasta que la Corona se la quitó, la registró a su nombre y la puso en
venta para sacar pingües beneficios. La historia se repite. El asunto irritó a
las buenas gentes que se aliaron para comprarla, con lo que el municipio «se
endeudó demasiado para financiar la compra»,[5]
pero el pueblo se libró de la pesadilla de la posible compra de su pueblo por
un desalmado. En definitiva, Brihuega cayó de nuevo en la jurisdicción arzobispal.
Altman estudia cuidadosamente el complicado sistema administrativo, en el cual
solían perpetuarse ciertas familias, algunas de los retornados, de tal modo que
la autora indica que «las Indias, especialmente la ciudad de Puebla, casi se
había apoderado de Brihuega» (p. 133). Mientras, en Puebla, los emigrantes alcarreños «no consiguieron
establecer una presencia importante en el ayuntamiento de la ciudad». Ajenos a
la política, los briocenses lograron formar sólida unión bien por lazos
familiares o comerciales. Su aportación fue crear una sólida base en la
producción textil en Nueva España, producir y ganar dinero.
El capítulo IV es un documentadísimo estudio
del ambiente religioso tanto en Brihuega como en Puebla. Familias pudientes
fundaban conventos y colegios, o ayudaban a las distintas congregaciones
establecidas anteriormente. El problema de los conversos judíos continuaba vivo
y como arma arrojadiza contra cualquiera. Los cristianos se reunían en
cofradías buscando unidad para conseguir sus fines tanto terrenales como
celestiales. Emigrados y retornados aspiraban al prestigio social que derivaba
de tener un hijo cura o varias hijas en conventos: pertenecer al clero
prestigiaba a la familia.
Las relaciones familiares se estudian en el
capítulo V. Es
lógico que siendo un estudio preparado por una investigadora norteamericana
sienta fascinación por las relaciones familiares en España. Ese interés lleva a
Altman a considerar «las experiencias personales de los briocenses de la Nueva
España» (p. 205). Se ocupa del matrimonio y los lazos afectivos, mezcla de amor e
intereses; la mermada aceptación social de los solteros y solteras; de las 150 viudas de Brihuega consignadas
en la lista de impuestos, y la tendencia entre los briocenses en Puebla a
casarse entre ellos. Dedica Altman un apartado a los hijos, anotando que las
familias solían ser numerosas: «que fueran casi la regla» (p. 213); señala que la
segunda generación, más enriquecida, tiene mayores posibilidades de elección,
sin embargo, no desapareció entre las familias pudientes la inercia de meter a
las hijas en conventos ni tampoco los mayorazgos: Francisco de Pacheco regresó
rico y compró la villa de Romancos (entiéndase que era dueño y señor de
personas y tierras). Dedica otro apartado a la situación de la mujer,
considerando la separación y el reencuentro con el marido.
El capítulo sexto aborda las relaciones
sociales, centrándose especialmente en la poderosa y déspota familia Diego de
Anzures, indianos retornados a la villa; mientras, en Puebla, los briocenses
fueron ampliando su presencia en los nuevos barrios de la ciudad y otros
lugares cercanos.
Concluye el libro con un conciso capítulo de
conclusiones —como corresponde a una tesis doctoral—, un sucinto glosario y una
nutrida bibliografía. La tesis que ahora podemos leer en castellano es un libro
útil prefaciado por Luis Viejo Esteban, Mª. Teresa Valdehita Mayoral, Ignacio
Ruiz Martínez y Carlos Martínez Shaw. Desde la otra orilla Leticia Gamboa Ojeda
nos habla desde Puebla y la propia autora Ida Altman, desde Florida prologa la
edición española. Todo un bello ejemplo
de hispanismo para una obra cuya lectura interesará tanto a peninsulares como a
hispanoamericanos. Un trabajo que bien merece el esfuerzo de ser difundido en
los ámbitos hispanistas de todo el mundo.
José Julián Labrador Herraiz
Emérito de la Cleveland State University
Medalla de Oro Premio Vasconcelos, México
[1] Relaciones: «junto al río
Tajuña, con numerosos manantiales, Brihuega era una localidad atractiva, bien
surtida de agua, lo que la convirtió en favorita de los arzobispos de Toledo»,
que elegían para sus veraneos (p. 35). Se les alaba el gusto.
[2] Relaciones: «el objetivo de
la Corona era mantener la industria de la seda en Las Alpujarras» y los
briocenses tenían experiencia textil suficiente para aprender sin dificultad el
arte de la seda.
[3] José J. Labrador Herraiz, Discurso
del Pan y el Vino del Niño Jesús, Alcalá de Henares, 1600, por Diego Gutiérrez Salinas,
Guadalajara, Diputación/Ayuntamiento de Brihuega. Edición en prensa. Su autor,
un humanista briocense fue bautizado en la Iglesia de San Miguel (p. 151) el día 27 de septiembre de 1572 y enterrado en Alcalá
en 1610. Su
tratado de agricultura fue un intento para producir más y mejor trigo y vino
mediante la aplicación de nuevas técnicas. Altman se referirá constantemente a
esos dos productos esenciales, a sabiendas de que la producción textil produce
capital, pero no se come ni se bebe: justo lo que le preocupaba al agrimensor,
humanista y conocedor de la ideología moderna.
[4] Relaciones: «Los
agricultores de Brihuega cultivaban principalmente trigo y uvas, así como algo
de cáñamo y zumaque» [líquido para curtir las pieles] (p. 73); sin embargo, en los años 1590 «los años habían sido
estériles y difíciles, y sin cosecha carecían de alimento y no podían criar ganado»
(p. 73).
Reinaba la necesidad y la pobreza. Pero allá lejos estaba Puebla con su red de familias
alcarreñas establecida y segura para emigrar, aprovecharse de las ventajas que
aquellas tierras ofrecían (incluyendo abundante agua) y «dejaron su propio
sello vigoroso en la economía y sociedad poblana».
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