Una tierra grande, ancha, antigua. Una tierra que hoy vemos
luminosa, con viñedos, ciudades monumentales, industrias, juventud que se
entrena. Pero Castilla la Mancha es también una tierra de hondas tradiciones,
y, sobre todo, un lugar en el mundo donde surgen altos y severos los vestigios
de una historia cierta, irrenunciable, cargada de símbolos, certezas y
misterios. En ella se alzan (es Castilla… recuerda) los castillos, a docenas.
En cualquier recodo del camino surge a lo lejos, en el horizonte, la alzada
presencia. Y en llegando se levanta sonoro, poderoso, el oscuro perfil de sus
almenas. Los castillos de Castilla la Mancha tienen mucho que decirte, todavía.
1.
Atienza. En la parte mas al norte de la tierra
castellano-manchega, se alza la villa amurallada y roquera de Atienza, poblada
hace miles de años por los celtíberos, bastión luego de los musulmanes, y desde
hace siglos ocupada de labriegos que admiraron siempre a sus señores, los reyes
castellanos, los condes guerreros, dueños de las distancias.
Atienza tiene un castillo roquero
sorprendente, al que es muy fácil subir, a pie, desde la plaza mayor. En lo
alto de la roca, la torre del homenaje, y al final de sus escaleras, las
terraza. Sube allí, observa en torno, escucha y aguanta el viento, poderoso.
2.
Almonacid de Toledo. Sobre la llanura parda toledana
se alza en lo más alto de un poderoso cerro esta fortaleza que fue durante
siglos propiedad de los arzobispos toledanos. Su estructura es muy curiosa, y
muy demostrativa de cómo fueron las construcciones militares medievales: cerca
exterior, castillo interior y torre fuerte o del homenaje en su centro.
3.
Belmonte. En la tierra de Cuenca, sobre las
anchas llanuras de la Mancha, esta riente pirueta de la arquitectura y la
historia. Propiedad de los Pacheco durante siglos, el buen hacer de un
arquitecto borgoñón, Juan Guas, levantó esta complicada mezcolanza de torres y
patios, de salones y ventanas. Todo tiene el marchamo de lo gótico en Belmonte,
y allá se celebran, ahora, luchas y torneos con armas antiguas, entre bravos
muchachos que entrenan con sus espadas, lanzas y dagas.
A Belmonte es fácil llegar, subir en coche hasta la puerta misma del castillo,
y vagar por su patio, sus salones que evocan a Eugenia de Montijo, sus
almenadas torretas donde los guerreros marqueses de Villena nos llaman.
4. Almansa, el castillo de
los Pacheco, que primero árabe y luego cristiano marcó durante siglos la
señal de frontera entre Valencia y Castilla. Aunque de origen templario, y
real luego, fue poseído por el infante rebelde don Juan Manuel, pasando
finalmente a poder de la Corona en tiempos de Enrique III,
Sirvió de referencia en multitud de guerras y batallas, y cumplió
fielmente su misión de ser bastión guerrero, perfil de victorias. Hoy luce
magnífico sobre la llanada albacetense, y su torre del homenaje, con la
cola de muros almenados detrás, es singular y resulta espectáculo.
5. Sigüenza, también en las
tierras altas y fronterizas de la región, es hoy un destino turístico y
admirativo. Durante siglos, tras ser fortaleza celtíbera y musulmana, pasó
a ser la sede del obispado, y de allí a lugar fuerte y regulador de
mestas, impuestos y artistas.
El castillo de Sigüenza se construyó, con el aspecto que hoy vemos, en el
siglo XIV, y a mediados del XX estaba en los suelos, en la ruina absoluta.
El Estado lo levantó de nuevo, y le dio el destino en el que hoy le
encontramos, como Parador de Turismo, meca de la admiración de los
viajeros y lugar de encuentros para muchos.
6. Calatrava la Nueva. Como
surgido de una novela de caballerías, la altura exagerada del cerro de los
Alacranes ve cómo en su altura se despliega, generoso y abierto, el
castillo que llegó a ser la cabeza de la Orden Militar de Calatrava.
Sobre el valle que desde la Mancha baja hacia las sierras béticas
andaluzas, la Orden puso en este lugar, inexpugnable, su alcazaba mayor,
dándole la estructura perfecta de un castillo medieval de libro: varios
cintos, caballerizas, el patio de los caballeros, el templo cristianos,
románico puro, la sala del Maestre, y, en lo más alto, la biblioteca,
donde se guardan los libros de la sabiduría, los manuscritos del poder.
7. Guadamur. Que ahora se
muestra a los viajeros en visitas guiadas, pero que durante muchos años
fue severo lugar de secretos bien guardados. Su perfil enorme y variopinto
nos desvela las formas del clásico alcázar castellano. En este caso
propiedad de una familia, los López de Ayala, que lo mantuvieron bien
cuidado muchos siglos, cabeza y eje de un amplio alfoz feudal. Luego lo
tuvo en su poder el marqués de Campoó, y al final ha venido a ser de
general conocimiento y fácil visita.
8. Chinchilla de Montearagón
es otro de esos lugares que se ven desde muy lejos, porque su perfil
castillero destaca sobre las planas mesetas de los Llanos albacetenses.
Aunque acabó siendo uno de los penales más temidos de España, antes
escribió largos capítulos de la historia castellana, con capítulos
firmados por los Pacheco, marqueses de Villena, que no dudaron, generación
tras generación, en ir aumentando la fortaleza hasta dejarla como hoy la
vemos, espléndida en su lejana presencia y con mil detalles de
arquitectura militar medieval en sus detalles, también visitabless
9. Molina de Aragón, en el límite más septentrional de la
región, tiene el castillo más extenso de España, una colosal fortaleza que
además se completa con una torre albarran la “Torre de Aragón”, que por sí
mismo ejercía de castillo completo.
Este complejo castillero, que domina desde un suave cerro la
ciudad entera que junto al río Gallo se extiende a sus pies, tuvo su origen en
una fortificación celtíbera, luego rehecha por los musulmanes, y al fin
transformada en eje del territorio feudal de los Lara, condes de Molina,
señores que mantuvieron la propiedad y el control de este Señorío molinés
durante más de dos siglos, como un estado independiente entre Aragón y
Castilla. De visita obligada.
10. Toledo. El Alcázar. Sí,
este también es un castillo de Castilla La Mancha. Quizás el más antiguo,
el más importante históricamente. Porque ahí donde está, en lo más alto de
la ciudad, sobre el foso del Tajo, fue lugar de residencia de los reyes
visigodos de Hispania, y también alcázar real de muchos reyes castellanos,
incluido el emperador don Carlos, su último y más solemne inquilino. En el
edificio pusieron manos los mejores arquitectos y artistas, incluso el
gran patio central lo diseñó y labró Alonso de Covarrubias.
Sede luego de la Academia de
Infantería, finalmente ha quedado destinado a sede cultural, la más prestigiosa
biblioteca de la Región, y el Museo del Ejército Español. Un lugar, por tanto,
de obligada visita.
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