MONTERO SÁNCHEZ, Ángel, Pareja villa de los sínodos diocesanos de
Cuenca, Guadalajara, Aache Ediciones (col. Tierra de Guadalajara, 97),
2016, 144 pp. [ISBN: 978-84-92886-91-3].
Pareja villa de los sínodos diocesanos de Cuenca es un libro especializado y,
quizás por ello pudiera parecer un poco “denso” para el hombre de la calle, tan
poco acostumbrado a este tipo de obras, tan específicas en su contenido.
Se divide en dos partes, una
primera, a modo de introducción, escrita por Antonio Herrera Casado, perfectamente
adobada con numerosas fotografías y grabados, que sirve de introducción a otra
en la que se recogen algunos datos acerca de la antigua villa, como son su historia
-al parecer, en la época romana pudo llamarse Parelia, aunque el nombre aparece en 1124 en un documento del
deslinde entre Zorita y Almoguera: “et hic mons distenditur usque in guadielam;
et inter guadielam et tagum sunt Parelia et Alcocer que sunt orientale, et his
términos testificantur habere Zuritam”. (Julio González: Repoblación de Castilla la Nueva, Madrid, Universidad Complutense,
1976). Pero, en realidad, su nombre surge durante el tiempo en que perteneció a
la tierra de Huete, donde consta en los documentos de la época como Paradeja (`lugar de prados´), como simple
aldea-.
En lo referente a su
patrimonio, del que se conservan numerosas casonas blasonadas, entre las que se
encuentra la de los Tenajas, sobresale la iglesia parroquial, del XVI,
construida por don Diego Ramírez de Fuenleal (o Villaescusa) en su primera fase
(1530-1540), bajo la dirección de Pedro de Alviz (cabecera y crucero), y en la
segunda (de hacia 1570), la de Juanes de Andut (que concluyó la nave principal
con sus pilares, muros, cubiertas y coro).
También se hace alusión al Azud
–en el que se recogen las aguas del arroyo Empolveda y fue construido el año
2008 con el doble fin de procurarse un mejor abastecimiento y de servir como
atractivo turístico, ya que en él se vienen celebrando numerosos eventos
deportivos acuáticos, entre los que destaca un gran triatlón anual-, y la
famosa “olma”, de más de treinta metros de altura, que durante tantísimos años,
-ya que según se dice fue plantada en 1540-, es otra buena muestra de su
patrimonio y que sirvió como auténtico logotipo o seña de identidad de Pareja,
hasta su muerte, víctima de la grafiosis, en 2015.
Aspectos estos que sirven de
pórtico, como queda dicho, para conocer, aunque un tanto someramente, algunos
datos sobre la diócesis conquense y su extenso episcopologio.
La segunda parte constituye
el meollo del libro propiamente dicho y parte de su historia pretérita, puesto
que la villa de Pareja estuvo incardinada y sometida a la jerarquía eclesiástica
del Obispado de Cuenca. Pero para conocer los sínodos conquenses -que
constituían uno de los principales elementos de gobierno de las diócesis por
sus obispos- el autor, Ángel Montero Sánchez, comienza, como debe ser, por
ofrecer al lector una síntesis de la historia de la diócesis de Cuenca y de sus
obispos, origen y motivo del libro, comenzando por la Edad Media, puesto que
dicha diócesis fue fundada en 1183 gracias a la concesión de una bula del papa
Luciano III, es decir, seis años después de la conquista de Cuenca. En un
principio, la diócesis abarcaba el antiguo territorio de otras tres visigodas
anteriores: Ercávica, Segóbriga y Valeria y, hasta el siglo XX, en que los
límites diocesanos se adaptaron a los provinciales, la totalidad de Cuenca y
numerosas localidades de las de Albacete, Guadalajara, Toledo y Valencia.
Es también el periodo en que
comenzó a construirse la catedral de santa María (1196) sobre el terreno que
ocupaba antes una mezquita y cuyos obispos nombraba el rey castellano o el
primado de Toledo, siendo nombrados posteriormente, a partir del siglo XIII, por
la sala capitular.
Sea como fuere, el caso es
que la mayor parte de los sínodos conquenses se celebró en la villa de Pareja,
formando un conjunto de 23, que son los que recoge el libro por orden
cronológico, desde el siglo XIV hasta el XX y se acompañan con numerosas
imágenes de las actas correspondientes, así como los nombres y procedencias de
quienes asistieron y qué determinaciones se adoptaron en ellos.
No vamos a describir
minuciosamente todos y cada uno de los sínodos que en Pareja se llevaron a cabo
y que se recogen en la edición que comentamos, pero sí vamos a poner un ejemplo
claro de uno de los más significativos, con el fin de que el lector pueda
hacerse una idea de cómo se desarrollaba este tipo de reuniones, que venían a
equivaler a un nivel más o menos doméstico, lo que los concilios vaticanos a
nivel ecuménico.
Así pues, podemos ver que el
primero de los sínodos está datado el día 11 de febrero de 1364. A la sazón era
obispo de Cuenca don Bernal Zafón, pero parece ser que antes de su labor
sinodal ya existieron unas Constituciones
anteriores, según se puede constatar a través del siguiente documento: “Recognitis
igitur diligenter constitutionibus nostrorum episcoporum sancte Conchensis
eclesie editis in diversis Sinodis, per eos diversis temporibus celebratis”, aunque
en el caso hipotético de que tales sínodos se hubiesen llegado a celebrar, no
se sabe a los que alude.
Sin embargo, las Constituciones del obispo Zafón sí se
dieron a conocer desde el coro de la iglesia de santa María de Pareja, como
seguidamente podrá verse: “edite sacra aprobante, consentiente et instante
sínodo, lecte et sollemniter per notarium publicum infra scriptum publicate
fuerunt in choro ecclesie loci nostri de Parelia, undécima die mensi Februarii anno Domini
millesimo CCCLXIIII” (Archivo de la Catedral de Cuenca. Manuscrito III, Libro
718, fols. 22 vuelto a 29 recto: Estatutos
y Constituciones originales de la Santa Iglesia de Cuenca fechos por los
señores Obispos que an (sic) sido de dicha santa iglesia y por el deán y
Cabildo della, desde la era de 1.362 hasta el año de 1549, que se observan y
guardan; y ansimismo, otros estatutos y concordias en el año de 1551), en
pergamino encuadernado en piel sobre tabla (335 x 250 mm.), Constituciones
que, por orden obispal, se debían dar a conocer por sus arciprestes y vicarios en
todas las iglesias de la diócesis.
Del mismo modo, en la Biblioteca
Nacional de Madrid se conserva una copia de dichas Constituciones fechada en el siglo XVIII (Ms. 13.071, fols.
218-239), en la que se conservan los documentos recogidos según Real Orden de
Su Majestad, en los archivos de la Ciudad de Cuenca por don Ascensio Morales,
en 1750. Documento que fue publicado recientemente en Synodicon hispanum, Tomo X, Cuenca
y Toledo, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (B.A.C.), MMXI, págs.
15-39.
En dicho sínodo participaron,
perdónesenos la prolijidad, Martín Fernández, deán de la catedral de Cuenca;
Juan Lobo, arcipreste de Alarcón; Rodrigo Fernández, canónigo de Cuenca; Mateo
Martínez, Pedro Fernández, Pedro Martínez de Castro y García Munión (tal vez
por Muntión), arciprestes de Cuenca y Alarcón los dos primeros; Juan Sánchez,
de Huete; Pedro Sánchez, de Cañete; Miguel Pedro, de Belmonte; Juan Martínez,
de Montalbo, y Juan Martínez, de Huete; así como numerosos vicarios y
procuradores del clero episcopal, así como el notario Guillermo de Isla,
presididos por el obispo Bernal Zafón y que, fundamentalmente se destinó a
exponer una especie de Catecismo o Manual para la instrucción de los
clérigos rurales y laicos en el que se analizan al detalle el Credo, los
Sacramentos, los Mandamientos de la Ley y las Obras de Misericordia, viniendo a
ser una especie de diccionario escrito en latín y traducido al romance para su
mejor comprensión por el clero inculto y la feligresía.
Después de la celebración del
sínodo correspondería al capellán mayor de la iglesia de Cuenca, así como a los
clérigos de la ciudad y la diócesis, la publicación, de viva voz, en las misas
solemnes de los primeros Domingos de Adviento, de Cuaresma y de Pasión, de los
temas tratados en él y que los parroquianos estaban obligados a oír, so pena
del pago de treinta maravedís para obras de misericordia.
Del mismo modo se estableció
que el primero de Mayo de cada año tendría que celebrarse en la ciudad de Cuenca un sínodo
al que debían asistir el deán, los capitulares catedralicios, los arciprestes y
los vecinos del clero del obispado, representados por uno o dos procuradores, recordando
que los que no asistiesen deberían colaborar a los gastos del mismo.
También ordenó el obispo que
los clérigos de fuera de su diócesis no fuesen admitidos para celebrar los
oficios divinos, bajo pena de cien maravedís y, de paso, ya que el ocio fomenta
el pecado, redujo las fiestas religiosas a cuarenta y cuatro, más los domingos
y la festividad local de cada parroquia. Igualmente ordenó que los testigos
falsos y los que inducen a que otros incurran en falso testimonio, fueran
admitidos en los templos y que, incluso, no se les diese sepultura eclesiástica
y, para que se sepa, que esto se haga público en las misas de Navidad,
Resurrección, Asunción de la Virgen y de Todos los Santos.
Además dicho sínodo contiene
numerosas disposiciones alusivas al clero, puesto que, al parecer, su
realización se dirigió, casi por completo a él. La mayor parte son muy
llamativas y sorprenden al lector de hoy. Veamos algunas: Los clérigos no
tengan el cabello demasiado largo ni barba, pues puede suceder algo indecente
al sumir la Sangre de Cristo, bajo pena de diez maravedís, haciéndose la
tonsura y cortándose el pelo sin que sobresalga de las orejas; se les prohíbe
jugar dinero a los dados; sobre los clérigos que permanecen en excomunión largo
tiempo; que los que tienen algún beneficio eclesiástico deben permanecer en las
iglesias de sus beneficios para poder disfrutarlos, a no ser que tengan
dispensa del obispo; que ningún sacerdote presida la misa nupcial de alguien
que no sea de su parroquia, bajo pena de 300 maravedís; que no retengan parte
de los diezmos y que los entreguen totalmente; que los ordenados in sacris recen devotamente las horas
canónicas; en la celebración de la misa, prohíbe a los clérigos que asista la
mujer o el hijo del celebrante; que no se celebre misa sin misal y sin velas
encendidas, bajo pena de 30 maravedís, que se aplicarán a la compra de velas
para el altar, etcétera.
El libro se completa con una
colección de XV apéndices que parten de un Privilegio
de Alfonso VII concediendo a san Julián, obispo de Cuenca, las villas de
Pareja, Parejuela, Chillarón, Tabladillo y otras aldeas (1198), hasta 1538.
Un libro aparentemente“denso”, como indicamos al comienzo, que aporta numerosos datos acerca de
Guadalajara y los pueblos que antiguamente pertenecieron a la diócesis
conquense, en el que es fácil encontrarse con numerosos topónimos de lugares
que, en algunos casos ya no existen o conocer sucesos que han ido conformando
la historia y la forma de ser y de pensar de las gentes de la zona de Pareja.
Un libro
que no debe
faltar en una biblioteca de temática provincial, al que damos nuestra más
cordial y sincera enhorabuena, así como a su autor por hacernos entrega del
mismo, que significa muchos años de labor desinteresada.
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